ORWELL, MACRI Y LA POSVERDAD
(Por Alberto Fernández,
publicado https://www.infobae.com/opinion/2018/03/25/orwell-macri-y-la-posverdad/
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Amnesty advierte la guerra de trolls que se
desarrolla en Argentina. Denuncia lo que ocurre y señala las cuentas más
atacadas: precisamente las de periodistas independientes no sometidos por el
oficialismo. Entonces, todas las miradas se vuelven sobre el Gobierno.
En Inglaterra se descubre una empresa que,
abusando de los datos aportados por Facebook, dice haber desarrollado acciones
en Argentina para influir en las elecciones del 2017. Su representante aquí
aparece vinculado a la campaña de Cambiemos. Entonces, nuevamente, todas las
miradas se vuelcan sobre el Gobierno.
¿Por qué pasa eso? Porque el Gobierno presta
particular atención a la comunicación en general y a las redes sociales en
particular. Está en su esencia. Cree que gobernar es comunicar y que los
discursos resuelven problemas. Por esas vías dedica muchos recursos
presupuestarios y humanos para influir en la web.
La manipulación de la opinión pública es el
alma de la gestión de Mauricio Macri.
El método no es nuevo. Cuando, al terminar la
Segunda Guerra Mundial, George Orwell publicó 1984, describió un Estado
manipulador (The Big Brother) en el que el Ministerio del Amor torturaba y
castigaba a quienes enfrentaban al poder, el Ministerio de la Paz promovía la
guerra permanente para buscar la adhesión ciudadana, el Ministerio de la
Abundancia planificaba la economía racionando alimentos y el Ministerio de la
Verdad manipulaba toda información tratando que las evidencias del pasado no
contradijeran la versión oficial que se buscaba imponer. Títulos todos que
representaban exactamente lo contrario a lo que se hacía.
Orwell escribió 1984 afligido por los
totalitarismos, pero jamás advirtió que su obra acabaría convirtiéndose en una
fuente inspiradora para muchos gobiernos ungidos democráticamente. En la
modernidad, todo gobierno construye un relato que busca generar confianza y
adhesión en tiempos en los que el individualismo o las lógicas corporativas
prevalecen.
En Argentina, el Gobierno ha construido el
suyo. Dice haber recibido una "herencia" signada por una
administración que hizo de la "corrupción sistemática" un modo de
gestión de la cosa pública. Su lógica discursiva está plagada de eslóganes:
"Se robaron todo", "corrupción es López tirando bolsos de dinero
tras los muros", "ahora la Justicia es independiente",
"Gils Carbó quería reubicar fiscales a su antojo", "las
decisiones de la Justicia solo hay que respetarlas". Podría seguir hasta
aburrir al lector.
El relato tiene en el Gobierno de Macri una
trascendencia primordial, y es así porque claramente busca manipular la opinión
pública. Ese es el eje en torno al cual gira todo cuanto hace. La acción
política reside en decir y parecer, y de esa forma el hacer y sus resultados
pasan a ocupar un segundo plano.
Macri está convencido de que las cosas no son
como son, sino como la gente cree que son. Una muestra despiadada de lo que
algunos llaman "posverdad". El diálogo lo declama y al mismo tiempo
pisotea los consensos. Y todo transcurre mientras una fuerza comunicacional se
ocupa de tergiversar la verdad.
Veamos un ejemplo. Carlos Zannini estuvo mal
detenido desde el primer día en que se lo privó de la libertad, pero lo
polémico es su liberación. Increíblemente en las redes y en los portales se le
exige a la fiscal que explique por qué lo liberó, cuando en realidad las
explicaciones debían darlas los que lo encarcelaron.
Manipulación. Solo eso. La Presidencia de la
Nación cuenta con una Dirección General de Discurso y una Unidad de Opinión
Pública. Allí se diseña la "historia oficial" y se pone en boca del
Presidente las palabras fundantes. Además de hacer discursos, están habilitadas
para montar escenas. Supe, leyendo los diarios, que al ministro de Finanzas lo
someten allí a un ejercicio de coaching para que pueda enfrentar al Congreso y
dar respuesta sobre inversiones que hicieron empresas offshore de su propiedad.
Las clases no deben haber servido porque
hasta aquí el funcionario sigue sin dar respuesta al Congreso. Me pregunto si
será posible lograr que la gente vea como razonable que el ministro de Finanzas
presida empresas offshore que compran los mismos bonos que él oferta como
responsable del Estado. Tal vez la posverdad macrista lo logre.
Ocurre que el Gobierno nacional piensa que
los discursos y las escenografías oficiales construyen una realidad en el ánimo
social. Pero lo que no advierte es que si las políticas y los hechos no
acompañan ese montaje, la realidad no se transforma y solo se logra decepcionar
a la gente. Y así, la política languidece y la gestión fracasa, y solo queda en
pie un formato que sostiene una realidad de diseño.
Con la designación de Nicolás Dujovne
confiaron en su "calidad comunicacional" (así lo dijeron) antes que
en sus aptitudes técnicas. En sus días de ministro dio tantas explicaciones
como anuncios formuló. Pero sus políticas no aplacaron el ritmo inflacionario,
no moderaron el déficit fiscal, profundizaron el déficit comercial e hicieron
crecer peligrosamente el endeudamiento. Ante eso, no hay discurso que pueda
revertir lo nocivo de las políticas. Así, las palabras solo suenan huecas.
Macri no entiende que lo que se dice no tapa
la realidad que asoma. No hay discurso ni montaje escenográfico que torne
valiosa la conducta de un policía disparando por la espalda a alguien que
escapa. Aunque el Presidente lo reciba, lo abrace y lo reivindique
públicamente, nadie en su sano juicio podrá soslayar la gravedad de lo que
hizo.
Hay momentos en que siento que Macri organizó
su gobierno inspirándose en Orwell y pensó que podría construir un mundo
ficticio que funcione en paralelo al real. Con esa misma idea debe haber
llamado Ministerio de Finanzas al que simplemente se endeuda y Ministerio de
Hacienda al que solo degrada la economía. Y después, con igual lógica, debe haber
llamado Ministerio de Educación al que abandonó la enseñanza y la dejó en manos
de provincias empobrecidas, y Ministerio de Trabajo al que solo piensa en la
renta empresaria.
Macri no advierte el riesgo que significa
convocar a la esperanza lanzando frases sin sustento, porque, cuando la verdad
queda al descubierto, la ilusión se hace añicos.
Son los años de Macri. Años vacíos de
política y muy débiles en la gestión de la cosa pública. Años en que los
empresarios se apoderaron del Estado para concretar los negocios que siempre
soñaron y lo hacen mientras llenan su boca con invocaciones a la ética pública.
Así quedarán en la memoria colectiva, más
allá del esfuerzo que haga la Dirección General de Discurso por entrenar en la
mentira a quienes no cuentan con la razón o por dibujar un gesto de confianza
en la rigidez que atrapa al rostro del culpable.