LE
PRESTAMOS POCA ATENCION
(Por Pablo Gentili (*), publicado en PAGINA12)
Bolsonaro es un fascista. Si lo es, resulta
inevitable preguntarse cuáles son las razones que lo transformarán en el futuro
presidente de uno de los diez países más poderosos del plantea. Una nación que,
hasta hace sólo dos años, vivía un proceso de expansión y universalización de
derechos ciudadanos, que comenzaba a conquistar algunas de las aspiraciones de
justicia social y de igualdad consagradas en una innovadora y ambiciosa
Constitución Nacional que acaba de cumplir 30 años.
Ocurre que Bolsonaro no es la causa de una
democracia que agoniza, sino su consecuencia.
Cuando se siembra la desconfianza, el miedo,
el odio y el desprecio hacia la institucionalidad democrática, por más
fragilidades y defectos que ella posea, lo que se construyen son las bases
éticas y políticas de regímenes totalitarios y despóticos. El titular del
periódico O Globo, el día siguiente del golpe de Estado que dio inicio a la
dictadura militar que asoló Brasil por más de dos décadas fue: “Resurge la
democracia”. Medios de comunicación y empresarios golpistas, políticos y jueces
golpistas, militares e iglesias pentecostales golpistas, se vuelven más fuertes
y convincentes cuando las sociedades se despolitizan, cuando la narrativa
democrática se torna sospechosa y la sociedad se hace indiferente a una
barbarie que se trivializa.
Bolsonaro fue un militar mediocre, retirado
al alcanzar el grado de capitán. Hace 25 años ejerce un también mediocre
mandato como diputado. Muchos, dentro y fuera de Brasil, lo conocieron cuando
votó a favor de la destitución de Dilma Rousseff y le dedicó el voto a la
memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, que la había torturado
cuando ella tenía 19 años. Ustra comandó el principal centro clandestino de
detención durante la dictadura militar. Torturaba a sus víctimas y, cuando eran
mujeres, además de violarlas, solía llevar sus hijos para que las vieran
moribundas, ensangrentadas, desnudas, abrigadas sólo por su valentía y por su
dignidad. Bolsonaro homenajea a Ustra cada vez que puede. No es un hecho
aislado respecto del reconocimiento y el protagonismo que logró meteóricamente
este militar sólo célebre por sus insultos racistas y machistas, por su
apología de la tortura y por su permanente desprecio hacia los derechos
humanos.
Los que rondan las mafias delictivas
vinculadas al paramilitarismo, los que se cobijan a la sombra de las
oligarquías empresariales antidemocráticas y los que sobreviven en el anonimato
de un parlamento clientelista y corrupto, suelen mimetizarse con los excrementos
en las cloacas del poder. Por eso los demócratas los despreciamos. Pero les
prestamos poca atención. “Nunca llegarán a nada”, pensamos. Son sólo grises
funcionarios del horror.
Así fue siempre Jair Bolsonaro: un outsider,
un inimputable, un loco, un idiota, un enfermo compulsivo y agresivo. Mientras
tanto, siguió pregonando impunemente su odio a la democracia, valiéndose de la
protección que la democracia le brindaba. Durante todos estos años, sólo
algunas heroicas diputadas lo enfrentaron con coraje, recibiendo insultos y
golpes. Cuando la democracia es así de generosa con sus enemigos, acaba
masticando su propia aspiración de libertad, igualdad y justicia,
debilitándose, volviéndose frágil, tenue, imperceptible.
Brasil salió de la dictadura sin realizar un
ajuste de cuentas con 21 años de opresión y violación al estado de derecho
democrático. Cuando esto ocurre, las naciones suelen estar condenadas a repetir
el pasado. Pero el pasado nunca se repite de la misma forma.
Las democracias sólo sobreviven cuando la
ciudadanía se vuelve activa, participativa, cuando el espacio público es
ocupado por sus propios dueños, por el pueblo y sus organizaciones populares,
cuando los derechos se multiplican, cuando las libertades florecen, cuando le
perdemos el miedo a la felicidad, cuando luchamos por lo que es común a todos.
Pocos días antes de ser desposeída del cargo
que hasta hoy debería ejercer, Dilma Rousseff le pidió a Tereza Campello, su
ministra de Desarrollo Social, que hiciera una encuesta entre las mujeres que
participaban del programa Bolsa Familia. Cuando les preguntaron si su vida
había cambiado gracias a esta iniciativa, más del 90 por ciento de las mujeres
consultadas dijo que sí, que había cambiado para mejor, mucho o muchísimo.
Cuando les preguntaron por qué, más del 80 por ciento dijo: “Gracias a Dios”.
Fue estadísticamente irrelevante el número de mujeres que sostuvieron que su
vida había mejorado gracias a la democracia, o gracias a la acción de un
gobierno democrático.
En política no hay espacios vacíos. Y cuando
los demócratas dejamos espacios vacíos, los ocupan los mercaderes de la fe,
como las iglesias evangélicas pentecostales, los que trafican con la muerte,
los profetas del odio, los fabricantes del miedo y de la desesperanza. Fueron esas
ausencias y esas presencias las que parieron no uno, sino miles y miles de
bolsonaros.
La democracia brasilera recibió un nuevo y
duro golpe. Entenderlo es una de las condiciones necesarias para seguir
luchando por ella. Los fascistas pueden tener victorias, pero éstas serán
siempre pasajeras y mucho más efímeras de lo que ellos creen. Porque el
fascismo está condenado a ser siempre derrotado por los que, a pesar de todo,
seguimos convencidos de que la esperanza vence al miedo.
(*) Secretario ejecutivo de Clacso y
profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.