Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

lunes, 17 de marzo de 2014

HAY VIAJES FUNDACIONALES…

Hay una frase que se utiliza mucho en la Argentina en los medios de comunicación, cuando un programa de televisión o de la radio repite un formato o una información, y es “la audiencia se renueva…”, y es lo que muchas veces pasa entre una generación y otra, hay acontecimientos que se repiten.

Hace unos días atrás, mi hija de 21 años, junto con su pareja y un grupo de amigos y compañeros de la universidad decidieron escalar la mítica Sierra Maestra y llegar hasta la cima del pico más alto de Cuba, El Pico Turquino (1974 metros sobre el nivel del mar), es un reto físico pero también un encuentro espiritual con nuestra historia, no tan reciente, de apenas 61 años.

Me relato en síntesis toda su odisea y la complacencia de su aventura. Sentí orgullo (nada extraordinario para cualquier padre común, como el que soy), de que mi hija en este aspecto le gustara este tipo de cosas como me gustan a mí y compartí con ella algunas reflexiones que me trajo su viaje, que como le comunique por mail me saben a fundacionales. No sales igual después de pasar por una experiencia así, es posible que en ese momento no te des cuenta pero al pasar los años y la reflexión se apodera de tu ser, te das cuenta que hay cosas que cambian, tal vez imperceptibles para el desbarajuste emocional que significa la juventud y las ganas de llegar a la Luna en bicicleta.

El Turquino lo escale tarde, porque no fui universitario en Cuba, sino estudie en la extinta URSS, y cuando llegue después de graduarme, las obligaciones del trabajo, la familia etc, impidieron ese viejo anhelo, sin embargo cuando por situaciones familiares de entonces decidí dejar la isla, me propuse a toda costa que ese lugar lo tenía que conocer si o si. Mi pareja por aquella época, Elisa, Argentina ella, me apoyo y me siguió en mi empeño, y ni lerdo ni perezoso organizamos el viaje en tren hasta Santiago de Cuba, a base de botella y tienda de campaña, llegamos hasta los pies de la subida al Turquino. Ese agosto del 2000 a Elisa por ser extranjera no la dejaron subir, yo me sentí tan discriminado como ella, pero Elisa con ese corazón grande que tenia, dejo de lado su amargura, y me alentó a que yo hiciera solo semejante travesía,…así que mi mochila fue mi única compañía, y con un grabador de casset portátil y una cámara de foto, trate de relatar todo lo que veía, inclusive mi cansancio, era lo menos que podía hacer para luego compartirlo con la resignada Elisa. Dormí solo la noche en la montaña y al otro día llegue a los pies del busto de José Martí, donde pude leer aquella maravillosa frase de …"Escasos como los montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de nación o de humanidad"…Fue un viaje que me marco, ya no fui el mismo, tal vez ni me di cuenta entonces de ello, pero guardo algunos recuerdos, entre ellos “poesías” escritas a DOS manos, que solo tienen ese valor sentimental para uno.


No ha sido el único viaje fundacional en mi vida, en 1996 estuve trabajando seis meses en la Universidad Mayor de San Andres de la Paz, Bolivia, impartiendo clases de “Criofísica y Vacio” en la carrera de Licenciatura en Física de dicha Universidad, además de establecer un Laboratorio de Criogenia y Técnicas de Vacio que complementaran mis lecciones de entonces.

Los estudiantes y algunos profesores de la carrera organizaron a mi favor un viaje para conocer los Yungas Bolivianos, sería una travesía a pie de cinco días, pasando por un pico a 5200 metros sobre el nivel del mar. Compartimos campamentos a la orilla de los acantilados y nos bañamos en ríos a unos 10 oC de temperatura del agua, comimos los manjares simples pero deliciosos de los lugareños en aquella aventura, me supe de la pobreza extrema, casi indigente, de aquellos paramos, de cortar el pan y compartir la lata de carne que llevábamos, con los niños del lugar…no sales igual después de esos viajes, ya no eres el mismo.


