La Revolución bolchevique en
su centenario: Lo que no debemos olvidar.
(Por Olga Fernández Ríos,
publicado en el blog "La Pupila Insomne" de Iroel Sanchez)
Mucho tiene que ver la
Revolución de Octubre de 1917 en Rusia con las actuales búsquedas de un mundo
mejor al que millones de seres humanos aspiran por haber provocado una
transformación revolucionaria de largo alcance, más allá de las fronteras rusas
– más tarde soviéticas-, y por ser la primera experiencia de desconexión del
dominio capitalista e imperialista.
Los méritos de ese importante acontecimiento se multiplican si
se tienen en cuenta las condiciones económicas de la Rusia de principios del
siglo XX, país inmenso semifeudal, con millones de analfabetos y solo con
algunos bolsones de desarrollo industrial. A ello se une que al derrocar la
reaccionaria monarquía zarista y emprender el cambio revolucionario debió
enfrentar la agresión económica y militar de prácticamente todas las potencias
capitalistas de la época.
En aquellas difíciles
condiciones la revolución provocó una colosal transformación socioeconómica,
política y cultural a favor de los intereses de las mayorías desposeídas y
excluidas de riquezas y derechos.
Fue una experiencia de
búsqueda y descubrimiento de un cambio cultural y civilizatorio y, como muchos
reconocen, fue un huracán de esperanzas, no solo para Rusia y para las
repúblicas soviéticas que más tarde fueron conformándose, sino para los
trabajadores del mundo empeñados en lograr una mejor distribución de la riqueza
y el cese de la explotación, junto con la dignificación del trabajo.
La Gran Revolución
Socialista de Octubre revolucionó el mundo, motivó la implementación de
fórmulas organizativas para enfrentar al capital y como una oleada se fueron
multiplicando partidos comunistas, sindicatos, movimientos obreros y
campesinos, junto con organizaciones de mujeres en defensa de sus derechos, a
la vez que creció el enfrentamiento al
colonialismo y al neocolonialismo.
Aquella revolución impregnó
de nuevos bríos la lucha popular en nuestro continente, gestada desde fines del
siglo XIX cuando el imperialismo norteamericano – como había avizorado José
Martí-, se expandía con botas injerencistas y usurpadoras de riquezas naturales. En ese contexto la clase
obrera crecía en algunos países de mayor desarrollo industrial bajo el influjo
de ideas revolucionarias, marxistas en muchos casos, anarquistas en otros, que traían los inmigrantes europeos que
llegaban a tierra latinoamericana y caribeña. Fueron ideas y acciones
revolucionarias que después de 1917 se multiplicaron.
Mucho tuvo que ver la
revolución de 1917 en Rusia con las conquistas sociales obtenidas por amplias masas populares a lo
largo del siglo XX y con las capacidades patrióticas e internacionalistas
desarrolladas en los pueblos de las repúblicas soviéticas que, junto con el
Ejército Rojo, fueron decisivos en el enfrentamiento y derrota del
fascismo. También tuvo mucho que ver con
las razones que llevaron a que la URSS se convirtiera en la segunda potencia
mundial, a devenir factor de equilibrio que posibilitó mejores condiciones para
el logro de la independencia de muchos países coloniales. Aquel inmenso país
fue el que envío el primer hombre, la
primera mujer y el primer latinoamericano al espacio, lo que no es simple
simbolismo, sino muestra de desarrollo científico y tecnológico a favor de la
paz.
El propio capitalismo no
pudo eludir los impactos de la revolución y se vio obligado a adaptarse a un
nuevo contexto en el que le aparecía un fuerte rival que más tarde condujo a la
bipolaridad. Las tesis y acciones reformistas a favor del llamado “Estado de
Bienestar” en las formaciones del capitalismo europeo fue uno de esos impactos,
al igual que la política del llamado New Deal (1933-1938) adoptada por el
Presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt.
Fue una revolución genuina
con incalculable valor histórico y político, que no puede subestimarse por las
desviaciones que en algún momento alejaron a dirigentes y sectores de la
sociedad soviética de las bases conceptuales y políticas de la revolución y de
las honestas raíces marxistas de los ideales y acciones de Vladimir I. Lenin y
de otros líderes de aquella gesta.
