Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

domingo, 27 de abril de 2014

POESIA  Y ACUARELA de JOSE LUIS FARIÑAS sacado de LA PUPILA INSOMNE de IROEL SANCHEZ

RUMBO

Encuéntrame alma,
estoy en el silencio arrodillado,
en el ruido de pie como la luna,
sin latitud ni frentes, sin espejos,
armado de tinieblas,
como el tiempo y el dagame
junto a los paños de la grieta,
bajo tu voz de aquella tarde
pasando en tus visiones rápidas,
en tu ya no creer en mis ausencias.
Te estoy esperando, alma,
reconóceme, condúceme a ti;
pero mejor no vengas,
no sea que no haya fondo en mí
ni superficie fiel que te ennoblezca.
Acaso no había claves en la higuera
ni sonidos ya que me despierten,
pero no renuncies, no te olvides, alma,
no dejes para después la próxima noche:
ve y encuéntrame.

jueves, 24 de abril de 2014

UN AMIGO DESDE LA HABANA ME ENVIÓ ESTE ARTÍCULO PUBLICADO EN CUBADEBATE...García Márquez con esa pluma maravillosa me regresa a ese Mundo donde yo todavia no había nacido, pero su genialidad radica en que su descripción me la hace sentir como vivida...Gracias I.P.

¿Cómo se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?

Por: Gabriel García Márquez

Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482,560 automóviles, 343,300 refrigeradores, 549,700 receptores de radio, 303,500 televisores, 352,900 planchas eléctricas, 286,400 ventiladores, 41,800 lavadoras automáticas, 3,500,000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso, que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos.
 
Al parecer, había de pasar un cierto tiempo antes de que la mayoría de los cubanos se dieran cuenta de lo que significaban en su vida aquellos números mortales. Desde el punto de vista de la producción, Cuba se encontró de pronto con que no era un país distinto sino una península comercial de los Estados Unidos. Además de que la industria del azúcar y el tabaco dependían por completo de los consorcios yanquis, todo lo que se consumía en la isla era fabricado por los Estados Unidos, ya fuera en su propio territorio o en el territorio mismo de Cuba.
 
La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de 20 pisos de vidrio del Malecón. Cuba importaba de los Estados Unidos casi 30 mil artículos útiles e inútiles para la vida cotidiana. Inclusive los mejores clientes de aquel mercado de ilusiones eran los mismos turistas que llegaban en el Ferry boat de West Palm Beach y por el Sea Train de Nueva Orléans, pues también ellos preferían comprar sin impuestos los artículos importados de su propia tierra. Las papayas criollas, que fueron descubiertas en Cuba por Cristóbal Colón desde su primer viaje, se vendían en las tiendas refrigeradas con la etiqueta amarilla de los cultivadores de las Bahamas. Los huevos artificiales que las amas de casa despreciaban por su yema lánguida y su sabor de farmacia tenían impreso en la cáscara el sello de fábrica de los granjeros de Carolina del Norte, pero algunos bodegueros avispados los lavaban con disolvente y los embadurnaban de caca de gallina para venderlos más caros como si fueran criollos. No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos. Las pocas fábricas de artículos fáciles que habían sido instaladas en Cuba para servirse de la mano de obra barata estaban amontonadas con maquinaria de segunda mano que ya había pasado de moda en su país de origen. Los técnicos mejor calificados eran norteamericanos, y la mayoría de los escasos técnicos cubanos cedieron a las ofertas luminosas de sus patrones extranjeros y se fueron con ellos para los Estados Unidos. Tampoco había depósitos de repuestos, pues la industria ilusoria de Cuba reposaba sobre la base de que sus repuestos estaban sólo a 90 millas, y bastaba con una llamada telefónica para que la pieza más difícil llegara en el próximo avión sin gravámenes ni demoras de aduana.
 
A pesar de semejante estado de dependencia, los habitantes de las ciudades continuaban gastando sin medida cuando ya el bloqueo era una realidad brutal. Inclusive muchos cubanos que estaban dispuestos a morir por la Revolución, y algunos sin duda que de veras murieron por ella, seguían consumiendo con un alborozo infantil. Más aún: las pioneras medidas de la Revolución habían aumentado de inmediato el poder de compra de las clases más pobres, y estas no tenían entonces otra noción de felicidad que el placer simple de consumir. Muchos sueños aplazados durante media vida y aun durante vidas enteras se realizaban de pronto. Sólo que las cosas que se agotaban en el mercado no eran repuestas de inmediato, y algunas no serían repuestas en muchos años, de modo que los almacenes deslumbrantes del mes anterior se quedaban sin remedio en los puros huesos.
 
Cuba fue por aquellos años iniciales el reino de la improvisación y el desorden. A falta de una nueva moral –que aún habrá de tardar mucho tiempo para formarse en la conciencia de la población– el machismo Caribe había encontrado una razón de ser en aquel estado general de emergencia.
 
El sentimiento nacional estaba tan alborotado con aquel ventarrón incontenible de novedad y autonomía, y al mismo tiempo las amenazas de la reacción herida eran tan verdaderas e inminentes, que mucha gente confundía una cosa con la otra y parecía pensar que hasta la escasez de leche podía resolverse a tiros. La impresión de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros, tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre.
 
