Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

jueves, 29 de noviembre de 2018


LA INSUPERABLE LEVEDAD DE IR MAS ALLÁ DE LAS CIRCUNSTANCIAS
(Por Ernesto Estévez Rams, publicado en el blog de Iroel Sánchez "La Pupila Insomne")



El capitalismo es una especie de Rey Midas en marcha atrás, todo lo que toca lo convierte en mercancía, pero lo hace otorgándole esta condición como esencia, usurpando sus otros atributos. Y lo hace aun cuando para lograr que se venda, debe esconder su objetivo único detrás de los demás atributos. Digo de marcha atrás porque, si en el principio la condición de mercancía derivaba de la utilidad de cierto objeto, es decir su valor de uso, ahora lo vendible viene primero y luego, se le inventa alguna pantomima que la haga comprable. Luego, genéricamente hablando, este anti Rey Midas, contrario al mítico, convierte todo lo que toca en mierda y no porque no sea capaz de crear lo útil, lo crea, pero no lo hace por utilidad. Por eso cada vez que escucho aquellos versos de que me vienen convidar a tanta mierda no puedo evitar pensar en que el convite es a abrazar el mito de la mercancía y perderse en el. El mundo hecho almacén de objetos de masas.

Este afán de demiurgo de feria que troca las cosas degradándolas no se reduce a los objetos tangibles. Los economistas dicen que una de las características del capitalismo desarrollado es que sus sociedades ya no se sostienen sobre la base de la  producción de bienes sino de servicios. Los objetos que los produzcan otros, lo de ellos es el negocio de trocar todo, incluyendo los objetos, en símbolos vendibles.

México produce los teléfonos, pero Apple vende los iphones. Brasil ensambla los automóviles pero General Motor vende status rodantes. Por eso la primera industria del capitalismo desarrollado contemporáneo es la industria de los símbolos. A esto habrá que añadirle el plus de que el ejercicio del poder es esencialmente un ejercicio simbólico. Tenemos el símbolo de la prosperidad como la capacidad de ser consumidor desenfrenado. Tenemos el símbolo del triunfo individual como la validez de pisotear al prójimo. Se vende la imagen de la apabullante maquinaria de guerra como símbolo de que no hay mas remedio que agachar la cabeza. Luego, al vender símbolos, ya sean objetos o no, se vende también determinada relación de poder, un Longiness no es sencillamente un buen reloj, es mas que eso, es el símbolo de que la sociedad que lo produce es superior a las incapaces de producirlo. Por eso la insistencia en atarnos a la condición de economías extractivistas, es decir, meras productoras de materia prima. Hay poco símbolo de adelanto en el saco de azúcar o el barril de petróleo, y acaso, el símbolo que transmite nos acerca mas al humanoide que recogía frutas de los arboles que al ser que conquista el espacio.

Todo saber, aun en las mas remotas áreas de la cultura son útiles al ejercicio del poder. Contrario a lo que a veces se afirma, nunca antes la producción de conocimientos fue más colectiva, el problema es, que nunca antes esa apropiación del conocimiento colectivo ha sido mas privado. Si en el capitalismo industrial, la apropiación de lo producido se hacía esencialmente en el plano de lo tangible: el dueño de los telares se quedaba con el paño producido, hoy esa apropiación ocurre  mucho antes, la apropiación comienza con el conocimiento, es decir con la cultura.

Quizás sea en el terreno de la cultura donde  la apropiación de lo intangible alcanza su expresión mas acabada. La industria de lo simbólico no es otra cosa que la industria de mercantilización de la cultura. Y al decir cultura, me refiero ahora a todo lo  que el ser humano produce conscientemente primero como idea. La mercantilización de la cultura es el fenómeno más distintivo de la hegemonía capitalista actual. En el plano de la ciencia implica subvertir el origen primario de esa actividad, como el impulso humano de saberlo todo, a una actividad cuyo fin fundamental es contribuir a la reproducción ampliada del propio sistema. En el terreno de lo artístico pasa otro tanto, la homogenización embrutecedora de la maquinaria cultural globalizada no solo  responde a hacer viable como industria global, a un fenómeno esencialmente local, sino que ademas, es necesario para garantizar la persistencia del sistema. La dominación imperialista es en primer lugar una dominación simbólica. Que arma terriblemente eficaz es la generadora de  admiración tonta y acrítica a un sistema artístico estructurado sobre la existencia de estrellas globales. Si la rebeldía juvenil se resume en parecerse a Justin Bieber o imitar al cantante de machismos y miserias espirituales como paradigma de éxitos, entonces toda rebeldía cósmica esta de antemano derrotada. No es casualidad el vertiginoso ritmo de los productos culturales de hoy en dia. El fenómeno de la obsolescencia tecnológica viene acompañado de la obsolescencia simbólica. Las mercancías culturales pierden actualidad simbólica y se le impone a la sociedad la necesidad de sustituirlos sin haber sido agotados como discurso estético. El resultado es una sociedad oligofrénica con una memoria de corto plazo. La pérdida de memoria colectiva no es otra cosa que la perdida de la cultura como esencia espiritual del ser humano para dar paso a la cosificación del sujeto social.

