LA BOMBA
FISCAL QUE ESTA ARMANDO MILEI
(Por Alfredo
Zaiat en El Destape)
Un eventual gobierno de signo político distinto
heredará un país con rutas destruidas, puentes en riesgo, redes eléctricas
insuficientes y obras inconclusas.
El análisis riguroso de las cuentas fiscales
concluye que no existe el superávit fiscal promocionado por el gobierno de
Milei, ni tampoco equilibrio y, en una evaluación a futuro cercano, se están
desarrollando poderosas bombas fiscales. Es decir, montos elevados de gasto
público postergado o generado en la actualidad que se deberán cancelar más
adelante, como los intereses de la deuda pública en pesos.
Estas bombas serán un potente condicionante de
un próximo gobierno de signo diferente al liberal-libertario. Una de ellas está
constituida por la paralización de la obra pública y, en particular, la de
mantenimiento de las rutas nacionales y la continuación de la construcción de
autopistas.
Uno de los principales postulados de Milei es
que “el Estado no debe construir nada, todo debe hacerlo el sector privado”.
Sin embargo, detrás de ese enunciado ideológico, se esconde una dinámica
económica y social de alto costo que excede el presente. Lo que hoy se frena no
solo detiene proyectos, sino que destruye capital físico acumulado a lo largo
de décadas.
El gobierno de Javier Milei repite el mismo
patrón de abandono de la infraestructura básica del país en todos los sectores
estratégicos del desarrollo del país..
La
destrucción mileísta
En la historia económica argentina, la obra
pública ha sido un pilar de integración territorial y desarrollo productivo.
Desde las carreteras pavimentadas en los años ‘30 y ‘40, pasando por el tendido
de redes eléctricas y gasíferas, hasta los planes de infraestructura de las
últimas décadas, cada generación recibió un stock de activos que, para
conservar su valor, requiere mantenimiento y actualización. La interrupción de
ese ciclo implica consumir ese capital.
La paralización del mantenimiento de rutas nacionales
es uno de los ejemplos más visibles. Asfaltos que se deterioran, puentes que no
se inspeccionan, banquinas que no se despejan. El resultado es inmediato: mayor
riesgo de accidentes viales, más muertes evitables y un incremento de los
costos logísticos. Los transportistas deben reducir la velocidad, gastar más en
repuestos y combustible, e incluso modificar sus trayectos, lo que encarece el
precio final de las mercancías.
Un reciente informe del Instituto Argentina
Grande revela que el 47,5% de las rutas nacionales está en buen estado (-7,4
puntos porcentuales desde 2022), el 23,5% está en estado regular y el 29,0%, en
mal estado. Casi un tercio de la red vial está en condiciones críticas, proceso
que se aceleró en lo que va del gobierno de Milei, que pasó del 23,0% al
mencionado 29,0%.
Hubo una mejora significativa en el gobierno de
Alberto Fernández (las rutas malas se redujeron del 26,3% al 23,0% y hubo un
aumento de 5,2 puntos porcentuales en rutas en buen estado) seguida de un
retroceso vertiginoso bajo la gestión Milei, llegando en solo un año, producto
de la desinversión, a números peores que los del macrismo en 2019.
Un informe del Instituto Argentina Grande revela que el 47,5% de las rutas nacionales están en buen estado (-7,4 puntos desde 2022), el 23,5% está en estado regular y el 29% en mal estado.
No avanzó
ni un kilómetro nuevo de autopista
A este cuadro se suma el freno total en
construcción de autopistas. Obras que estaban en etapa de ejecución, con
financiamiento asignado y avances significativos, han quedado abandonadas. Por
ejemplo, la paralización de la Autopista Presidente Perón, en la Provincia de
Buenos aires. No se trata solo de un desperdicio de inversión previa, sino
también de un retroceso en la competitividad regional. La conexión eficiente
entre provincias y puertos, esencial para las exportaciones, se degrada.
El reporte del Instituto Argentina Grande
detalla que en la gestión de Mauricio Macri se construyeron 461 kilómetros de
autopistas y rutas nuevas; en la de Alberto Fernández se inauguraron 1209
kilómetros de nuevas autopistas, autovías y rutas; y en la de Milei, ni uno.
El retiro total del Estado de la obra pública
no genera un reemplazo por el sector privado, sino un vacío. Y en ese vacío, el
capital físico acumulado se degrada sin reposición.
El costo de esta política no será afrontado por
el actual gobierno, sino por el siguiente. Un eventual gobierno de signo
político distinto heredará un país con rutas destruidas, puentes en riesgo,
redes eléctricas insuficientes y obras inconclusas. Recuperar ese nivel mínimo
de infraestructura demandará inversiones extraordinarias, que pondrán bajo
fuerte tensión la cuestión fiscal.
El costo económico de esta política de
destrucción es gigantesco: la Cámara Argentina de la Construcción estima que el
costo anual de mantenimiento de la red vial (nacional y provincial) es de 4213
millones de dólares, pero si no se mantiene, la reposición total asciende a
40.773 millones de dólares, y sólo para las rutas nacionales el costo es de
23.240 millones. Esto implica que cada dólar ahorrado en mantenimiento hoy
requerirá diez para reconstruir mañana.
El Gobierno disolvió la Dirección Nacional de
Vialidad -encargada de más de 40.000 kilómetros de rutas nacionales-, lo que
implica el despido de más de 5000 trabajadores y dejará 118 tramos nacionales
sin mantenimiento. Esta medida dispuesta por un decreto delegado fue rechazada
por la Cámara de Diputados y detenida por un amparo judicial.
