¿QUIEN SE ATREVE A
REDEFINIR EL SOCIALISMO CUBANO?
(Por
Charles Romeo, publicado en el blog de Silvio Rodriguez “Segunda Cita”)
No teniendo nada que
hacer en mi forzoso retiro, recibo con agrado la visita de amigos extranjeros,
algunos residentes en el país, y siempre la conversación versa sobre el momento
político en Cuba.
Para ser franco, hay
que decir que el intercambio se origina por el desconcierto que producen
determinadas acciones del Gobierno y de sus agencias, que a juicio
de esas personas son difícilmente comprensibles y a veces hasta contradictorias
con la política oficial definida en documentos programáticos. Como parten del
supuesto de que los personeros del Gobierno Cubano son inteligentes, la “real
politique” es inexplicable para quienes no son cubanos, a diferencia del pueblo
que la acepta como algo inevitable a lo que hay que adaptarse
Un agricultor
independiente ha logrado, cumpliendo con la política oficial de desarrollar la
agricultura nacional, ingresos anuales que alcanzan la dimensión de millones de
pesos cup y, dada la magnitud de sus resultados, se han presumido acciones por
su parte que atentan contra la legalidad, y el hombre ha sido detenido. Es
verdad que un millón de cup equivale a 40.000 CUC, que al parecer es mucho
dinero (hasta que se compara con el precio de 30 cups por una libra de tomates
o de cebollas, y de 40 cups por una libra de brócoli en el agromercado de 19 y
A, Vedado). Por lo demás, esa cantidad apenas permite adquirir un pequeño
automóvil usado, de procedencia coreana, en el mercado nacional, en donde la
importación de automóviles por personas está totalmente prohibida.
Otro agricultor,
especializado en la producción y comercialización de frutas congeladas, con
mucho éxito, para lo cual ha tenido que construir un almacén refrigerado, al
parecer ha despertado las sospechas de los aparatos judiciales o policiales y,
al solicitar un pasaporte para viajar fuera de Cuba, fue informado de que no
podía salir del país, sin que por ello se le diera una explicación. Simplemente
Inmigración del MININT no le concede el derecho de cualquier cubano a adquirir
un pasaporte para viajar al exterior.
Un empresario
extranjero al cual el Estado le debe unos 3 millones de dólares que no puede
pagar, ha solicitado que parte de esa deuda le sea pagada en CUC, que el
utilizará como lo estime conveniente. Su solicitud, que conlleva nada menos que
concederle al CUC el carácter de moneda al menos parcialmente convertible y que
presupone su utilización final en Cuba --toda vez que no tiene valor alguno
fuera de este país-- e incrementar su capacidad de pagos internacionales, ha
sido rechazada. Al parecer la existencia de extranjeros en Cuba con grandes
cantidades de CUC es inconcebible y supongo que también perniciosa. Conclusión
que, de ser cierta, difícilmente resulta compatible con lo que dice
la Ley para las Inversiones Extranjeras en Cuba.
Confieso que ante
estos casos debí batirme en retirada, ganando tiempo para encontrar una
explicación racional para estos y otras manifestaciones similares de la
política real del Gobierno Cubano. Desde mi profunda retaguardia
intelectual trate de buscar explicaciones compatibles con el respeto que
merecen los miembros del Gobierno de Cuba, y acudiendo a mis recuerdos de cómo
y en qué condiciones establecimos el socialismo en Cuba --allá, hace tiempo--,
al inicio de los años sesenta del pasado siglo, he llegado a la conclusión de
que en el presente seguimos siendo prisioneros de un pasado que ya olvidamos.
Tal como si fuera el
encuentro con una civilización desconocida, hay que remontarse en su historia
para encontrar la explicación de cómo se mantienen aún ideas y comportamientos
que tuvieron su origen necesario en pasadas coyunturas que ya fueron superadas
y cuya razón de ser no se recuerda.