Por eso es que la defensa de la cultura como hecho trascendente, trasciende. Y digo trascender en el sentido de que no se trata de capricho de hacer trinchera por donde quiera, sino de que las trincheras hechas de cultura son trincheras de ideas y ya sabemos lo que dijo Martí, y Fidel nos recordaba constantemente, sobre la resistencia de las trincheras de ideas sobre otras, en apariencia engañosa, mas efectivas.

Recuerdo haber leído alguna vez, quizás escuchado, a Silvio decir que una canción no cambiaba al mundo, que eso era una exageración de los poetas, pero acaso podemos mencionar algo que por si solo cambie al mundo? Los poetas hacen, entre muchas otras cosas, dos acciones respecto al tiempo, o bien nos configuran el pasado como persistencia en el presente, o bien nos prefiguran el futuro como utopía y al hacerlo, la vuelven alcanzable: objeto de metas.

Cuando Silvio dice que el se muere como vivió, nos recuerda el pasado, lo vivido, como historia que impone un de cursar determinado hacia el futuro: el pasado obliga a ese futuro. Pero, he aquí lo mágico de los grandes poetas, cuando todos coreamos la canción, el símbolo que el poeta logro darnos es que no se trata de su vivencia como individuo sino que, en sus versos se resume, la vivencia de un colectivo mas grande, acaso un pueblo, acaso mas, no me atrevo a ponerle limites. Y no hay nada mas antimercancía, ya lo decíamos, que un símbolo al que no se le puede pronosticar fecha de caducidad.  Porque lo que se apropia colectivamente y no perece, difícilmente puede ser convertido en mercancía.  Símbolos como esos son de por sí subversivos y el que los produce un peligro tremendo al sistema de miserias espirituales.

Cuando el poeta fabula en torno a tres hermanos donde cada uno yerra en su derrotero, nos pone a pensar hasta darnos de bruces que el error era andar por separado y la solución sencilla, andar unidos. Pero la fábula trasciende la anécdota en si para hacer metáfora del hecho pasado como experiencia para el accionar futuro. Fábulas como esa son imposibles de tornar mercancía y por ello, remiten a la sabiduría ancestrales de los pueblos para tornarse en subversivas y quien las expone, es un peligro aniquilador al sistema de trasiego de mediocridades.

Frente a la pretendida maquinaria absoluta de trocarlo todo en mercancía, nosotros, los pueblos sumergidos, no tenemos otra que enfrentarlos con nuestros poetas, esos símbolos imperecederos que creen que una canción no cambia el mundo y sin embargo, le cantan a las eras mientras estas paren corazones, haciendo parte de las matronas que traen al mundo nuevos decursares camino a la justicia absoluta.

Hay muchas muertes, la peor es la que viene por desencanto.  Si penan los pueblos sin héroes, más penan los pueblos que dejan morir a sus poetas.
Es tan corta la vida y tan larga la historia, que nos desesperamos por ver pasar en el tiempo que nos ha sido dado, la historia toda de la humanidad. Eso no ocurre, lo que si ocurre es que los poetas, si son grandes, nos las resumen en el espacio de una canción y así condensada, como si la hubiéramos vivido, nos hacen sabios.

Un individuo no puede conquistar toda la justicia. Podrá ser justo, digamos, con los pobres de la tierra pero tal vez desprecie al homosexual, no lo entienda; puede darse el caso que sufra ver que se humille al de otra raza y sea a la vez indulgente a enclaustrar mujeres en conventos de adoctrinadas desde niñas y mutiladas de tomar otros destinos. Le indigne la misoginia y simultáneamente, decida tolerar machismos inherentes a buena parte de las culturas originarias. No es culpa de el, es un problema de volumen, toda la justicia no cabe en un solo ser humano. Ni en el mas grande, el que más abarca. La justicia toda no es cosa de individuos.  Cuando lo intentan terminan levantados del caballo por un tiro y caen de espaldas mirando el cielo: revientan.

Es hermoso el gesto y sirve como símbolo redentor. Pero el símbolo no lo hereda nadie en particular, lo descubren muchos que también lo intentan  también revientan. Y así, en olas sucesivas hasta que reventamos todos. Por eso, toda la justicia es al final como una gran explosión sideral: el reventar de una supernova esparciendo polvo de estrella por todo el universo. Ese mismo polvo que acumulado en algún lugar cósmico vuelve a fundar otro planeta llamado tierra donde otros seres humanos se preguntaran cómo conquistar toda la justicia y otros poetas canten sobre el material de que están hechos todos los hombres.

Frente a la apuesta por la insoportable levedad del ser, ese intento de trocarnos a nosotros mismos en mercancías con obsolescencia programada, el poeta nos contrapone setenta y dos poesías que son un canto a la insuperable levedad de  ser capaces de proyectarnos mas allá de las circunstancias y eso, es cambiar el mundo, con el embrujo de una canción.


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