En Enero de 2007 había dejado, por desavenencias, uno de los emprendimientos privados que con sudor y lagrimas había construido juntos con otros profesionales en la Argentina, necesitaba de nuevos aires, de algo que me estremeciera, fue entonces que el hermano de mi actual pareja Rafael me propuso un viaje en auto hasta Ushuaia, la ciudad más austral del Planeta Tierra (hasta 1998, que se decidió designar con este nombre a Puerto Williams). Hay cosas que uno sabe de historia o de geografía pero jamás pensó que podría verlas con sus propios ojos. Con mi Fiat Uno, me recorrí 3000 km, pase en barco con el auto arriba el Estrecho de Magallanes y me enfrente a aquellos maravillosos paisajes del FIN del MUNDO, camine encima de Glaciar Martial y estuve en la celda de unos de los presos más famosos que pisaron aquellas tierras inhóspitas, el “Petiso Orejudo”. En el regreso de Ushuaia hacia Buenos Aires por la legendaria ruta 40, conocí el Chaltén y camine sin descanso hasta los pies del gran Monte Fitz Roy, su cumbre me era inalcanzable pero aquel Pico nevado me dejaría una impresión inolvidable, anduve y anduve y llegue, con embarcación de por medio, a poder estar a unos metros de distancia de esa pared azul colosal del Glaciar Perito Moreno y pude observar excitado y pequeño al mismo tiempo, la caída espectacular de una mole helada de una de las paredes de este mítico lugar, gracia de la Naturaleza y de Dios. En aquella ocasión hice 9000 km en 21 días en auto, y fue sin duda alguna por todo lo vivido un viaje fundacional.

En el 2010, se encontraba de visita mi hija en la Argentina. Un año atrás había jurado que si nos veíamos, escalaríamos juntos el Cerro Uritorco, que por cinco metros es más alto que nuestro Turquino, según cartel que se encuentra en la cima, aunque según mediciones geográficas su altura real es de 1949 metros sobre el nivel del mar. Hacia Capilla del Monte nos dirigimos en Julio de aquel año para hacer nuestra escalada, nos acompañarían Graciela, mi mujer y mi vieja Lisso, que se encontraba un poco asustada con el hecho de que su nieta hiciera semejante travesía con su padre. Recuerdo que el GPS con que nos guiábamos en el auto, para que nos llevara a Capilla, nos marco la ruta más corta en medio de las montañas, y entre curva y contra curva cerca de los desfiladeros,  los “pasajeros de viaje” se fueron poniendo nerviosos, yo mientras tanto disfrutaba, porque por algún lugar nos llevaría a destino. Una vez en la ciudad de Capilla del Monte cerca de donde se encuentra el Cerro, nos preparamos para la subida del día siguiente. Camila y yo subimos solos, mi vieja se quedo en la ciudad y Graciela nos espero a los pies del Cerro para nuestro regreso. Mi hija estuvo genial, con una disposición para las dificultades como nunca nos había tocado compartir, reíamos, charlábamos en medio de la respiración agitada y profunda, conoció la nieve por primera vez en sus 18 años, le prendimos juntos una vela en la gruta de “Orestes”, lugar que bautizamos así en recordación de mi gran amigo de la adolescencia que se me murió de cáncer con apenas 42 años… y nada, nos crecimos como padre e hijo en aquel maravilloso lugar. Para colmo cuando regresamos a Capilla, mi vieja, gitana al fin, había salido por el pueblo leyendo la buenaventura a cualquier cristiano que quisiera saber de su futura suerte, y con lo que le dieron “a voluntad” por sus bendiciones afortunadas, pudimos cenar con la paz y la bendición en nuestras almas.


Esto es lo único que uno se lleva de esta vida, los recuerdos de las cosas que te cambiaron de a poco, que te hicieron mejor persona, más preparada para la adversidad, más consciente de lo ínfimo que somos ante la fuerza y la belleza de la naturaleza…el viaje de mi Cami al Turquino disparo estos recuerdos…hay viajes fundacionales, estos son los viajes externos que uno se anima a recordar, hay otros internos, fundacionales también, que necesitamos más tiempo para procesarlos…

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