Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

martes, 13 de noviembre de 2018


¿QUIEN SE ATREVE A REDEFINIR EL SOCIALISMO CUBANO?
(Por Charles Romeo, publicado en el blog de Silvio Rodriguez “Segunda Cita”)

No teniendo nada que hacer en mi forzoso retiro, recibo con agrado la visita de amigos extranjeros, algunos residentes en el país, y siempre la conversación versa sobre el momento político en Cuba.

Para ser franco, hay que decir que el intercambio se origina por el desconcierto que producen determinadas  acciones del Gobierno y de sus agencias, que a juicio de esas personas son difícilmente comprensibles y a veces hasta contradictorias con la política oficial definida en documentos programáticos. Como parten del supuesto de que los personeros del Gobierno Cubano son inteligentes, la “real politique” es inexplicable para quienes no son cubanos, a diferencia del pueblo que la acepta como algo inevitable a lo que hay que adaptarse

Un agricultor independiente ha logrado, cumpliendo con la política oficial de desarrollar la agricultura nacional, ingresos anuales que alcanzan la dimensión de millones de pesos cup y, dada la magnitud de sus resultados, se han presumido acciones por su parte que atentan contra la legalidad, y el hombre ha sido detenido. Es verdad que un millón de cup equivale a 40.000 CUC, que al parecer es mucho dinero (hasta que se compara con el precio de 30 cups por una libra de tomates o de cebollas, y de 40 cups por una libra de brócoli en el agromercado de 19 y A, Vedado). Por lo demás, esa cantidad apenas permite adquirir un pequeño automóvil usado, de procedencia coreana, en el mercado nacional, en donde la importación de automóviles por personas está totalmente prohibida.

Otro agricultor, especializado en la producción y comercialización de frutas congeladas, con mucho éxito, para lo cual ha tenido que construir un almacén refrigerado, al parecer ha despertado las sospechas de los aparatos judiciales o policiales y, al solicitar un pasaporte para viajar fuera de Cuba, fue informado de que no podía salir del país, sin que por ello se le diera una explicación. Simplemente Inmigración del MININT no le concede el derecho de cualquier cubano a adquirir un pasaporte para viajar al exterior.

Un empresario extranjero al cual el Estado le debe unos 3 millones de dólares que no puede pagar, ha solicitado que parte de esa deuda le sea pagada en CUC, que el utilizará como lo estime conveniente. Su solicitud, que conlleva nada menos que concederle al CUC el carácter de moneda al menos parcialmente convertible y que presupone su utilización final en Cuba --toda vez que no tiene valor alguno fuera de este país-- e incrementar su capacidad de pagos internacionales, ha sido rechazada. Al parecer la existencia de extranjeros en Cuba con grandes cantidades de CUC es inconcebible y supongo que también perniciosa. Conclusión que, de  ser cierta, difícilmente resulta compatible con lo que dice la Ley para las Inversiones Extranjeras en Cuba.

Confieso que ante estos casos debí batirme en retirada, ganando tiempo para encontrar una explicación racional para estos y otras manifestaciones similares de la política real del Gobierno Cubano. Desde mi profunda retaguardia intelectual trate de buscar explicaciones compatibles con el respeto que merecen los miembros del Gobierno de Cuba, y acudiendo a mis recuerdos de cómo y en qué condiciones establecimos el socialismo en Cuba --allá, hace tiempo--, al inicio de los años sesenta del pasado siglo, he llegado a la conclusión de que en el presente seguimos siendo prisioneros de un pasado que ya olvidamos.

