Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

miércoles, 7 de marzo de 2018


DIEZ PELÍCULAS QUE ESTREMECIERON A CUBA
(Por Juan Antonio García Borrero, en su blog "CINE CUBANO, LA PUPILA INSOMNE")

Si dos individuos están siempre
de acuerdo en todo,
puedo asegurar que uno de los dos
piensa por ambos.
(Sigmund Freud)

La foto es de finales de marzo de 1959. O tal vez principios de abril. El ICAIC recién se había creado, y la instantánea recoge ese momento en que unos amigos, algunos familiares, y directivos del Instituto, acompañan a Titón al aeropuerto, quien partirá a Hollywood con la misión de comprar equipamiento técnico. Es una hermosa instantánea donde casi todo el mundo luce a su vez hermoso. En el extremo izquierdo aparece un elegante Alfredo Guevara, de traje y corbata. Al centro emerge Gutiérrez Alea, también de chaqueta, y un bigote que recuerda a galanes tipo Clark Gable. A su lado, de guayabera, Fausto Canel sonríe con toda la suntuosidad latina de su juventud. En el lateral derecho, se adivina medio rostro de Guillermo Cabrera Infante (entonces vicepresidente del ICAIC) enfundado en sus inconfundibles gafas negras de entonces.

Es una foto hermosa, que transmite una sensación de armonía muy acorde con el espíritu colectivo que la Revolución naciente se esforzaba por inyectarle a la nación. La presencia del barbudo del Ejército Rebelde (trabajador también del ICAIC) no desentona en el conjunto. Arte y política parecían haber encontrado ese raro tiempo común en el cual las vanguardias de ambas expresiones se reconocen idénticas en sus intereses más inmediatos. Todo es armónico en esa foto. Todavía nadie sospecha que en pocos meses las diferencias con los Estados Unidos provocarán conmociones de alcance internacional, y los equipos comprados carecerán de piezas de repuesto. Ese grupo de amigos tampoco sospecha que vivirán crisis internas que terminarán por anular afectos, marcar odios, o propiciar exilios en los cuales morirán algunos (Caín, por ejemplo) o levitarán de país en país otros (Fausto Canel). En esa foto aún las diferencias individuales se supeditaban a las ilusiones colectivas. Cabrera Infante aún no había desaparecido del todo, ya no de la foto, sino del espacio público, Titón no había renunciado al bigote estilo Clark Gable, y Guevara ni siquiera imaginaba su futura práctica de tirar despreocupadamente las chaquetas sobre sus hombros, dado su notorio desprecio a todo tipo de corbata.

Dicha foto me sirve para imaginar el inicio de esa manera inédita de organizar la vida que, desde hace algo más de cuatro décadas y media, ha marcado el acontecer cubano. La Revolución triunfante en 1959 marcó un punto de giro bien radical en el modo que hasta entonces se creía debía ser la convivencia social, pues lo que en un principio parecía la suma de un conjunto de ansiedades nacionalistas con diversas ideologías, muy pronto terminó adoptando el ideario socialista como doctrina oficial del Estado. Ese punto de giro contó con un innegable respaldo popular, no así con el visto bueno del gobierno de los Estados Unidos, que no tardó en hacer pública su animadversión en la misma medida que se profundizaba el proceso revolucionario.

La categórica oposición Habana/Washington cobró un imprevisto simbolismo mundial en medio de un contexto idóneo para convertir esta lucha en algo más que una simple escaramuza regional: estaba en pleno apogeo la llamada “Guerra Fría”, y Estados Unidos y la Unión Soviética pugnaban por obtener la hegemonía ideológica. La cercanía geográfica de la isla a lo que, más claro ni el agua, sigue representando en el imaginario público el poder más imponente que se conozca en los últimos cien años, levantó una oleada de simpatías a nivel mundial a favor de ese pequeño país, capaz de desafiar al imperio y proponerse un proyecto donde la independencia nacional y la justicia social se adivinaban como las grandes prioridades.

Sobre todo el período que va de 1959 a 1969 significó para la Revolución una etapa de adhesiones y defensas a ultranza por parte de una izquierda que encontró en ella un paradigma inmejorable para sus aspiraciones de siempre, además de percibirse como una alternativa posible al modelo “stalinista”. No importó que ya en 1961 el consenso de las principales fuerzas que propiciaron la derrota de Fulgencio Batista comenzara a quebrarse, luego que la heterogeneidad inicial del movimiento se viera afectada por la elección socialista: intelectuales del renombre de Jean Paul Sartre abrazaron la causa cubana de manera incondicional, y de paso contribuyeron a fomentar el temprano equívoco de que criticar los errores naturales que toda revolución acarrea implicaba darle armas al adversario.

