HAY VIAJES FUNDACIONALES…
Hay una frase que se utiliza mucho en la
Argentina en los medios de comunicación, cuando un programa de televisión o de
la radio repite un formato o una información, y es “la audiencia se renueva…”,
y es lo que muchas veces pasa entre una generación y otra, hay acontecimientos
que se repiten.
Hace unos días atrás, mi hija de 21 años,
junto con su pareja y un grupo de amigos y compañeros de la universidad
decidieron escalar la mítica Sierra Maestra y llegar hasta la cima del pico más
alto de Cuba, El Pico Turquino (1974 metros sobre el nivel del mar), es un reto
físico pero también un encuentro espiritual con nuestra historia, no tan
reciente, de apenas 61 años.
Me relato en síntesis toda su odisea y la
complacencia de su aventura. Sentí orgullo (nada extraordinario para cualquier
padre común, como el que soy), de que mi hija en este aspecto le gustara este
tipo de cosas como me gustan a mí y compartí con ella algunas reflexiones que
me trajo su viaje, que como le comunique por mail me saben a fundacionales. No
sales igual después de pasar por una experiencia así, es posible que en ese
momento no te des cuenta pero al pasar los años y la reflexión se apodera de tu
ser, te das cuenta que hay cosas que cambian, tal vez imperceptibles para el
desbarajuste emocional que significa la juventud y las ganas de llegar a la
Luna en bicicleta.
El Turquino lo escale tarde, porque no fui
universitario en Cuba, sino estudie en la extinta URSS, y cuando llegue después
de graduarme, las obligaciones del trabajo, la familia etc, impidieron ese
viejo anhelo, sin embargo cuando por situaciones familiares de entonces decidí
dejar la isla, me propuse a toda costa que ese lugar lo tenía que conocer si o
si. Mi pareja por aquella época, Elisa, Argentina ella, me apoyo y me siguió en
mi empeño, y ni lerdo ni perezoso organizamos el viaje en tren hasta Santiago
de Cuba, a base de botella y tienda de campaña, llegamos hasta los pies de la
subida al Turquino. Ese agosto del 2000 a Elisa por ser extranjera no la
dejaron subir, yo me sentí tan discriminado como ella, pero Elisa con ese
corazón grande que tenia, dejo de lado su amargura, y me alentó a que yo
hiciera solo semejante travesía,…así que mi mochila fue mi única compañía, y
con un grabador de casset portátil y una cámara de foto, trate de relatar todo
lo que veía, inclusive mi cansancio, era lo menos que podía hacer para luego
compartirlo con la resignada Elisa. Dormí solo la noche en la montaña y al otro
día llegue a los pies del busto de José Martí, donde pude leer aquella
maravillosa frase de …"Escasos como los
montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de
nación o de humanidad"…Fue un viaje que me
marco, ya no fui el mismo, tal vez ni me di cuenta entonces de ello, pero
guardo algunos recuerdos, entre ellos “poesías” escritas a DOS manos, que solo
tienen ese valor sentimental para uno.
No ha sido el
único viaje fundacional en mi vida, en 1996 estuve trabajando seis meses en la
Universidad Mayor de San Andres de la Paz, Bolivia, impartiendo clases de “Criofísica
y Vacio” en la carrera de Licenciatura en Física de dicha Universidad, además
de establecer un Laboratorio de Criogenia y Técnicas de Vacio que
complementaran mis lecciones de entonces.
Los estudiantes y
algunos profesores de la carrera organizaron a mi favor un viaje para conocer
los Yungas Bolivianos, sería una travesía a pie de cinco días, pasando por un
pico a 5200 metros sobre el nivel del mar. Compartimos campamentos a la orilla
de los acantilados y nos bañamos en ríos a unos 10 oC de temperatura del agua,
comimos los manjares simples pero deliciosos de los lugareños en aquella
aventura, me supe de la pobreza extrema, casi indigente, de aquellos paramos,
de cortar el pan y compartir la lata de carne que llevábamos, con los niños del
lugar…no sales igual después de esos viajes, ya no eres el mismo.
