FIDEL Y
EL PROBLEMA DE LA SUBJETIVIDAD
(Por Padrón Kunakbaeva, Yassel A., leído en www.fidelcastro.cu)
“Ave César, los que van a morir te saludan”.
Los altavoces multiplicaban la voz de Fidel por las calles de la ciudad. Era
una marcha del pueblo combatiente, y mi generación, la de los nacidos en los
noventa, marchaba junto al resto de las generaciones de cubanos. Levantábamos
nuestras banderitas cubanas y repetíamos las consignas. Para nosotros, esa
marcha, al igual que la Batalla de Ideas en general, era una forma de mojarnos
un poco con la épica revolucionaria que no habíamos vivido. Fue en marchas como
esa que aprendimos, también, quien era Fidel Castro.
Tiempo después, cuando estudié filosofía, y
aprendí de un modo marxista el significado de la categoría sujeto, llegué a una
conclusión inmediata: en Cuba el sujeto era Fidel. Dentro del pueblo cubano,
solo él era el vórtice a partir del cual se producía la realidad. A pesar del
paso de los años, de las décadas, Fidel seguía siendo una voluntad indetenible.
El
hecho de que durante tantas décadas solo él haya sido el sujeto tiene, sin
embargo, profundas implicaciones. ¿Cómo nos afectó eso a nosotros, los cubanos?
¿Fue algo positivo o negativo?
La
existencia y la trascendencia del fenómeno Fidel Castro no se pueden explicar a
partir del neo-espinocismo estructuralista, que solo conoce a los sujetos en
cuanto sujetos sujetados. Ninguna estructura fue capaz de sujetar a Fidel; por
el contrario, las estructuras se quebraban ante su paso. Para acercarse
teóricamente a su figura puede ser mucho más útil la teoría de Ernst Bloch
sobre las utopías. Según el filósofo alemán, hay subjetividad siempre allí
donde hay utopía, donde hay proyecto, donde hay prefiguración de un futuro
mejor. No es necesario decir que el Comandante entra perfectamente en esta
definición: él siempre estaba con la mirada puesta hacia delante, hablándonos
de cosas que nosotros no podíamos siquiera concebir, rozando el delirio y la
profecía.
La
mayor polémica que ha habido hacia el interior del socialismo cubano ha sido la
de la alternativa entre voluntarismo y objetivismo. Ese fue el centro de la
disputa entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez en los sesenta. ¿Cómo se
saca hacia adelante la economía de un país, a base de fuerza de voluntad o
siguiendo el curso de las leyes objetivas de la historia? La zafra del setenta-
momento cúspide del voluntarismo- fracasó, y Fidel tuvo que salir a la palestra
pública a asumir la responsabilidad. A partir de ese momento, de un modo
formal, triunfó la tesis que privilegiaba el objetivismo histórico. Cuba entró
en el carril del modelo soviético.
Sin embargo, la mera presencia de Fidel en el
timón de la revolución cubana hizo que el objetivismo nunca pudiera consolidar
su victoria. En cualquier momento, el Comandante en Jefe podía aparecer con una
nueva misión, con algún sueño loco capaz de movilizar a las masas. El carácter
de sujeto de ese hombre se manifestaba de un modo tan titánico que ninguna
estructura lograba funcionar ni consolidarse.
Ahora
es posible, desde la distancia, decir que una buena parte de las utopías de
Fidel se quedaron sin cumplir. A mi generación le tocó ver los fracasos de la
Batalla de Ideas, el fiasco que fueron los trabajadores sociales, el formalismo
de los juramentos de Baraguá, etc. Basta caminar por las calles de La Habana
para ver lo lejos que estamos de ser una sociedad socialista perfecta. Y sin
embargo, Elián regresó a su casa. Los Cinco Héroes volvieron. Cuba posee hoy
una industria farmacéutica que nació de un sueño del Comandante. No es fácil
dar un veredicto sobre Fidel y la calidad de sus utopías.
