HOMBRE DE CAMPO
José Martí Pérez
Hombre del campo:
No vayas a enseñar este libro
al cura de tu pueblo; porque a él le interesa mantenerte en la oscuridad; para
que todo tengas que ir a preguntárselo a él.
Y como él te cobra por echar
agua en la cabeza de tu hijo, por decir que eres el marido de tu mujer, cosa
que ya tú sabes desde que la quieres y te quiere ella; como él te cobra por
nacer; por darte la unción, por casarte, por rogar por tu alma, por morir; como
te niega hasta el derecho de sepultura si no le das dinero por él, él no querrá
nunca que tú sepas que todo eso que has hecho hasta aquí es innecesario, porque
ese día dejará él de cobrar dinero por todo eso.
Y como es una injusticia que
se explote así tu ignorancia, yo, que no te cobro nada por mi libro, quiero,
hombre del campo, hablar contigo para decirte la verdad. No te exijo que creas
como yo creo. Lee lo que digo, y créelo si te parece justo. El primer deber de
un hombre es pensar por sí mismo. Por eso no quiero que quieras al cura; porque
él no te deja pensar.
Vamos, pues, buen campesino:
reúne a tu mujer y a tus hijos, y léeles despacio y claro, y muchas veces, lo
que aquí digo de buena voluntad. ¿Para qué llevas a bautizar a tu hijo? Tú me
respondes: "Para que sea cristiano." Cristiano quiere decir semejante
a Cristo. Yo te voy a decir quién fue Cristo.
Fue un hombre sumamente pobre,
que quería que los hombres se quisiesen entre sí, que el que tuviera ayudara al
que no tuviera, que los hijos respetasen a los padres, siempre que los padres
cuidasen de los hijos; que cada uno trabajase, porque nadie tiene derecho a lo
que no trabaja; que se hiciese bien a todo el mundo y que no se quisiera mal a
nadie.
Cristo estaba lleno de amor
para los hombres. Y como él venia a decir a los esclavos que no debían ser más
que esclavos de Dios, y como los pueblos le tomaron un gran cariño, y por donde
iba diciendo estas cosa, se iban tras él, los déspotas que gobernaban entonces
le tuvieron miedo y lo hicieron morir en una cruz. —De manera, buen campesino,
que el acto de bautizar a tu hijo quiere decir tu voluntad de hacerlo semejante
a aquel grande hombre.
Es claro que tú has de querer
que él lo sea, porque Cristo fue un hombre admirable. Pero dime, amigo, ¿se
consigue todo eso con que echen agua en la cabeza de tu hijo? Si se consiguiera
todo eso con ese poco de agua, todos los que se han bautizado serian buenos. Tú
ves que no lo son.
Además de esto, aunque esa
virtud del agua fuese verdad ¿por qué confías a manos extrañas la cabeza de tu
hijo? ¿Por qué no le echas el agua tú mismo? ¿El agua que eche en la cabeza de
su hijo un hombre honrado, será peor que la que eche un casi siempre vicioso
que te obliga a ti a tener mujer, teniendo él querida, que quiere que tus hijos
sean legítimos teniéndolos él naturales, que te dice que debes dar tu nombre a
tus hijos y no da él su nombre a los suyos?
No haces bien si crees que un
hombre semejante es superior a ti. El hombre que vale más no es el que sabe más
latín, ni el que tiene una coronilla en la cabeza. Porque si un ladrón se hace
coronilla, vale siempre menos que un hombre honrado que no se la haga. El que
vale más es el más honrado, luego la coronilla no da valor ninguno.
El que más trabaja es el que
es menos vicioso, el que vive amorosamente con su mujer y con sus hijos. Porque
un hombre no es una bestia hecha para gozar como el toro y el cerdo; sino una
criatura de naturaleza superior, que si no cultiva la tierra, ama a su esposa y
educa a sus hijuelos, volverá a vivir indudablemente como el cerdo y como el
toro.
Aunque tú seas un criminal,
cuando tienes un hijo te haces bueno. Por él te arrepientes; por él sientes
haber sido malo; por él te prometes a ti mismo seguir siendo hombre honrado:
¿no te acuerdas de lo que sucedió a tu alma cuando tuviste el primer hijo?
Estabas muy contento; entrabas y salías precipitadamente; temblabas por la vida
de tu mujer; hablabas poco, porque no te han enseñado a hablar mucho y es
necesario que aprendas; pero, te morías de alegría y de angustia. —Y cuando lo
viste salir vivo del seno de su madre; sentiste que se te llenaban de lágrimas
los ojos, abrazaste a tu mujer, y te creíste por algunos instantes claro como
un sol y fuerte como un muro. Un hijo es el mejor premio que un hombre puede
recibir sobre la tierra.
Dime, amigo: ¿un cura puede
querer a tu hijo más que tú? ¿Por qué lo ha de querer más que tú? Si alguien ha
de desearle bien al hijo de tu sangre y de tu amor ¿quién se lo deseará mejor
que tú? ¿Si el bautismo no quiere decir más que tu deseo de que tu hijo se
parezca a Cristo, para esto has de exponerlo a una enfermedad, robándolo
algunas horas de su madre, montar a caballo y llevarlo a que lo bendiga un
hombre extraño? Bendícelo tú, que lo harás mejor que él, puesto que lo quieres
más que él. Dale un beso y abrázalo. Un beso fuerte: un abrazo fuerte. Y ese es
el bautismo. —El cura dice también que te lo bautiza para que entre en el reino
de los cielos. Pero el bautiza al recién nacido si le pagas dinero, o granos, o
huevos, o animales: si no le pagas, si no le regalas, no te lo bautiza. De
manera que ese reino de los cielos de que él te habla vale unos cuantos reales,
o granos, o huevos, o palomas.
¿Qué necesidad hay, ni qué
interés puedes tú tener en que tu hijo entre en un reino semejante? ¿Qué juicio
debes de formar de un hombre que dice que te va hacer un gran bien, que lo
tiene en su mano, que sin él te condenas, que de él depende tu salvación, y por
unas monedas de plata te niega ese inmenso beneficio? ¿No es ese hombre un
malvado, un egoísta, un avaricioso? ¿Qué idea te haces de Dios, si fuera Dios
de veras quien enviase semejantes mensajeros?
Ese dios que regatea, que
vende la salvación, que todo lo hace en cambio de dinero, que manda las gentes
al infierno si no le pagan y si le pagan las manda al cielo, ese dios es una
especie de prestamista, de usurero, de tendero.
¡No, amigo mío, hay otro Dios!