RE-MENEMIZACION, BODA Y NUEVA LUNA DE MIEL
(Por Jorge
Fernández Díaz)
Marx decía que un marido que quisiera un
matrimonio feliz debería mantener la boca cerrada y la chequera abierta.
No me refiero a Karl, sino a Groucho. Luego está Oscar Wilde,
que tenía muchas teorías sarcásticas acerca de las bodas por amor o por
conveniencia; dicho sea de paso: todavía no se conocen la letra chica ni las
implicancias locales de este gran contrato prenupcial entre Estados
Unidos y la Argentina, y ya sabemos de sobra que Dios está en los
detalles: “La mejor base para un matrimonio feliz es la mutua incomprensión”,
concluía Wilde en una boutade de doble fondo. El singular enlace
entre un presidente que es amo del mundo y que fue votado en su país para
desplegar una política fuertemente proteccionista y un presidente sudamericano
e inestable que fue entronizado para llevar a cabo una política de apertura indiscriminada
parece, en principio, una relación asimétrica pero compatible, aunque con más
ganancias para el primero que para el segundo. La dote, sin embargo, ha sido
muy fuerte y persuasiva –Trump abrió la chequera sin chistar–, y evitó la
explosión del villorrio de su flamante consorte, que no había ahorrado reservas
y merodeaba el abismo cambiario. De modo que, en principio y hasta nuevo aviso,
no se puede sino celebrar que un nacionalista y un anarcocapitalista –en las
antípodas ideológicas– se consideren parte de una misma familia (el Club
de los Reaccionarios Recalcitrantes), practiquen la mutua incomprensión, se
prometan fidelidad eterna y marchen juntos hacia la alborada.
Que no se resfríe ni se canse el patriarca,
porque este fue un matrimonio de apuro y de puro presente que es vulnerable a
cambios de viento y que no deja herencia
Nos salvamos de una buena, amigos: el rey
advirtió a los súbditos extranjeros que si no votaban a su favorito el reino
entero volaría por los aires, el príncipe del Tesoro intervino nuestra triste
moneda, la JP Morgan hizo una fiesta de disfraces en Buenos Aires con
inversionistas potenciales y los diplomáticos tejieron un acuerdo bilateral
que quizá implique el despegue definitivo de nuestra vieja patria adolescente.
Desarrollo por invitación, como dijo famosamente Andrés Malamud. Quién
sabe cómo y cuánto saldrá esta boda, pero mantengamos abierto un razonable
optimismo y también una dulce incredulidad en las vísperas navideñas, cuando
Papá Noel promete llenarnos de regalos. La boda es un rito, pero la pareja es
un largo y sinuoso camino que baja y se pierde, a veces sembrado de sorpresas y
de espinas. Lo cierto es que los economistas más serios, aquellos que detectan
inconsistencias en el business plan argento, ya no pueden
denunciarlas a viva voz, puesto que temen encontrarse con una respuesta nueva
que clausura cualquier argumento técnico: si algo eventualmente no cierra o
llega a faltar, el magnate enviará otro cheque de última instancia y todo
se arreglará como por arte de magia. Eso acalla cualquier objeción de cualquier
contador, porque el negocio queda así inscripto en un holding más
amplio y sostenido por una nueva e ilimitada billetera familiar: los fallos
advertidos, de esa manera, ya no serían preocupantes. Este mínimo hecho muestra
de por sí la dimensión que representa esta asociación a refrendar con
Washington: un hito histórico. Eso sí, que no se resfríe ni se canse el
patriarca, porque este fue un matrimonio de apuro y de puro presente que es
vulnerable a cambios de viento y que no deja herencia. Ojalá, además, que
nuestro inefable ministro de Economía use el tiempo comprado para estabilizar
de verdad y blindar las cajas ante cualquier crisis, no vaya a ser cosa que
vengan el año próximo encuestas negativas de los comicios de medio término en
Estados Unidos y renazcan aquí corridas justificadas en el “riesgo Donald”. El
riesgo de perder esos comicios ante los “comunistas” y que el gran benefactor
se transforme así en pato rengo.
Ojalá que nuestro inefable ministro de Economía
use el tiempo comprado para estabilizar de verdad y blindar las cajas ante
cualquier crisis. Guido Di Tella, el canciller de Carlos Menem, se
arrepintió hacia al final de su vida de su ocurrencia sobre “las relaciones
carnales” –concepto que una vez le fue mal traducido a Madeleine
Albright y le provocó estupor y risa nerviosa–, pero quedará igualmente en
los anales de la historia nacional. Di Tella quería contraponer las “relaciones
platónicas” de antes, con las “carnales” de los años 90; una comparación justa
sería que ese era entonces un noviazgo con derecho a roce entre la Casa
Rosada y la Casa Blanca, y que esta es una relación con arroz,
libreta roja y cama adentro. Estamos viviendo un revival noventista y una
re-menemización de la administración Milei. Cuando se habla del poder
absoluto del karinismo –por su hermana Karina– se está aludiendo en
esencia a Lule y Martín Menem, y a una praxis que se aleja de
los libertarios puros y rígidos, y se acerca a aquella experiencia histórica
más plástica, que parió a su tiempo la convertibilidad y que formaba parte de
la cultura peronista. Este neomenemismo es, en cambio, una nave para el
caudaloso, variopinto e inarticulado movimiento antikirchnerista, pero con otra
originalidad: le exige ahora a su capitán un notable esfuerzo para no
ofender a la tripulación ni asustar o dispersar al pasaje, y para poner proa a
una época de intenso acuerdismo que garantice gobernabilidad y
transformaciones. El último mandato de las urnas, así desplegado, muestra la
metamorfosis del proyecto mileísta y modifica de raíz su gen anticasta y
antisistema. Milei emergió de las elecciones de este año con esa novedosa
directriz popular, y esta conecta por azar o pragmatismo con las órdenes
norteamericanas –anudarás alianzas, sacarás reformas–, y resulta contradictoria
con la anterior, que era sectaria y agresiva. La “batalla cultural” de las
desplazadas Fuerzas del Cielo no sirven más que para dar charlas
internacionales bien rentadas y complacer el oído de la Nueva Derecha, aunque
en el territorio es peligrosa y piantavotos para alguien que tiene hoy el
incentivo de no hacer olas ni producir otra división que la planteada en esta
final de campeones: entre Kirchnerismo y Resto del Mundo. Los “troskos de
derecha” prefieren un populismo del Tea Party a un “peronista”
liberal que luche contra el peronismo y absorba a la casta. Pero los
hermanos Milei parecen más propensos a jugar esta baza con la perspectiva de
quedarse con todo. Y pueden hacerlo, si el acuerdo con Tío Sam no agrava la
economía real, que sigue maltrecha y que fue, a la postre, el talón de Aquiles
de los “dorados años noventa”
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