MACRISMO Y STALINISMO
(Por Ricardo Aronskind, “El Cohete a la Luna”)
La última creación literaria del aparato
comunicacional macrista está diseñada para mostrar a la fallida gestión de
Cambiemos como una verdadera gesta estratégica, en la cual se siguió un camino
muy bien trazado de objetivos materiales destinados a sentar las bases del
progreso argentino.
El esfuerzo gubernamental habría sido tan
extraordinario, y su concentración en las grandes tareas de cimentar el
crecimiento tan obsesiva, que de pronto dejó detrás de sí, o no prestó
suficiente atención, a lo que pasaba con los seres humanos que habitaban el
territorio donde se estaba verificando tan extraordinaria transformación.
Repasemos algunas declaraciones oficiales en
esa dirección.
El ex presidente Pinedo
señaló: “Perdimos porque no nos ocupamos del día a día y de la gente que
nos decía ‘no llego, necesito otra cosa’”.
El propio Presidente Macri señaló en
numerosas oportunidades: “Con sacrificio pusimos los cimientos para crecer.
Vamos a lograrlo juntos”.
¿Qué sería poner los cimientos?
En general la argumentación macrista trabaja
más con impresiones que con conceptos precisos. Está pensada para grandes
franjas poblacionales y apela a imágenes ya existentes en el imaginario
colectivo. El argumento de que se pusieron los cimientos del progreso, debe ser
rastreado según otras publicidades que hace Cambiemos, para sacarlo del ámbito
metafísico y colocarlo entre las cosas discernibles.
De diversas declaraciones que han hecho
economistas y políticos pertenecientes al espacio de Cambiemos, se deduce que
lo que ellos llaman “los cimientos” se puede desglosar en:
Haber cambiado los precios relativos de la
economía, restableciendo la rentabilidad adecuada para que se verifique la
inversión privada.
Ahora, luego del ajuste obligado por el
FMI, haber eliminado el déficit fiscal primario.
Ahora, luego del ajuste obligado por el
FMI, haber obtenido superávit comercial
Haber creado lazos estrechos con las
principales potencias de Occidente, uno de cuyos “logros” principales sería el
pre-acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.
Haber hecho obra pública, desde cloacas,
hasta obras viales, desarrollo de la energía eólica, etc.
Haber restablecido la reputación de Argentina
como país amigo de “los mercados”, lo que constituye una señal de confianza que
funcionará como atractor de inversiones externas.
Cuando se analiza uno por uno los “cimientos”
que dice haber colocado Cambiemos, los resultados permiten entender aún mejor
los resultados de las PASO.
El cambio de precios relativos efectivamente
existió, contra los ingresos de la mayoría de la población (salarios,
jubilaciones y otras transferencias) y a favor de diversos actores
empresariales (agro, minería, extracción de gas y petróleo, transporte de
energía, bancos). El aumento de la rentabilidad en todos estos sectores ha
tenido poca correlación con un vigoroso proceso inversor, siendo
fundamentalmente una transferencia de ingresos que abultó ganancias sectoriales
más que un detonador de un proceso de inversión genuino. Sólo en Vaca Muerta se
observó un avance, pero que ya había comenzado durante el gobierno anterior. El
derrumbe del mercado interno y la severísima contracción económica en marcha
son consecuencia necesaria del cambio de precios relativos tal cual fue
diseñado por el gobierno. Un clima económicamente desértico no es el más
adecuado para promover inversiones.
Cambiemos financió el déficit fiscal con
endeudamiento público desorbitado, hasta que el corte del crédito privado los
obligó a acudir al FMI, que a su vez los obligó a un recorte drástico, como el
que estamos viviendo en este año. No es un equilibrio fiscal sensato, basado en
eliminar gastos innecesarios y recaudar impuestos como corresponde, sino un
recorte brutal en una serie de actividades de suma importancia pública (gasto
social, infraestructura). Pero sería falso decir que Cambiemos resolvió –aunque
sea malamente— el problema fiscal. La verdad es que generó un drenaje fiscal en
materia de los crecientes pagos de intereses de la deuda pública interna y
externa, que tiende a superar la magnitud del déficit anterior.
El logro de superávit comercial actual se
debe exclusivamente a la contracción grave de la actividad económica interna.
