Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

miércoles, 20 de mayo de 2020



Aterrador: la fuga de capitales durante la era Macri superó los 86 mil millones de dólares
(En “El Destape”)


La fuga de capitales entre 2015 y 2019 superó los US$ 86.000 millones y más de la mitad de ese dinero se concentró en el 1% de las empresas y personas humanas que compraron dólares en ese período, según un informe realizado por el Banco Central de la República Argentina (BCRA) a pedido del Poder Ejecutivo Nacional.

Quiénes fueron:

Puntualmente, el 1% de las empresas que resultaron compradoras netas de dólares adquirió US$ 41.124 millones en concepto de formación de activos externos y, en el caso de las personas humanas, tan sólo el 1% de los compradores acumuló US$ 16.200 millones en compras netas durante el período, un total combinado de US$ 57.324 millones.

En cuando a la dinámica en la que ocurrió esto, la entidad que conduce Miguel Pesce expuso que durante los últimos cuatro años "la fuga de capitales se triplicó" y hubo "una notable concentración en unos pocos actores económicos".

"Un reducido grupo de 100 agentes realizó compras netas por US$ 24.679 millones mientras que los 10 principales compradores explican compras netas por US$ 7.945 millones", indicó el Central.  En total, la cantidad de personas humanas que compraron divisas en este período fue de 6.693.065 y el las personas jurídicas alcanzaron la cifra de 85.279.

"El incremento de la formación de activos en el exterior de los residentes fue el resultado de un profundo cambio de paradigma impuesto por la política cambiaria, monetaria y de endeudamiento tendientes a una desregulación de los mercados que impulsó el gobierno de Mauricio Macri", aseguró la autoridad monetaria.

Y agregó: "La sumatoria de estas medidas provocó una grave crisis que afectó a la economía del país y que se tradujo en menor crecimiento e inversión, mayor desempleo y un deterioro en la distribución del ingreso".

Según el BCRA, hubo dos etapas en la dinámica de movimientos de capitales durante el período 2015-2019, la primera de ellas que se extendió hasta comienzos de 2018 y se caracterizó por un fuerte ingreso de divisas y otra inmediatamente posterior en la que se invirtió el flujo de dinero

En la primera, ocho de cada diez dólares que ingresaron al país tuvieron su origen en "colocación de deuda y capitales especulativos" y la formación de activos externos de los residentes alcanzó los US$ 41.100 millones. "El ingreso de divisas por deuda pública, privada e inversiones especulativas de portafolio sumaron US$ 100.000 millones en el período", aseguró el Central.

Sin embargo, "con la reversión de los flujos de capitales a principios de 2018, las autoridades decidieron recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI), que desembolsó un préstamo récord de US$ 44.500 millones", lo que no impidió que esta etapa se acelerara la salida de capitales y, a partir de mayo de 2018, alcanzara los US$ 45.100 millones.



…Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda…
(Jorge Luis Borges, “El milagro secreto”)

PASO

Ya estoy grande para esto
rozar tus labios
rubricarme tu carne
con espátulas de amar
mi figura se etérea
en un vacío frío
"la penumbra, la simetría, los espejos,
los muchos años,
mi desconocimiento,
la soledad"
han hecho de mi
el azar









DISCURSOS DE ODIO
(Por Ernesto Estévez Rams en el blog de Iroel Sanchez, “La Pupila Insomne”)




 1) Por las enseñanzas de la ciencia, la religión y la democracia, la familia humana está compuesta de diferentes géneros, distinguidos en su sexo y otras peculiaridades físicas y mentales, le sigue que debe haber distinción en derechos sociales y políticos, correspondientes a estas diferencias sociales y sicológicas.

“2) Las doctrinas de la hermandad humana deben ser aceptada, y ello implica la igualdad de todos aquellos que Dios ha creado iguales, y la desigualdad de todo aquellos que ha creado desiguales.

“3) La solución a la homosexualidad en este país no se alcanzará hasta que la opinión pública sancione universalmente como inválido el matrimonio homosexual.

“4) Que, tal como el homosexual no debe ser exterminado ni expulsado del país, y a todos los propósitos sabios ha sido puesto lado a lado con el heterosexual, deben no obstante haber leyes severas para condenar las relaciones sexuales entre personas de un mismo sexo.

“5) Las adopciones por homesexuales, es un daño a la posibilidad de progenie, produce hijos débiles, de carácter ambiguo, que rápidamente degeneran como prueba la historia de todas las naciones, desde Egipto hasta el día de hoy.”

El texto es tomado de un panfleto de 1864 escrito en el sur de EE.UU, pero, para ser fiel al original, donde quiera que se refiera a homosexual ponga negro, donde dice heterosexual ponga blanco, si dice genero lea raza, y cuando se haga referencia al matrimonio homosexual, ponga matrimonio interracial.

Los discursos de odio, siempre son iguales, en todas las épocas, en todas las geografía. Atacan al otro por no ser como uno y se dibujan como victimas de una amenaza inexistente.

Luchar por los derechos de otros, es luchar por los derechos de uno. Para eso hicimos una Revolución, para conquistar toda la justicia. Toda. Para todos. Sin excepciones. Seamos revolucionarios, hasta las últimas consecuencias.



Como aficionado a la filosofía, diría que ese nanopoder del capitalismo hace que sudemos por los poros con sus conceptos, y andemos por tanto, haciendo malabares oliendo la pestilencia de la oferta del día en su supermercado, de ahí la filosofía de algunos, pero no es privativo del capitalismo, tardamos mucho tiempo también en darnos cuenta por frases repetidas de manuales, si la propiedad privada en pequeña escala era compatible o no con el socialismo, y como complemento de la propiedad estatal fundamental. Creo que para la inmensa mayoría sería bueno traer a Marx a nuestros días, sin la regla canónica de seguir al pie de la letra sus investigaciones sino “deconstruyendo” sus ideas, nos llevaríamos la sorpresa de saber que la propiedad privada industrial a la que hacía referencia Marx, no lleva la voz cantante en nuestra época, con lo cual no sería tan fácil la simple expropiación de la propiedad privada “industrial” por parte del proletariado para comenzar andar una nueva sociedad. Marx nos dio los fósforos en medio de la cueva, (no poca cosa), pero nunca nos dijo como seguir si alguna vez salíamos de ella. 

EL MARXISMO Y LA PROPIEDAD PRIVADA. ¿HAY UNA NUEVA PROPIEDAD PRIVADA?

Dedico este trabajo a Silvio Schachter, instigador de este ilícito con cierto comentario sobre alguna de estas hipótesis.

Importancia del tema

Sospecho que la propiedad privada clásica, es decir el derecho que se puede hacer valer contra todos, incluido el Estado, de usar, percibir los frutos y disponer, y aun destruir una cosa, ha quedado socialmente relegado, entre otros a un sector no irrelevante de pobres. Quiero decir que la gran propiedad privada aprovecha a un sector restringido, ha cambiado y hasta eliminado alguno de sus caracteres, y éstos influyen sobre las anteriores y, ahora, subordinadas formas de propiedad. Del mismo modo que algunas formas precapitalistas subsistieron subordinadas al modo de producción y apropiación capitalista.


