Viaje a la Luna

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Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

miércoles, 11 de septiembre de 2019


MACRISMO Y STALINISMO
(Por Ricardo Aronskind, “El Cohete a la Luna”)



La última creación literaria del aparato comunicacional macrista está diseñada para mostrar a la fallida gestión de Cambiemos como una verdadera gesta estratégica, en la cual se siguió un camino muy bien trazado de objetivos materiales destinados a sentar las bases del progreso argentino.

El esfuerzo gubernamental habría sido tan extraordinario, y su concentración en las grandes tareas de cimentar el crecimiento tan obsesiva, que de pronto dejó detrás de sí, o no prestó suficiente atención, a lo que pasaba con los seres humanos que habitaban el territorio donde se estaba verificando tan extraordinaria transformación.

Repasemos algunas declaraciones oficiales en esa dirección.

El ex presidente Pinedo señaló: “Perdimos porque no nos ocupamos del día a día y de la gente que nos decía ‘no llego, necesito otra cosa’”.

El propio Presidente Macri señaló en numerosas oportunidades: “Con sacrificio pusimos los cimientos para crecer. Vamos a lograrlo juntos”.

¿Qué sería poner los cimientos?

En general la argumentación macrista trabaja más con impresiones que con conceptos precisos. Está pensada para grandes franjas poblacionales y apela a imágenes ya existentes en el imaginario colectivo. El argumento de que se pusieron los cimientos del progreso, debe ser rastreado según otras publicidades que hace Cambiemos, para sacarlo del ámbito metafísico y colocarlo entre las cosas discernibles.

De diversas declaraciones que han hecho economistas y políticos pertenecientes al espacio de Cambiemos, se deduce que lo que ellos llaman “los cimientos” se puede desglosar en:

Haber cambiado los precios relativos de la economía, restableciendo la rentabilidad adecuada para que se verifique la inversión privada.

 Ahora, luego del ajuste obligado por el FMI, haber eliminado el déficit fiscal primario.

 Ahora, luego del ajuste obligado por el FMI, haber obtenido superávit comercial
 Haber creado lazos estrechos con las principales potencias de Occidente, uno de cuyos “logros” principales sería el pre-acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

Haber hecho obra pública, desde cloacas, hasta obras viales, desarrollo de la energía eólica, etc.

Haber restablecido la reputación de Argentina como país amigo de “los mercados”, lo que constituye una señal de confianza que funcionará como atractor de inversiones externas.

Cuando se analiza uno por uno los “cimientos” que dice haber colocado Cambiemos, los resultados permiten entender aún mejor los resultados de las PASO. 

El cambio de precios relativos efectivamente existió, contra los ingresos de la mayoría de la población (salarios, jubilaciones y otras transferencias) y a favor de diversos actores empresariales (agro, minería, extracción de gas y petróleo, transporte de energía, bancos). El aumento de la rentabilidad en todos estos sectores ha tenido poca correlación con un vigoroso proceso inversor, siendo fundamentalmente una transferencia de ingresos que abultó ganancias sectoriales más que un detonador de un proceso de inversión genuino. Sólo en Vaca Muerta se observó un avance, pero que ya había comenzado durante el gobierno anterior. El derrumbe del mercado interno y la severísima contracción económica en marcha son consecuencia necesaria del cambio de precios relativos tal cual fue diseñado por el gobierno. Un clima económicamente desértico no es el más adecuado para promover inversiones.

Cambiemos financió el déficit fiscal con endeudamiento público desorbitado, hasta que el corte del crédito privado los obligó a acudir al FMI, que a su vez los obligó a un recorte drástico, como el que estamos viviendo en este año. No es un equilibrio fiscal sensato, basado en eliminar gastos innecesarios y recaudar impuestos como corresponde, sino un recorte brutal en una serie de actividades de suma importancia pública (gasto social, infraestructura). Pero sería falso decir que Cambiemos resolvió –aunque sea malamente— el problema fiscal. La verdad es que generó un drenaje fiscal en materia de los crecientes pagos de intereses de la deuda pública interna y externa, que tiende a superar la magnitud del déficit anterior.