Poco y nada se hizo en materia de incrementar exportaciones, diversificarlas y
conquistar nuevos mercados. La obsesión a esta altura ridícula por Europa y
Estados Unidos –ambos espacios económicos con urgencias exportadoras— lleva a
este gobierno fuertemente ideologizado a dejar de ver el resto del planeta, que
es a donde debe apuntar la Argentina para diversificar sus mercados de destino.
Ni supermercado del mundo, ni Australia: esas imágenes que sugerían un supuesto
pensamiento estratégico sobre el destino nacional, fueron apenas otros slogans
para encandilar incautos. El mundo de Cambiemos (Occidente) no nos está
esperando para comprarnos nuestros productos, sino para colocar los de ellos. Y
además los pronósticos de próxima recesión en las economías atlánticas se
multiplican. Para colmo, el actual superávit comercial no alcanza en absoluto
para pagar los compromisos externos adquiridos por la actual gestión.
Ya hemos señalado que el pre-acuerdo firmado
con la UE es ruinoso para la producción nacional, está hecho a medida de las
necesidades de los europeos, y que sólo dos gobernantes con una mentalidad
profundamente satelital de los mercados (Macri y Bolsonaro) pueden aprobar lo
que será un negocio para un puñado reducido de intereses locales, a costa de la
pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo. Más que sentar las bases de
un futuro de crecimiento y prosperidad, se pone en marcha una trituradora de
empresas locales y de empleos, que será muy bien visto por las corporaciones
europeas.
En los primeros dos años Cambiemos hizo obras
públicas, que de todas formas no llegaron a la magnitud desplegada durante el
período kirchnerista, que hizo un gran tarea de extensión de la red de agua
potable y saneamiento, no superada por Cambiemos. Con la caída en manos del FMI
de la política económica, la obra pública cayó en más de un 40% y se
paralizaron los discutibles programas públicos y privados (PPP), arrastrados
por incertidumbre financiera en la que el gobierno metió a la Argentina. En la
Ciudad de Buenos Aires, aquejada por severos problemas de transporte público,
apenas se construyeron 3 estaciones de subte, mientras se pavimentan calles ya
pavimentadas. De todas formas, como no podía ser de otra forma teniendo en
cuenta el ideologismo neoliberal que atraviesa al gobierno, se careció de un
plan nacional que apunte a un conjunto de objetivos estratégicos, que permitan
“poner los cimientos” del crecimiento en serio.
No estamos al tanto sobre cuáles serán los
comentarios que hacen los financistas globales cuando hablan entre ellos de la
Argentina. Lo que sí sabemos es que nuestro país ha constituido en este tiempo
un extraordinario negocio financiero, de aquellos que no se consiguen en el
resto del mundo. Si bien los comentarios iniciales de la prensa conservadora
internacional fueron sesgadamente favorables al gobierno macrista, con el pasar
del tiempo se hizo inocultable la pésima gestión económica, que terminó de
develarse ampliamente al firmarse los pedidos de ingentes sumas al FMI,
los waivers, el default de deuda interna en pesos y el restablecimiento de
los controles cambiarios. Hoy no hay prestigio, ni reputación de seriedad, sino
burla y desprecio en la prensa económica internacional. El argumento macrista
de la pesada herencia o de la amenaza populista futura no alcanzan en el
exterior para tapar la pésima gestión. En cuanto a la inversión extranjera
directa (IED), que es la única que genera riqueza, o sea la que podría ayudar a
cimentar el crecimiento futuro, “te la debo”.
El modelo soviético
Revisemos por un momento un proceso histórico
donde se sentaron en serio los cimientos del progreso material, descuidando en
forma ostensible el nivel de vida de la población.
Si hay un paradigma en la historia en el cual
se priorizaron una serie de metas materiales de largo plazo, dejando en un
segundo plano durante décadas una mejora en la calidad de vida de la población,
fue el caso de la URSS.