Tal como si fuera el encuentro con una civilización desconocida, hay que remontarse en su historia para encontrar la explicación de cómo se mantienen aún ideas y comportamientos que tuvieron su origen necesario en pasadas coyunturas que ya fueron superadas y cuya razón de ser no se recuerda.
                                                    
Para entender la actitud conservadora de miembros de nuestro Gobierno y también de muchos cubanos, hay que hacerlo desde el punto de vista de la antropología.(1) Se trata de lograr entender el porqué del comportamiento de los hombres organizados de una cierta manera y de cómo y porqué piensan y actúan como lo hacen, es decir: la  racionalidad implícita subyacente que suele tener su origen en las condiciones existentes en un pasado ya remoto. Aunque la Revolución Cubana tiene no más de 60 años, el tiempo durante el que transcurren profundas transformaciones en la sociedad equivale a un tiempo cronológico mucho mayor cuando estas no suceden. En este caso se trata de encontrar la verdadera explicación de ciertas reglas que se aplican en una sociedad, aparentemente porque sí, toda vez que, interrogados quienes las deben hacer cumplir, su respuesta no pasa de decir que es lo que está establecido, y punto. Equivale a expresar que esa es la norma a cumplir únicamente porque ella existe y se presume que expresa una razón --ya no conocida--, aunque resulte contradictoria y hasta antagónica con otras que también existen. Se ha perdido el conocimiento de su vinculación con las condiciones que la originaron.

Veamos casos concretos de este fenómeno.

Finalmente, después de casi 10 años de existencia, se reconoce legalmente en Cuba la vigencia de actividades económicas productivas privadas e inclusive la compra de fuerza de trabajo para ello. La razón inicial y determinante fue que había que despedir trabajadores excedentes en el sector estatal de la economía y que, por tanto, se debía permitir que trabajaran por su cuenta para sobrevivir. Corolario de ello fue que lo que lograran producir sería considerado bienvenido para satisfacer necesidades insatisfechas de los cubanos y no cubanos,  lo que estos ratificarían mediante su compra voluntaria. Pero es bien sabido que para desenvolver cualquiera actividad productiva hacen falta recursos materiales y que desgraciadamente en muchos casos no se encuentran en el mercado nacional, por lo cual la solución lógica posible es importarlos, adquiriéndolos en el exterior. También es verdad que para ello quien los quiera adquirir requiere de divisas para su pago. Pero resulta que, en virtud de la espontaneidad propia de la economía de mercado, se ha conformado un mercado cambiario nacional libre ”a nivel de calle” donde se pueden adquirir divisas con moneda cubana a un tipo de cambio determinado por ese mercado. El tipo de cambio vigente premia a la moneda cubana, toda vez que fluctúa entre 0,92 y 0,96 centavos de CUC por un dólar norteamericano. Por consiguiente, todo se conjuga a los efectos de que los empresarios privados cubanos puedan adquirir con sus propios recursos las divisas necesarias para importar lo que les haga falta. No obstante, no lo pueden hacer porque  la Aduana General de la Republica aplica la norma de que ningún particular puede importar algo “con fines comerciales”. Semejante contradicción solamente puede ser comprendida si gracias a un enfoque antropológico se descubre que la regla que aplica la Aduana se retrotrae al lejano pasado del socialismo cubano, cuando toda actividad económica privada estaba totalmente prohibida, con excepción de la de los pequeños campesinos que, por lo demás, debían venderle sus productos únicamente al Estado, que también los abastecía de medios de trabajo. Pareciera entonces que la vigencia de ese orden de cosas, en la mente de cubanos de hoy, sea la razón implícita de que toda actividad privada considerada demasiado exitosa despierte la sospecha de que dicho éxito se debe a acciones ilegales o al menos moralmente censurables. Pero como ya decían los romanos, cuando alguien vende y otro le compra, ambos ganan con ese hecho. De no ser así, no hay compra-venta.