Las conocidas “Palabras a los intelectuales” pronunciadas por Fidel en un momento histórico muy concreto pasaron a convertirse en la regla de oro de la política cultural del país. “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada” significó entonces mucho más que estimular la simple apología del régimen, y las mejores pruebas de ello están en todas esas obras literarias y cinematográficas que aún hacen pensar en una supuesta “década prodigiosa”, gracias a la diversidad de buenos resultados. Fue también un período donde se prorrogó una “cultura de la polémica” que tenía en Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Raúl Roa, Gastón Baquero, Juan Marinello o Virgilio Piñera notabilísimos antecedentes. De los sesenta pueden recordarse varios debates, pero con relación al cine siguen resultando paradigmáticos los protagonizados por Alfredo Guevara y Blas Roca, ambos representantes del ala comunista de la sociedad.

¿Cuándo comenzó a perderse en Cuba esa tradición de someter a la discusión pública problemas que en cualquier parte del mundo mantienen ocupados todo el año a un intelectual que se respete? ¿Cuándo comenzó a postergarse en nombre de un interés nacional y político ese conjunto de dudas que conforman la existencia de cualquier individuo? ¿Cuándo las reafirmaciones comenzaron a parecer más primordiales que las preguntas? Habría que remitir la decadencia de esa práctica especulativa hacia finales de los sesenta, coincidiendo con la muerte del Che en Bolivia y esa acometida ideológica que por entonces comenzaba a tejerse contra el gobierno de La Habana. Sobre ese período en el cual el hechizo colectivo mostrara sus primeras fisuras, llegaría a escribir con dolorosa lucidez Tomás Gutiérrez Alea:

(…) la Revolución ha dejado de ser ese hecho simple que un día nos vio en la calle agitando los brazos, desplegando banderas, gritando nuestros nombres y sintiendo que se confundían en uno solo. Ahora empieza a manifestarse, como la vida misma, en toda su complejidad. La nueva libertad se hace confusa, difícil de ejercer. Empiezan a confundirse las categorías. Las relaciones entre política y cultura son superficialmente amables, pero profundamente contradictorias. Aparecen los primeros actos de exorcismo, aunque no se llega a practicar ningún auto de fe. Hay escaramuzas que se resuelven en una tregua, en una especie de coexistencia pacífica. La transformación radical de un país subdesarrollado saca a la superficie otros problemas de más urgente solución. Los problemas de la cultura quedan en un segundo plano, lo cual no quiere decir que sean menos importantes: son menos urgentes. Y quizás más complejos. Es necesario darles un tiempo. [1]

Este libro intenta aproximarse a algunos de esos momentos en que las relaciones entre la política y la cultura en Cuba han mostrado sus más agudas diferencias, pero desde la perspectiva que ofrece el cine. Sin embargo, tampoco he querido ceñirme solo al cine, porque los debates que se han originado al calor de este, en realidad fueron síntomas de algo más complejo que exige un enfoque mucho más ambicioso.

De allí que me haya interesado en cada caso exponer la mayor cantidad de puntos de vista posibles (declaraciones de artistas, críticos, funcionarios, prensa oficial) en el intento de cultivar una mirada rashomonesca que tome en cuenta a la cinta en sí (o más bien “en mí”), pero también (orteguianamente hablando) sus circunstancias. O dicho de otro modo, tomar en cuenta el contexto histórico en que esa película se forja, destacando las diversas fuerzas presentes en la producción del hecho cultural. Aún así, queda claro que es imposible conseguir un repaso neutral. Ya el hecho mismo de distinguir solamente diez películas, excluyendo otras que en su momento también levantaron resquemores, deviene de por sí un gesto de alta subjetividad. Por tanto, me gustaría dejar en claro que no hay en la selección que conforma este decálogo de la polémica audiovisual en el país ningún interés canónico: es, me apresuro a destacarlo, el resultado de un criterio absolutamente personal, si bien ha sido obligatorio partir de unas cuantas evidencias, como es la recepción exaltada que han tenido cada una de estas películas.