Para entender la
actitud conservadora de miembros de nuestro Gobierno y también de muchos
cubanos, hay que hacerlo desde el punto de vista de la antropología.(1) Se
trata de lograr entender el porqué del comportamiento de los hombres
organizados de una cierta manera y de cómo y porqué piensan y actúan como lo
hacen, es decir: la racionalidad implícita subyacente que suele
tener su origen en las condiciones existentes en un pasado ya remoto. Aunque la
Revolución Cubana tiene no más de 60 años, el tiempo durante el que transcurren
profundas transformaciones en la sociedad equivale a un tiempo cronológico
mucho mayor cuando estas no suceden. En este caso se trata de encontrar la
verdadera explicación de ciertas reglas que se aplican en una sociedad,
aparentemente porque sí, toda vez que, interrogados quienes las
deben hacer cumplir, su respuesta no pasa de decir que es lo que está
establecido, y punto. Equivale a expresar que esa es la norma a cumplir
únicamente porque ella existe y se presume que expresa una razón --ya no
conocida--, aunque resulte contradictoria y hasta antagónica con otras que
también existen. Se ha perdido el conocimiento de su vinculación con las
condiciones que la originaron.
Veamos casos concretos
de este fenómeno.
Finalmente, después
de casi 10 años de existencia, se reconoce legalmente en Cuba la vigencia de
actividades económicas productivas privadas e inclusive la compra de fuerza de
trabajo para ello. La razón inicial y determinante fue que había que despedir
trabajadores excedentes en el sector estatal de la economía y que, por tanto,
se debía permitir que trabajaran por su cuenta para sobrevivir. Corolario de
ello fue que lo que lograran producir sería considerado bienvenido para satisfacer
necesidades insatisfechas de los cubanos y no cubanos, lo que estos
ratificarían mediante su compra voluntaria. Pero es bien sabido que para
desenvolver cualquiera actividad productiva hacen falta recursos materiales y
que desgraciadamente en muchos casos no se encuentran en el mercado nacional,
por lo cual la solución lógica posible es importarlos, adquiriéndolos en el
exterior. También es verdad que para ello quien los quiera adquirir requiere de
divisas para su pago. Pero resulta que, en virtud de la espontaneidad propia de
la economía de mercado, se ha conformado un mercado cambiario nacional libre ”a
nivel de calle” donde se pueden adquirir divisas con moneda cubana a un tipo de
cambio determinado por ese mercado. El tipo de cambio vigente premia a la
moneda cubana, toda vez que fluctúa entre 0,92 y 0,96 centavos de CUC por un
dólar norteamericano. Por consiguiente, todo se conjuga a los efectos de que
los empresarios privados cubanos puedan adquirir con sus propios recursos las
divisas necesarias para importar lo que les haga falta. No obstante, no lo
pueden hacer porque la Aduana General de la Republica aplica la
norma de que ningún particular puede importar algo “con fines comerciales”.
Semejante contradicción solamente puede ser comprendida si gracias a un enfoque
antropológico se descubre que la regla que aplica la Aduana se retrotrae al
lejano pasado del socialismo cubano, cuando toda actividad económica privada
estaba totalmente prohibida, con excepción de la de los pequeños campesinos
que, por lo demás, debían venderle sus productos únicamente al Estado, que
también los abastecía de medios de trabajo. Pareciera entonces que la vigencia
de ese orden de cosas, en la mente de cubanos de hoy, sea la razón implícita de
que toda actividad privada considerada demasiado exitosa despierte la sospecha
de que dicho éxito se debe a acciones ilegales o al menos moralmente
censurables. Pero como ya decían los romanos, cuando alguien vende y otro le
compra, ambos ganan con ese hecho. De no ser así, no hay compra-venta.
No hablemos de la
prohibición que, de la misma manera, un ciudadano cubano importe un automóvil o
cualquier medio de transporte para cargas, porque deberíamos también buscar su
origen en la historia del socialismo cubano, cuando imperaba la igualdad en el
consumo de los ciudadanos mediante libretas de racionamiento, procedimiento
derivado del hecho de que en esa época era poco lo que había, y se estableció
un principio de justicia social para su reparto igualitario. Los relativamente
pocos automóviles que se importaban de los países socialistas, existentes en
aquellos tiempos, eran repartidos por el Estado a un precio asequible,
y según los méritos reconocidos de los eventuales compradores por su
contribución a las actividades de la sociedad. Hoy en día, de autorizarse
la importación de automóviles, lo harían quienes tienen el dinero
necesario, al margen de una clara y definida autoridad moral para ello
debidamente aceptada por todos los ciudadanos, como lo fue en el pasado. Pero,
ironía del destino, limitado hoy en día el mercado de los automóviles a los que
existen en Cuba --almendrones, viejos Ladas,
Polaquitos y vehículos vendidos por las empresas
estatales que los alquilan y se deshacen de ellos a los dos años de uso--, han
alcanzado precios al menos 10 veces más altos que sus equivalentes fuera del
país, por lo cual solamente los cubanos muy, pero muy ricos, pueden
adquirirlos. Esa sí que es una contradicción flagrante con “el horror nacional
a la desigualdad en el nivel de vida”, que se expresa mediante la exclamación
de: “¿Por qué ellos sí y yo no?”