No hablemos de la prohibición que, de la misma manera, un ciudadano cubano importe un automóvil o cualquier medio de transporte para cargas, porque deberíamos también buscar su origen en la historia del socialismo cubano, cuando imperaba la igualdad en el consumo de los ciudadanos mediante libretas de racionamiento, procedimiento derivado del hecho de que en esa época era poco lo que había, y se estableció un principio de justicia social para su reparto igualitario. Los relativamente pocos automóviles que se importaban de los países socialistas, existentes en aquellos tiempos, eran repartidos por el Estado a un precio asequible, y  según los méritos reconocidos de los eventuales compradores por su contribución a las actividades de la sociedad. Hoy en día, de autorizarse la importación de automóviles, lo harían quienes tienen el dinero necesario, al margen de una clara y definida autoridad moral para ello debidamente aceptada por todos los ciudadanos, como lo fue en el pasado. Pero, ironía del destino, limitado hoy en día el mercado de los automóviles a los que existen en Cuba --almendrones, viejos Ladas, Polaquitos  y  vehículos vendidos por las empresas estatales que los alquilan y se deshacen de ellos a los dos años de uso--, han alcanzado precios al menos 10 veces más altos que sus equivalentes fuera del país, por lo cual solamente los cubanos muy, pero muy ricos, pueden adquirirlos. Esa sí que es una contradicción flagrante con “el horror nacional a la desigualdad en el nivel de vida”, que se expresa mediante la exclamación de: “¿Por qué ellos sí y yo no?”

Otros casos vigentes de estos fenómenos antropológicos son del tipo de una vigencia “para unas cosas si y para otras no”.

Durante décadas, tanto la arquitectura como la construcción cubana quedaron determinadas y limitadas a las posibilidades que brindaba el sistema de fabricación de piezas prefabricadas de hormigón. Así, secundarias básicas, hospitales, hoteles, eran estructuralmente semejantes. Pero además, y por razones que desconozco, edificar un hotel con esos elementos demoraba años, en adición al hecho de que sus diseñadores no tuvieran ninguna experiencia en materia de gestión hotelera. Ahí están esos ejemplares que hoy por hoy no pasan de lograr, a lo más, una categoría internacional de tres estrellas, de cinco posibles. 

Inteligentemente, a raíz de desarrollar una política turística para captar turismo internacional, se contrató a una importante empresa constructora francesa para que, asociada con entidades cubanas, edificaran hoteles de categoría cuatro, cinco y cinco estrellas “Plus”, y además lo hicieran en una fracción del tiempo que solían emplear las empresas constructoras cubanas. Se logró una virtual revolución exitosa en la actividad constructora de hoteles de calidad en Cuba y lo comprueba el hecho de que este año se reciban unos 4,7 millones de turistas. Es cierto que no es agradable también comprobar que, en determinadas actividades, se está lejos de los estándares correspondientes en otras regiones del mundo --en un país que recuerda la frase de José Martí ”Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino”--, pero la primera condición para ser inteligente es reconocer nuestra ignorancia y la segunda es aprender de los que saben, que es lo que se ha hecho en materia de construcción de hoteles para el turismo internacional y para su eficiente administración.

¿Por qué no generalizar esa práctica inteligente a otras actividades en que subsisten procedimientos ineficientes, particularmente en empresas estatales en que se ha perpetuado una gestión empírica cada vez más errada? Es el caso de Cubana de Aviación, que ha llegado a un estado en el que ya ni puede satisfacer las necesidades de transporte nacional y ha debido destinar sus oficinas comerciales a la venta de pasajes en autobús. Sus aviones no están en condiciones de operar y no ha dejado de existir como empresa gracias al subsidio gubernamental. ¿Por qué no hacer en este caso lo mismo que se hizo para la construcción hotelera? Porque, y en virtud del principio de la reciprocidad, por cada vuelo que llega a Cuba proveniente de otro país, le corresponde también a Cuba poder hacer un vuelo con sus aviones a esos  destinos, y estamos hablando de casi cinco millones de pasajeros que llegan anualmente a Cuba por vía aérea, además del mercado potencial interno. Y si bien el bloqueo norteamericano prácticamente impide la adquisición de aviones modernos, no restringe su alquiler, ni asociarse con una línea aérea de prestigio.(2)

Hay escases de automóviles de alquiler en Cuba, actividad de empresas estatales que no dan abasto a la demanda. El más pequeño automóvil para alquilar cuesta unos 70 dólares diarios y produce por tanto 490 dólares en una semana. Para tener una idea “cubana” concreta de qué representa esa suma, basta decir que una tonelada de arroz cuesta unos 450 dólares en el mercado internacional, o sea que por cada semana de alquiler de un pequeño automóvil que no se logre, el país deja de poder comprar una tonelada de arroz. Pero un pequeño automóvil compacto cuesta unos 9000 dólares y por tanto importar 1000 automóviles conlleva pagar 9 millones de dólares, e importar unos 2000 unos 18 millones y 3000 no menos de 27 millones. Habiendo una ley que autoriza las inversiones extranjeras en Cuba, ¿por qué no se invita a quien esté dispuesto a ello a establecer una empresa con ese fin en el país, que puede ser mixta o totalmente  extranjera? Puede que se invoque el hecho de que ese es un mercado cautivo de los cubanos, lo cual es cierto, pero también es cierto que hay que importar arroz.

