(Por Ricardo Aronskind, en el blog de Horacio
Verbitsky “El Cohete a la Luna”)
Lo
inocultable
La pelota tenía que elevarse, pasar por
encima de la barrera de jugadores, y entrar en el ángulo del arco, en un lugar
tal que el arquero no tuviera posibilidad de rozar el balón. Tenía que ser
allí, porque si no, no habría gol, y el resultado del partido sería muy
distinto.
Y la pelota entró exactamente allí.
Así fueron los resultados de las PASO del 11
de agosto. El macrismo había preparado un conjunto de artimañas –las que eran
públicamente conocidas, y las que no— para minimizar el resultado previsto que
favorecía al Frente de Todos. No sólo contaba con la dudosísima empresa
SmartMatic –contratada para concretar la compulsión macrista de “electronizar”
las elecciones para ponerlas a tiro de hackers contratados locales o
extranjeros—, sino el muy buen manejo de tiempos y climas del que había hecho
gala Cambiemos en 2017, la colaboración hiper-oficialista de los grandes
medios, el visto bueno militante de las embajadas amigas, la solidaridad de la
derecha global con un gobierno que consideran propio con justa razón. La trampa
era viable y posible dentro de determinados límites.
Todo estaba para diluir y eventualmente
falsificar el resultado electoral, pero la pelota entró en el ángulo, y el
hecho político fue indisimulable: 15 puntos de diferencia en Nación, 17 en
Provincia de Buenos Aires. Abrumador. En esta misma columna habíamos consignado
que “los mercados”, o sea los intereses alineados con este gobierno, en
consulta con los analistas políticos amigos, consideraban que 6 era el número
que separaba lo manejable de lo inmanejable por parte de Cambiemos. La frontera
era 6. Nunca 10, nunca 15. Y ahí estaba la pelota del voto popular clavada en
el lugar de lo políticamente irreversible.
Comunicacionalmente se trataba de un
acontecimiento in-ninguneable, como hubiera sido una diferencia de 5 puntos.
Empezando por la prensa internacional, que por más conservadora que sea, no ha
llegado aún a la degradación desinformativa de los medios locales. A partir de
allí, ningún gobierno extranjero podía dejar de tomar nota, ni las grandes
corporaciones, ni los bancos y los grandes fondos de inversión, de la debacle del
gobierno de los mercados.
Y por lo tanto el cerco mediático local quedó
inutilizado, y hasta el propio Cambiemos, campeón de la negación y la
manipulación de masas, debió conceder y aceptar un resultado ominoso para su
futuro.
A partir de allí florecieron los mil cactus
del odio y el resentimiento interno, el clima de desbande, las reacciones que
oscilaban entre redoblar el ataque furioso contra el “kirchnerismo” (que de ser
una secta de corruptos y autoritarios se había ampliado hasta abarcar al 47% de
la población), o encontrar formas de ir al rescate de los enojados, los
confundidos, los desorientados por el pequeño detalle del hundimiento
económico.
Moviéndose
hacia el centro
No cabe duda que fue la decisión estratégica
de Cristina Fernández la que creó este escenario. Fue también el acierto en la
designación de un político mucho más articulado que el candidato del FpV de
2015. Alberto Fernández fue el puente hacia sectores del peronismo oportunistas
o más conservadores, remisos a toda confrontación con nadie, y hacia sectores
de la población sin definiciones políticas muy precisas. También es potable
para los ex macristas superficiales.
Quien esto escribe planteó, durante el
período kirchnerista, que en muchos aspectos la gestión de Cristina se ubicaba
en posiciones a la izquierda de lo que era un hipotético promedio social
argentino. Fue una gestión que rozó los bordes de lo tolerable por una sociedad
que tiene reservas de apatía y conservadorismo importantes, en todos los
sectores. De todas formas, la buena gestión de ese gobierno, sus logros
sociales, su voluntad integradora, ayudaron a atraer a un nuevo electorado y
crearon las bases consistentes de un movimiento que, aunque desorganizado, es
masivo y tienen una clara sensibilidad popular y progresista.
Para la derecha local, muy retrógrada e
ideologizada, la experiencia kirchnerista rozó el “chavismo”, cuando en
realidad fue una combinación de instintos populares y soberanistas y medidas
pragmáticas para resolver –sin dañar a las mayorías— diversos problemas que se
fueron presentando a lo largo de 12 años.
La acción propagandística de Cambiemos, que
sólo fue la prolongación de lo que ya venían haciendo los grandes multimedios,
apuntó al aislamiento y a la eventual desaparición del espacio social
kirchnerista. Y algo logró en cuanto a generar rechazos pre-políticos no
sólo contra la figura de Cristina, sino a todo lo que fuera popular o
latinoamericanista. Bajo la máscara de la República, impulsaron un pensamiento
conservador e individualista.
La decisión de Cristina respondió
específicamente a esa situación. Si bien importante, el kirchnerismo encabezado
por su líder indiscutida, podría ser eventualmente segregado o aislado por una
combinación de todas las fuerzas anti-k, por las razones que fueran.
Alberto no es Cristina, como lo ha dicho
reiteradas veces, y convoca a una coalición política diferente. Los
denominadores comunes son más básicos, aunque resultan indispensables luego de
la arrasadora gestión macrista.