Otros casos vigentes
de estos fenómenos antropológicos son del tipo de una vigencia “para unas cosas
si y para otras no”.
Durante décadas,
tanto la arquitectura como la construcción cubana quedaron determinadas y
limitadas a las posibilidades que brindaba el sistema de fabricación de piezas
prefabricadas de hormigón. Así, secundarias básicas, hospitales, hoteles, eran
estructuralmente semejantes. Pero además, y por razones que desconozco, edificar
un hotel con esos elementos demoraba años, en adición al hecho de que sus
diseñadores no tuvieran ninguna experiencia en materia de gestión hotelera. Ahí
están esos ejemplares que hoy por hoy no pasan de lograr, a lo más, una
categoría internacional de tres estrellas, de cinco posibles.
Inteligentemente, a
raíz de desarrollar una política turística para captar turismo internacional,
se contrató a una importante empresa constructora francesa para que, asociada
con entidades cubanas, edificaran hoteles de categoría cuatro, cinco y cinco
estrellas “Plus”, y además lo hicieran en una fracción del tiempo que solían
emplear las empresas constructoras cubanas. Se logró una virtual revolución
exitosa en la actividad constructora de hoteles de calidad en Cuba y lo
comprueba el hecho de que este año se reciban unos 4,7 millones de
turistas. Es cierto que no es agradable también comprobar que, en determinadas
actividades, se está lejos de los estándares correspondientes en otras regiones
del mundo --en un país que recuerda la frase de José Martí ”Nuestro vino es
amargo, pero es nuestro vino”--, pero la primera condición para ser inteligente
es reconocer nuestra ignorancia y la segunda es aprender de los que saben, que
es lo que se ha hecho en materia de construcción de hoteles para el turismo
internacional y para su eficiente administración.
¿Por qué no
generalizar esa práctica inteligente a otras actividades en que subsisten
procedimientos ineficientes, particularmente en empresas estatales en que se ha
perpetuado una gestión empírica cada vez más errada? Es el caso de Cubana de
Aviación, que ha llegado a un estado en el que ya ni puede satisfacer las
necesidades de transporte nacional y ha debido destinar sus oficinas
comerciales a la venta de pasajes en autobús. Sus aviones no están en
condiciones de operar y no ha dejado de existir como empresa gracias al
subsidio gubernamental. ¿Por qué no hacer en este caso lo mismo que se hizo
para la construcción hotelera? Porque, y en virtud del principio de la reciprocidad,
por cada vuelo que llega a Cuba proveniente de otro país, le corresponde
también a Cuba poder hacer un vuelo con sus aviones a esos destinos,
y estamos hablando de casi cinco millones de pasajeros que llegan anualmente a
Cuba por vía aérea, además del mercado potencial interno. Y si bien el bloqueo
norteamericano prácticamente impide la adquisición de aviones modernos, no
restringe su alquiler, ni asociarse con una línea aérea de prestigio.(2)
Hay escases de
automóviles de alquiler en Cuba, actividad de empresas estatales que no dan
abasto a la demanda. El más pequeño automóvil para alquilar cuesta unos 70
dólares diarios y produce por tanto 490 dólares en una semana. Para tener una
idea “cubana” concreta de qué representa esa suma, basta decir que una tonelada
de arroz cuesta unos 450 dólares en el mercado internacional, o sea que por
cada semana de alquiler de un pequeño automóvil que no se logre, el país deja
de poder comprar una tonelada de arroz. Pero un pequeño automóvil compacto
cuesta unos 9000 dólares y por tanto importar 1000 automóviles conlleva pagar 9
millones de dólares, e importar unos 2000 unos 18 millones y 3000 no menos de
27 millones. Habiendo una ley que autoriza las inversiones extranjeras en Cuba,
¿por qué no se invita a quien esté dispuesto a ello a establecer una empresa
con ese fin en el país, que puede ser mixta o totalmente extranjera?