El logro de superávit comercial actual se debe exclusivamente a la contracción grave de la actividad económica interna. Poco y nada se hizo en materia de incrementar exportaciones, diversificarlas y conquistar nuevos mercados. La obsesión a esta altura ridícula por Europa y Estados Unidos –ambos espacios económicos con urgencias exportadoras— lleva a este gobierno fuertemente ideologizado a dejar de ver el resto del planeta, que es a donde debe apuntar la Argentina para diversificar sus mercados de destino. Ni supermercado del mundo, ni Australia: esas imágenes que sugerían un supuesto pensamiento estratégico sobre el destino nacional, fueron apenas otros slogans para encandilar incautos. El mundo de Cambiemos (Occidente) no nos está esperando para comprarnos nuestros productos, sino para colocar los de ellos. Y además los pronósticos de próxima recesión en las economías atlánticas se multiplican. Para colmo, el actual superávit comercial no alcanza en absoluto para pagar los compromisos externos adquiridos por la actual gestión.

Ya hemos señalado que el pre-acuerdo firmado con la UE es ruinoso para la producción nacional, está hecho a medida de las necesidades de los europeos, y que sólo dos gobernantes con una mentalidad profundamente satelital de los mercados (Macri y Bolsonaro) pueden aprobar lo que será un negocio para un puñado reducido de intereses locales, a costa de la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo. Más que sentar las bases de un futuro de crecimiento y prosperidad, se pone en marcha una trituradora de empresas locales y de empleos, que será muy bien visto por las corporaciones europeas.

En los primeros dos años Cambiemos hizo obras públicas, que de todas formas no llegaron a la magnitud desplegada durante el período kirchnerista, que hizo un gran tarea de extensión de la red de agua potable y saneamiento, no superada por Cambiemos. Con la caída en manos del FMI de la política económica, la obra pública cayó en más de un 40% y se paralizaron los discutibles programas públicos y privados (PPP), arrastrados por incertidumbre financiera en la que el gobierno metió a la Argentina. En la Ciudad de Buenos Aires, aquejada por severos problemas de transporte público, apenas se construyeron 3 estaciones de subte, mientras se pavimentan calles ya pavimentadas. De todas formas, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta el ideologismo neoliberal que atraviesa al gobierno, se careció de un plan nacional que apunte a un conjunto de objetivos estratégicos, que permitan “poner los cimientos” del crecimiento en serio.

No estamos al tanto sobre cuáles serán los comentarios que hacen los financistas globales cuando hablan entre ellos de la Argentina. Lo que sí sabemos es que nuestro país ha constituido en este tiempo un extraordinario negocio financiero, de aquellos que no se consiguen en el resto del mundo. Si bien los comentarios iniciales de la prensa conservadora internacional fueron sesgadamente favorables al gobierno macrista, con el pasar del tiempo se hizo inocultable la pésima gestión económica, que terminó de develarse ampliamente al firmarse los pedidos de ingentes sumas al FMI, los waivers, el default de deuda interna en pesos y el restablecimiento de los controles cambiarios. Hoy no hay prestigio, ni reputación de seriedad, sino burla y desprecio en la prensa económica internacional. El argumento macrista de la pesada herencia o de la amenaza populista futura no alcanzan en el exterior para tapar la pésima gestión. En cuanto a la inversión extranjera directa (IED), que es la única que genera riqueza, o sea la que podría ayudar a cimentar el crecimiento futuro, “te la debo”.

El modelo soviético

Revisemos por un momento un proceso histórico donde se sentaron en serio los cimientos del progreso material, descuidando en forma ostensible el nivel de vida de la población.
Si hay un paradigma en la historia en el cual se priorizaron una serie de metas materiales de largo plazo, dejando en un segundo plano durante décadas una mejora en la calidad de vida de la población, fue el caso de la URSS.

Recordemos que en el momento en que los bolcheviques tomaron el poder, el Imperio Zarista era un vasto territorio, con una enorme población campesina paupérrima, y un muy reducido desarrollo industrial. Rusia era mirada desde Europa Occidental con desdén, por su atraso tanto material como cultural. Era el equivalente a un muy atrasado y subdesarrollado país latinoamericano. Los comunistas empezaron a gobernar un país destruido por la Primera Guerra continuada por una brutal guerra civil. Luego de diversas peripecias, el dictador Stalin decretó en 1928 la colectivización forzada de la tierra. A partir de ese momento se comenzaron a aplicar sucesivos planes quinquenales dirigidos a sentar las bases de la industrialización acelerada de la Unión Soviética. El estado soviético tenía por delante dos desafíos enormes: mostrar que el socialismo podía generar tanta o más riqueza que el capitalismo, y crear las condiciones para la autodefensa nacional, ya que la URSS era un experimento económico aislado y hostilizado por las grandes potencias occidentales.