Para cualquier marxista está claro que no es lo mismo la propiedad privada de los medios de producción que la de cualquier objeto de consumo y que la de la fuerza de trabajo, aunque todas puedan definirse como en el primer párrafo.
De modo que no se trata, solamente, de que han existido distintas formas de propiedad, por ejemplo comunal, tribal, esclavista, feudal, sino que conforme sea el carácter y las funciones de los bienes, la propia propiedad privada admite distinciones.
La cuestión de la propiedad en general y de la propiedad privada, en particular, no sólo constituye el problema clave de la teorética marxista y la historia humana, sino del funcionamiento de toda la sociedad. No se trata de una cuestión meramente jurídica ni “superestructural”, es el motor y, a la vez, el efecto de la dominación.
Sin embargo su problemática no es sometida a crítica en el conjunto de las ciencias sociales actuales, situación que no parece incoherente en relación a la ideología dominante. Lo preocupante es que no lo hacen tampoco, sino en la superficie de las contradicciones, los que se asumen como cientistas de las clases dominadas o subordinadas. 
La crítica práctica es llevada a cabo por las propias crisis del sistema de dominación y apropiación, por un lado y, por otro, por los sectores vinculados a los desarrollos de la inteligencia artificial, en particular los hackers. Otra crítica práctica la llevan a cargo aquéllos, por lo general jóvenes, que se apropian de las redes para difundir su cultura y hasta para organizar movilizaciones de opinión y de personas. Asunto que preocupa a no pocos gobiernos.
Creo que la cuestión reside también en investigar que es la propiedad privada hoy o, si se quiere, a qué nos referimos cuando hablamos de propiedad privada.
Para ello, a veces, es bueno comenzar por plumerear algunos viejos buenos libros. No para hallar recetas ni citas canónicas, sino algunos términos del problema. Para que Marx afirmara aquello de que desde la anatomía del hombre se entiende la del simio, respecto a El capital, debió antes comprobar en el British Museum que la economía no había hecho demasiado progreso de Adam Smith y David Ricardo. Pero además porque Londres era para él “la magnífica plataforma para observar la sociedad burguesa”, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar[1]. Observar lo más desarrollado e indagar “escrupulosamente”, al decir de su amigo Engels, los economistas clásicos.
Me parece que si intentamos abolir la propiedad privada, generar otro tipo de propiedad, socialista o como se quiera llamar, pero distinta de la propiedad privada capitalista, debemos al menos intentar indagar cuál es ésta. Me parece que alguna carencia de ello ha habido en el gran intento revolucionario del siglo pasado. Pero, además, tal indagación puede coadyuvar a precisar el significado de expresiones tales como “socialismo del siglo XXI”, promovida por algunos líderes, o calificativos tales como “capitalismo de estado” aplicados, por algunos críticos, a China o Corea.