Puede que se invoque el hecho de que ese es un mercado cautivo de los cubanos,
lo cual es cierto, pero también es cierto que hay que importar arroz.
Para construir buenos
hoteles y administrarlos, sí. Para desarrollar la aeronáutica nacional, no.
Como tampoco para dotarnos de más autos de alquiler.
Francamente, existe
una realidad únicamente comprensible mediante una investigación antropológica
sobre el origen de las ideas, costumbres y maneras de pensar, no solo
de quienes toman las decisiones en el Gobierno de Cuba sino también
de muchos cubanos. El Secretario del Consejo de Estado dijo, al presentar el
proyecto de Constitución Nacional ante la Asamblea Nacional del Poder Popular,
que la nueva Constitución obligará a cambiar unas cincuenta leyes. Pero también
habrá necesariamente que cambiar ideas vigentes, que surgieron en el pasado y
que ya no tienen razón de ser, en vista de los cambios que se dice querer
realizar.
Regresemos al pasado
y recordemos los fundamentos a partir de los cuales se estableció el socialismo
en Cuba.
La investigación
“antropológica” que se ha planteado conlleva retrotraerse a los tiempos del
inicio de la construcción del socialismo en Cuba y conocer cuáles fueron los
principios fundamentales de la organización de la economía socialista de
quienes, en 1961 y 1962, debieron crear ese orden social en Cuba y que nada
sabían de socialismo, salvo algún viaje a alguno de esos países y la lectura
del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, el
modelo a seguir, más las indicaciones de asesores venidos de la Unión Soviética
y de Checoslovaquia para ayudarnos en esa tarea. Lo digo porque yo fui uno de
esos “aprendices de constructor del socialismo”.
El primer y
fundamental principio aplicado fue la apropiación por el Estado Cubano, a
nombre y como representante del pueblo, de los principales medios de producción
y de todos los recursos naturales del país, con la excepción --en el caso de la
tierra-- de la perteneciente a los pequeños campesinos.(3) Y si bien quedaron
en manos privadas algunos comercios, servicios artesanales, talleres y pequeñas
actividades industriales, en 1968 fueron total y absolutamente
estatizados. A partir de entonces únicamente el Estado y los pequeños
campesinos estaban autorizados a producir y a comercializar, y estos últimos
únicamente a venderles al Estado.
Corolario de ese
principio fundamental, fue el que solamente el Estado podía importar y exportar
a través de empresas comerciales creadas con ese propósito, con lo cual todas
las demás, también las estatales, no podían hacerlo directamente.
Se discutió
públicamente si en el socialismo cubano regia la producción mercantil y el
resultado fue ecléctico: se creó el método presupuestario de financiamiento
para la industria sobre la base de que no había intercambio mercantil entre
empresas de un mismo propietario, el Estado, y se aceptó el principio de que
tanto en la agricultura como en la venta a las personas sí regía el intercambio
mercantil, así como en el comercio exterior. Pero a finales de los años 60 se
eliminaron los registros contables de las transacciones comerciales y se
procedió a cuantificar y controlar los intercambios de productos únicamente en
los términos físicos --toneladas, quintales, arrobas, libras, unidades-- en los
que se expresaban los planes de producción, abastecimiento, inversión y
entregas de productos terminados, siendo la planificación el instrumentos de
dirección de la economía. La contabilidad pasó a ser un registro sin utilidad
práctica.(4)
Desapareció la
utilización del sistema de mercado para asignar los recursos de la sociedad y
lo precios eran calculados y establecidos por el Estado.