En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país había cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible. Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra. Grandes cruces rojas dentro de círculos blancos habían sido pintadas en los techos de los hospitales para ponerlos a salvo de bombardeos previsibles. También en las escuelas, los templos y los asilos de ancianos se habían puesto señales similares. En los aeropuertos civiles de Santiago y Camagüey había cañones antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial disimulados con lonas de camiones de carga, y las costas estaban patrulladas por lanchas rápidas que habían sido de recreo y entonces estaban destinadas a impedir desembarcos. Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones mandados desde Miami, ruinas de fábricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles de la revolución. En el aeropuerto de La Habana donde era evidente que se hacían esfuerzos para que no se notara el ambiente de guerra, había un letrero gigantesco de un extremo a otro de la cornisa principal: “Cuba, territorio libre de América”. En lugar de los soldados barbudos de antes, la vigilancia estaba a cargo de milicianos muy jóvenes con uniforme verde olivo, entre ellos algunas mujeres, y sus armas eran todavía las de los viejos arsenales de la dictadura. Hasta entonces no había otras. El primer armamento moderno que logró comprar la Revolución a pesar de las presiones contrarias de los Estados Unidos había llegado de Bélgica el 4 de marzo anterior, a bordo del barco francés Le Coubre, y este voló en el muelle de La Habana con 700 toneladas de armas y municiones en las bodegas por causa de una explosión provocada. El atentado produjo además 75 muertos y 200 heridos entre los obreros del puerto pero no fue reivindicado por nadie, y el gobierno cubano lo atribuyo a la CIA. Fue en el entierro de las víctimas cuando Fidel Castro proclamó la consigna que habría de convertirse en la divisa máxima de la nueva Cuba: “Patria o Muerte”. Yo la había visto por primera vez en las calles de Santiago, la había visto pintada a brocha gorda sobre los enormes carteles de propaganda de empresas de aviación y pastas dentífricas norteamericanas en la carretera polvorienta del aeropuerto de Camagüey, y la volví a encontrar repetida sin tregua en cartoncitos improvisados en las vitrinas de las tiendas para turistas del aeropuerto de La Habana, en las antesalas y los mostradores, y pintada con albayalde en los espejos de la peluquería y con carmín de labios en los cristales de los taxis. Se había conseguido tal grado de saturación social, que no había ni un lugar ni un instante en que no estuviera escrita aquella consigna de rabia, desde las pailas de los trapiches hasta el calce de los documentos oficiales, y la prensa, la radio, y la televisión la repitieron sin piedad durante días enteros y meses interminables, hasta que se incorporó a la propia esencia de la vida cubana.
 
En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creador de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor. La ciudad seguía siendo un santuario de placer, con máquinas de lotería hasta en las farmacias y automóviles de aluminio demasiado grandes para las esquinas coloniales, pero el aspecto y la conducta de la gente estaba cambiando de un modo brutal. Todos los sedimentos del subsuelo social habían salido a flote, y una erupción de lava humana, densa y humeante, se esparcía sin control por los vericuetos de la ciudad liberada, y contaminaba de un vértigo multitudinario hasta sus últimos resquicios. Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en la silla de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubes exclusivos de Siboney.
 
El cancerbero rubio del hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el día convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado. Un chévere legítimo del Luyanó, retinto, y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar, y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó abochornado y trémulo.
 
-¡Coño! –Suspiró– ¡Olía a flores!
 
Eran tropiezos frecuentes. Y comprensibles, porque el poder de compra de la población urbana y rural había aumentado de un modo considerable en un año. Las tarifas de la electricidad, del teléfono, del transporte y de los servicios públicos en general, habían sufrido reducciones drásticas, y se organizaban excursiones especiales del campo a la ciudad y de la ciudad al campo que en muchos casos eran gratuitos. Por otra parte, el desempleo se estaba reduciendo a grandes pasos, los sueldos subían, y la Reforma Urbana había aliviado la angustia mensual de los alquileres, y la educación y los útiles escolares no costaban nada. Las 20 leguas de harina de marfil de las playas de Varadero, que antes tenían un solo dueño y cuyo disfrute estaba reservado a los ricos demasiado ricos, fueron abiertas sin condiciones para todo el mundo, inclusive para los mismos ricos. Los cubanos, como la gente del Caribe en general, habían creído desde siempre que el dinero sólo servía para gastárselo, y por primera vez en la historia de su país lo estaban comprobando en la práctica.
 
Creo que muy pocos éramos conscientes de la manera sigilosa pero irreparable en que la escasez se nos iba metiendo en la vida.
 
Aún después del desembarco en Playa Girón los casinos continuaban abiertos, y algunas putitas sin turistas rondaban por los contornos en espera de que un afortunado casual de la ruleta les salvara la noche. Era evidente que a medida que las condiciones cambiaban, aquellas golondrinas solitarias se iban volviendo lúgubres y cada vez más baratas. Pero de todos modos las noches de La Habana y de Guantánamo seguían siendo largas e insomnes, y la música de las fiestas de alquiler se prolongaba hasta el alba. Esos rezagos de la vida vieja mantenían una ilusión de normalidad y abundancia que ni las explosiones nocturnas, ni los rumores constantes de agresiones infames, ni la inminencia real de la guerra conseguían extinguir, pero que desde hacía mucho tiempo habían dejado de ser verdad. A veces no había carne en los restaurantes después de la media noche, pero no nos importaba, porque tal vez había pollo.
 
A veces no había plátano, pero no nos importaba porque tal vez había boniato. Los músicos de los clubes vecinos y los chulos impávidos que esperaban las cosechas de la noche frente a un vaso de cerveza, parecían tan distraídos como nosotros ante la erosión incontenible de la vida cotidiana.
 
En el centro comercial habían aparecido las primeras colas y un mercado negro incipiente pero muy activo empezaba a controlar los artículos.
 
