Viaje a la Luna

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lunes, 11 de junio de 2018


“Estados Unidos Primero” o la declinación relativa de su economía en el balance mundial de las grandes potencias.
(Por Luis René Fernández Tabío, publicado en el blog "La Pupila Insomne" de Iroel Sanchez)

La economía de Estados Unidos se encuentra en el noveno año de expansión desde la Gran crisis financiera y económica 2007 – 2009, (la más importante del capitalismo desde la trascendente crisis de 1929 al 33). 

 ¿Las políticas de Trump permitirán colocar a “Estados Unidos Primero”?  ¿Recuperará su liderazgo mundial?

En la actualidad los índices de desempleo han descendido lentamente hasta lo que se considera como pleno empleo – por debajo de 5%.  El PIB crece y a primera vista la realidad económica es positiva. De ello  parece no haber duda, pero tampoco queda claro el significado de ese nivel de desempeño económico en la fase madura del ciclo, cuando en cualquier momento puede estallar la próxima recesión y crisis financiera.   Desde Carlos Marx a la fecha, no se conoce capitalismo sin crisis económica, y obviamente Estados Unidos no es una excepción.

Lo que no puede afirmarse es que la relativamente favorable coyuntura económica sea resultado de las políticas anunciadas y parcialmente ejecutadas por la administración de Donald Trump.   Es cierto que sus políticas son técnicamente expansivas (incrementó de los gastos en el presupuesto del gobierno y reducción de impuestos), lo que supone impulsar el crecimiento económico, pero existen muchos otros factores y el resultado final está determinado por las condiciones históricas concretas por las que atraviesa ese país y en particular por la acumulación de contradicciones y desequilibrios propios de ese sistema.   Su lema de “Estados Unidos Primero” se articula en erráticas propuestas de murallas fronterizas, salidas y renegociaciones de acuerdos de libre comercio; unido a nuevas medidas proteccionistas – o amenaza de aplicarlas para mejorar su posición negociadora en el plano bilateral, reformas tributarias que favorecen a los ricos, enormes incrementos en los gastos federales, incluyendo en primer lugar los militares; pero ninguna de estas ideas devolverá por sí solas a la economía de Estados Unidos  la pujanza y la competitividad que tenía durante la década de 1950.  Es un problema complejo de carácter estructural propio del sistema capitalista e imperialista. La apropiación de la riqueza por un grupo cada vez más pequeño, el llamado 1% durante las protestas de Ocupa Wall Street, están en el fondo del problema, para expresarlo de modo sencillo.   Las crecientes desigualdades en la distribución de los ingresos y la riqueza, y el estrechamiento de las capas medias, que desafía el propio sueño estadounidense, no son solubles con tales discursos y decisiones económicas.

¿Existe relación entre el comportamiento actual de la economía y esas políticas económicas?

El gobierno de Trump no puede atribuirse el comportamiento de los macroindicadores económicos en 2017 y 2018. Si ello fuera cierto habría que responsabilizar a George W. Bush de la crisis precedente, que alcanzó su momento de mayor gravedad precisamente durante al año electoral de 2008.   La administración de Barack Obama sería responsable de los descomunales déficit fiscales y la enorme deuda generada por los salvamentos federales a la banca privada, y los obstáculos posteriores que encontró la recuperación.  En todo caso hay que considerar el retardo entre el lapso de tiempo en que se anuncia y se aplican las políticas y su efecto real. Aunque esto es así, en el plano de las percepciones, tan importantes en política, se considera que el Presidente es acreedor por el estado de la economía en su gobierno, y Trump aprovecha todo esto con sus habilidades mediáticas, hasta la distorsión y la mentira como instrumento político.

¿Las promesas económicas de Trump  de aumentar el empleo manufacturero y reducir el déficit comercial son realizables?

Como se ha afirmado, los problemas actuales de la economía de Estados Unidos no son coyunturales, sino de carácter estructural, se deben a contradicciones que se han venido acumulando a lo largo de los años debido a transformaciones profundas en su aparato productivo y de servicio, correspondiente a la fase madura del capitalismo y a la introducción de nuevas tecnologías, que se remontan por lo menos a las primeras manifestaciones de la declinación relativa de su poder económico desde los años 70 del pasado siglo, cuando por ejemplo, rompió el compromiso del sistema monetario de Bretton Woods y el dólar cesó su convertibilidad en oro.   La distribución de las industrias y sectores económicos se han venido trasfigurando, de la industria manufacturera del automóvil y el acero original, a una en que la automatización y la robótica demanda menos empleo,  aunque mejor retribuido y de mayor nivel de preparación, y por otra parte se ha incrementado la significación del sector bancario y financiero como parte de la esfera de los servicios en la estructura del PIB. Los avances tecnológicos y los progresos en la informática y las comunicaciones, han permitido a las transnacionales desplazar la producción industrial manufacturera a otros países. La globalización, o el tipo de internacionalización más reciente del capital, fue estimulada también por el consenso sobre las políticas neoliberales, que incentivó las cadenas globales de producción, servicio y valor.   La globalización en estos términos aumentó las desigualdades, sirvió y enriqueció aún más a la cúspide económica del capitalismo en Estados Unidos (el 1%), no a sus pobres y capas medias (el 99%).