Para construir buenos hoteles y administrarlos, sí. Para desarrollar la aeronáutica nacional, no. Como tampoco para dotarnos de más autos de alquiler.

Francamente, existe una realidad únicamente comprensible mediante una investigación antropológica sobre el origen de las ideas, costumbres y maneras de pensar, no solo de  quienes toman las decisiones en el Gobierno de Cuba sino también de muchos cubanos. El Secretario del Consejo de Estado dijo, al presentar el proyecto de Constitución Nacional ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, que la nueva Constitución obligará a cambiar unas cincuenta leyes. Pero también habrá necesariamente que cambiar ideas vigentes, que surgieron en el pasado y que ya no tienen razón de ser, en vista de los cambios que se dice querer realizar.
                                                        
Regresemos al pasado y recordemos los fundamentos a partir de los cuales se estableció el socialismo en Cuba.

La investigación “antropológica” que se ha planteado conlleva retrotraerse a los tiempos del inicio de la construcción del socialismo en Cuba y conocer cuáles fueron los principios fundamentales de la organización de la economía socialista de quienes, en 1961 y 1962, debieron crear ese orden social en Cuba y que nada sabían de socialismo, salvo algún viaje a alguno de esos países y la lectura del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, el modelo a seguir, más las indicaciones de asesores venidos de la Unión Soviética y de Checoslovaquia para ayudarnos en esa tarea. Lo digo porque yo fui uno de esos “aprendices de constructor del socialismo”.

El primer y fundamental principio aplicado fue la apropiación por el Estado Cubano, a nombre y como representante del pueblo, de los principales medios de producción y de todos los recursos naturales del país, con la excepción --en el caso de la tierra-- de la perteneciente a los pequeños campesinos.(3) Y si bien quedaron en manos privadas algunos comercios, servicios artesanales, talleres y pequeñas actividades industriales, en 1968 fueron total y absolutamente estatizados. A partir de entonces únicamente el Estado y los pequeños campesinos estaban autorizados a producir y a comercializar, y estos últimos únicamente a venderles al Estado.

Corolario de ese principio fundamental, fue el que solamente el Estado podía importar y exportar a través de empresas comerciales creadas con ese propósito, con lo cual todas las demás, también las estatales, no podían hacerlo directamente.

Se discutió públicamente si en el socialismo cubano regia la producción mercantil y el resultado fue ecléctico: se creó el método presupuestario de financiamiento para la industria sobre la base de que no había intercambio mercantil entre empresas de un mismo propietario, el Estado, y se aceptó el principio de que tanto en la agricultura como en la venta a las personas sí regía el intercambio mercantil, así como en el comercio exterior. Pero a finales de los años 60 se eliminaron los registros contables de las transacciones comerciales y se procedió a cuantificar y controlar los intercambios de productos únicamente en los términos físicos --toneladas, quintales, arrobas, libras, unidades-- en los que se expresaban los planes de producción, abastecimiento, inversión y entregas de productos terminados, siendo la planificación el instrumentos de dirección de la economía. La contabilidad pasó a ser un registro sin utilidad práctica.(4)

Desapareció la utilización del sistema de mercado para asignar los recursos de la sociedad y lo precios eran calculados y establecidos por el Estado.