Yo tomé conciencia del bloqueo de una manera brutal, pero a la vez un poco lírica, como había tomado conciencia de casi todo en la vida. Después de una noche de trabajo en la oficina de Prensa Latina me fui solo y medio entorpecido en busca de algo para comer. Estaba amaneciendo. El mar tenía un humor tranquilo y una brecha anaranjada lo separaba del cielo en el horizonte. Caminé por el centro de la avenida desierta, contra el viento de salitre del malecón, buscando algún lugar abierto para comer bajo las arcadas de piedras carcomidas y rezumantes de la ciudad vieja. Por fin encontré una fonda con la cortina metálica cerrada pero sin candado, y traté de levantarla para entrar, porque dentro había luz y un hombre estaba lustrando los vasos en el mostrador. Apenas lo había intentado cuando sentí a mis espaldas el ruido inconfundible de un fusil al ser montado, y una voz de mujer muy dulce pero resuelta.
 
–Quieto compañero –dijo– Levanta las manos. Era una aparición en la bruma del amanecer. Tenía un semblante muy bello, con el pelo amarrado en la nuca como una cola de caballo, y la camisa de miliciana ensopada por el viento del mar. Estaba asustada sin duda, pero tenía los tacones separados y bien establecidos en la tierra, y agarraba el fusil como un soldado.
 
–Tengo hambre –dije.
 
Tal vez lo dije con demasiada convicción, porque sólo entonces comprendió que yo no había tratado de entrar a la fonda a la fuerza, y su desconfianza se convirtió en lástima.
 
–Es muy tarde –dijo.
 
–Al contrario –le repliqué–: el problema es que es demasiado temprano. Lo que quiero es desayunar.
 
Entonces hizo señas hacia adentro por el cristal, y convenció al hombre de que me sirviera algo aunque faltaban dos horas para abrir. Pedí huevos fritos con jamón, café con leche y pan con mantequilla, y un jugo fresco de cualquier fruta. El hombre me dijo con una precisión sospechosa que no había huevos ni jamón desde hacía una semana ni leche desde hacía tres días, y que lo único que podía servirme era una taza de café negro y pan sin mantequilla, y si acaso un poco de macarrones recalentados de la noche anterior. Sorprendido le pregunté qué estaba pasando con las cosas de comer, y mi sorpresa era tan inocente que entonces fue él quien se sintió sorprendido.
 
–No pasa nada –me dijo–. Nada más que a este país se lo llevó el carajo.
 
No era enemigo de la Revolución como lo imaginé al principio. Al contrario era el último de una familia de 11 personas que se habían fugado en bloque para Miami. Había decidido quedarse, y en efecto se quedó para siempre, pero su oficio le permitía descifrar el porvenir con elementos más reales que los de un periodista trasnochado. Pensaba que antes de tres meses tendría que cerrar la fonda por falta de comida, pero no le importaba mucho porque ya tenía planes muy bien definidos para su futuro personal.
 
Fue un pronóstico certero. El 12 de marzo de 1962, cuando ya habían transcurrido 322 días desde el principio del bloqueo, se impuso el razonamiento drástico de las cosas de comer. Se asignó a cada adulto una ración mensual de tres libras de carne, una de pollo, seis de arroz, dos de manteca, una y media de frijoles, cuatro onzas de mantequilla y cinco huevos. Era una ración calculada para que cada cubano consumiera una cuota normal de calorías diarias. Había raciones especiales para los niños, según la edad, y todos los menores de 14 años tenían derecho a un litro diario de leche. Más tarde empezaron a faltar los clavos, los detergentes, los focos, y otros muchos artículos de urgencia doméstica, y el problema de las autoridades no era reglamentarlos sino conseguirlos. Lo más admirable era comprobar hasta qué punto aquella escasez impuesta por el enemigo iba acendrando la moral social. El mismo año en que se estableció el racionamiento ocurrió la llamada Crisis de Octubre, que el historiador inglés Hugh Thomas ha calificado como la más grave de la historia de la humanidad, y la inmensa mayoría del pueblo cubano se mantuvo en estado de alerta durante un mes, inmóviles en sus sitios de combate hasta que el peligro pareció conjurado, y dispuestos a enfrentarse a la bomba atómica con escopetas. En medio de aquella movilización masiva que hubiera bastado para desquiciar a cualquier economía bien asentada, la producción industrial alcanzó cifras insólitas, se terminó el ausentismo en las fábricas y se sortearon obstáculos que en circunstancias menos dramáticas hubieran sido fatales. Una telefonista de Nueva York le dijo en esa ocasión a una colega cubana que en los Estados Unidos estaban muy preocupados por lo que pudiera ocurrir.
 
–En cambio aquí estamos muy tranquilos –replicó la cubana–. Al fin y al cabo, la bomba atómica no duele.
 