Si bien se
conservaron los precios a pagar en dinero, para los productos que adquirían las
personas, su venta a precios constantes y muy reducidos estaba regulada por
cuotas personales iguales, que se registraban en las libretas de
abastecimiento. Ya no se iba a la bodega del barrio a comprar sino a ver “qué
estaban dando”. Únicamente hoteles, cafeterías, restaurantes, cines,
bares, cabarets y el transporte público, todos estatales,
podían vender directamente a los clientes, solamente a cambio de dinero.
Inclusive los teléfonos públicos eran gratuitos, así como los espectáculos
deportivos.
Habiéndose reducido
la utilización del dinero, se determinó consolidar todos los bancos en uno
solo, eliminar la utilización de cuentas corrientes por las personas y los
cheques, autorizándose únicamente cuentas de ahorro a las personas naturales.
Siendo prácticamente
estatal toda la economía, los impuestos ya no tenían razón de ser
y se eliminaron, y con ello el Ministerio de Hacienda.
Los viajes de las
personas al exterior por razones personales quedaron sujetos a una exhaustiva
investigación, para poder lograr la autorización correspondiente, y
prácticamente fueron eliminadas las ventas de divisas para ello, salvo con
autorización oficial expresa. Posteriormente, la tenencia por personas
naturales de divisas extranjeras fue penalizada.
Aparentemente se
había simplificado el sistema económico nacional --eliminando todas las
manifestaciones propias de una economía mercantil capitalista-- y ganado en
cuanto a un mayor control y un mejor funcionamiento. Aparentemente el Estado
tenía el poder y los instrumentos para que se hiciera lo que decidía hacer.
Pero, a decir verdad, no en todos los casos coincidía la realización con la
decisión de hacer(5)
En esos tiempos, ya
en los años 80, por decisión gubernamental solo visitaban anualmente
Cuba, como turistas, 200.000 canadienses y algunos miles de mexicanos, y
no más de 60.000 comunitarios procedentes desde los EE.UU., toda vez
que el turismo internacional podía “corromper” a la sociedad revolucionaria.
Hoy lo hacen 4,7 millones.(6) No había cuentapropistas de ningún tipo, al menos
con una licencia para ello. No existía el CUC, ni siquiera
circulaban dólares, hasta que se abrieron las primera tiendas para turistas en
donde, de una u otra manera, cubanos lograban adquirir algún artículo
importado, pese a la prohibición de la tenencia de divisas. En 1984 se
aprobó el Decreto No 40 que autorizaba las inversiones extranjeras
en Cuba, pero fue engavetado. Posteriormente a la desintegración de la URSS se
constituyó un Ministerio para la Inversión Extranjera, pero que más bien
parecía un Ministerio Contra la Inversión Extranjera. Por esa época también se
autorizó la apertura de un mercado privado de productos del agro, pero la
medida fue rápidamente suspendida.
Leyes, decretos con
fuerza de ley y resoluciones ministeriales, cuyos efectos abarcaban a todo
el país y a todos, fueron redactados y puestos en vigor para hacer operativo el
sistema económico y por tanto la modalidad de vida de los cubanos, según el
diseño e implementación correspondiente del socialismo, tal como fue
establecido en la práctica en aquella época ya lejana y diferente de la actual.
Ya han vivido en el
socialismo no menos de tres generaciones de cubanos, y las condiciones de
existencia de Cuba han cambiado, y se ha decidido que cambien mucho más, en un
mundo también muy diferente del que existía en aquel entonces. No obstante,
muchas de aquellas regulaciones que pertenecen al pasado siguen vigentes y han
entrado en franca contradicción con lo que hoy se hace en Cuba y sobre todo con
lo que se piensa hacer. Más aún, hay aparentemente la tendencia a creer que la
organización económica socialista del pasado es el verdadero socialismo,
avalado por su práctica durante varios decenios, y que los cambios que se
apartan visiblemente de aquella experiencia parecen
desviaciones de lo que de verdad debe ser el socialismo, inclusive ahora en que
el mundo cambió sustancialmente. Porque de hecho, lo que inquieta a
muchos, gobernantes y pueblo en general, es que se está planteando alterar
principios fundamentales sobre cuya base se estableció el socialismo en Cuba
hace ya casi sesenta años, y que bien o mal funcionó hasta el día de
hoy. Si bien ya no hay un socialismo “verdadero” de referencia, en
su defecto se acude para ello al socialismo cubano ya vivido. Es el temor
a pasar de lo ya conocido a lo desconocido y por conocer, y el instinto dice:
“En la duda abstente”. La existencia de una sustancial
diferencia en el nivel de vida entre una minoría de campesinos, artesanos y
empresarios privados y una mayoría de trabajadores asalariados, es chocante y
parece un atentado en contra del socialismo, al menos del socialismo vivido por
los cubanos durante varias décadas.(7)
Si se ha comprobado
que el Estado no es capaz de satisfacer todas las necesidades de los cubanos,
más allá de asegurarles a todos educación, cuidado de la salud, un techo bajo
el cual vivir, una alimentación segura por mínima que sea, los artículos
esenciales del hogar, el derecho al trabajo y su participación en la política
del país, lo que no es poca cosa, es hora de que se permita a los propios
cubanos resolver todas las demás, según sus propios deseos y voluntades, así
como a empresas extranjeras que quieran hacerse cargo de los déficit
productivos, y que para ello opere el mercado conjuntamente con la
planificación nacional. ¿Cómo lograrlo? Habrá que inventarlo.