La Cámara Argentina de la Construcción estima que
el costo anual de mantenimiento de la red vial (nacional y provincial) es de
4213 millones de dólares, pero si no se mantiene, la reposición total asciende
a 40.773 millones de dólares.
El Estado
abandona la obra pública
El mismo patrón de abandono de la
infraestructura básica del país se repite en otros sectores estratégicos. En el
sistema energético, proyectos de ampliación de redes de alta tensión,
gasoductos y centrales de generación quedaron suspendidos. Estas obras no son
un capricho: son la base para sostener el crecimiento industrial, abastecer a
nuevas plantas fabriles y garantizar el suministro en picos de consumo. Su
paralización hoy implica cuellos de botella y apagones mañana.
La narrativa oficial presenta estas decisiones
como parte del combate a la corrupción y una victoria en la “batalla contra el
déficit fiscal”. El razonamiento es lineal: si no se gasta, no se incrementa el
déficit. Pero esta visión ignora que lo que se ahorra hoy se pagará
multiplicado en el futuro. La infraestructura es un gasto relevante: es un
activo productivo. No mantenerlo equivale a hipotecar el desarrollo.
La ideología fiscalista de Milei se sostiene
sobre una interpretación extrema del rol del Estado: la infraestructura debe
ser financiada y ejecutada exclusivamente por privados. La realidad es que,
incluso en países con fuerte presencia del sector privado, el Estado sigue
siendo el principal inversor en obras de largo plazo, porque los retornos financieros
no son inmediatos o atractivos para el capital privado, aunque los beneficios
sociales y económicos sean incuestionables.
Milei
dilapida la infraestructura básica del país
En materia de obra pública, el freno es
drástico: entre fines de 2023 y febrero de 2024 se dejaron de financiar 2117
proyectos, un derrumbe del 87,6% en la cantidad de obras en ejecución (de 2417
a solo 300), según el Banco de Proyectos de Inversión Pública.
En términos reales, el recorte de
transferencias de capital alcanzó el 82,3%, y los gastos de capital del Estado
sufrieron una caída del 77,4% en 2024. En el acumulado enero–mayo de 2025, la
red vial recibió un 75% menos de gasto devengado real que en el mismo período
de 2023, según el Instituto Argentina Grande.
Para alcanzar los niveles de 2023 en gastos de
capital faltarían 7883 millones de dólares adicionales a los ejecutados por
este concepto en 2024. Destinar recursos al mantenimiento, evita mayores gastos
en recuperación en el futuro próximo.
La Cámara de la Construcción señala que “la
ausencia de un mantenimiento regular acelera el deterioro de las vías, lo que
incrementa la necesidad de futuras inversiones costosas en reparaciones de
emergencia y, en casos extremos, en la reconstrucción o recuperación total de las
rutas. En conclusión, la conservación del stock de capital en infraestructura
vial en Argentina requiere una inversión sostenida y planificada en
mantenimiento, acorde con las recomendaciones internacionales y las necesidades
específicas del país”.
El Gobierno disolvió la Dirección Nacional de
Vialidad encargada de más de 40.000 kilómetros de rutas nacionales.
El
inmenso desafío de recuperar la inversión pública
La bomba fiscal que está diseñando Milei
explotará cuando un futuro gobierno quiera hacer lo imprescindible: recuperar
las obras de infraestructura, lo que pondrá bajo estrés las cuentas fiscales, y
que, además, no contarán con fluidas vías de financiamiento.
Al actual ritmo de emisión de deuda en pesos y
acumulación de deuda en dólares con el FMI, la dupla Milei-Luis Caputo está
agotando tanto la credibilidad como la capacidad de endeudamiento en los
mercados internacionales, y también reduce las fuentes de financiamiento
interno. En ese escenario, un plan de reconstrucción requerirá recursos que
solo podrán obtenerse con una combinación de aumento de ingresos fiscales,
reasignación de partidas y eventual endeudamiento en condiciones poco
favorables.
A esto se suma la pérdida de capital humano.
Las empresas constructoras que quiebran o reducen su plantilla generan un vacío
de capacidades técnicas y de empleo especializado que no se recupera de un día
para otro. Ingenieros, técnicos, operarios y proveedores se dispersan, migran o
cambian de actividad. Cuando se intente reactivar las obras, no solo habrá que
reiniciar los proyectos, sino también reconstruir el entramado productivo que
los sostiene.
Milei
está hipotecando el futuro
Los antecedentes en la región muestran que las
políticas de abandono de la obra pública tienen efectos devastadores. En países
donde la inversión en infraestructura se interrumpió por largos períodos, los
costos de reposición superaron con creces los ahorros iniciales.
El caso argentino es aún más delicado porque
parte de un déficit histórico en infraestructura. Las redes viales, energéticas
e hidráulicas ya presentaban falencias antes del actual gobierno. La
paralización total no solo frena avances, sino que agrava problemas
estructurales.
El impacto social también es evidente. Las
comunidades aisladas por la falta de mantenimiento de caminos ven limitadas sus
posibilidades de desarrollo, acceso a servicios básicos y oportunidades
económicas. La logística encarecida repercute en los precios de alimentos y
bienes de consumo.
La decisión de Milei no es un simple ajuste: es
un cambio estructural en el modelo de desarrollo, donde el Estado renuncia a su
papel de garante de la infraestructura básica. El argumento fiscalista oculta
que el capital físico se consume, y que el costo de su reposición será mucho
mayor que el supuesto ahorro.
En definitiva, la paralización de la obra
pública bajo el gobierno de Milei no es solo un capítulo más de ajuste fiscal,
es una política que deteriora el patrimonio productivo del país, compromete la
competitividad futura y traslada a la próxima administración una pesada carga
financiera y operativa.