En tal sentido, dicha selección no esconde su interés de ser rebatida, cuestionada, enriquecida. En realidad se hubiesen podido incluir veinte, treinta o cuarenta y dos películas. Pero diez me parecía una cifra prudente tomando en cuenta que la idea en cada caso era partir de un filme puntual, para promover una perspectiva de conjunto que permitiera examinar los períodos, conectar la producción cinematográfica con el resto de la producción cultural de la etapa, así como con el estado de cosas que a nivel internacional podía influir en las reacciones oficiales. Se trata de poner en práctica un tipo de crítica que se asome al contexto y no al filme en particular, siguiendo aquella recomendación realizada por Desiderio Navarro cuando abogaba por “la crítica literaria como crítica de la cultura literaria en su conjunto y no exclusivamente de las obras literarias”.

Las diez películas que conforman este decálogo personal son:

PM (1961) de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal.
Documental de apenas trece minutos, significó el primer desencuentro público de los intelectuales cubanos, y obligó a una reunión del gobierno revolucionario con los creadores más importantes del país, con el fin de definir la política cultural revolucionaria. A partir del discurso de Fidel conocido como “Palabras a los intelectuales”, la supresión del periódico “Lunes de Revolución” y la creación de la UNEAC, fueron sentadas las bases para esa política cultural que estableció el “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada” como el principio rector de toda la creación artística.

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO (1968) de Tomás Gutiérrez Alea.
Considerado el mejor filme cubano de todos los tiempos, en su momento de estreno no fue recibido de manera oficial con total beneplácito. El hecho de mostrar como protagonista a un burgués que ha decidido quedarse en Cuba y que observa críticamente el proceso revolucionario, no encajaba dentro del modelo de “realismo socialista” que los sectores más intransigentes de la sociedad intentaban establecer como paradigma para los artistas. El filme refleja de una manera magistral las inquietudes de ese período posterior a las “Palabras a los intelectuales”, y el hecho de que aún figure a la cabeza de las mejores películas cubanas de todos los tiempos, puede concedernos una idea de la energía creativa que los cineastas de aquel momento supieron extraer al contexto.

UN DÍA DE NOVIEMBRE (1972) de Humberto Solás
Fue realizada en 1972, y solo estrenada seis años después. Describe el examen que hace de sí mismo un revolucionario que de pronto descubre el padecimiento de una enfermedad que puede ser mortal. En la época de su realización la cultura cubana atravesaba por lo que hoy se conoce como el “pavonato”, un período donde la imaginación artística fue subordinada al encargo ideológico. Una película como esta, que en cierto sentido prolongaba la visión crítica de “Memorias del subdesarrollo”, parecía condenada a no exhibirse, y puede leerse como un síntoma inmejorable del sombrío estado de ánimo colectivo que por la fecha marcaba a la sociedad cubana. La postergación de su estreno coincidiendo con un momento donde no era conveniente promover la duda, nos habla de la tensa relación que siempre ha guardado el ICAIC con la vanguardia política del país.

DE CIERTA MANERA (1975) de Sara Gómez
Único largometraje dirigido en el ICAIC por una mujer, y el primero en aproximarse a un tema tabú en Cuba: la marginalidad. Sara Gómez murió cuando iba a iniciar el proceso de montaje, por lo que el filme fue terminado por Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea. Realizado dentro de ese período que Ambrosio Fornet nombrara “quinquenio gris”, ha logrado convertirse en uno de los filmes cubanos más estudiados en el mundo académico, debido al desenfado de su puesta en escena, y el punto de vista de vista defendido por una mujer (negra, para más señas).

RETRATO DE TERESA (1978) de Pastor Vega
Tal vez la película más polémica de toda la historia del cine cubano. Verdadero fenómeno de público a lo largo del país, se convirtió en objeto de debate no solo para críticos de cine, sino también para sicólogos, sociólogos y educadores. Aunque con anterioridad una película como “Lucía” había hablado del machismo y el nuevo rol de la mujer en la sociedad socialista, fue con esta cinta que se logró hacer partícipe a la población del debate. De las diez películas seleccionadas quizás sea la única que en buena ley merecería el calificativo de “polémica”, toda vez que quizás ha sido la única que provocó una discusión generalizada, dado que en su momento casi nadie se quedó sin decir algo de ella, ya fuera a favor o en contra.