El país producía entonces suficientes zapatos para que cada habitante de Cuba pudiera comprar un par al año, de modo que la distribución se canalizó a través de los colegios y los centros de trabajo. Sólo en agosto de 1963, cuando ya casi todos los almacenes estaban cerrados porque no había materialmente nada que vender, se reglamentó la distribución de la ropa. Empezaron por raciones de nueve artículos, entre ellos los pantalones de hombre, la ropa interior para ambos sexos y ciertos géneros textiles, pero antes de un año tuvieron que aumentarlos a 15. Aquella Navidad fue la primera de la Revolución que se celebró sin cochinito y turrones, y en que los juguetes fueron racionados. Sin embargo, y gracias precisamente al racionamiento, fue también la primera Navidad en la historia de Cuba en que todos los niños sin ninguna distinción tuvieron por lo menos un juguete. A pesar de la intensa ayuda soviética y de la ayuda de China Popular que no era menos generosa en aquel tiempo, y a pesar de la asistencia de numerosos técnicos socialistas y de la América Latina, el bloqueo era entonces una realidad ineludible que había de contaminar hasta las grietas más recónditas de la vida cotidiana y a apresurar los nuevos rumbos irreversibles de la historia de Cuba. Las comunicaciones con el resto del mundo se habían reducido al mínimo esencial. Los cinco vuelos diarios a Miami y los dos semanales de Cubana de Aviación a Nueva York fueron interrumpidos desde la Crisis de Octubre. Las pocas líneas de América Latina que tenías vuelos a Cuba los fueron cancelando a medida que sus países interrumpían las relaciones diplomáticas y comerciales, y sólo quedo un vuelo semanal desde México que durante muchos años sirvió de cordón umbilical con el resto de América, aunque también como canal de infiltración de los servicios de subversión y espionaje de los Estados Unidos. Cubana de Aviación, con su flota reducida a los épicos Bristol Britannia que eran los únicos cuyo mantenimiento podían asegurar mediante acuerdos especiales con los fabricantes ingleses, sostuvo un vuelo casi acrobático a través de la ruta polar hasta Praga. Una carta de Caracas, a menos de mil kilómetros de la costa cubana, tenía que darle la vuelta a medio mundo para llegar a La Habana. La comunicación telefónica con el resto del mundo tenía que hacerse por Miami o Nueva York, bajo el control de los servicios secretos de los Estados Unidos, mediante un prehistórico cable submarino que fue roto en una ocasión por un barco cubano que salió de la bahía de La Habana arrastrando el ancla que había olvidado levar. La única fuente de energía eran los 5 millones de toneladas de petróleo que los tanqueros soviéticos transportaban cada año desde los puertos del Báltico, a 14 mil kilómetros de distancia, y con una frecuencia de un barco cada 53 horas. El Oxford, un buque de la CIA equipado con toda clase de elementos de espionaje, patrulló las aguas territoriales cubanas durante varios años para vigilar que ningún país capitalista, salvo los muy pocos que se atrevieron, contrariara la voluntad de los Estados Unidos. Era además una provocación calculada a la vista de todo el mundo. Desde el malecón de La Habana o desde los barrios altos de Santiago se veía de noche la silueta luminosa de aquella nave de provocación anclada en aguas territoriales. Tal vez muy pocos cubanos recordaban que del otro lado del mar Caribe, tres siglos antes, los habitantes de Cartagena de Indias habían padecido un drama similar.
 
Las 120 mejores naves de la armada inglesa, al mando del almirante Vernon, habían sitiado la ciudad con 30 mil combatientes selectos, muchos de ellos reclutados en las colonias americanas que más tarde serían los Estados Unidos. Un hermano de George Washington, el futuro libertador de esas colonias, estaba en el estado mayor de las tropas de asalto. Cartagena de Indias, que era famosa en el mundo de entonces por sus fortificaciones militares y la espantosa cantidad de ratas de sus albañales, resistió el asedio con una ferocidad invencible, a pesar de que sus habitantes terminaron por alimentarse con lo que podían, desde las cortezas de los árboles hasta el cuero de los taburetes. Al cabo de varios meses, aniquilados por la bravura de guerra de los sitiados, y destruidos por la fiebre amarilla, la disentería y el calor, los ingleses se retiraron en derrota. Los habitantes de la ciudad, en cambio, estaban completos y saludables, pero se habían comido hasta la última rata.
 
Muchos cubanos, por supuesto, conocían este drama. Pero su raro sentido histórico les impedía pensar que pudiera repetirse. Nadie hubiera podido imaginar, en el incierto Año Nuevo de 1964, que aún faltaban los tiempos peores de aquel bloqueo férreo y desalmado, y que había de llegarse a los extremos de que se acabara hasta el agua de beber en muchos hogares y en casi todos los establecimientos públicos.
Publicado en Proceso No. 0090- 01. 24 de julio de 1978.

miércoles, 23 de abril de 2014

OJOS NEGROS
(REINA MARIA RODRIGUEZ)

I

No era mi padre con sus anchos pantalones de hilo blanco.
Era Marcelo Mastroianni
con su pelo negro todavía, una mota echada hacia atrás,
a lo Elvis.
Sonrisa de labios finos, encima, las tiesas pestañas,
su coquetería.
Uno espera una total entrega suya
y el personaje, luego, nos defrauda,
porque no se va de nuevo en busca
de aquella mujer rusa
(antes la había buscado en San Petersburgo,
¡tan lejos!
habría levantado cada piedra por ella).

Ahora, navega como camarero
despojado del pasado y su fe.
Entonces, descubrí, que no era mi padre
—él hubiera llegado hasta el final por la mujer rusa.
Él, “que todo lo aguantaba por amor”, decía.

Los gitanos siguieron cantando y bailando con sus carros
sobre la estepa húmeda:
“¡Espérenme! ¡Espérenme!”
fue su grito final de personaje.
Pero ellos no se detuvieron
(ni ella tampoco).

Solo el amor regresa, vuelve, al mismo barco
que navega hacia América
donde ella se oculta con su velo y la niebla
del pasado
y él le sirve otra copa de champang
que comparten en la proa.

Mi padre, finalmente, lo deja todo
—también su vida— y aún joven,
recupera bajo el agua
su pasión.