Lectura de La ideología alemana

Propongo situarnos en La ideología alemana[2], un texto clásico, finalizado en Bruselas en agosto de 1846, poco antes de la redacción del Manifiesto y bastante tiempo oculto.
Tratan los autores, de la propiedad, en el Capítulo I, dedicado a Feuerbach, punto B. sugestivamente titulado La base real de la ideología, parágrafo 2. La relación entre el Estado y el derecho y la propiedad[3].
La primera forma de la propiedad, dicen, es la propiedad tribual. Esta se desarrolla en varias etapas: “Propiedad feudal de la tierra, propiedad mobiliaria corporativa, capital manufacturero – hasta llegar al capital moderno, condicionado por la gran industria […] a la propiedad privada pura que se ha despojado ya de toda apariencia de comunidad y ha eliminado toda influencia del Estado sobre el desarrollo de la propiedad. A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno, paulatinamente comprado […] por los propietarios privados, entregado completamente a éstos por el sistema de la deuda pública […]”.  
Vale decir, la propiedad privada pura es la que corresponde al capitalismo industrial, pero la propiedad mobiliaria y la del capital manufacturero también es propiedad privada, sólo que su desarrollo está influido aun por el Estado, no el Estado moderno sino el Estado estamental.
“La burguesía –continúan– por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a organizarse en un plano nacional […] y dar a su interés medio una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella, pero no es tampoco más que la forma de organización que se da necesariamente los burgueses […] para la mutua garantía de su propiedad.”
Sostienen los autores que los escritores de los estados, ya por entonces modernos, como Francia, Inglaterra y Norteamérica, “se manifiestan en el sentido de que el Estado sólo existe en función de la propiedad privada, lo que, a fuerza de repetirse, se ha incorporado ya a la conciencia habitual”. Diríamos hoy que la idea de que el Estado sólo existe en función de la propiedad privada y no de la comunidad había devenido, precisamente, ideología.
El Estado es entonces, para los autores, una forma organizativa de garantía mutua de los intereses comunes de los propietarios capitalistas. Por lo tanto sólo a través de la mediación del Estado todas las instituciones “adquieren a través de él una forma política”.
“De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la voluntad libre. Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley.”
Es decir, el hecho de que los propietarios capitalistas organicen necesariamente la garantía mutua de su propiedad e intereses bajo la forma específica, separada, de Estado, genera la idea de que éste es una creación voluntaria, libre. Y, dado que todo aparece así mediado por el Estado, toda relación entre privados (el derecho, los contratos) aparece como ley del Estado. Esta es la ideología, es decir la ilusión “desgajada de su base real”, o sea de las relaciones de producción capitalistas, la propiedad privada capitalista industrial.
“El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la voluntad general. El mismo ius utendi et abutendi expresa, de una parte, el hecho de que la propiedad privada ya no guarda relación con la comunidad y, de otra parte, la ilusión de que la misma propiedad privada descansa sobre la mera voluntad privada, como el derecho a disponer arbitrariamente de la cosa.”
Está claro acá que la propiedad privada como el derecho a disponer arbitrariamente de la cosa, es decir, la definición con la que comencé este escrito, es una ilusión, una ideología correspondiente a la forma pura de la propiedad condicionada por la gran industria, no a cualquier otra forma de la propiedad privada. Esta forma pura, que yo llamé clásica, corresponde al Estado moderno, a la forma de organización destinada a la mutua garantía de los propietarios capitalistas. Sin ese Estado, que hace aparecer a la propiedad privada como originada en la ley y no en las relaciones sociales económicas, la propiedad privada no sería legal. Pero tampoco ilegal, el delito existe sólo si hay una norma que lo sancione.
“En la práctica –continúa el texto– el abuti [el derecho de disponer, enajenar[4]] tropieza con limitaciones económicas muy determinadas y concretas para el propietario privado, si no quiere que su propiedad, y con ella su ius abutendi [el poder de disponer], pasen a otras manos, puesto que la cosa no es tal cosa simplemente en relación a la voluntad, sino que solamente se convierte en verdadera propiedad en el comercio e independientemente del derecho a una cosa […].”
Dicho de otra manera: yo puedo ostentar el título de propietario privado de un bien, tener incluso su posesión, pero no depende de mi voluntad que pueda ejercer el derecho de disponer de ese bien si, por ejemplo, nadie está dispuesto a comprarla: el derecho de propiedad “solamente se convierte en verdadera propiedad en el comercio”.
Sigue el texto: “Solamente allí se convierte en una relación, en lo que los filósofos llaman una idea”. Marx y Engels se refieren a los filósofos alemanes que están criticando. Marx inserta allí una glosa al margen: “Relación, para los filósofos=idea. Ellos sólo conocen la relación ‘del hombre’ consigo mismo, razón por la cual todas las relaciones reales se truecan, para ellos, en ideas”.  
Vale decir, para la filosofía alemana, o sea, la ideología, la propiedad privada es una relación de voluntad (la facultad o el poder de disponer libremente de una cosa), una vez más tal como la definición inicial. Pero ello no es más que la “idea” en que se ha trocado una relación real cuando ésta tiene lugar efectivamente en el comercio. No obstante, aunque ello no llegase a ocurrir efectivamente, es decir, la cosa no se vendiera, en la idea de los filósofos, es decir la ideología, la propiedad privada subsistiría como la libertad de disponer de la cosa.
“Esta ilusión jurídica, que reduce el derecho a mera voluntad, conduce, necesariamente, en el desarrollo ulterior de las relaciones de propiedad, al resultado de que una persona puede ostentar el título jurídico a una cosa, sin llegar a tener realmente ésta. Así, por ejemplo, si la competencia suprime la renta de una finca, el propietario conservará, sin duda alguna el título jurídico de propiedad, y con él el correspondiente jus utendi et abutendi, Pero, nada podrá hacer con él ni poseerá nada en cuanto propietario de la tierra, a menos que disponga de capital suficiente para poder cultivar su finca.”
Esto quiere decir que, no obstante que las relaciones económicas efectivas no tengan lugar, la ilusión jurídica (la ideología) que, como vimos, aparece como ley, se cristaliza (se sustantiva) en un título jurídico que representa los poderes de uso y disposición de la cosa. El que se pueda ostentar este título, independientemente de la posibilidad de hacer efectivo los poderes de uso y disposición, conforme a las condiciones económicas (por ejemplo, poseer capital suficiente), es obra de la garantía mutua que se otorgan los propietarios organizada en la forma de Estado, es decir, la Ley.
Pero dijimos que esa “conciencia habitual”, la “idea” de los filósofos y su sustantivación en ley, tienen su “base real” en los intercambios efectivos, en el comercio y, si bien es cierto que los títulos jurídicos cobran autonomía en virtud de la ley, cabe preguntarse que sucedería con ellos si la base real perdiera efectividad.
Dije más arriba que sin el Estado la propiedad privada no sería legal y digo ahora que sin la base real de los intercambios (el derecho privado, los contratos efectivos) los títulos jurídicos, en cuanto se interrumpe el circuito de cumplimiento, pierden su carácter ilusorio, tienden a convertirse en humo. Esto aparece claro en las bancarrotas, en las crisis comerciales y financieras. En tanto siguen funcionando como espectros de los intercambios reales, los títulos siguen produciendo efectos, por ejemplo ganancias, más en cuanto las crisis se generalizan, la propiedad privada que representan (poderes de uso y disposición) son de imposible realización.
Hoy se habla de capitales y ganancias “ficticias” para significar el momento de imposibilidad de uso y disposición efectivos, “real” en la terminología del texto, de la propiedad privada que he llamado clásica.
Con esa autonomía de los títulos jurídicos la propiedad se independiza de la posesión física y efectiva de los bienes o, lo que es lo mismo, la propiedad alcanza a bienes no necesariamente tangibles, “materiales”. Se puede ser propietario privado, por ejemplo de una producción intelectual o de bienes futuros, de expectativas.
Vimos antes que los autores de La ideología alemana señalaban que el Estado había sido paulatinamente “comprado […] por los propietarios privados, entregado completamente a éstos por el sistema de la deuda pública”. El Estado que los propietarios privados compraron no es, con el Estado moderno, su Tesoro (el tesoro físico, tangible, de la corona del Príncipe), es una organización. La garantía de los acreedores son, fundamentalmente, las acreencias provenientes de los impuestos, deducidos los gastos, entre los cuales figura el pago de los intereses de la deuda pública. Esto es, el resultado de un balance. Los prestamistas apuestan a ese resultado, es decir a una expectativa, de él depende el cobro de sus intereses como el respaldo de su capital. De donde, el propio Estado que organiza la garantía mutua de los propietarios, deja de ser garantía de todos los propietarios para serlo sólo de sus acreedores. Pero si el resultado es deficitario, junto con la garantía del capital y los intereses, desaparece la organización de la garantía mutua de los propietarios privados. Junto con la deuda “soberana” desaparece la soberanía del Estado. Es lo que se dice “la quiebra del Estado-nación”. La propia propiedad privada destruye su fuente de legalidad. Es una propiedad privada liberada de las reglas legales. La disposición (utendi et abutendi) de los bienes no se trata ya entonces de un derecho sino de un uso de hecho. No ilegal, sino a-legal.
Pero esto es posible porque no se trata de bienes “físicos”, sino inmateriales o intangibles.
Sigamos con el texto.
“[…] por la misma ilusión de los juristas se explica que para ellos y para todos los códigos en general sea algo fortuito el que los individuos entablen relaciones entre sí, celebrando, por ejemplo, contratos, considerando esas relaciones como nexos que se [pueden] o no contraer, según se quiera, y cuyo contenido [des]cansa íntegramente sobre el [capr]icho individual de los contratantes.”
Si, como dije ya, la propiedad privada sólo se hace efectiva por medio de un contrato, sea para enajenarla o para adquirirla, si esos contratos no se entablan, y ello no depende del capricho individual sino de las condiciones económicas, la ilusión de los juristas (ideología) y las normas sancionadas en los códigos (la ley del Estado) girarán en el vacío. Sólo cadenas entrecruzadas de espectros de contratos sobre títulos jurídicos, “garantizados” en otros títulos. Ilusión jurídica que finaliza en bancarrota o en algún “salvataje” a cargo del Estado recaudador.
Pero la carencia de contratación (expulsión del mercado) es otra cosa para los desposeídos, los que no pudiendo disponer efectivamente de la propiedad privada de su fuerza de trabajo, quedan literalmente marginados de los contratos y de la ley. Para algunos de ellos sí, la forma de apropiación es un ilícito, por ejemplo el robo, según la ley del Estado garante de la propiedad. Robo que no sería tal si la ley no rigiera porque el Estado no pudiera garantizarla. Por lo tanto la apropiación no sería ilegal, sino también a-legal. Dicho a la manera de Lutero: el pecado existe porque existen los mandamientos que lo prohíben. Tal apropiación sería un uso de hecho, pero no un delito. Idéntico al uso que efectúan los propietarios privados, como vimos, liberados de la ley. Sólo que unos pueden seguir girando, al menos temporalmente, en el vacío y los otros pierden hasta la “idea” de contrato.
El párrafo siguiente es elocuente en relación a la existencia de distintas formas de la propiedad privada.
“Tan pronto como el desarrollo de la industria y del comercio hace surgir nuevas formas de intercambio, por ejemplo, las compañías de seguros, etcétera, el derecho se ve obligado, en cada caso, a dar entrada a estas formas entre los modos de adquirir la propiedad.”
Pensemos que si la existencia efectiva de la propiedad depende de la posibilidad de su enajenación, cuya contracara es la adquisición, el “contenido”, los caracteres de esa propiedad privada dependerán de “los modos de adquirir la propiedad”. Por lo tanto si estos modos cambian también cambiarán los caracteres de esa propiedad, aunque mantengan el nombre. No es una tautología. Hay un ejemplo que, aunque, como casi todo el derecho privado tenga sus antecedentes romanos, es hoy bastante corriente: la propiedad fiduciaria. Forma adoptada por los grandes grupos de inversión, extendida hoy para negocios menores: la explotación de un campito o la construcción de un edificio.
Se trata de una “vaquita” que no tiene forma de sociedad. El propietario privado de un bien inmueble, por ejemplo, no dispone de capital para construir. Un constructor, o una empresa, tienen el capital y la organización suficiente para hacerlo. En vez de asociarse, designan a una tercera persona, física o jurídica, para que ésta realice y administre la obra. El constructor se obliga con ese tercero a suministrar los materiales y la mano de obra para la construcción, el propietario del terreno lo entrega a ese tercero, en propiedad. Los bienes aportados por uno y por otro formarán un patrimonio separado del de quienes los aportaron. Pero el titular de esta propiedad privada, denominada propiedad fiduciaria, que es ahora un tercero, no puede disponer libremente de ella: lo producido deberá ser adjudicado a los que ya se habían desprendido de ellos al transferir su propiedad. Es una nueva forma de propiedad privada. Se trata de una propiedad privada distinta de la que definí al comienzo y ello en virtud de la forma (el modo, dicen Marx y Engels) de adquisición. Un contrato especial genera una propiedad especial.
Por lo tanto existen diversas formas de propiedad privada según sean las formas de adquisición.
Restaría ver de qué dependen los modos de adquisición y, con ello, finalizar esta lectura del texto. La hipótesis es que la forma de adquisición depende del carácter y la función de los bienes: los bienes tangibles, materiales,”físicos” se pueden poseer, se pueden tomar, los bienes intangibles, inmateriales no. Se puede tomar una fábrica o un terreno, no se puede tomar una fórmula, una expectativa, un bien futuro. Pero se puede usar de hecho: una fórmula, un proyecto, se pueden plagiar; una red social se puede usar.
Un carácter de estos bienes es que no se agotan con el uso, su uso no los consume: una idea, en principio, se puede incorporar indefinidamente a un proceso productivo independientemente de su soporte.
Finalicemos la lectura. “El acto de tomar se halla, además, condicionado por el objeto que se toma”. El acto de tomar es una forma de adquisición: la conquista y la ocupación, fundada en la organización guerrera, ha sido una forma de adquisición (y aún lo es).
Pero esa conquista y ocupación han debido adecuarse a los países tomados.
“El feudalismo no salió ni mucho menos, ya listo y organizado de Alemania, sino que tuvo su origen, por parte de los conquistadores, en la organización guerrera que los ejércitos fueron adquiriendo durante la propia conquista y se desarrolló hasta convertirse en verdadero feudalismo después de ella, gracias a la acción de las fuerzas productivas encontradas en los países conquistados.”
Parece claro, entonces, que la forma de propiedad feudal ha dependido del modo de adquisición, pero que ese modo de adquisición hubo de adecuarse a los caracteres y funciones de los bienes adquiridos. Acá los autores hablan del período en que el bien fundamental es la tierra, pero lo mismo vale para las formas asentadas en la producción industrial y el capital. “La fortuna de un banquero, consistente en papeles, no puede en modo alguno ser tomada sin que quien quiera la tome se someta a las condiciones de producción y de intercambio […] lo mismo ocurre con todo el capital industrial de un país industrial moderno.” Las condiciones del intercambio, el comercio, son las formas de adquisición de los resultados de la producción industrial. Si la producción industrial, es decir los bienes fundamentales de este período, se halla desarrollada, aquéllos no podrán ser adquiridos sino en el comercio, es decir bajo la forma contractual y la propiedad privada. Por el contrario, si ello no es así, de nada vale “la fortuna del banquero, consistente en papeles”, ni el capital industrial, que no podría adquirir los elementos de la producción.
El texto nos remite a los intentos frustrados de Carlomagno por imponer “formas nacidas de viejas reminiscencias romanas”. Su proyecto de suceder al Imperio Romano de Occidente moriría con él, frente a una pobre economía de subsistencia carente de intercambios. Las ciudades romanas y su comercio ya no existían. La casi desaparición de la moneda es un signo. La escala de los contratos se tornó local y de poca monta. El pequeño trueque para el consumo había devenido la forma adecuada de adquisición. No había excedentes ni gran manufactura. Pobre, por lo tanto, entonces, el desarrollo de la propiedad privada. El derecho romano había eclipsado, aun bastaba su versión vulgar y empobrecida en el Breviarium de Alarico. El carácter de los bienes “realmente existentes” condicionaba su forma de adquisición, ésta la forma de propiedad y esta última la letra de los códigos. El “Renacimiento” del Imperio romano de Occidente no fue posible.
Creo que esta lectura, esta construcción, no hubiera sido del todo probable antes de los años ochenta, antes de lo que se ha llamado la revolución científico-técnica. Recién en esos años, en los Estados Unidos de Norteamérica se implantaba la robótica, se realizaban las primeras experiencias de modificación genética y se establecían los primeros grandes fondos de inversión. Ahora esto es pan de cada día, pero esa permanente revolución no cesa. No cesa tampoco en el campo de la propiedad, Será sólo en los últimos años, que aparecerá, en la literatura especializada, el fenómeno de los “activos intangibles” y la “propiedad” de la plusvalía.
Esta plusvalía representa en realidad el trabajo futuro con el que ella se realizará, si se realiza. El trabajo futuro, mientras no se realice, representa un bien intangible. Tan intangible como la cosecha futura de la soja o de cualquiera de los “commodities” que se negocian en el mercado financiero. O como cualquier proyecto, mientras esté en estado de proyecto. Como veremos, éstos son los bienes que circulan en ese ámbito replicando formas contractuales sin control estatal.
El carácter intangible del trabajo futuro es el que posibilita una nueva forma de apropiación del trabajo ajeno por medio de las deudas, paralelamente al clásico contrato de salario y en forma predominante.    