Se ha desplazado parte de las producciones industriales fuera de Estados Unidos, en busca de pagar salarios inferiores, como han sido los casos de México y China.  En otros la distribución productiva obedece a especialización productiva y tecnológica. Es cierto que se han generado importantes déficit comerciales de Estados Unidos con estos países, pero ello no es un fenómeno nuevo y no explica los flujos de inversiones de capital, ni la repatriación de utilidades, ni las ventas de sus corporaciones transnacionales.  En definitiva, la mayoría abrumadora de ese comercio es intra-firma, aunque aparezca como déficit comercial de Estados Unidos y superávit chino. Pero ello no modifica la realidad de que un iPhone se diseña por Apple en Estados Unidos, se ensamble físicamente en China y se venda en todo el mundo, en la Unión Europea y en los propios Estados Unidos con enormes ganancias para la importante empresa norteamericana.

Los problemas reales del empleo y su calidad son más complejos y profundos que lo presentado en el discurso nacionalista y populista de Trump.  La participación en la fuerza de trabajo de la población económicamente activa se mantiene a niveles muy bajos respecto a etapas precedentes, y la estructura y calidad del empleo también se ha deteriorado gradualmente para la mayoría de los trabajadores. Los cambios en la economía de Estados Unidos, el ascenso del sector de los servicios en general y dentro de este la economía financiera y sobre todo especulativa, no resulta de políticas de los demócratas o republicanos, sino de modificaciones en la economía interna y sus vinculaciones con la economía mundial.  El déficit comercial es una expresión de ello, pero no su causa.  Un análisis más completo supone tener en cuenta los movimientos de los flujos de capital, las inversiones directas y las especulativas de corto plazo.

La idea de recuperar la importancia del empleo en las manufacturas, que se tenía en décadas anteriores es equivalente a pretender que la economía estadounidense se retrotrajera al pasado, dependiera del sector agropecuario y la minería como fuente de energía y empleo; y la demanda de trabajo en esos sectores recuperara los niveles de participación como fuente de trabajo e ingreso que tuvo en el siglo XIX o a principios del XX, cuando el poderío de Estados Unidos venía en ascenso hasta alcanzar la cúspide mundial a finales de la Segunda Guerra Mundial.

Las mismas críticas que utilizó Trump contra Obama en este aspecto – respecto a que la estadística sobre desempleo oculta a los que ni siquiera buscan empleo– mantienen total vigencia, pero son silenciadas por la propaganda oficial.  El aumento de las desigualdades aumenta, es un problema crónico, no circunstancial y no es previsible se reduzca en los próximos años.

Para al menos palearlos, requeriría el tipo de políticas sociales progresivas, redistributivas, que no aparecen ni en la sombra de las propuestas del nacionalismo conservador trumpista, de matriz ideológica jacksoniana, que responde a sus intereses como parte del capital financiero de ese país y más cerca del segmento de grandes corporaciones industriales — como las del acero—cuya producción y consumo de encuentra mayoritariamente en el enorme mercado interno de Estados Unidos, porque desde hace años han perdido competitividad.

Aunque se aprecien diferencias entre segmentos de la clase dominante estadounidense, no debe perderse la perspectiva de que todos los grupos de la oligarquía financiera norteamericana están representados y dominan el sistema político bipartidista y su democracia. Cabe preguntarse por qué una figura como Bernie Sanders, autoproclamado socialista — aunque fuera una versión muy suave y alejada de ese ideal de sociedad—  fue sacado del juego político en las elecciones del 2016 por el liderazgo demócrata, porque en realidad excedía lo tolerable por el sistema.

De todos modos, no debe caber dudas sobre la existencia de una ruptura entre este segmento menos transnacional  y el que había dominado hasta ahora las tendencias políticas favorable a lo que se ha denominado la globalización neoliberal, —con particular énfasis desde la década de 1980– que la administración de Trump no las niega de plano, pero las quiere remodelar para mayores beneficios de ese sector más enraizado en lo interno de la oligarquía financiera estadounidense. Obsérvese que Trump insiste en la des-regulación  financiera y eliminar los escollos a la expansión capitalista que pudiera representar la preservación del medio ambiente, al rechazar los acuerdos de Paris en este campo.