No es en esta oportunidad
que vamos a juzgar las tergiversaciones
acerca del ideal socialista, ni la perversión de prácticas democráticas que más
tarde permearon a la URSS, tampoco nos detendremos con puntos de vista acerca
del desmontaje de la construcción del socialismo que condujo al desplome
de una sociedad que se levantó con
notables éxitos como alternativa al capitalismo. Pero mucho menos vamos a
demeritar lo que significó la Revolución de Octubre y la existencia de la URSS
y el campo socialista europeo para el mundo subdesarrollado y para el avance de
la Revolución Cubana.
Lo cierto es que lo ocurrido
fue una extraordinaria experiencia cuyos logros y errores requieren de
profundización y análisis. Los primeros como muestra de lo que es posible
alcanzar por los pueblos a favor de sus intereses, y los segundos para
reflexionar acerca de factores endógenos en un proceso de transición socialista
que pueden llevar a su desmontaje, incluso en muy poco tiempo, si no se
solucionan adecuadamente las contradicciones propias de ese tipo de proceso.
Son temas en los que hay que
profundizar junto con interrogantes alrededor de enfoques conceptuales,
socioeconómicos y políticos que se fueron instalando en la URSS sobre
problemáticas muy sensibles, sobre todo para el pueblo.
Es el caso de la correlación
entre desarrollo y crecimiento económico sin que se despliegue una conciencia
individual y social permeada de valores socialistas y comunistas; el
distanciamiento de las estructuras partidistas, estatales y de gobierno de las
masas y del Estado con la sociedad civil, junto con la subvaloración del factor
subjetivo en un proceso revolucionario y de su rol en la necesaria renovación
de la hegemonía socialista. También el impacto social de distorsiones en el
campo de la cultura, el dogmatismo, el burocratismo y la corrupción merecen
serias reflexiones si se tienen en cuenta los alertas planteados por Lenin
desde antes del triunfo de la revolución, pero sobre todo entre 1918 y 1923.
De muchos trabajos, notas y
reflexiones expuestos durante poco más del
primer lustro de la revolución en el poder destacamos sus análisis
en “Las tareas inmediatas del poder soviético”
y ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?
donde profundizó sobre las complejidades asociadas a la tarea de
gobernar representando los intereses de obreros y campesinos. También
resaltamos las proyecciones sobre temas de organización y política partidista
expuestos en su carta de diciembre de 1922 al congreso del partido que para
muchos constituye su testamento político con claras referencias al importante
rol de los obreros y campesinos, de las masas populares, en un proceso hacia el
socialismo.
Lo cierto es que lo que lo
que condujo al derrumbe de la URSS no puede achacarse ni a Lenin, ni al
marxismo, ni puede utilizarse para descalificar el valor histórico y político
de la Revolución Bolchevique de 2017, acontecimiento que reviste gran actualidad
más allá de la celebración de su centenario. No se trata de envolvernos en
nostalgia, sino de analizar equilibradamente los hechos históricos, los logros,
los errores, las contradicciones que existieron, pero también la inconsistencia
de mitos y trampas que se levantan, sobre todo desde 1989, con vistas a
“fundamentar” la supuesta inviabilidad del socialismo y la inevitabilidad del
capitalismo, lo que constituye un fatalismo histórico inaceptable.
Pero sobre todo el análisis
de la Revolución de Octubre demuestra que las lecciones de la historia son un
legado irrenunciable que nutre el movimiento anticapitalista y antiimperialista
en la actualidad, son recursos que alimentan el accionar para enfrentar el
presente y proyectar el futuro de los que aspiran a un mundo mejor. Son
lecciones para el despliegue de los procesos de transición socialista que
siempre se desarrollarán con muchas condiciones inéditas porque no hay dos
países iguales, pero que a la vez requieren de brújulas que permitan encausar el
rumbo hacia una estrategia de orden socialista. Por tanto no solo aporta a la
evaluación del pasado, sino a la proyección del presente y el futuro de la
humanidad.