¿Legalidad o ilegalidad de la propiedad privada?

Los socialistas, en cualquiera de sus versiones, han (hemos) cuestionado siempre la propiedad privada. Pero este cuestionamiento tiene un mojón célebre en el siglo XIX: Proudhon. La obra, de 1840: “¿Qué es la propiedad?, la respuesta: “la propiedad es el robo”.
“Los socialistas franceses afirman: el obrero lo hace todo, lo produce todo y, sin embargo, no tiene derecho alguno ni posee nada, absolutamente nada”, dicen Marx y Engels en La sagrada familia[5], abordando la obra de Proudhon.
Esos socialistas franceses en su lucha anticapitalista volvieron vulgar la famosa frase. Tal fue su peso que, dice Mehring, que, en la polémica con Proudhon, Marx escribe La miseria de la filosofía  “en francés para de este modo triunfar más fácilmente sobre su adversario. Pero no lo consiguió. La influencia de Proudhon sobre la clase obrera francesa y el proletariado de los países latinos en general, lejos de disminuir se acentuó, y Marx hubo de luchar muchos años con el proudhonismo”[6].
Es que, como lo reconocían los propios autores de La sagrada familia, la obra de Proudhon “es el manifiesto científico del proletariado francés”. Porque el francés parte “de la pobreza engendrada por el movimiento de la propiedad privada, para llegar a sus consideraciones, que niegan este tipo de propiedad. La primera crítica de la propiedad privada parte, naturalmente, del hecho en que su esencia contradictoria se manifiesta bajo la forma más tangible, más clamorosa, que más subleva directamente a los sentimientos humanos: del hecho de la pobreza, de la miseria”[7]
El trabajo de Proudhon tenía, para ellos, un carácter distintivo “que consiste precisamente en haber convertido el problema de la esencia de la propiedad privada en la cuestión vital de la economía política y de la jurisprudencia”[8].
Porque, sostenían los autores, “Todos los desarrollos de la economía política tienen por premisa la propiedad privada. […] y Proudhon somete la base de la economía política, la propiedad privada, a un análisis crítico, que es, además, el primer análisis resuelto, implacable y, al mismo tiempo, científico que de ella se ha hecho. Tal es el progreso científico […] un progreso que ha venido a revolucionar la economía política, haciendo posible por vez primera una verdadera ciencia económica”[9].
Es evidente que Marx y Engels no ahorran elogios. Sólo un reparo y, creo, es el que debemos tener en cuenta: “no concibe las otras modalidades de la propiedad privada, por ejemplo el salario, el comercio, el valor, el precio, el dinero, etc. […] ello responde por entero a su punto de vista […] justificado históricamente”.
¿Cuál es ese punto de vista? El que se trataba de la “primera crítica”, la que partía del hecho tangible de la miseria, la forma que más directamente subleva los sentimientos humanos. Proudhon había dicho: “No establezco un sistema, lo que demando es que se acabe el privilegio”, “Justicia y nada más que justicia, tal es el resumen de mi discurso”. Desde allí el proletariado francés se apropiaría de la célebre frase: la propiedad es el robo.  
Pero el camino que Proudhon no siguió, el de las distintas modalidades de la propiedad privada, es el que llevará al Marx que había sentado sus asentaderas en el British Museum asostener que ni siquiera la misma apropiación de la fuerza de trabajo tiene nada de robo, nada de ilegal.
No es que no existieran el robo, ni las quiebras fraudulentas, ni la corrupción, pero no era sobre ellas que funcionaba el sistema de la propiedad privada capitalista industrial.
“[…] el vendedor de la fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. […] el hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra, es una suerte bastante grande para el comprador, que no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor”.
“[…] el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el capitalista, Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías”[10].  
Ni siquiera la apropiación capitalista de la fuerza de trabajo es robo. Es una forma de adquisición conforme al objeto, en una formación social donde todos los bienes se compran y se venden por medio de contratos. Donde la materialidad de la riqueza tiene la forma social, por lo tanto, de mercancía. Y la fuerza de trabajo, la energía que se consume incorporándose al producto, es bien tangible, “material”.
Por ello, veinte años después de La sagrada familia, cuando ya tenía escrita buena parte de los Borradores, decía: “De lo que trata en el fondo Proudhon es de la moderna propiedad burguesa, tal como existe hoy día. A la pregunta ¿qué es esa propiedad? sólo se podía contestar con un análisis crítico de la ‘Economía política’, que abarcase el conjunto de esas relaciones de propiedad, no en su expresión jurídica, como relaciones volitivas, sino en su forma real, es decir, como relaciones de producción. Más como Proudhon vinculaba todo el conjunto de estas relaciones económicas al concepto jurídico general de ‘propiedad’, ‘la propiété’ no podía ir más allá de la contestación que ya Brissot había dado en una obra similar, antes de 1789, repitiéndola con las mismas palabras: ‘La propiété c'est le vol’”[11].
Esta “moderna propiedad burguesa, tal como existe hoy en día” no es otra que la de los tiempos de Marx: la propiedad capitalista de los bienes tangibles, materiales, “físicos” que se pueden “tomar”, poseer. Los productos consumibles, resultado del proceso de producción industrial.
No parecen ser, hoy, esos los bienes fundamentales para el capitalismo, sino los bienes intangibles, inmateriales, a los que ya me referí. Ellos constituyen el objeto de la gran propiedad actual, la propiedad del capital financiero, la que decide hoy sobre cualquier otro tipo de propiedad y, por lo tanto, sobre la vida humana y su nueva miseria, su pobreza. La pobreza de los desplazados, los excluidos, distintos de aquél proletariado francés que simbolizaba Proudhon. Sin embargo, la “primera crítica”, la forma que más directamente subleva los sentimientos humanos, expresa su indignación en forma equivalente: “No es una crisis, es una estafa”, “Manos arriba, esto es un atraco”, “Ahí está la cueva de Alí Babá”, “Manos arriba, esto es un contrato”, “No falta dinero, sobran ladrones”.
Pero, del mismo modo que con la propiedad privada capitalista industrial, el robo, aunque existiera, no era esencial al sistema, creo que hoy, con el capitalismo financiero, sucede otro tanto. Sólo que la nueva forma de propiedad no es ilegal pero tampoco legal. No tiene reglas que funcionen como garantía mutua de todos los propietarios privados. El Estado actúa como recaudador de los impuestos que garantizan los intereses y el capital de los préstamos que socavan aun más su declinante soberanía. O actúa, subsidiariamente, con su poder bélico cuando ya no se trata de bienes intangibles sino de recursos naturales, tan tangibles como el petróleo y los minerales. Y tampoco allí rigen normas, ya ni siquiera las convenciones de la guerra.
No es que no existan formas ilícitas, sino que existen subordinadas a las a-legales (algunos mecanismos usuales, como “jugar corto”, se hallan en una zona gris de licitud).
La impunidad por falta de sanción en el área decisiva de los grandes negocios genera la ideología de la indiferencia frente a los “efectos colaterales”, por ejemplo de las quiebras de los fondos de seguridad social (de jubilaciones, de salud, etc.). Las respuestas públicas de los directivos de los fondos financieros a las críticas o en las propias comisiones investigadoras del Parlamento de los Estados Unidos de Norteamérica, así lo demuestran.
La misma ideología parece regir tanto para la guerra como para los negocios financieros.  