Es característico de los ciclos de derecha en
Argentina, que cuando concluyen es tal el descalabro que la sociedad se debe
unir en base a cuestiones mínimas y elementales: la vida, al final de la
dictadura cívico-militar, la subsistencia en el derrumbe de la convertibilidad.
El vasto espacio peronista, con sus
gobernadores, sus intendentes, sus sindicalistas, parece dispuesto a acompañar
un intento de gobierno en base a cuestiones muy básicas, como la restitución
del poder adquisitivo del salario, la reactivación del mercado interno, el
acotamiento de los negocios particulares a costa del resto de la sociedad.
En un contexto normal, se diría que es una
coalición de centro, que viene a administrar y encauzar una situación más que
orientar el rumbo del país mediante transformaciones significativas. Pero en la
Argentina, que está terminando de sobrellevar una experiencia extremista
neoliberal por tercera vez, adquiere el significado de un gobierno popular y de
progreso.
Macri
el malo
A medida que se derrumba la imagen
presidencial, la figura de Macri se vuelve electoralmente insalubre para sus
propias fuerzas. Así lo testimonian las reticencias a las fotos en común, las
boletas dobladas para que no se lo vea, los cambios de color y denominación en
diversos parajes del país. Se ha vuelto un lastre y su reacción auténtica,
agresiva y amenazante del lunes 12, no contribuyó a que su suerte se enderece.
Tampoco las escasas medidas compensatorias
que se han tomado después de favorecer la estampida del dólar hacia el
andarivel de los 60 $. No cabe duda del impacto contractivo de ese movimiento
cambiario, malamente compensado por los modestos alivios anunciados el
miércoles siguiente. El mercado interno desciende un nuevo peldaño, mientras el
macrismo fantasea con un resurgimiento electoral.
Sin embargo, se trataría de un error político
personalizar en Mauricio Macri al actual desbarajuste económico y social. No es
que no le quepan responsabilidades: él ha sido el conductor de todo este
proceso, y en algunos casos el inspirador de las peores medidas.
Pero Macri no llegó a la Rosada en un plato
volador. Macri llegó aupado por una poderosísima coalición de intereses locales
y extranjeros, que tenían un claro plan de negocios para hacer con la
Argentina. Si bien son impresionantes las ventajas que ha propiciado el
Presidente para su familia, amigos y socios a costa del patrimonio público, él
está al frente del Poder Ejecutivo Nacional para que los fondos buitres, el
campo, las mineras, las energéticas, ciertos proveedores del Estado y los
fondos de inversión extranjeros ganen mucha plata en la Argentina. La suma de
negocios privados no hacen un plan de gobierno, por más poderosos que sean
quienes estén involucrados. Es precisamente la suma de negocios privados, sin
ninguna tarea de compatibilización macroeconómica y social para hacerlos
consistentes y sustentables, lo que ha llevado al actual desastre.
Saquemos por un segundo a Mauricio Macri del
esquema. Pongamos a la Madre Teresa de Calcuta, o al más brillante de los CEOs
de Wall Street: si insistieran en satisfacer las demandas desarticuladas de
diversas fracciones empresariales, terminarían en igual catástrofe económica.
Porque es la inconsistencia de base la que hace fracasar –y hará fracasar—
cualquier experimento basado en la misma falla inicial.
Hoy, con la imagen de Mauricio Macri cayendo
en picada, se corre el riesgo de que su figura se transforme en el árbol que
tape el bosque. Que más y más argentinos, cada día, mascullen su nombre como
sinónimo de desgracia, de impericia, de chantada, pero que no terminen de
comprender que su fracaso no es exclusivo de él, sino de los sectores más
encumbrados de la Argentina, que apostaron fervorosamente a un proyecto
inviable e irresponsable, encandilados con la posibilidades de acceder
directamente al poder estatal para gestionar negocios particulares e
incrementar los beneficios sectoriales.
Macri es responsable políticamente, pero su
candidatura es inexplicable sin la confluencia de sectores que deberían tener
una mirada más amplia y estratégica, pero que volvieron a demostrar que carecen
de ella.
Queremos
goles
Le tocará ahora a Alberto Fernández y a
Cristina Kirchner lidiar con el país endeudado y con gravísimos problemas de
viabilidad productiva. Tienen de vuelta frente a sí a un poder económico que
continúa simpatizando con Macri —que se les parece más—, y que desconfía
seriamente de lo que podría hacer un gobierno de base popular.
Nos gustaría pensar que en algún encuentro
reservado y recóndito algunos de los empresarios más influyentes de la
Argentina pudieran preguntarse: ¿por qué apoyamos esto? ¿No hay algo que hicimos
mal? ¿No tenemos algo para revisar de nuestra propia acción política y del tipo
de proyectos que sostenemos? ¿O mejor hacemos como Macri, y le echamos la culpa
a otros?
Está hundiéndose políticamente el proyecto
económico-social de un bloque de poder tan poderoso como inepto. Bastará con
hacer políticas sensatas e inteligentes para que la Argentina remonte y empiece
a funcionar como necesitan las amplias mayorías.
¿Cómo se parará el futuro gobierno popular
ante el conjunto de demandas sociales contradictorias que convergerán sobre la
naciente administración?
¿Podrá la coalición política triunfante
transformarse en una coalición social estable, a la altura de los desafíos
estructurales, o recibirá los consejos estériles de los responsables del actual
fracaso nacional?
Por ahora hay que seguir votando bien, y
preparando respuestas creativas para el escenario pésimo que dejará la
coalición macrista.