Bloch hizo una distinción entre utopías
concretas y abstractas. Concretas son aquellas cuya posibilidad tiene un
fundamento ontológico en las estructuras de lo real; abstractas son aquellas
que no cuentan con ese fundamento. Hoy podríamos decir que algunas de las
utopías de Fidel fueron concretas y que otras fueron abstractas; sin embargo,
al hacer esa separación a posteriori nuestra teoría estaría jugando el papel de
la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al atardecer. De lo que se
trata es de construir una teoría que pueda jugar el papel del gallo rojo del
amanecer, y para eso podríamos estudiar más minuciosamente el pensamiento de
ese profeta incansable que fue el Comandante en Jefe.
Lo que
sí podemos afirmar en la actualidad es que, por razón de la existencia de
Fidel, en Cuba se ha deteriorado mucho el papel y el funcionamiento de las
estructuras. No es cierto lo que se proclama hoy a nivel universal: que las
estructuras humanas pueden funcionar mecánicamente, y que de ese mecanismo
puede surgir la felicidad humana. Ninguna estructura social humana puede
existir si no es sostenida como un proyecto. Las sociedades capitalistas más
saludables son aquellas que logran conservar su aura de proyecto colectivo. Sin
embargo, nosotros los cubanos hemos tenido un exceso de subjetividad, en una
época en que el mundo funciona a partir de estructuras cada vez más complejas y
cosificadas. Probablemente los cubanos hemos sido testigos de una de las
mayores irrupciones de la subjetividad en la historia reciente. Pero ahora el
huracán ya pasó, y los hombres que hemos sobrevivido tenemos que organizar
nuestra vida de alguna forma.
El
hecho de que Fidel haya sido el sujeto durante tanto tiempo implica también que
nosotros, el resto de los cubanos, no lo hemos sido. Más precisamente, podemos
decir que el pueblo cubano se construyó a partir de la revolución como un
sujeto colectivo, una subjetividad de millones de personas que se condensó
alrededor de un solo hombre. Tal y como la identidad individual de un ser
humano se construye alrededor de un trauma, la identidad del sujeto colectivo
llamado pueblo de Cuba se construyó a partir del trauma que fue el triunfo de
la revolución, el 1ro de enero de 1959. Fue como si a un hombre que durante
mucho tiempo ha esperado el amor le sorprendiera de repente la mujer de sus
sueños, y le estampara en la boca un beso caliente, dulce y prolongado. La
Revolución cumplió de un tirón las aspiraciones acumuladas de un pueblo, fue
una especie de redención secularizada. Y esa redención tenía un nombre: ¡Fidel!
¡Fidel! ¡Fidel!
El Che
dio una de las mejores imágenes para entender la relación entre el Fidel y el
pueblo: dos diapasones que vibran en resonancia. Se trata de la empatía, la
base para toda subjetividad colectiva. Sin embargo, esa subjetividad no se
construyó de un modo horizontal, sino que se construyó de un modo casi del todo
vertical, se construyó sobre el modelo del paternalismo. Él se convirtió en el
Gran Padre para todos los cubanos. El paternalismo va a ser siempre una relación
ambigua, porque implica autoritarismo, pero también implica amor. Muchos no
queríamos que ese padre soltara nuestras manos.
Durante mucho tiempo, Fidel brilló como un
sol en el firmamento. Su luz opacaba la de cualquier otro cubano. Fue un
orgullo tenerlo entre nosotros, pero también una pesada carga. Ahora nos ha
dejado físicamente. Nos deja su leyenda y una extraña consigna que reza así:
¡Yo soy Fidel! Casi no sabemos caminar sin él, y ahora es el momento de caminar
para los que estamos vivos. Esa consigna debería servirnos para darnos cuenta
de que tenemos que ser sujeto. Necesitamos, ciertamente, estructuras más firmes
y eficientes que las que tenemos, pero la paradoja es que para construirlas
tenemos que ser sujetos. El mayor y último servicio que Fidel podría ofrecernos
sería el de repartirse y multiplicarse entre todos nosotros.