FONDO
MACRISTA INTERNACIONAL
(Por Alfredo Zaiat, PAGINA12)
Como nunca antes, el FMI está interviniendo
en forma abierta en la política electoral de Argentina. Christine Lagarde, la
número uno del Fondo, se lanzó a participar de la campaña criticando a la
principal figura de la oposición a Macri.
Si al plan de gobierno-negocios del macrismo,
que ha provocado el naufragio de la economía, se le agrega un escenario
financiero y comercial internacional bajo tensión, el panorama no se presenta
muy alentador para el gobierno 2020-2023. La herencia M ya es de por sí
demoledora. Si Macri se autohereda, la crisis se profundizará en línea a la
promesa del oficialismo de avanzar con más velocidad en la actual dirección,
cuyos resultados devastadores para el bienestar general no son un misterio
después de cuatro años. Si la principal fuerza de la oposición, que hoy es
liderada por CFK con la candidatura a presidente de Alberto Fernández, es la
que triunfa en las próximas elecciones, la herencia M será un potente limitante
para la política económica. El callejón a transitar es tan estrecho que la
promesa de mayor ajuste de unos y el voluntarismo de otros colisionarán contra
el muro del FMI.
El Fondo Monetario Internacional siempre ha
intervenido en el diseño y control de la política económica de los países con
los cuales mantiene acuerdos de auxilio financiero. En casi todos los casos de
su larga historia de créditos stand by ha evitado participar abiertamente de la
vida política interna de los países, y mucho menos de las campañas electorales.
Con la administración Macri, el FMI ha abandonado esa aparente neutralidad.
Financia la campaña de la alianza Cambiemos al entregar un paquete total de 57
mil millones de dólares destinado a pagar la deuda y evitar el default de la
economía macrista. También autorizó al Banco Central a vender dólares en el
mercado y, de ese modo, evitar la disparada del dólar que pondría en jaque mate
la aspiración de reelección de Macri.
Además de financiamiento, el Fondo ingresó de
lleno en el barro de la campaña electoral. La directora gerente, Christine
Lagarde, criticó con ironía a la principal líder de la oposición a Macri.
Afirmó que “la gente cambia con el paso del tiempo dependiendo de si están
haciendo campaña o están en sus cargos”, en referencia a Cristina Fernández de
Kirchner. Lagarde envió de ese modo el mensaje al mercado y a la sociedad
argentina de que el FMI no le cree a CFK y que piensa que ella miente porque se
encuentra en campaña electoral.
Con la activa participación que está teniendo
el FMI en estos meses de elecciones, la Alianza Cambiemos no debería dar muchas
vueltas respecto a la fórmula presidencial. Macri tendría que imitar a CFK,
bajar al lugar de vicepresidente y designar como candidata a presidente por el
oficialismo a Christine Lagarde. Participaría en los próximos comicios como el
Fondo Macrista Internacional.
Otra
vez
Héctor Torres es miembro del Programa de
Investigación de Derecho Internacional del Centro para la Innovación en
Gobernabilidad Internacional. Su opinión es interesante por haber sido
representante de Argentina ante el FMI entre 2004 y 2008 durante la gestión de
Roberto Lavagna en el Ministerio de Economía, y luego designado en ese mismo
cargo por Alfonso Prat-Gay en 2016 y 2017. Escribió en el portal Project
Syndicate el artículo “El FMI está alimentando una crisis argentina, otra
vez”.
Recuerda que el país solicitó el primer
crédito al Fondo Monetario en 1958. Vale señalar que fue el gobierno de facto
autodenominado Revolución Libertadora el que en 1956 adhirió a la Argentina a
ese organismo internacional, luego de derrocar al gobierno constitucional de Juan
Domingo Perón, que resistió esa membresía. Torres detalla que en las seis
décadas posteriores se han firmado 22 acuerdos con el Fondo, para sentenciar
que “la mayoría se descarriló posteriormente o terminó en fracaso”. Especula
que el rubricado por la administración “pro mercado” de Macri tendría ese mismo
destino, sumándose “a ese desfile de decepciones”. Advierte que “los
acontecimientos recientes sugieren que la problemática historia de Argentina
con el Fondo podría estar a punto de repetirse”.
Por lo pronto, el primer acuerdo firmado en
junio pasado por 50 mil millones de dólares fue un fiasco con una duración
record, por lo breve, de apenas tres meses. Ahora está en vigencia el segundo,
con un monto que se amplió a 57 mil millones de dólares y con plazo de
expiración no más lejano que la primera mitad de 2020, cuando el próximo
gobierno tenga que buscar la renegociación del programa financiero inviable de
repago. Este fue definido por una tecnoburocracia de Washington, dominada por
los intereses geopolíticos de los Estados Unidos de Trump, y por la
desesperación de la alianza macrismo-radicalismo para no declarar el default de
la deuda.