El principio
revolucionario que nos dejó Fidel, el cambiar todo lo que debe ser cambiado,
presupone la capacidad de hacerlo por parte de los revolucionarios, lo que no
es otra cosa que tener el poder político para ello, que existe y se mantiene
desde que triunfó la Revolución. Por consiguiente, ¿cuál es el temor? Si se
comete un error en el proceso del “salto a lo desconocido, a lo ignoto” como
caracterizara Raúl la construcción de una economía socialista eficiente, pues
simplemente se revocará lo que resulte inconveniente.
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(1) “La antropología
cultural es la rama de la antropología que centra su estudio en el
conocimiento del ser humano por medio de su cultura, es
decir costumbres, mitos, creencias, normas, valores que
guían y estandarizan su comportamiento como miembro de un grupo social”.
(Wikipedia)
(2) En 1979 pude contratar a Cubana de Aviación
desde los EE.UU., cuando desde Cimex y Havanatur montamos la más grande
operación “charter” individual de ese país para el turismo comunitario, y los
IL 62 hicieron el trayecto Habana-Miami-Habana cuando no existían relaciones
diplomáticas con ese país. Entonces fuimos capaces de hacerlo, pero ahora no.
(3) Hay que decir al respecto que sí conocíamos
la conclusión de Marx en el capítulo XXIV del Primer Tomo de El Capital que
dice “Los expropiadores son expropiados”. Y extendimos esa condición del
socialismo a todos los recursos naturales. Recuerdo que ya en octubre de 1959
me toco redactar a pedido del Che dos leyes, una que estatizaba
todos los recursos minerales y otra que estatizaba los yacimientos de
hidrocarburos, y ambas se aprobaron ese mismo año.
(4) Contadores y
abogados fueron enviados a talleres para la confección de artesanías para que
hicieran un trabajo “útil”.
(5) En
su discurso inaugural del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en
diciembre de 1975, la autocrítica que hizo Fidel de la gestión del Gobierno
durante los primeros años de socialismo fue implacable y lapidaria.
(6) Cuando las circunstancias obligaron a
desarrollar el turismo internacional para poder sobrevivir después de la
desaparición del campo socialista, los nuevos hoteles se construyeron en cayos
apartados y hasta con sus propios aeropuertos internacionales, de hecho virtuales
“campos de concentración” de turistas, para, a mi juicio, no contaminar a
la sociedad cubana. En el puente, a la entrada de Varadero, se estableció “una
frontera” controlada por la policía, para que no pasaran cubanos que
nada tenían que hacer en la Península de Hicacos. También se prohibió que
cubanos entraran en hoteles para el turismo internacional. Pero fueron los
propios turistas los que descubrieron la mayor atracción de Cuba: los cubanos
y su cultura, y han logrado que el desarrollo de la infraestructura
turística se dirija precisamente hacia las ciudades y a sus habitantes. La
Habana es ahora el mayor destino turístico cubano. Sol y playa hay en todo el
Caribe, pero cubanos y cultura cubana solamente en Cuba.
(7) No quiero pensar en que la razón pueda ser
para algunos: “En lo personal, ¿me convienen o no los cambios?”