II

Pero el agua era un bote pequeño.
Un bote (sin camarotes) tambaleante,
con música vulgar de bares al fondo, en Cojímar
donde remábamos a pesar de la profunda corriente del río
que, al unísono, sobre las gotas,
arrastraba fango
sin percatarnos, de la mordedura de la morena verde
escondida en la roca

mi padre y yo.
Él subía su voz tan fuerte entonces
y me abrazaba
cuando el agua temblaba más de lo debido.
Desde el fondo, los peces envidiaban la canción
que entonábamos
a sabiendas
“de que el deseo es lo desconocido
y sobre lo desconocido no podíamos tener
ninguna pretensión” ni confianza.

III

Luego, varados junto al cayito
entrábamos al mar que tenía una línea perceptible
entre la limpieza y la suciedad del río
tan marcada en el límite como una ilusión
de que todo lo haríamos juntos en la vida
a pesar de aquel color cambiado,
de aquella época de tránsito
(como siempre fueron las épocas vacías).

Pero, en su proceso, la vida nos separó
dejándolo para un domingo, en marzo,
de personaje en la película que lo recuerda
como actor italiano
padre de hija sin padre ni hermano,
de amigos que se fueron también con la resaca
contra el vaivén de un barco pequeño
donde llevo años bajo una sombrilla
protegiendo todavía a mi hija
para dejarla allí, al descubierto,
a la intemperie también,
en el desamparo de un país que es un bote, una isla,
donde todos parten sin regreso
como en la película.

IV

Después, no sabía qué hacer con la nostalgia del mar
(palabra blanda, sutil)
incapaz de colaborar con la realidad
que enmarca como cuadro triste, todo esto
con lo que uno se parapeta y se desprende
de alguien
sin ser paisaje ni contemplación
entre líneas opacas, barcos sonámbulos,
memorias
que no quieren morir como esos peces
frágiles y fríos a sus pies.

V

La piedra tenía cara de oso polar por un lado
y parecía un jabón por el otro.
La encontramos en Santa Fe
a la entrada del verano
mi padre, mi hermano y yo.
Fue el último día que nos bañamos juntos
en aquella playa rocosa.
Veo aún a mi padre con las olas en las rodillas
tan contento diciéndonos: “siempre vengan aquí
cuando yo no esté”.

Esa tarde recogimos la piedra que fue su lápida.
El jabón se deshizo en pequeñas partículas
esmeriladas
por la constancia del uso
y el oso fue de pronto un animal extraño,
irreconocible
y pacífico.

¡Jamás volvimos a Santa Fe!

jueves, 17 de abril de 2014

...como Dios no nos dio tu talento para escribir, seguimos imitando a otros y en este jueves santo besamos tus pies...

martes, 15 de abril de 2014

Vamos en camino de ser cada día un país normal,  y lo mas lindo es que el bloqueo sigue, lo que demuestra, que hace mucho rato podíamos cambiar cosas unilateralmente sin que perdiéramos nuestro valor como nación, porque el imperio sigue ahí,  y no se convence que somos una nación soberana que debe ser respetada.
El próximo viernes será Santo en Cuba y eso está bárbaro no por la Iglesia como institucion, sino por el pueblo,  algo que le costo 39 años a la dirigencia histórica de Cuba entender la diferencia... eso es lo que siempre ha pasado en Cuba, el tiempo es una dimensión que ellos reinventaron después del Big-Bang.

lunes, 14 de abril de 2014

A CONTINUACION EL TIPO DE NOTICIA QUE ME PONE MUY CONTENTO Y QUE REPRESENTAN UN VERDADERO CAMBIO DE MENTALIDAD...

Régimen de contratación en Zona Especial de Mariel beneficia a trabajadores
cubadebate.cu

Primera fase de reforma portuaria en Mariel, Cuba , 27 de enero 2014. Foto: AP.
Quienes laboren en la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM) recibirán, por sus servicios, el 80 por ciento de los ingresos salariales pactados entre las agencias empleadoras y los usuarios o concesionarios, lo que constituye estímulo para trabajadores e inversionistas.

Entre los regímenes especiales establecidos para atraer la participación de capital foráneo en el enclave, destacan los relacionados con la contratación de la mano de obra, cuyos pagos no tienen una tarifa fija porque son decididos previamente, en negociación, por los inversionistas y la entidad empleadora.

Para ello, se tomará en cuenta el valor de la fuerza de trabajo en la región y específicamente, en Cuba, donde más del 70 por ciento de la población económicamente activa posee como mínimo nivel medio superior de escolaridad, explicó Ana Teresa Igarza, directora general de la Oficina reguladora de la ZEDM.

Detalló que el objetivo esencial de la agencia empleadora no es recaudatorio -como hasta ahora-, sino el de prestar un servicio; en este caso, suministrar y facilitar el personal mejor calificado para la actividad, de ahí que solo cobrará el 20 por ciento de los ingresos salariales pactados, en aras del mantenimiento de sus oficinas.

Ante inquietudes de empresarios extranjeros asistentes a la reciente X Feria Internacional de la Construcción, la directiva precisó que el otro 80 por ciento acordado entre ambas partes se le pagará al trabajador en CUP, aplicando una tasa de cambio de 1 por 10, ya vigente y aprobada para estos casos.

La medida próximamente se publicará en la Gaceta Oficial, adelantó Igarza.

Esa medida funcionará mientras no concluya el proceso de unificación monetaria que vive Cuba, donde actualmente coexisten el CUP (peso cubano, moneda oficial y en la que los trabajadores estatales reciben sus sueldos) y el CUC (moneda equivalente al dólar).

Hoy, un CUC equivale a 24 CUP, pero la tasa de cambio en Mariel le concederá un valor de 10 CUP, por lo que un sueldo de 800 CUC, por ejemplo, representará uno de 8 mil CUP, dijo la funcionaria ante preguntas de los concurrentes a la cita.