Ese acuerdo evitó la cesación de pagos en la
segunda mitad del mandato de Macri, pero instaló esa probabilidad, con elevada
chance de ocurrencia, para después, evalúan grandes fondos de inversión
internacional. Esta estimación queda reflejada en el índice de riesgo país
navegando entre los 900 y los 1000 puntos desde hace varios meses, nivel que
deja al descubierto que a la economía macrista le han cerrado las puertas de
acceso al mercado voluntario de crédito. No sólo se lo han clausurado en Wall
Street desde marzo del año pasado, sino que, como parte de la herencia M, el
grifo quedará cerrado, por lo menos, en la primera etapa del próximo gobierno.
Cuando se realiza un análisis riguroso acerca
del ciclo de la debacle de la economía macrista, queda expuesto con claridad
que la fuga de activos argentinos con el consiguiente derrumbe de las
cotizaciones no está motivada en la posibilidad de la derrota del gobierno de
Cambiemos y el regreso a la Casa Rosada de una fuerza política calificada como
populista. Esa debilidad económica y financiera se reconoce fundamentalmente en
el fiasco de otro programa neoliberal.
Preferencial
El gobierno de Macri y el FMI pretendían que
con sólo anunciar un plan financiero extraordinario se ahuyentarían los
fantasmas que se posaron sobre la economía macrista. Por eso lo denominaron
“crédito precautorio”, o sea que no sería necesario utilizar esos recursos,
sino que los poseedores de títulos públicos sólo supieran que ese dinero estaba
a su disposición. Pero los inversores han preferido llevarse los dólares; no
simplemente saber que estaban disponibles.
Aquí aparece una cuestión de volumen. Cuando
el préstamo del FMI es pequeño, actúa como señal para que bancos e inversores
continúen con el flujo de financiamiento al país. La respuesta es diferente
cuando el crédito es de tal magnitud, como el caso argentino, que termina
asustando a los inversores. Estos evalúan que si fue necesario una asistencia
tan importante significa que esa economía está quebrada y los bonos que
acumulan en sus carteras están en riesgo de caer en la insolvencia.
En ciertos círculos de la ortodoxia económica
y analistas del mercado existe la idea de que firmar un acuerdo con el FMI es
un sello de confianza. Este alteraría las expectativas negativas de los agentes
económicos, que se lanzarían entonces a un ciclo de inversión –productiva y
financiera– impulsor del motor del crecimiento. Pero no es así. Por dos vías no
se verifica esa falsa promesa. Por un lado, el acuerdo con el FMI implica un
ajuste recesivo por la exigencia de recortes del gasto público y de contracción
monetaria con alza de la tasa de interés. La consiguiente caída de la demanda
interna retrae la inversión productiva. Por otro, fondos y bancos del exterior
se alejan de países que firman stand by porque ese tipo de acuerdos es sinónimo
de una economía quebrada, lo que los inhibe de destinar capitales a la compra
de títulos públicos; más bien los incentiva a desprenderse de esos papeles de
deuda soberana.
Este comportamiento se consolida todavía más
cuando el Fondo se convierte en uno de los principales acreedores, puesto que
la posibilidad de que un país le declare default es muy baja. Esa eventualidad
convertiría esa economía en un paria del mercado internacional, ya que el no
pago del capital e intereses no sería a un grupo de bancos e inversores, sino a
los países miembros del FMI, siendo Estados Unidos el principal aportante de
recursos de ese organismo.
En el mencionado artículo, Torres indica que
el FMI tiene “el estatus de acreedor preferencial”, lo que le asegura estar
primero en la línea para cobrar. En esas condiciones, si el cálculo del mercado
es que no habrá suficientes dólares el año próximo, cuando se acaben casi todos
los dólares del FMI (quedarán disponibles apenas 6800 millones del total), para
hacer frente a todos los vencimientos de deuda y con el acceso al mercado de
crédito todavía vedado, evalúan como escenario probable una reestructuración de
la deuda con quita de capital. Esa pérdida eventual los coloca ante la urgencia
de aprovechar estos meses, cuando el flujo de dólares está garantizado por el
Fondo, para desprenderse de bonos argentinos. Por eso, ante cada repunte de la
cotización de los títulos, aparece una corriente vendedora que interrumpe esa
recuperación. Torres lo dice del siguiente modo: “Los inversores tienen una
oportunidad limitada para salir de Argentina y pueden usarla pronto”.
Locuras
El Ministerio de Hacienda, a través del Banco
Central, está liquidando 60 millones de dólares diarios para cubrir parte de
las necesidades de recursos del fisco. En una negociación directa con el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos, consiguió que éste obligara a la
conducción del Fondo a permitir al Banco Central la intervención en el mercado
vendiendo dólares para evitar saltos bruscos del tipo de cambio. El Fondo está
violando de ese modo una de las normas de su estatuto que prohíbe la utilización
de los dólares que presta para financiar la fuga de capitales.
