DEVALUADO
(David Cufré, PAGINA12)
Mauricio Macri, como Fernando De la Rúa en
2001, solo mantiene el apoyo de sectores financieros a su política económica,
mientras que el resto del empresariado, incluido el agropecuario, hace fila
para cuestionar el desmanejo general que hunde sus negocios. De aquellos
comunicados iniciales de respaldo al nuevo rumbo que emitían el Foro de
Convergencia Empresarial, la Asociación Empresaria Argentina y el Grupo de los
Seis, con las principales cámaras de la industria, el comercio, el agro y las finanzas,
se pasó desde hace meses a un silencio profundo que transparenta las
preocupaciones y el mal humor. Poco a poco ese silencio se va resquebrajando,
pero no porque haya resurgido el entusiasmo, sino por las declaraciones de
alarma cada vez más encendidas ante el agravamiento de la crisis. “Si no
cambian, esto va a reventar y va a ser un desastre”, advirtió esta semana Mario
Llambías, ex titular de Confederaciones Rurales y referente de la Mesa de
Enlace que tanto hizo para que Macri ganara las elecciones. “Hay mucha
decepción en el campo con Macri”, se sumó Eduardo Buzzi, ex presidente de
Federación Agraria. “Hay un tufillo, un malestar”, agregó. “Nosotros hemos
hecho mucho para que Macri llegara al gobierno, lo hemos apoyado profundamente,
pero a veces pareciera que nos tomaran para la joda”, reprochó Hugo Biolcati
desde la Sociedad Rural.
En la Unión Industrial Argentina el enojo es
mayor. El próximo martes se oficializará la continuidad de Miguel Acevedo al
frente de la entidad, que soporta caídas históricas en los niveles de
producción y ventas. Techint, Arcor, Fiat, Ledesma y las empresas alimenticias
agrupadas en Copal, con un peso determinante en la conducción de la UIA,
pasaron de ser los principales defensores de Cambiemos dentro de la entidad a
plegarse a los sectores más críticos del gobierno. Las constructoras y las
cámaras del comercio también sufren el naufragio de la economía macrista y
muestran una muy baja expectativa de que la situación pueda normalizarse a
corto plazo. El ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, pasó un momento
incómodo cuando un empresario descalificó sus promesas de recuperación durante
un encuentro en el Rotary Club, donde supuestamente el funcionario jugaba de
local, y le dijeron que sus palabras eran puro piripipí. Ese es el clima que
debe revertir el oficialismo cuando el país está por ingresar en la carrera
caliente de la campaña electoral.
Por ahora lo que se advierte es que la nave
que capitanea Macri encalló en un lugar peligroso de descrédito y desesperanza.
Hasta la medición de confianza del consumidor que realiza la Universidad Di
Tella reveló que los más pesimistas en este momento son los porteños y los
sectores de altos ingresos, dos núcleos duros de la base electoral de
Cambiemos. La crisis económica, que está por cumplir un año, fue horadando la
confianza en ámbitos empresarios que defendían al oficialismo. “Estamos en una
agonía que no sabemos cuándo va a terminar. Arcor llevó esta semana a Roberto
Lavagna a hablar a la Fundación Mediterránea en Córdoba. Es una señal muy
fuerte”, describe un hombre de la UIA. Luis Pagani, al frente de esa firma,
también tendió puentes con Cristina Fernández de Kirchner durante el verano y
le hizo saber su malestar por la situación económica. Arcor registró pérdidas por
más de 1000 millones de pesos en el último balance, a pesar de ser una firma
líder en su sector y con fuerte presencia internacional. Anteriormente solo
había dado pérdidas en 2002.
Las estadísticas del Indec sobre actividad
económica, empleo e inflación son demoledoras, con el agravante de que los
factores que provocaron una aguda recesión, la pérdida masiva de puestos de
trabajo y la suba acelerada de los precios no han sido modificados. Por lo
tanto, las proyecciones empeoran mes a mes y el Gobierno se ve obligado a
correr la fecha en que supuestamente empezaría un cambio de tendencia. El
frente financiero, por el contrario, confirma semana tras semana que la
tendencia más firme es hacia la inestabilidad. Solo entre ayer y el viernes
anterior, el dólar aumentó más de un peso y medio (de 41,13 a 42,80), la tasa
de las Leliq subió más de tres puntos (de 63,74 a 66,65) y el riesgo país trepó
24 puntos básicos (de 737 a 761). En esas condiciones, encarar una inversión
parece una tarea titánica para cualquier empresa, que no puede proyectar a
cuánto estarán el dólar y las tasas ni siquiera a plazos mínimos. Ya en el
cuarto trimestre del año pasado, esa situación de estrés financiero tuvo un
impacto directo en la inversión privada, que reportó un declive estrepitoso del
25 por ciento interanual. Para colmo, el consumo público cayó otro 5,1 por
ciento, “lo cual constituye el peor resultado para este componente desde la
salida de la convertibilidad y está relacionado con el grado de ajuste fiscal
impuesto por el FMI”, se explicó en este diario con los datos del Indec.
La confirmación de un nuevo desembolso del
Fondo Monetario por 10.870 millones de dólares no alcanzó para recomponer la
confianza en la plaza cambiaria. Las limitaciones que impuso el organismo para
utilizar esas divisas, con la venta de 60 millones diarios, confirmaron que el
Banco Central tiene las manos atadas para intervenir, lo cual exacerba la
volatilidad y es una invitación para la timba financiera. La mayor defensa que
ensaya Guido Sandleris desde el BCRA es mover la tasa cada vez más arriba, en
una estrategia que se aprecia cada vez menos efectiva. Como la autoridad
monetaria no puede vender dólares cuando la divisa opera en una banda de 39,16
a 50,68 pesos (que se mueve todos los días hacia arriba), las posibilidades de
saltos devaluatorios abruptos se multiplican. Ese solo hecho refuerza la
incertidumbre cambiaria, y con ella las remarcaciones de precios que no bajan
de intensidad, a pesar de la recesión y la contracción monetaria. Ni la
apertura importadora, ni el castigo a salarios y jubilaciones, ni la baja del
consumo frenaron la inflación. Si el Gobierno no detiene los tarifazos, ni
logra estabilizar el mercado de cambios, ni actúa frente a los formadores de
precios, la situación seguirá siendo la misma. Es así desde el primer día y los
hechos lo confirman a cada paso. El único que parece no registrarlo es el
Gobierno.
Las tasas de interés cada vez más cerca del
70 por ciento asfixian toda actividad económica. Es apabullante la sucesión de
empresas que anuncian cierres o despidos masivos, en casi todos los sectores.
La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, que
supuestamente iba a activar la economía de ese país y traccionar
exportaciones argentinas, no deja de entregar malas noticias. La inestabilidad
sigue instalada en el escenario político y económico del socio regional, el
real se devalúa, caen la industria y el PIB, y Bolsonaro desplaza compras de trigo
argentino por estadounidense, ante un pedido directo de Donald Trump para que
ingrese un cupo sin aranceles. Es decir, más que un salvavidas, Bolsonaro se
está convirtiendo en una carga adicional para el gobierno de Macri. El
Presidente, como se aprecia y él mismo dice, está cada vez más caliente.