Sin la posibilidad de participación efectiva por las características represivas del régimen, la población debió afrontar resignadamente las enormes penurias que conllevó ese gigantesco proceso de transformación de la industria y de la atrasada o inexistente infraestructura rusa. Si bien las cuestiones elementales estaban garantizadas (el alimento, la educación básica, la salud), el nivel de vida fue muy bajo durante un largo periodo. Los planes quinquenales se sucedieron, y al momento de sufrir el ataque de Alemania, la segunda potencia industrial capitalista del planeta, en 1941 la URSS no sólo fue capaz de aguantar materialmente el embate nazi, sino que en plena guerra continuó desarrollando una descomunal capacidad industrial-militar, que superó durante el conflicto al notable potencial alemán. La historia posterior a la segunda guerra mundial es conocida: la URSS será, hasta su disolución, la segunda potencia económica del planeta, con avances notables en el desarrollo aeroespacial y militar. Recién en los años ’60 y ’70 empezó una paulatina mejora en las condiciones de vida de la población, dado que los sucesivos gobernantes empezaron a dar una importancia mayor al consumo masivo. En síntesis: en ese experimento histórico, con indudables penurias materiales para la población, la planificación económica y la industrialización acelerada crearon las bases de un país mucho más desarrollado y moderno que el que encontraron los revolucionarios en 1917. Si bien nunca lo dijo de esta forma, Stalin podría haber dicho legítimamente que “se estaban poniendo los cimientos para el futuro bienestar”. En ese camino, más de una generación de soviéticos no pudo disfrutar de despliegue material que efectivamente estaba ocurriendo en su país.

La comparación

La ocurrente publicidad macrista, que no se rinde ni aún vencida, intenta instalar que ha existido un notable progreso, invisible a los ojos de los mortales, que aún no le ha llegado a la población, y que si bien no nos damos cuenta del todo, en estos años se “sentaron las bases” para el progreso.

Hemos tratado de mostrar como no sólo no se “pusieron los cimientos”, sino que, con el endeudamiento externo enorme y los pactos internacionales destinados a atar de manos a futuros gobiernos, se apunta a erosionar la posibilidad de que alguien pueda poner realmente los famosos cimientos del desarrollo.

Ni la experiencia soviética, ni la macrista, pueden ser puestas a esta altura como modelos o paradigmas socialmente deseables. Pero aun así, es interesante observar las diferencias: Rusia arrancó su experiencia desde un nivel bajísimo de vida, lo mejoró muy lentamente durante décadas, pero utilizó el gran excedente productivo en la inversión sistemática en la industria pesada, en represas, ferrocarriles, maquinaria agrícola y desarrollo científico. Sólo así se puede explicar el tránsito de un país miserable a una superpotencia mundial.

En el caso de Cambiemos, como ya está ampliamente demostrado, la inversión productiva no tuvo ningún papel significativo. Por el contrario, el fenómeno económico más asombroso de estos cuatro años es la pavorosa fuga de capitales, que en términos de crecimiento representa el despilfarro más extremo de recursos producidos por nuestra economía: la evaporación de los fondos que necesitamos para la inversión y el desarrollo, para la mejora económica y social. Los estudiosos de la historia económica de la URSS no han dejado de señalar los numerosos problemas de la economía soviética causados por las ineficiencias, los despilfarros, los errores de la planificación, o la falta de motivación de la población para cumplir con los planes gubernamentales. Pero esa sinfonía desafinada se hacía sobre una melodía correcta: la inversión productiva constante y sistemática y la promoción de la investigación científica.

En nuestro caso, ni las propias firmas multinacionales vieron con interés el participar en un experimento tan endeble, inconsistente y de patas cortas como el de Cambiemos. Una cosa es que falten cimientos productivos, otra es hundir dinero en una ciénaga.

La gestión que se termina no sólo no puede hablar de cimientos construidos, sino que debería pedir perdón a la sociedad por haber provocado un extendido y profundo sufrimiento social cuya única contrapartida fue la generación de negocios puntuales para una minoría, y la creación de una deuda externa que fugaron algunos, pero que pagaremos los demás, a costa de nuestro bienestar.
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