Además, las medidas proteccionistas anunciadas en muchos casos han sido sobre todo retóricas, zigzagueantes, pero incluso a ese nivel se producen afectaciones para Estados Unidos por la desconfianza, y falta de credibilidad que genera el presidente estadounidense.   Como se observa en la llamada guerra comercial con China, todo parece indicar que no puede imponer condiciones a una potencia en ascenso con una estructura económica y política muy sólida en un marco de relaciones caracterizadas por la interdependencia.  A la postre se impone una variante negociada.

La teoría económica  establece claramente que no se pueden corregir los desequilibrios comerciales por la vía de nuevo proteccionismo y rechazo o renegociación de acuerdos de libre comercio, sin modificaciones profundas en su propia economía, en sus balances internos, en la tecnología aplicada y la productividad del trabajo, lo que requiere enormes inversiones.  El déficit comercial es resultado de un desbalance entre el ahorro y la inversión a nivel macroeconómico.  El aumento del déficit federal y la deuda, cosa que nadie discute a partir de la propuesta de presupuesto y la reforma de impuestos de Trump, debe incrementar el déficit comercial. Por último, el proteccionismo y la salida o renegociación de acuerdos de libre comercio puede afectar y beneficiar a empresas especificas que son protegidas por tales políticas,  y reducir el déficit con un país determinado, pero se incrementará con otros mediante la desviación del comercio, — habrá ganadores y perdedores— sin que existan beneficios para la economía estadounidense en su conjunto, y mucho menos para la mayoría de su pueblo que seguirá siendo el perdedor neto.

Aunque el grueso de las proyecciones económicas de las instituciones financieras internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI), o publicaciones prestigiosas de ese corte como The Economist, presentan un escenario de continuidad de la expansión, y hacen caso omiso de estas realidades, cabe esperar más tarde o más temprano el estallido de una nueva crisis económica financiera en cualquier momento, probablemente antes de 2020, año de las elecciones presidenciales y ello sería un acontecimiento relevante para toda la economía mundial, no solamente para Estados Unidos, pero en tal caso tendría efectos en las elecciones presidenciales pautadas para ese año.

Ello se debe a la agudización de las contradicciones de la que es portadora la nueva política, y porque inevitablemente la crisis es el proceso de corrección de esos desbalances en el capitalismo, con independencia de quien ocupe la Casa Blanca, Donald Trump, James Carter, Ronald Reagan, George W. Bush o Barack Obama.

La política fiscal, caracterizada por un incremento de los gastos en general y en el sector militar, y la reducción regresiva de los impuestos, implican un aumento en el desequilibrio fiscal y un ascenso considerable de la deuda pública a niveles insostenibles.   La Reserva federal (Fed), que cumple la función de banco central y ejerce la política monetaria, está paulatinamente aumentando las tasas de interés.  Ello debe fortalecer el dólar y modificar los tipos de cambios con sus socios comerciales.   Este efecto, es bien conocido y como regla aumenta el déficit comercial, abarata las importaciones de Estados Unidos del resto del mundo, al tiempo que debe disminuir las exportaciones estadounidenses porque se hacen más caras y menos competitivas.

En resumen, la política comercial proteccionista de Trump, junto a la política fiscal expansiva, no solamente crea problemas de eficiencia y competitividad a sectores de la economía de ese país, perjudica a sus consumidores, al encarecer algunos importantes productos como los automóviles y aumentar el costo de las construcciones – que demandan gran cantidad de acero y aluminio–, sino que aumentará el déficit comercial, sin incrementar el empleo manufacturero total a escala nacional.

La política económica de Trump, aunque tenga apoyo en intereses políticos y económicos internos específicos, frustrados con los cambios ocurridos en las últimas décadas en el campo de la economía, no deja de ser  una expresión nostálgica de un pasado en la correlación de fuerzas económicas que no regresará.  El balance internacional de fuerzas tampoco depende exclusivamente de lo que haga o deje de hacer Estados Unidos, otros agentes actúan y ganan terreno en el plano mundial, China, India, Irán, Rusia,  y ello sucederá de un modo u otro en el largo plazo, con independencia de las políticas de corto aliento de los presidentes estadounidenses, incluido el Sr. Trump, sin que haya podido modificar la declinación del liderazgo, ni mucho menos la hegemonía de Estados Unidos.



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