CECILIA (1981) de Humberto Solás
Inspirada en el clásico literario “Cecilia Valdés”, escrita por Cirilo Villaverde en el siglo XIX, despertó los más enconados debates a su alrededor. Aunque el inicio de la polémica pareció partir de una insatisfacción de la crítica con el tratamiento fílmico que recibió el texto literario (para muchos un intocable), en realidad lo que se escondía detrás era una pugna de intereses políticos, que condujo a que Alfredo Guevara abandonase la presidencia del ICAIC a lo largo de diez años. “Cecilia” también se las arregló para poner en evidencia la crisis de los rígidos modelos marxistas de interpretación en boga entonces, promoviendo a largo plazo una crítica de nuevo corte, menos dogmática y más familiarizada con las nuevas conquistas teóricas del saber.

CONDUCTA IMPROPIA (1984) de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal
Documental realizado en la diáspora, y que aborda la represión sufrida por los homosexuales en la Cuba revolucionaria, con especial énfasis en la creación de la UMAP en la década de los sesenta. El filme desató una polémica bastante agria entre el director Néstor Almendros y Tomás Gutiérrez Alea, que a su vez significó que ambos rompieran la amistad que mantenían. Tal vez de las diez películas sea esta la que más desacuerdos genere sobre todo entre colegas, en tanto el criterio de nacionalidad tal como suelen utilizarlo los críticos de cine se verá seriamente afectado por el origen del capital que lo hizo posible (se trata de una producción francesa). Por otro lado, tratándose de una cinta realizada en el exilio, que no ha sido exhibida en el territorio nacional debido al carácter intensamente anticastrista de su contenido, podría alegarse que su impacto dentro de la isla ha sido mínimo. Sin embargo, la áspera polémica que mantuvieran Tomás Gutiérrez Alea y Néstor Almendros fue bastante publicitada incluso en Cuba, y de hecho, al estrenarse casi una década después Fresa y chocolate (1993), Titón admitiría que de algún modo su filme prolongaba el debate con el famoso director de fotografía.

ALICIA EN EL PUEBLO DE MARAVILLAS (1991) de Daniel Díaz Torres. 
Filmada a finales del llamado “proceso de rectificación de errores” convocado por el gobierno revolucionario, fue estrenada un poco después que se desplomara por completo el “socialismo real europeo”. La película fue objeto de la satanización ideológica de todos los medios de comunicación controlados en la isla por el gobierno, y determinó el regreso de Alfredo Guevara a la presidencia del ICAIC. Con Alicia en el pueblo de Maravillas no solo podemos asistir a una de las maniobras de descalificación ideológica más torpes que se hayan podido ensayar en Cuba contra un filme, sino también a un período del cine cubano donde se profundiza en el camino estético iniciado por Papeles secundarios (1989), de Orlando Rojas.

GUANTANAMERA (1995) de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. 
Último filme de Titón, que aunque obtuvo un gran éxito de público, fue más bien anulado por la crítica nacional. Sin embargo, la cinta fue resucitada dos años después, cuando en un discurso televisado Fidel la atacara acusándola de “contrarrevolucionaria”, lo cual desató una nueva oleada de polémicas en el seno intelectual.

SUITE HABANA (2003) de Fernando Pérez. 
Una de las películas más renovadoras del cine cubano, no solo en el plano temático, sino narrativo. Se trata de un documental que prescinde de las clásicas entrevistas, y que apoyándose fundamentalmente en el montaje (apenas hay diálogos) nos cuenta la historia de un grupo de habaneros a lo largo de un día. Todo un homenaje a la ciudad, pero también al cine, que se convertiría desde bien temprano en un hito que aún no ha agotado sus posibilidades de lecturas múltiples.

No han sido estas, desde luego, las únicas cintas que han provocado polémicas más o menos visibles. Pienso que igual hubiesen podido estar Las aventuras de Juan Quinquin (1967) de Julio García Espinosa, Coffea Arábiga (1968) de Nicolás Guillén Landrián, El otro Francisco (1973) y Techo de vidrio (1981), ambas de Sergio Giral, Lejanía (1983) de Jesús Díaz, Te llamarás Inocencia (1986) de Teresa Ordoqui, Ecos (1987) de Tomás Piard, El encanto del regreso (1988) de Emilio Oscar Alcalde, Papeles secundarios (1989) de Orlando Rojas, El fanguito (1990) de Jorge Luis Sánchez, Melodrama (1992) de Rolando Díaz, Pon tu pensamiento en mí (1995) de Arturo Sotto, La vida es silbar (1998) de Fernando Pérez, Molina’s Culpa (1999) de Jorge Molina, Video de familia (2002) de Humberto Padrón, Utopía (2004) de Arturo Infante, y Monte Rouge (2004) de Eduardo del Llano, por mencionar otras que han sobresaltado la opinión pública del país. Aunque habría que preguntarse hasta qué punto sea razonable decir “el país”. Casi todas estas cintas (exceptuando a Retrato de Teresa y Alicia en el pueblo de Maravillas) han resultado discutidas en el seno de una institución, o por el grupo de críticos y funcionarios que la exalta o descalifica. Pero el cubano de a pie a veces ni se entera de su existencia, y mucho menos de las decisiones partidistas que determinan la estrategia de exhibición o censura de esos filmes.