La propiedad privada a-legal

Los bienes de más valor parecen ser hoy, dije, los intangibles, de los que los corpóreos son, generalmente, soportes, como el papel del libro o de la partitura, el lienzo de una pintura o la piedra de una escultura. Algunos soportes, en algún sentido corpóreos, ya tampoco lo son. Basta ver algunas intervenciones artísticas virtuales, literalmente intangibles.
Aun en los alimentos, productos clásicos generados en la tierra, el contenido inteligente forma buena parte del valor. Así el caso de las semillas OGM, es decir como organismos genéticamente modificados. En la ganadería y animales de granja la cuestión está en vías de experimentación a través de la clonación y otras tecnologías.
Bienes intangibles o incorpóreos es la terminología utilizada en normas de información y control contable de consistencia de capitalización de activos, que establecen organismos privados internacionales[12] vinculados al movimiento de fondos financieros.
Su actividad toma gran impulso después del caso Enron. Precisamente un caso de fraude y de corrupción, pero la garantía mutua que surge de las normas de esos organismos privados, no es para los propietarios privados clásicos, sino para los propios fondos de inversión que negocian entre ellos fusiones, absorciones, etc. Algo así como no nos robemos entre ladrones, una especie de código mafioso.
Los intangibles comprenden una amplia variedad de bienes: conocimientos científicos o tecnológicos, el diseño e implementación de nuevos procesos o nuevos sistemas, las licencias o concesiones, la propiedad intelectual, los conocimientos comerciales o marcas, denominaciones comerciales y derechos editoriales, los programas informáticos, las patentes, los derechos de autor, las películas, las listas de clientes, los derechos por servicios hipotecarios, las licencias de pesca, las cuotas de importación, las franquicias, las relaciones comerciales con clientes o proveedores, la lealtad de los clientes, las cuotas de mercado y derechos de comercialización. Se trata, en general, de bienes generadores de beneficios en potencia, es decir, expectativas.
El denominador común para que estos bienes intangibles puedan ser capitalizados y tratados como si fueran bienes corpóreos o tangibles (por ejemplo amortizables en períodos similares a un inmueble) es, precisamente, que de ellos se pueda esperar algún beneficio económico futuro. Es decir, una expectativa de ganancia. La transacción sobre estos bienes se denomina “venta de plusvalía”. Su modo de apropiación o adquisición no es necesariamente contractual, puede consistir en registros de transacciones. Literalmente “transacciones de intercambios o similares relaciones no contractuales”. Para que alguien pueda efectuar estas transacciones, ni siquiera son necesarios “derechos legales”, basta con registraciones contables o “algún tipo de título”.   
La consecuencia es que el tipo de “propiedad” que así se adquiere no es necesariamente “un derecho de tipo legal”, sino algo que se denomina “control del recurso”. Tal atributo o facultad se tiene “siempre que tenga el poder de obtener los beneficios económicos futuros que procedan de los recursos que subyacen en el mismo, y además pueda restringir el acceso de terceras personas a tales beneficios”.
Lo único que nos queda aquí del derecho de propiedad privada es la exclusión de todos los demás, pero no como garantía legal sino como poder efectivo de hecho. El uso de hecho sin título legal de propiedad. De la propiedad privada, queda no la propiedad, sino el uso privativo. Desaparece así todo presupuesto de igual libertad contractual. Esta propiedad ha quedado así desnuda como puro poder, poder de excluir a todos los demás. Pero no ilegal, sino a-legal. Política ella misma, pues decide la conducta de grandes masas humanas que quedan afectadas a las inversiones o des-inversiones, a las llamadas “huelgas de capitales”, conforme sean las expectativas de ganancias.
A este carácter político de las decisiones financieras, que no tiene control estatal sino privado, debe añadirse el accionar de las calificadoras de la deuda pública, el “famoso riesgo país”, cuyo poder ha alcanzado también a los Estados Unidos. Se trata de un poder político a-legal.    
Propiedad política, pero no estatal, ni siquiera acorazada por la defensa de sus derechos legales por medio del Estado: su defensa por medio del monopolio legítimo de la fuerza no es primordial sino secundaria. El ejercicio del “control de los recursos” ni es contractual ni es violento, opera por medio de transacciones sin reglas. Ese es el modo de defensa de la expectativa de ganancia, de la plusvalía comprada, la ilusión no ilusoria. Su ideología se reduce a la ganancia y esa es la ideología predominante. Hoy más que nunca la ideología parece ser la coraza de la dominación. Los productos de las ideas humanas se protegen ideológicamente. Por eso el derecho, la ley y el estado aparecen como excedentes y secundarios.
Así como la “seguridad privada” ha ganado el espacio de la seguridad pública, en este campo cada nodo de intereses, empresas, bancos, fondos, tiene su cuerpo de policía informático: la SI, seguridad informática. Analistas de sistemas con certificados de entidades, también privadas internacionales con reconocimiento en los Estados Unidos, especializados en redes e intrusiones informáticas, herramientas de seguridad y criptografía. El área comprende políticas y procesos orientados al riesgo del negocio de las empresas. La demanda fundamental de estos policías sin pistola ni machete proviene de entidades bancarias, empresas de comercialización masiva, industria farmacéutica y servicios de salud. Esta es la coraza de los intangibles, aceptada por la ideología del riesgo de la ganancia futura. Frente y contra todos.
La ley y el estado permanecen vigentes sólo para aquéllo que ha quedado subordinado, la producción de los soportes tangibles: el capitalismo industrial.
Pero aun queda otro rasgo diferenciado de esta nueva forma de “derecho de propiedad”. No aparece aquí como titular ni una persona física ni una persona jurídica. Una sociedad anónima, por definición, aunque sean desconocidos los titulares de las acciones o títulos de capital, queda identificada al menos por un nombre y una forma de organización definida. Aquí quién o quiénes ejercen el “control”, lo hacen de algo que se denomina “combinación de negocios”, un conjunto fluido, versátil, a través de esas transacciones a-legales que generan límites imprecisos, permanentemente móviles, indefinidos, difícilmente identificables: un capital sin nombre, abstracción pura del capital.     
Este parece ser el tipo de “propiedad predominante”, pues se trata de la forma del movimiento, del modo de apropiación, nada menos, que del capital financiero. Dominante sobre todas las formas de propiedad.