Así como refrenda la nueva Ley de Inversión Extranjera, las intermediarias entidades empleadoras no tendrán fin recaudatorio, lo que motiva al inversionista porque debe pagar menos, y también al trabajador pues recibe mayor cantidad de salario; por tanto, se incentiva la productividad y la competencia.

(Con información de AIN)

sábado, 5 de abril de 2014



MI MUSICA




Es sábado y mi viejo El Gallo, cumple años, llueve sobre la ciudad de Buenos Aires, en estas condiciones es ideal escribir sobre algunos recuerdos.
Silvio en su blog publico sobre la génesis de algunas de las canciones que mas le piden o han dejado mayor huella en la gente, también ha sido el disparador de este post.

La música que nos acompaña en la vida es algo personal y como dice el dicho “para gustos se han hecho los colores”, esta tiene que ver con tus vivencias y donde estuvo esa música en tu vida. Recuerdo cuando hacia mi primera incursión conciente en la música clásica (aunque a mi vieja siempre le encanto Chopin y por tanto lo escuche de chico) en los primeros años de carrera en la URSS, tenia 19 años y “Yuri el gimnasta” compañero no de carrera sino de albergue me prestaba algunos discos con música de Glinka, algunas obras no me gustaban y yo se lo hacia saber, entonces con cierta amabilidad me decía “…mientras mas abras tu alma, mas música necesitara ella para alimentarse…”, sabias palabras de un chico de mi edad pero mas evolucionado espiritualmente. Como he dicho en otras ocasiones con gran pasión me dedique a escuchar mucha clásica rusa y no rusa, Natalia, mi novia de entonces, de quien guardo lindos recuerdos, contribuyo con lo suyo a esta nueva pasión, llegue a coleccionar 60 o 70 long play con el mismo concierto o sinfonía interpretada por distintas orquestas, se me agudizo el oído por entonces y podía discernir una buena interpretación de una mala cuando asistía a la sala de concierto del Conservatorio Chaikovski de Moscú. Hoy la música clásica me alimenta como cualquier otra música y de aquella época el Concierto para Piano No. 2 de Rachmaninov deja en mi esa conmoción interna mezcla de tristeza y esperanza.

En la radio de la Argentina muchas veces a los oyentes se le hace la concebida pregunta ¿Qué música te llevarías a la tumba?, para denotar esas melodías cercanas con la cual uno no se cansaría de escuchar ni siquiera pasando al otro lado de este Universo. Siempre quise dejarle a mi hija el hecho, de que conociera por mi mismo, sobre cual serian para mi esa música infaltable para llevarme de este Mundo y que aun hoy me siguen acompañando como amigos inseparables. El Concierto para Piano No. 2 estaría entre ellas, pero no es la única.

En mis años de secundaria y preuniversitario uno fue un rockero angustiante para otros, porque no solo escuchábamos esas guitarras y sintetizadores que alteraban a nuestros padres y vecinos, sino que además nos gustaba escucharla a un volumen alto, por cierto, esto ultimo lo mantengo como costumbre aun hoy, pero solo lo aplico en esas dos horas que dedico, de ida y vuelta al trabajo en el auto, que por respeto, que antes no tenia, lo hago con las ventanillas cerradas para mo torturar al medio ambiente. “Pura” la madre de Rodolfito nos debe estar gritando todavía desde el cielo a su hijo, a el Ruso, a Orestes y a mi por martirizarla con aquella “BULLA” que no solo no soportaba por el volumen alto sino porque no entendía como nos podía gustar aquella música en ingles de Deep Purple, Kansas o Led Zeppelín. De aquella época me acompaña “Escalera al Cielo” de Led Zeppelín como un himno a la combinación perfecta de una balada al inicio con una guitarra eléctrica encabronada de Page que desafía la melancolía de tu corazón.

A Silvio lo empecé a escuchar en el primer año del Pre “El Cepero”, seria 1978, fue de la música cubana contemporánea la que mas me llego, por entonces hice mis primeros versos influenciado por la Nueva Trova que hoy no guardo conmigo. Si bien en las fiestas de los gitanos de Lawton se escuchaba y cantaba mucho Tango, por historia de familia y por la predilección que tenia mi tío Pepe por este genero, yo que me emocionaba y hasta lloraba como los demás por ella, no era conciente todavía de que esa música formaba parte del alimento de mi alma, con lo cual no solo esa, sino otra música que no fuera Rock o Nueva Trova no sentía necesidad de buscarla y deleitarme con ella. Mi primo Fernando, que hoy vive en los Estados Unidos y al cual le llevo un año, era un gran admirador de la música cubana y recuerdo hoy con una cierta complacencia nuestras discusiones sobre el Rock de KISS y la música de Barbarito Díez y Beny Moré de cual él, ya en esa época temprana era un fanático inusual. Pasarían muchos años para que aquella música formara parte de mi acervo cultural y mejor todavía, alimentara mi alma.

A Silvio lo seguí escuchando en la URSS gracias a Carlos Galvizu, compañero de carrera, éramos “los criogénicos” y él un fanático de Silvio. En unos de sus viajes a Cuba como estimulo por sus resultados académicos, seleccionado por los casi 250 estudiantes que estábamos en el “Energético de Moscú”, Carlos trajo los tres discos del “Tríptico” de Silvio, muchas noches de té y habladuría nos acompaño la música del trovador. Sin embargo de Silvio hay una canción que me acompañará toda la vida y que me emociona una y otra vez cuando la escucho, “Compañera”, que fue conocida en su disco “Silvio”, otra trilogía de discos que grabo y que se titulan con su nombre y sus dos apellidos. “Compañera” hoy me recuerda a un amor que no fue, a una amiga del corazón, es una sublime canción que un poco me recuerda a mi.