Conociendo la historia financiera reciente de
la economía argentina, con la experiencia adquirida por su tránsito en el FMI y
señalando que esa medida es para “aumentar las posibilidades de reelección de
Macri”, Torres afirma que el organismo no debería haber aceptado ese pedido por
las siguientes razones:
“Para empezar, al respaldar tales locuras y
argumentos falsos de endeudarse para frenar la corrida contra el peso, el FMI
pondrá en peligro los esfuerzos (incluso los míos) para normalizar las
relaciones entre Argentina y el Fondo”.
“Además, los dólares que el Gobierno se
propone vender para apuntalar el peso este año serán muy necesarios para la
próxima administración para hacer frente a los pagos de deuda e intereses que
vencen en 2020”.
“Mientras más deuda tenga la Argentina con un
acreedor privilegiado como el FMI, más difícil será convencer a los inversores
privados ‘no privilegiados’ de reinvertir y continuar financiando el país en
2020 y posteriormente”.
Torres no es optimista, y lo expresa sin
inhibiciones al afirmar que “lamentablemente, la historia puede estar a punto
de repetirse”. Se refiere a la crisis de 2001, cuando en octubre de ese año,
dos meses antes de la declaración del default, el país solicitó un préstamo de
8000 millones de dólares al FMI. Recuerda que la mayor parte de esos recursos
fueron utilizados para facilitar la fuga de la plaza local de inversores
institucionales. Torres sentencia que “el FMI está a punto de volver a cometer
el mismo error” y, por lo tanto, “no debe esperarse un resultado diferente”.
Abrazo
de oso
La apuesta del FMI, bajo orden y supervisión
de Estados Unidos, es inédita en la historia de ese organismo. Entregó el
préstamo más grande jamás otorgado a un país. El Centro de Estudios Económicos
y Sociales Scalabrini Ortiz detalló que Argentina representa el 61 por ciento
del fondeo actual del Fondo, seguido muy lejos por Egipto con el 13 por ciento
e Irak con el 6 por ciento. En su más reciente reporte evalúa que esa
proporción ubica al FMI “en una posición de debilidad”.
Esa debilidad relativa es compensada con el
poder político que ejerce al ser una institución dominada por las potencias
económicas, con Estados Unidos sobresaliendo entre ellas. Una de las máximas
tradicionales en el mercado financiero dice que el acreedor tiene problemas
cuando concentra gran parte de sus préstamos en un solo deudor. Este sería el
caso del FMI con Argentina. Pero como se mencionó arriba, el Fondo es un acreedor
privilegiado. En todo caso, las dificultades para cancelar el capital e
intereses de la deuda, como las irregularidades formales en la rúbrica del
acuerdo, como se detalló en esta columna el domingo pasado, servirían para
mejorar un poco la relación desigual en la próxima instancia de renegociación
del acuerdo financiero.
Se sabe que el Fondo recibirá con los brazos
abiertos la propuesta de redefinir las condiciones financieras del stand by,
para convertirlo en uno denominado Extended Fund Facility. Los grandes
vencimientos del préstamo por 57 mil millones de dólares concentrados en los
últimos tres años del próximo mandato presidencial podrían ser reestructurados
a un plazo de 10 años.
La predisposición a postergar el cobro de esa
deuda no será desinteresada. Esos brazos abiertos se cerrarán como los de un
oso cuando a cambio reclamen las reformas regresivas que figuran en el
tradicional manual de ajuste que excitan a la grey de economistas ortodoxos:
previsional (reducción de las jubilaciones y elevación de la edad de retiro),
laboral (desregulación del mercado con pérdida de derechos de los trabajadores)
e impositiva (eliminación de exenciones y mayor presión tributaria).
En ese paquete, es habitual que el Fondo
incluya la sugerencia de una reestructuración de la deuda con el mercado,
proceso que lo denomina “reperfilamiento” de los vencimientos de capital e
intereses. Es una instancia amigable, sin grandes pérdidas para los inversores,
con extensión de los plazos y modificación de la tasa de interés. El
antecedente inmediato de esa propuesta fue la realizada por Ucrania con el aval
del FMI.
Esta instancia de negociación, que agudizará
la dependencia de la economía argentina al Fondo, podría ser menos dramática si
el gobierno de Macri no estuviera rifando las reservas acumuladas con los
dólares del FMI. Si las cuidaran, en lugar de liquidarlas con el mezquino
objetivo político de intentar generar condiciones para que Macri pueda pelear
con alguna chance la reelección, el próximo gobierno tendría un poco más
aliviada la pesadísima mochila de la herencia M.