La propiedad privada de los pobres

Es evidente que no es a esa forma de “propiedad” o uso de hecho privativo, a la que accede el conjunto de la población.
Una de las bases del capital financiero es el préstamo que, salvo que los intereses se cobren por anticipado o cuyo derecho al cobro se negocie transfiriéndolo por un precio, constituyen siempre una ganancia futura.
Los préstamos significan deudas, por lo tanto, la generación de deudas asegura la base y la condición del capital financiero.
Las deudas en algún momento deben pagarse, se establece así toda una arquitectura jurídica de garantías que, en su camino generan otras ganancias financieras (comisiones, honorarios de asesoramiento, etc.). Todas estas ganancias se suelen llamar ficticias, pero que son bien reales, porque hasta el momento del efectivo pago no es seguro que existan los valores de los bienes que, en última instancia, respaldarían el préstamo.
Las deudas pueden ser “públicas”. Ya vimos como se pagan a través de la recaudación de los impuestos por el Estado. Cualquiera sea la fuente impositiva se tratará siempre trabajo social presente o pasado.
Pero otra forma de generar deuda es el préstamo para el consumo. Esta es, para mí, hoy, la forma fundamental de apropiación del trabajo ajeno, trabajo futuro. Las deudas del consumidor se pagan con los ingresos que, en la mayor parte de los casos, el consumo de masas, proviene del trabajo. Con el salario que percibo hoy pago lo que consumí ayer o estoy consumiendo, por ejemplo, una vivienda o un vehículo.
De modo que, en la generalidad de los casos, lo que adquiero con los préstamos son bienes de consumo, sean éstos perecederos cuya materialidad se agota inmediatamente con el consumo, o durables que se consumen (se desgastan) con el uso.
Esto vale no sólo para los asalariados sino para los propios industriales, sólo que sus ingresos provienen de la plusvalía industrial. Lo mismo sucede para los comerciantes, en los que el ingreso con el que pagan surge de la ganancia mercantil.
Pero esos bienes de consumo son, por lo general, bienes tangibles, corpóreos o al menos los soportes corpóreos de bienes intangibles. Pues bien, esos bienes se adquieren por contratos de compraventa y la propiedad de ellos es la propiedad privada clásica, la que definí al comienzo.
Si abstraemos de la nómina de consumidores a los empresarios (industriales o agrícolas), los comerciantes, los grandes directivos de empresas y algún sector de profesionales, el grueso restante lo constituirán las grandes masas de trabajadores asalariados o que reciban algún tipo similar de remuneración. A ellos queda relegada la adquisición contractual, la gran cantidad de contratos de no mucha monta, con la que se adquiere la propiedad privada clásica. Entre ellos está la más de la mitad de habitantes del globo que conforma el índice de la pobreza, en sus distintas formas de medición.
Pero si queremos llegar a la indigencia, tendremos que también a ellos está virtualmente destinada esa propiedad, a la que las más de las veces no arribará pero aspira a arribar. Más aun, para ellos la propiedad privada, por ejemplo de algún terreno con cuatro chapas, podría significar riqueza. Muchos asalariados pobres por debajo de la línea se consideran clase media, simplemente porque son propietarios.
Algunas de las rebeliones que vemos hoy están vinculadas al consumo[13]. Ello es, creo, precisamente porque la forma preponderante de apropiación del trabajo ajeno es la deuda generada a través del consumo. Sea individual, pero de masa, o “colectivo”, a través de las “inversiones” y gastos del Estado, que opera como gestor de esos préstamos e inversiones y, luego, recaudando su pago.
Quienes no arriben a ser propietarios privados o ya no aspiren a ello obtendrán, a lo sumo, también un uso de hecho, no a-legal sino i-legal.
Salvo que las masas empobrecidas se decidan todas por el uso de hecho de los bienes sociales, no privados. En cuyo caso, quizá, nos encontremos frente a otro tipo de propiedad como negación (decían Marx y Engels) de la propiedad.
Por ahora de hecho se “toman” terrenos y se apropian redes.
Desempolvar algunos libros quizá no tenga otra utilidad.



[1] Mehring, Franz. Carlos Marx, México, 1957, Editorial Grijalbo, pág. 277.
[2] Marx, C., Engels, F. La ideología alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en las de sus diferentes profetas. Montevideo-Barcelona, 1972, Editorial Pueblos Unidos, Ediciones Grijalbo.
[3] Id., pág. 71 y ss.
[4] Las Notas del editor, en la edición citada, interpretan erróneamente abuti como abusar, consumir y destruir la cosa. No es ese, sino en todo caso parcialmente, el significado jurídico ni el que la otorgan los autores de La ideología…
[5] Marx, Carlos y Engels, Federico. La sagrada familia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes. En La sagrada familia y otros escritos filosóficos de la primera época. México, 1967, Editorial Grijalbo, pág. 84.
[6] Mehring, Franz. Carlos Marx, México, 1957, Editorial Grijalbo, pág. 139.
[7] Marx, Carlos y Engels, Federico. La sagrada familia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes. En La sagrada familia y otros escritos filosóficos de la primera época. Op. Cit., pág. 99.
[8] Id., pág. 98.
[9] Id., pág. 96.
[10] Marx, Carlos. El capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires, 1856, Editorial Cartago, Tomo I, pág. 159.
[11] Marx, C. Carta a J. B. Schweitzer, del 24 de enero de 1865.
[12] El IASB (International Accounting Standards Board) es un organismo internacional privado para la estandarización de normas contables orientadas a una información calificada para los mercados financieros. Tiene su sede en Londres y es la continuadora de la IASC (Internacional Accouting Standards Comité) creada en 1973. Esta institución dicta normas denominadas NIC (Normas Internacionales de Contabilidad) para las organizaciones profesionales que forman parte del acuerdo y que son orientativas y, en algunos casos, supletorias de las legislaciones nacionales. Desde el 2001 se denominan NIIF (Normas Internacionales de Información Financiera). También han sido acogidas por algunas legislaciones, como la española. Una de esas normas es conocida como la NIC 38, de donde proceden casi todas las citas entrecomilladas.
[13] “La última vez que Gran Bretaña fue testigo de disturbios generalizados, en los ’80, la violencia callejera se produjo tras una larga y fallida lucha política contra el gobierno de Margaret Thatcher, que suprimió los sindicatos y diezmó los servicios sociales. Hoy, los revoltosos parecen impulsados por un enojo más difuso y se comportan como compradores enloquecidos que salieron a hacer trizas la tarjeta” [Subrayado en original]. Richard Sennett y Saskia Sassen, “Los cristales rotos del primer ministro”, Clarín, 13/10/2011, pág. 51.