Luego conocí la lírica de Carlos Varela y su música me acompaño en los años 90, con la fuerza de una generación que quería dar el debate para hacer una mejor sociedad, su “Jalisco Park”, hoy todavía me conmueve y en aquella época fue un grito por una mejor Cuba.
En Octubre del 2000 deje a mis padres y a mi hermano, deje a mi barrio, deje mi trabajo y lo mas importante, deje a mi hija, Argentina me acogió con su Tango y su Folklore, aquel lunfardo que poco entendía en mi adolescencia me penetro con su melancolía, mi alma sufría el desarraigo y comería con voraz apetito las nuevas cosas que proponía Fito Páez, yo ya lo conocía desde la Habana y hasta lo había visto en vivo en el teatro “Karl Marx”, pero Elisa, mi mujer argentina de entonces me lo desayunaba todos los domingos en Lawton y en Buenos Aires con un buen revuelto. Su canción “Al Lado del Camino” se convirtió en mi bandera de todos los días, era genial que un rockero en castellano pudiera con tremenda música y una letra apabullante recoger ese sentimiento que uno guardaba adentro, tanta coincidencia no podía ser, mi casa en Cuba esta en Armas 495 y el teléfono de la casa rosarina de la niñez de Fito empezaba con 495, “Al lado del camino” me sigue a todas parte y talvez cuando me muera, los pocos que estén, deberían ponerla a todo volumen así me guía del otro lado.

Por supuesto Gardel, el polaco Goyeneche y la gata Varela, con sus tangos engordan mi alma, sin embargo cuando el gitano Cigala decidió incursionar en los Boleros cubanos como en los Tangos argentinos, fue la combinación perfecta que transfundiría las añoranzas de mi alma, ese Tango de 1941 con música de Mariano Mores “En esta tarde gris” interpretada por este kalo santísimo hace que “me ahogue en llanto” cada vez que lo escucho.

Hace tres años atrás mi cuñado Rafael me grabo “El Arriero”, interpretada por el grupo de Rock argentino “Divididos”, es una letra y una música del gran Atahualpa Yupanqui, pero Mollo hace de esta versión una música inolvidable que me hace acordar la guitarra de Jimmy Page y me estremece como humano.

Nuestra existencia es corta, se hace a la mar, caminando y luchando todos los santos días, mi música es la compañera que fortalece mi espíritu, si algo me llevaría de este Mundo para seguir escuchando en el otro, sin dudas estaría en esta lista:

  • Concierto para piano No. 2 de Rachmaninov
  • “Stairway to Heaven” de Led Zeppelín
  • “Compañera” de Silvio Rodriguez
  • “Jalisco Park” de Carlos Varela
  • "Al lado del camino" de Fito Paez
  • “En esta tarde gris” interpretada por Diego Cigala
  • “El Arriero” interpretada por Divididos

PUBLICADO POR SILVIO RODRIGUEZ EN SU BLOG "SEGUNDA CITA"

VIERNES, 4 DE ABRIL DE 2014

Quince canciones
1
La Canción de la Trova
Es la canción con la que me autodefiní. No era baladista ni cantautor, como dictaba la moda, sino trovador, como los antiguos, como Sindo Garay y Miguel Matamoros.

2
La Era Está Pariendo un Corazón
Es la primera que me inspira el Che, y se convierte en suceso interpretada por Omara Portuondo. También es la primera que trasciende las fronteras de Cuba: el argentino Pino Solanas la incluye en su documental “La Hora de los Hornos”.

3
Canción del Elegido
Creo que está entre las canciones donde cristalizó una suerte de lenguaje personal. También fue la primera que el pueblo cubano incluyó en su argot. Cuando alguien preguntaba “¿Cómo estás?”, a veces se decía: “Aquí, matando canallas...” No en balde fue también la primera que hicieron suya los rumberos.

4
Epistolario del Subdesarrollo
No fue la primera canción crítica que hice, pero fue de las más escandalosas e incomprendidas. Varias veces me echaron a la calle por cantarla. Pocos vieron que tras aquella diatriba contra nuestras miserias locales había un desgarrado nivel de autoexigencia y un desafío al llamado primer mundo.

5
Esta Canción
Es la más descarnada. La hice el día que cumplí 21 años, durante un decepcionante festival de la canción en Varadero. Quedé tan agotado y vacío que nunca más intenté algo parecido, como una experiencia por la que sólo se transita una vez.

6
Ojalá
Recuerdo la mañana en que la estaba escribiendo, en el “Playa Girón”. Emilia fue la llave de ingreso a aquella música y palabras vertiginosas. Era un momento intenso, una conciencia plena de lo que estaba hallando. Andaba y desandaba los dos metros y medio del camarote con la guitarra sobre el pecho, cantando aquella aparición, chocando con todo, con la vista nublada. Entonces no entendía aquellos sentimientos de fiera enjaulada. Al cabo de los años, viendo la respuesta que Ojalá provoca en tantos públicos, me pregunto cómo aquella mañana tan solitaria de alta mar pudo llegar hasta el futuro.

7
Playa Girón
Fue la primera vez que jugué a hacer una canción panfletaria para desarticular esa categoría, explicitando el proceso de elaboración. Estuve a punto de titularla “Arte Poética”, pero le dejé “Playa Girón” en homenaje a aquellos pescadores que libraban una batalla en cierto sentido tan crucial como la de Bahía de Cochinos.