Si bien se conservaron los precios a pagar en dinero, para los productos que adquirían las personas, su venta a precios constantes y muy reducidos estaba regulada por cuotas personales iguales, que se registraban en las libretas de abastecimiento. Ya no se iba a la bodega del barrio a comprar sino a ver “qué estaban dando”. Únicamente hoteles, cafeterías, restaurantes, cines, bares, cabarets  y el transporte público, todos estatales, podían vender directamente a los clientes, solamente a cambio de dinero. Inclusive los teléfonos públicos eran gratuitos, así como los espectáculos deportivos.

Habiéndose reducido la utilización del dinero, se determinó consolidar todos los bancos en uno solo, eliminar la utilización de cuentas corrientes por las personas y los cheques, autorizándose únicamente cuentas de ahorro a las personas naturales.

Siendo prácticamente estatal toda la economía,  los impuestos ya no tenían razón de ser y  se eliminaron, y con ello el Ministerio de Hacienda.

Los viajes de las personas al exterior por razones personales quedaron sujetos a una exhaustiva investigación, para poder lograr la autorización correspondiente, y prácticamente fueron eliminadas las ventas de divisas para ello, salvo con autorización oficial expresa. Posteriormente, la tenencia por personas naturales de divisas extranjeras fue penalizada.

Aparentemente se había simplificado el sistema económico nacional --eliminando todas las manifestaciones propias de una economía mercantil capitalista-- y ganado en cuanto a un mayor control y un mejor funcionamiento. Aparentemente el Estado tenía el poder y los instrumentos para que se hiciera lo que decidía hacer. Pero, a decir verdad, no en todos los casos coincidía la realización con la decisión de hacer(5)

En esos tiempos, ya en los años 80, por decisión gubernamental  solo visitaban anualmente Cuba, como turistas, 200.000 canadienses y algunos miles de mexicanos, y no  más de 60.000 comunitarios procedentes desde los EE.UU., toda vez que el turismo internacional podía “corromper” a la sociedad revolucionaria. Hoy lo hacen 4,7 millones.(6) No había cuentapropistas de ningún tipo, al menos con una licencia  para ello. No existía el CUC, ni siquiera circulaban dólares, hasta que se abrieron las primera tiendas para turistas en donde, de una u otra manera, cubanos lograban adquirir algún artículo importado, pese a la prohibición de la tenencia de divisas. En 1984 se aprobó  el Decreto No 40 que autorizaba las inversiones extranjeras en Cuba, pero fue engavetado. Posteriormente a la desintegración de la URSS se constituyó un Ministerio para la Inversión Extranjera, pero que más bien parecía un Ministerio Contra la Inversión Extranjera. Por esa época también se autorizó la apertura de un mercado privado de productos del agro, pero la medida fue rápidamente suspendida.

Leyes, decretos con fuerza de ley y resoluciones ministeriales, cuyos efectos abarcaban a todo el país y a todos, fueron redactados y puestos en vigor para hacer operativo el sistema económico y por tanto la modalidad de vida de los cubanos, según el diseño e implementación correspondiente del socialismo, tal como fue establecido en la práctica en aquella época ya lejana y diferente de la actual.

Ya han vivido en el socialismo no menos de tres generaciones de cubanos, y las condiciones de existencia de Cuba han cambiado, y se ha decidido que cambien mucho más, en un mundo también muy diferente del que existía en aquel entonces. No obstante, muchas de aquellas regulaciones que pertenecen al pasado siguen vigentes y han entrado en franca contradicción con lo que hoy se hace en Cuba y sobre todo con lo que se piensa hacer. Más aún, hay aparentemente la tendencia a creer que la organización económica socialista del pasado es el verdadero socialismo, avalado por su práctica durante varios decenios, y que los cambios que se apartan visiblemente de  aquella  experiencia parecen desviaciones de lo que de verdad debe ser el socialismo, inclusive ahora en que el mundo cambió sustancialmente. Porque de hecho, lo que inquieta a muchos, gobernantes y pueblo en general, es que se está planteando alterar principios fundamentales sobre cuya base se estableció el socialismo en Cuba hace ya casi sesenta años, y que bien o mal funcionó hasta el día de hoy.  Si bien ya no hay un socialismo “verdadero” de referencia, en su defecto se acude para ello al socialismo cubano ya vivido. Es el temor a pasar de lo ya conocido a lo desconocido y por conocer, y el instinto dice: “En la duda abstente”.  La existencia de una sustancial diferencia en el nivel de vida entre una minoría de campesinos, artesanos y empresarios privados y una mayoría de trabajadores asalariados, es chocante y parece un atentado en contra del socialismo, al menos del socialismo vivido por los cubanos durante varias décadas.(7)