Vale admitir, pues, que las razones para que estas películas se hayan convertido en sucesos polémicos, la mayoría de las veces ha respondido a circunstancias ideológicas, y muy pocas a lo que en el plano estético implicarían el desafío. Y es que en realidad en contadas ocasiones se han intentado en el país operaciones artísticas que propongan rupturas radicales con el modelo de representación hegemónico. Todavía está por verse una película que se plantee la trasgresión como mismo se la proyectaron en su momento Luis Buñuel (Viridiana/ 1961); Pier Paolo Pasolini (Los 120 días de Sodoma/ 1975), Nagisa Oshima (El imperio de los sentidos/ 1976) o Martin Scorsese (La última tentación de Cristo/ 1988), si bien han sido abundantes los experimentos e irreverencias con el canon dominante (pensemos en Las aventuras de Juan Quinquin/ 1967, o Son o no son/ 1980, ambas de Julio García Espinosa).

Oscar Wilde decía que el único deber que tenemos con la Historia es escribirla otra vez. No creo que en el caso del cine cubano sea necesario borrar de la memoria la que ya conocemos. En todo caso lo que se impone es escribirla mejor. Y eso únicamente se logra accediendo a todas las fuentes posibles, pues por cine cubano tendríamos que entender a la producción del ICAIC, pero también lo que fue realizado al margen de esta institución, o en contra del discurso fílmico legitimado allí.

Como quiera que el libro también propone una reflexión crítica sobre el modo en que hasta ahora se ha historiado el hecho cinematográfico en Cuba, me he animado a conformar una primera parte con consideraciones generales sobre este oficio. Siguiendo con la tesis de que para entender la complejidad de aquello que sucede en la nación es preciso apelar a la mirada holística, considero que el alcance de esa mirada debe llevarnos a someter a una rigurosa fiscalización epistemológica los cimientos de esa nueva Historia del cine cubano que queremos construir. En otras palabras, que no basta con incluir nuevos hechos y fuentes, sino que es preciso estudiar el modo en que el investigador va a utilizar esos elementos, indagando en los por qué más profundos que explican el sentido de las elecciones que hacemos. Como recomendaba Edward Carr, “antes de ponerse a estudiar la historia, es aconsejable estudiar al historiador”.

Un analista riguroso sabe que su misión no es estar atento solo a la versión que de los hechos puedan ofrecer los vencedores, sino complementar con la visión de los vencidos esa odisea colectiva que ambas partes han padecido. Pero no basta con compilar las declaraciones que esas partes alguna vez han expresado, sino que también es preciso explorar qué es lo que han pensado aquellos que no figuran como oradores en el drama. Estudiar no solo lo que se expresa, sino también lo que se piensa y no se dice, pues el silencio, como sugiere “Suite Habana” (una de nuestras diez películas), es otro modo de decir cosas.

Supongamos que sea cierto que la “Historia” como tal no existe; que solo existen los historiadores. Confirmado lo anterior, por lo menos deberíamos cuidarnos de la ingenuidad de creer que la pertenencia a unos de los grupos en conflicto ya define el carácter moral de lo que se relata. La “Historia” (o eso que por convención hemos terminado llamando así) no sería jamás esa película de buenos y malos donde se sabe de antemano por qué es que se hacen las cosas, y cuál será el desenlace.

Por “Historia” entenderíamos siempre algo más complejo que combina de manera espectacular lo íntimo con lo público, la grandeza con la miseria, el entusiasmo con el resentimiento, la valentía con el miedo. De escribirse una historia del cine cubano que viva atenta a todos estos matices, estaríamos accediendo a una historia más humana, más de nosotros. Eso, de alguna manera, es lo que intenta este libro.