8
Oleo de Mujer con Sombrero
Soy culpable de haberla separado de sus hermanas, porque es la segunda de la tetralogía "Exposición de mujer con sombrero". Junto con Ojalá, La Maza y algunas otras, es de las canciones que más piden. Pasan cosas fabulosas con ella: la gente se enamora. En ese sentido es lo más cercano a la función de un bolero que he conseguido.

9
El Papalote
Le guardo un especial cariño porque describe recuerdos de infancia en mi pueblo y la vida de aquel hombre, que hacía papalotes y que al cabo de los años me hizo comprender a la gente anónima que es importante para los niños. En realidad trata de muchos temas; entre ellos hay un toque a la discriminación racial, sin subrayarlo, que es parte de un viejo propósito que siempre tuve: hablar de cosas cruciales como si fuera sin querer, sin ser didáctico, sesgadamente, como la mayoría de las veces nos enseña la vida real.

10
Pequeña Serenata Diurna
Entre varias canciones mías donde lo personal y lo colectivo se funden, esta creo que es la que mejor lo consigue, por su transparencia. Creo que fue un resumen, tras hacer otros muchos intentos, entre los que también pudiera contarse Te Doy Una Canción. Usé la paráfrasis de un título de Mozart porque creí encontrarme ante el mismo dilema que él en su Pequeña Música Nocturna: nombrar cosas grandes en un espacio ínfimo.

11
Sueño con Serpientes
“Es una canción sin familia”, me dijo Sabina, y quizá tenía razón. La escribí de madrugada, porque la soñé: soñé las serpientes tragándome y soñé la música medio árabe que tiene, con el bajo en clave de son y todo. La cita de Bretch se la puse como brújula, porque si hoy resulta misteriosa, cuando la hice era desconcertante. Entonces parecía demasiado críptica, y yo necesitaba de un recurso para darle sentido. Y confieso que el sabio de Bretch empezó su ayuda por mi mismo.

12
Rabo de Nube
La escribí en la ciudad de México, a fines de los 70, una tarde en que me quedé solo en la casa de un amigo que nos daba albergue, a Noel Nicola y a mí. Pero la tenía escrita en la percepción desde que era niño y la había intentado varias veces. En Girón-Preludio le pasé la mano, pero la dejé ir. Me parece que todo el que ha sido niño y ha visto un tornado, ha sentido fascinación por el poder de la naturaleza. En Cuba la gente del campo les llama rabo de nube. Lo demás es crecer, vivir el mundo y darse cuenta de lo necesarios que serían, si barrieran con todas las tristezas. Para mi esta canción significa comunicarme con un sentimiento de todos, seamos de donde seamos y pensemos como pensemos. Algunos jazzistas se han fijado en ella: hay versiones de Charles Lloyd, de Chucho Valdés, de Charlie Hyden y de otros.

13
Unicornio
Cuando apareció la canción, el diario “El Mercurio”, de Chile, hizo una encuesta preguntando qué era el unicornio para cada entrevistado. Isabel Parra me trajo la página y leerla fue estremecedor. Cuánta razón había en cada una de las interpretaciones: una señora hablaba de su esposo muerto, una niñita lloraba su cachorro perdido... Creo que descubriendo todo aquello me di cuenta de lo que había escrito. Con Unicornio sucedieron otras cosas extrañas: la escribí a finales de 1980, o en enero del 81, no recuerdo. Lo que sí sé es que el disco fue editado en el 82. Y resultó que el año siguiente, 1983, fue nombrado como año mundial del unicornio por la UNESCO. Entonces comenzaron a aparecer libros, almanaques, agendas, y hasta se hicieron peregrinaciones al museo de Los Claustros, en New York, donde se encuentran los cincos famosos tapices de los unicornios. Para colmo, unos pocos meses después, un ingeniero genético inglés consiguió un cabrito con un solo cuerno en la frente. Todo eso fue, y sigue siendo, un gran misterio para mi.

14
Oh Melancolía
Era una canción que necesitaba hacer. Llevaba años trabajando con Afrocuba, dándole preferencia a los ritmos, y mi espíritu añoraba la lírica. El tema se me ocurrió en un ensayo que detuve inmediatamente, para correr a mi casa a desarrollarlo. No me fue fácil, estuve tres meses dándole vueltas. Pero uno acaba sabiendo reconocer cuando tiene cierto tipo de materia prima entre manos y entonces no ceja. Puse en práctica todo lo que sabía, pero afortunadamente el tema mismo era algo que no sabía, que me había inducido el azar. Y el azar es una de las fuerzas más descomunales de la naturaleza. Según los físicos, de ahí nacen las singularidades, como el Big-Bang... Bueno, está claro que no creé el universo con Oh Melancolía, pero mi modesto universo musical creció con ella.

15
Casiopea
Cintio Vitier y Fina García Marruz me dijeron que era la canción que más les atraía de “Rodríguez”. Qué satisfacción sentí. Porque a mi me pasaba lo mismo. El tema de los exilios. Todos somos exiliados de algo. La misma vida se encarga de exiliarnos de sitios como la niñez. Qué elemental y qué controvertido. Casiopea y Ala de Colibrí son de esas canciones que por momentos se me escapan (hay otras), y puede que algún día les descubra  otros significados, como me pasó con Unicornio. Esta ignorancia de mi mismo me ha llevado a pensar que acaso soy un mostrador de sugerencias, porque el mundo se encarga de completar la dimensión de lo que expongo. Es probable que mi utilidad consista en ser vehículo, herramienta de la que algo se sirve para que la gente no olvide aspectos de sí misma.