Si se ha comprobado que el Estado no es capaz de satisfacer todas las necesidades de los cubanos, más allá de asegurarles a todos educación, cuidado de la salud, un techo bajo el cual vivir, una alimentación segura por mínima que sea, los artículos esenciales del hogar, el derecho al trabajo y su participación en la política del país, lo que no es poca cosa, es hora de que se permita a los propios cubanos resolver todas las demás, según sus propios deseos y voluntades, así como a empresas extranjeras que quieran hacerse cargo de los déficit productivos, y que para ello opere el mercado conjuntamente con la planificación nacional. ¿Cómo lograrlo? Habrá que inventarlo.

El principio revolucionario que nos dejó Fidel, el cambiar todo lo que debe ser cambiado, presupone la capacidad de hacerlo por parte de los revolucionarios, lo que no es otra cosa que tener el poder político para ello, que existe y se mantiene desde que triunfó la Revolución. Por consiguiente, ¿cuál es el temor? Si se comete un error en el proceso del “salto a lo desconocido, a lo ignoto” como caracterizara Raúl la construcción de una economía socialista eficiente, pues simplemente se revocará lo que resulte inconveniente.


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(1) “La antropología cultural es la rama de la antropología que centra su estudio en el conocimiento del ser humano por medio de su cultura, es decir costumbres, mitos, creencias, normas, valores que guían y estandarizan su comportamiento como miembro de un grupo social”. (Wikipedia)
 (2) En 1979 pude contratar a Cubana de Aviación desde los EE.UU., cuando desde Cimex y Havanatur montamos la más grande operación “charter” individual de ese país para el turismo comunitario, y los IL 62 hicieron el trayecto Habana-Miami-Habana cuando no existían relaciones diplomáticas con ese país. Entonces fuimos capaces de hacerlo, pero ahora no.
 (3) Hay que decir al respecto que sí conocíamos la conclusión de Marx en el capítulo XXIV del Primer Tomo de El Capital que dice “Los expropiadores son expropiados”. Y extendimos esa condición del socialismo a todos los recursos naturales. Recuerdo que ya en octubre de 1959 me toco redactar a pedido del Che dos  leyes, una que estatizaba todos los recursos minerales y otra que estatizaba los yacimientos de hidrocarburos, y ambas se aprobaron ese mismo año.
(4) Contadores y abogados fueron enviados a talleres para la confección de artesanías para que hicieran un trabajo “útil”.
(5) En su discurso inaugural del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en diciembre de 1975, la autocrítica que hizo Fidel de la gestión del Gobierno durante los primeros años de socialismo fue implacable y lapidaria.
(6) Cuando las circunstancias obligaron a desarrollar el turismo internacional para poder sobrevivir después de la desaparición del campo socialista, los nuevos hoteles se construyeron en cayos apartados y hasta con sus propios aeropuertos internacionales, de hecho virtuales “campos de concentración” de turistas, para, a mi juicio, no contaminar a la sociedad cubana. En el puente, a la entrada de Varadero, se estableció “una frontera” controlada por la policía,  para que no pasaran cubanos que nada tenían que hacer en la Península de Hicacos. También se prohibió que cubanos entraran en hoteles para el turismo internacional. Pero fueron los propios turistas los que descubrieron la mayor atracción de Cuba: los cubanos y  su cultura, y han logrado que el desarrollo de la infraestructura turística se dirija precisamente hacia las ciudades y a sus habitantes. La Habana es ahora el mayor destino turístico cubano. Sol y playa hay en todo el Caribe, pero cubanos y cultura cubana solamente en Cuba.
(7) No quiero pensar en que la razón pueda ser para algunos: “En lo personal, ¿me convienen o no los cambios?”


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