En Enero de 2007
había dejado, por desavenencias, uno de los emprendimientos privados que con
sudor y lagrimas había construido juntos con otros profesionales en la
Argentina, necesitaba de nuevos aires, de algo que me estremeciera, fue
entonces que el hermano de mi actual pareja Rafael me propuso un viaje en auto
hasta Ushuaia, la ciudad más austral del Planeta Tierra (hasta 1998, que se
decidió designar con este nombre a Puerto Williams). Hay cosas que uno sabe de
historia o de geografía pero jamás pensó que podría verlas con sus propios
ojos. Con mi Fiat Uno, me recorrí 3000 km, pase en barco con el auto arriba el
Estrecho de Magallanes y me enfrente a aquellos maravillosos paisajes del FIN
del MUNDO, camine encima de Glaciar Martial y estuve en la celda de unos de los
presos más famosos que pisaron aquellas tierras inhóspitas, el “Petiso Orejudo”.
En el regreso de Ushuaia hacia Buenos Aires por la legendaria ruta 40, conocí
el Chaltén y camine sin descanso hasta los pies del gran Monte Fitz Roy, su
cumbre me era inalcanzable pero aquel Pico nevado me dejaría una impresión
inolvidable, anduve y anduve y llegue, con embarcación de por medio, a poder
estar a unos metros de distancia de esa pared azul colosal del Glaciar Perito
Moreno y pude observar excitado y pequeño al mismo tiempo, la caída
espectacular de una mole helada de una de las paredes de este mítico lugar,
gracia de la Naturaleza y de Dios. En aquella ocasión hice 9000 km en 21 días
en auto, y fue sin duda alguna por todo lo vivido un viaje fundacional.
En el 2010, se
encontraba de visita mi hija en la Argentina. Un año atrás había jurado que si
nos veíamos, escalaríamos juntos el Cerro Uritorco, que por cinco metros es más
alto que nuestro Turquino, según cartel que se encuentra en la cima, aunque
según mediciones geográficas su altura real es de 1949 metros sobre el nivel
del mar. Hacia Capilla del Monte nos dirigimos en Julio de aquel año para hacer
nuestra escalada, nos acompañarían Graciela, mi mujer y mi vieja Lisso, que se
encontraba un poco asustada con el hecho de que su nieta hiciera semejante
travesía con su padre. Recuerdo que el GPS con que nos guiábamos en el auto,
para que nos llevara a Capilla, nos marco la ruta más corta en medio de las
montañas, y entre curva y contra curva cerca de los desfiladeros, los “pasajeros de viaje” se fueron poniendo
nerviosos, yo mientras tanto disfrutaba, porque por algún lugar nos llevaría a
destino. Una vez en la ciudad de Capilla del Monte cerca de donde se encuentra
el Cerro, nos preparamos para la subida del día siguiente. Camila y yo subimos
solos, mi vieja se quedo en la ciudad y Graciela nos espero a los pies del
Cerro para nuestro regreso. Mi hija estuvo genial, con una disposición para las
dificultades como nunca nos había tocado compartir, reíamos, charlábamos en
medio de la respiración agitada y profunda, conoció la nieve por primera vez en
sus 18 años, le prendimos juntos una vela en la gruta de “Orestes”, lugar que
bautizamos así en recordación de mi gran amigo de la adolescencia que se me
murió de cáncer con apenas 42 años… y nada, nos crecimos como padre e hijo en
aquel maravilloso lugar. Para colmo cuando regresamos a Capilla, mi vieja,
gitana al fin, había salido por el pueblo leyendo la buenaventura a cualquier
cristiano que quisiera saber de su futura suerte, y con lo que le dieron “a
voluntad” por sus bendiciones afortunadas, pudimos cenar con la paz y la
bendición en nuestras almas.
Esto es lo único
que uno se lleva de esta vida, los recuerdos de las cosas que te cambiaron de a
poco, que te hicieron mejor persona, más preparada para la adversidad, más
consciente de lo ínfimo que somos ante la fuerza y la belleza de la
naturaleza…el viaje de mi Cami al Turquino disparo estos recuerdos…hay viajes
fundacionales, estos son los viajes externos que uno se anima a recordar, hay
otros internos, fundacionales también, que necesitamos más tiempo para
procesarlos…