EL CAPITAL EN SU LABERINTO
(Por: Ariel Terrero, en CUBADEBATE)

Todo era previsible con la Covid-19. Ocurrió como en cualquiera de las grandes pestes que asolaron a la humanidad, muchas de oriente a occidente también. Entre tantas cosas –cuarentenas, muertes, consternación-, hasta la incertidumbre era predecible, por más que parezca un contrasentido. Es difícil saber hacia dónde vamos. La crisis de sistemas sanitarios alimenta dudas sobre la hora final y el alcance real de la pandemia. Los estragos en la economía, evidentes pero con curso indeterminado, agravan la ansiedad.
El destino de cada nación está sujeto como nunca al rumbo sanitario y económico global. Y las previsiones de la economía mundial inquietan tanto como la caldera social de calles y aeropuertos vacíos, millones de desempleados y el apiñamiento humano ante tiendas, hospitales y cementerios.
Los gobiernos de no pocos países intentan reiniciar actividades económicas sin haber acorralado aún a este coronavirus. En gesto de desesperación, le han dado un giro a las políticas de confinamiento social. Se debaten entre pérdidas de vidas y pérdidas económicas. Y corren el riesgo de precipitarse en ambos sentidos. Un repunte de la epidemia sería costoso en términos financieros también.
Nada nuevo. El azote económico es una carta habitual de las plagas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé en 2020 contracciones récords del PIB en las economías líderes: zona euro (-7,5 por ciento), Estados Unidos (-5,9 por ciento) y Japón (-5,2 por ciento). Cinco de las principales economías europeas (Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España) caerían entre un 6 y un 9 por ciento. El PIB de China apenas crecería un 1,2 por ciento. Con tal lastre, la economía global perdería un 3 por ciento.
Otros expertos pronostican desplomes mayores por la contracción simultánea de producción y consumo, de oferta y demanda. El economista Paul Krugman calcula que en EEUU “el PIB puede llegar a caer, aunque de forma temporal, entre un 20 y un 30 por ciento”. Este estudioso de recesiones de la historia, Premio Nobel de Economía, cavila que “posiblemente esta crisis será entre tres y cinco veces peor que la crisis financiera de 2008” . La mayoría de los expertos equipara la actual contracción con la Gran Depresión de los años 30.
Y eran previsibles las respuestas. Las grandes economías capitalistas volvieron a una fórmula aplicada en EEUU y la zona euro durante la crisis que comenzó en 2008: imprimir billetes sin miramientos. Ante las primeras señales de recesión con signos de Covid-19, los bancos centrales de las principales economías abrieron las compuertas de dólares, euros, yenes y libras esterlinas.
Mediante las llamadas inyecciones masivas de liquidez, la Reserva Federal planea agregar 2,3 billones de dólares a la economía estadounidense. El Banco Central Europeo (BCE), tradicionalmente mucho más cauteloso, no demoró esta vez para aprobar la inyección de 1,1 billones de euros. Esos montos equivalen a alrededor del 10 por ciento del PIB de EEUU y de la eurozona, respectivamente.
De manera casi simultánea, las autoridades monetarias de otros países, incluidas las economías con divisas de referencia -Reino Unido, Canadá, Japón y Suiza-, aplicaron una pauta similar.
Los bancos centrales no encuentran otra salida ante la contracción generalizada de ventas e ingresos, la ruptura de cadenas globales de valor y la paralización casi total de grandes empresas, como las aerolíneas. Se persignan por el peligro inflacionario latente en el aumento desproporcionado de la masa monetaria, pero confían porque después del 2008 la inflación nunca estalló, ni siquiera amenazó a pesar de que la Reserva Federal inyectó 3,8 billones de dólares entre ese año y 2014 mediante la denominada “flexibilización cuantitativa”. En la rancia Europa los indicadores de inflación se mantuvieron más bien deprimidos a pesar de aplicar igual recurso monetario. Es previsible que en esta oportunidad se arriesguen a inyectar montos de dinero mayores en sus economías.
Con esa droga monetaria, los impresores de dinero prometen socorrer a empresas, gobiernos y consumidores. Pero si la partitura es la misma que interpretaron después de 2008, los verdaderos beneficiados serán los grandes bancos y empresas que integran el gran capital, mientras el resto de la sociedad permanece narcotizado.

Neoliberales en confinamiento temporal

La mayoría de los gobiernos han adoptado planes para socorrer a empresas, autoridades territoriales, hospitales, desempleados y familias. Unos les llaman eufemísticamente programas de estímulo económico, pero en casi todos los casos se trata de planes de emergencia o sobrevivencia. El límite de los montos depende del nivel de endeudamiento que tenían cuando el Sars-Cov-2 entró en escena, pero las economías dominantes en la red financiera global no conocen de frenos.
En EEUU este programa fiscal llegó a casi 3 billones de dólares en abril, cuatro veces el paquete aprobado tras la recesión de 2008. Los gobiernos europeos también han movilizado volúmenes inéditos de dinero en planes de emergencia. Pero los expertos prevén que la crisis económica y sanitaria se tragaría el socorro fiscal en pocos meses. El protagonismo mayor quedará entonces para los bancos centrales y sus políticas monetarias ultraexpansivas, como después de 2008. O para programas de gasto fiscal más agresivos, acorde con el manual que popularizó John M. Keynes en la Gran Depresión de los años 30.
Después de ser desplazados por la tendencia neoliberal durante casi medio siglo, los economistas de la escuela keynesiana han encontrado una oportunidad de oro con la crisis de la Covid-19 . Krugman, uno de los más conocidos, aboga incluso por duplicar el monto previsto en el programa de emergencia fiscal de EEUU frente a la pandemia. Piden compensar la caída del gasto privado con un aumento del gasto gubernamental, dirigido a inversiones en infraestructura, proyectos de investigación y desarrollo (I+D) y programas de asistencia social. Es el recurso para levantar economía y empleo en medio de la crisis.
Krugman admite, sin embargo, que se convertiría en una “gran bomba de tiempo fiscal”, al gravitar sobre una economía con alto endeudamiento y un peligroso déficit presupuestario ya. La deuda pública de EEUU trepó a poco más del 100 por ciento del PIB en 2019 y puede llegar al 131 por ciento este año, según el FMI.
A pesar de que esta fórmula traslada las amenazas para el futuro, los economistas de casi todas las escuelas postulan la intervención protagónica del Estado ante la actual crisis. El francés Pierre-Olivier Gourinchas habla de medidas o “candados de seguridad” disponibles por los gobiernos para aplanar la curva de la pandemia primero, limitar los daños económicos y levantar luego la economía de manera gradual. Este estudioso delinea una inteligente relación entre solución de la pandemia y recuperación económica, en que el apuntalamiento del sistema de salud, la protección de los desempleados y el sostén de la actividad crediticia serían prioridades para el fisco.
El británico Michael Roberts acepta esa idea, aunque advierte que fuera de las economías del G-7 quedan pocas posibilidades de maniobra a países con elevado endeudamiento y alto déficit fiscal. Como buen marxista, Roberts tuerce el timón más a fondo que los keynesianos: “Esta depresión solo puede revertirse con medidas similares a las de la guerra, a saber, la inversión masiva del gobierno, la propiedad pública de los sectores estratégicos y la dirección estatal de los sectores productivos de la economía”.
Hasta los neoliberales aprueban esta vez la intervención de los gobiernos para apagar un incendio sanitario, económico y social ante el cual el mercado se mostró incompetente.
¿Una derrota del pensamiento neoliberal? Sería ingenuo creerlo. Si hablamos en términos militares, se trata apenas de un repliegue táctico, similar al adoptado en 2008. Aquella vez, ante la incapacidad del mercado para enfrentar los riesgos que amenazaban con congelar a la economía mundial, el recurso fue “obligar a los Estados a asumirlos”, razonó el filósofo John Gray.
 Asustados por la quiebra de uno de los bancos aparentemente imbatibles de la época, el Lehman Brothers, las economías neoliberales tocaron a la puerta de los estados, y postularon las peligrosas inyecciones de liquidez con el fin explícito de salvar de la ruina a otros bancos y empresas de gran porte.
El beneficio mayor de los billones de dólares y euros que la Reserva Federal y el BCE inyectaron a partir del 2008 quedó en las cajas fuertes de Goldman Sachs, Bank of America, Citigroup y otros grandes bancos y empresas financieras. A las inversiones productivas, a la economía real, llegó muy poco. Tras provocar la crisis financiera con el festín de las hipotecas subprime o hipotecas basura, el gran capital global tomó los préstamos casi regalados de los bancos centrales para limpiar sus balances contables y hacer nuevos negocios, pero sin salir de su paraíso bursátil.
La recompra de acciones y el juego sucio de los llamados derivados financieros se generalizó en las bolsas de valores después de 2008, como un hueco negro que absorbía el dinero que imprimían los bancos centrales. Las grandes empresas financieras y no financieras emiten nuevas acciones para recomprarlas y elevar artificialmente su valor, fieles a la sacrosanta lógica capitalista: ganar más, con el menor gasto posible, en el menor tiempo posible. En mercados cada vez más desregulados por la pauta neoliberal, la especulación financiera resulta más tentadora que las inversiones a mediano y largo plazo en producciones o en el desarrollo de tecnologías.
Empresas mundialmente conocidas por su liderazgo tecnológico amasan sus ganancias más jugosas a cuenta de la llamada financiarización: recompra de acciones, de títulos de deuda y derivados financieros. Alphabet (dueña de Google), Facebook, Amazon, Hewlett Packard, IBM, Motorola, Xenox y Symantec (NortonLifeLock ahora) invierten más en la especulación financiera que en el desarrollo tecnológico. Microsoft se enganchó en 2019 con una recompra de acciones por valor de 40.000 millones de dólares. Entre dos tercios y tres cuartas partes de los activos de Apple, Oracle y Ebay son créditos a otras empresas: piden préstamos a la gran banca para ofrecer a su vez préstamos con tasas de interés más altas a otras compañías de mayor riesgo. General Electric, General Motors, Ford y Pfizer también se sumergen en laberintos financieros cada vez más retorcidos, para mantener las ganancias que se les escapan en los mercados de la economía real.
“En el mundo imaginario del sistema capitalista enseñado en los manuales de economía –concluía Eric Toussaint ante tales evidencias-, las empresas emiten acciones en Bolsa para recaudar capital a fin de invertirlo en la producción. En el mundo real, las empresas capitalistas piden prestado capital en los mercados financieros o a los bancos centrales para recomprar sus acciones en Bolsa a fin de aumentar la riqueza de sus accionistas y dar la impresión de que la salud de la empresa es excelente”.
El analista Brian Reynolds estima que desde 2009 la recompra de acciones ha sido la "única fuente neta de dinero que entra en el mercado de valores". Otro economista estadounidense, William Lazonick, calcula que estas recompras equivalen al 52 por ciento de todas las ganancias corporativas, con dividendos en acciones que representaron otros 3,3 billones de dólares en 2016 y 2017, monto muy cercano, por cierto, a los 3,8 billones que la Reserva Federal inyectó entre 2008 y 2014 en samaritano socorro de Wall Street.
¿Renunciarán estas empresas a ese pastel ahora? ¿Quién garantiza que no se repita la historia cuando se diluyan los nubarrones de la Covid-19? ¿O se estará repitiendo ya, en plena tormenta, mientras la población global delira tras una vacuna que ponga fin a la catástrofe sanitaria?

Bomba de tiempo: la deuda global

El juego sórdido de las bolsas tiene el atractivo del bajo riesgo para los mayores especuladores. Cuando los enredos de un gran banco o empresa no financiera se van de rosca y llegan a un punto de quiebra y crisis como la de 2008, cuentan con la protección de un banco central dispuesto a inyectar, prestar, imprimir, inventar dinero, bajo el criterio de que la quiebra de un gigante pondría en riesgo al resto de la economía. “Too big to fail” (demasiado grande para dejarlo fracasar) es la filosofía pública de la Reserva Federal y del BCE.
La especulación, por tanto, no tiene frenos ni miedos. Las respuestas de las autoridades monetarias tampoco. En forma de títulos de deuda soberana y otros activos, los mayores bancos centrales del mundo imprimen dinero con fervor que deja como niños de teta a los asaltantes de la popular serie española Casa de Papel.
Entre 2008 y 2014, la Reserva Federal triplicó la base monetaria en EEUU y llevó las tasas de interés casi a cero. Pero el efecto sobre la economía real fue pobre. En la zona euro y en EEUU, las políticas monetarias cayeron en esos años en un saco roto que Keynes definió como trampa de liquidez en la década del 30: ni las inyecciones masivas de dinero ni las tasas de interés reducidas a mínimos consiguieron reanimar la actividad crediticia ni la economía empresarial. Los analistas más agudos observan que el alza de las bolsas en esos años tuvo expresión mínima en la industria y el comercio de EEUU y la eurozona. China también dio señales de desaceleración.
Ante evidentes síntomas de agotamiento de la economía –visibles antes de la pandemia-, la Reserva Federal tuvo que acudir a fines del 2019 a otra inyección de liquidez, justo cuando se suponía que debía maniobrar para retirar del mercado las anteriores. Ni los bancos prestaban, ni las empresas invertían. Optaban por conservar el dinero líquido en cuentas de ahorro o en negocios bursátiles sin impacto en la economía real. Los bancos centrales de otros países acudieron a igual salvavidas monetario.
Las mayores economías no han logrado salir de esa trampa de liquidez por más que inyectaban billones y más billones. El BCE ha recortado actualmente las tasas de interés por debajo de cero, para presionar a los bancos comerciales a que no escondan en sus cuentas o negocios los recursos financieros que reciben.
Pero con la severa contracción global de oferta y demanda que generó la Covid-19 es poco probable que las empresas se arriesguen en inversiones en la economía real. El sentimiento empresarial dominante en una coyuntura de crisis alienta a reducir gastos, suspender inversiones, reducir créditos. Los billones de dólares y euros que se están sumando a una circulación monetaria que ya estaba desbordada en 2019 corren el riesgo de permanecer en un limbo bancario, si no se los traga la especulación bursátil de nuevo y en particular la recompra de acciones, como advertía en abril una investigación publicada por el Wall Street Journal.
La economía se contrae en el mundo, el dinero se desborda sin límites y la deuda global crece a escalas incontroladas.
El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) alertó en un reciente informe que la deuda global había escalado en 2019 hasta 255 billones de dólares, equivalente al 322 por ciento del PIB del planeta, o sea, más de tres veces la dimensión de la economía mundial. Y teme que ascienda a 342 por ciento en 2020 en un contexto de recesión en que la mayoría de las economías no encuentran otra alternativa que no implique mayor endeudamiento. En abril, la emisión de deuda trepó a 2,1 billones de dólares, frente a una media mensual de 700.000 millones entre 2017 y 2019, según el IIF.
Para mayor conflicto, las tasas de interés ancladas en cero en las mayores economías favorecen que las grandes empresas financieras y no financieras se refugien en el negocio de vender y revender deuda.
Toussaint, opuesto a echar las culpas de la actual crisis económica a la pandemia, advirtió el año pasado sobre el peligro de estallido de la burbuja especulativa que se ha formado en el mercado de valores por las políticas de los bancos centrales. “La deuda pública contraída para rescatar a los bancos es claramente ilegítima”, concluyó.
El bombillo rojo lo perciben no solo los analistas de izquierda. El Banco de Pagos Internacional (BPI), con sede en Basilea, Suiza, advirtió a mediados de 2019 el peligro de una nueva crisis financiera , esta vez a cuenta de la abultada deuda corporativa. Esta suerte de comisario de los bancos centrales del mundo alertó por el sobrecalentamiento visible en el mercado de préstamos “apalancados”, como le llaman a los préstamos a empresas endeudadas en exceso. Sectores económicos completos, como la industria del petróleo y el gas y el comercio minorista en EEUU, están totalmente amarrados a este respirador artificial, estimado en 3,5 billones de dólares.
La filosofía capitalista dominante ya resolvió el problema: ha optado por dejar a las generaciones políticas del futuro la solución del peligroso enredo financiero.
Si la historia se repite, la gran banca mundial y las mayores empresas volverán a hacer su agosto bursátil con el mar de dinero barato que les proporcionan los bancos centrales. Las bolsas resistirán como refugio perfecto, en momentos en que el colapso global de la producción y del comercio arrastra a las economías de menor porte –países y empresas que no saben contar todavía en escala de billones.
Con sibilina habilidad para flotar y ganar siempre, el gran capital financiero quedó como principal beneficiado en la crisis financiera que provocó en 2008. Y apunta a serlo de nuevo, en este desastre de salud y de economía causado, más que por un coronavirus, por la destrucción previa de sistemas sanitarios a cuenta de la doctrina neoliberal que tiene al gran capital como defensor mayor. Todo es previsible con la Covid-19.