Recordemos que en el momento en que los
bolcheviques tomaron el poder, el Imperio Zarista era un vasto territorio, con
una enorme población campesina paupérrima, y un muy reducido desarrollo
industrial. Rusia era mirada desde Europa Occidental con desdén, por su atraso tanto
material como cultural. Era el equivalente a un muy atrasado y subdesarrollado
país latinoamericano. Los comunistas empezaron a gobernar un país destruido por
la Primera Guerra continuada por una brutal guerra civil. Luego de diversas
peripecias, el dictador Stalin decretó en 1928 la colectivización forzada de la
tierra. A partir de ese momento se comenzaron a aplicar sucesivos planes
quinquenales dirigidos a sentar las bases de la industrialización acelerada de
la Unión Soviética. El estado soviético tenía por delante dos desafíos enormes:
mostrar que el socialismo podía generar tanta o más riqueza que el capitalismo,
y crear las condiciones para la autodefensa nacional, ya que la URSS era un
experimento económico aislado y hostilizado por las grandes potencias
occidentales.
Sin la posibilidad de participación efectiva
por las características represivas del régimen, la población debió afrontar
resignadamente las enormes penurias que conllevó ese gigantesco proceso de
transformación de la industria y de la atrasada o inexistente infraestructura
rusa. Si bien las cuestiones elementales estaban garantizadas (el alimento, la
educación básica, la salud), el nivel de vida fue muy bajo durante un largo
periodo. Los planes quinquenales se sucedieron, y al momento de sufrir el
ataque de Alemania, la segunda potencia industrial capitalista del planeta, en
1941 la URSS no sólo fue capaz de aguantar materialmente el embate nazi, sino
que en plena guerra continuó desarrollando una descomunal capacidad
industrial-militar, que superó durante el conflicto al notable potencial
alemán. La historia posterior a la segunda guerra mundial es conocida: la URSS
será, hasta su disolución, la segunda potencia económica del planeta, con
avances notables en el desarrollo aeroespacial y militar. Recién en los años
’60 y ’70 empezó una paulatina mejora en las condiciones de vida de la
población, dado que los sucesivos gobernantes empezaron a dar una importancia
mayor al consumo masivo. En síntesis: en ese experimento histórico, con indudables
penurias materiales para la población, la planificación económica y la
industrialización acelerada crearon las bases de un país mucho más desarrollado
y moderno que el que encontraron los revolucionarios en 1917. Si bien nunca lo
dijo de esta forma, Stalin podría haber dicho legítimamente que “se estaban
poniendo los cimientos para el futuro bienestar”. En ese camino, más de una
generación de soviéticos no pudo disfrutar de despliegue material que
efectivamente estaba ocurriendo en su país.
La comparación
La ocurrente publicidad macrista, que no se
rinde ni aún vencida, intenta instalar que ha existido un notable progreso,
invisible a los ojos de los mortales, que aún no le ha llegado a la población,
y que si bien no nos damos cuenta del todo, en estos años se “sentaron las
bases” para el progreso.
Hemos tratado de mostrar como no sólo no se
“pusieron los cimientos”, sino que, con el endeudamiento externo enorme y los
pactos internacionales destinados a atar de manos a futuros gobiernos, se
apunta a erosionar la posibilidad de que alguien pueda poner realmente los
famosos cimientos del desarrollo.
Ni la experiencia soviética, ni la macrista,
pueden ser puestas a esta altura como modelos o paradigmas socialmente
deseables. Pero aun así, es interesante observar las diferencias: Rusia arrancó
su experiencia desde un nivel bajísimo de vida, lo mejoró muy lentamente
durante décadas, pero utilizó el gran excedente productivo en la inversión
sistemática en la industria pesada, en represas, ferrocarriles, maquinaria agrícola
y desarrollo científico. Sólo así se puede explicar el tránsito de un país
miserable a una superpotencia mundial.
En el caso de Cambiemos, como ya está
ampliamente demostrado, la inversión productiva no tuvo ningún papel
significativo. Por el contrario, el fenómeno económico más asombroso de estos
cuatro años es la pavorosa fuga de capitales, que en términos de crecimiento
representa el despilfarro más extremo de recursos producidos por nuestra
economía: la evaporación de los fondos que necesitamos para la inversión y el
desarrollo, para la mejora económica y social. Los estudiosos de la historia
económica de la URSS no han dejado de señalar los numerosos problemas de la
economía soviética causados por las ineficiencias, los despilfarros, los errores
de la planificación, o la falta de motivación de la población para cumplir con
los planes gubernamentales. Pero esa sinfonía desafinada se hacía sobre una
melodía correcta: la inversión productiva constante y sistemática y la
promoción de la investigación científica.
En nuestro caso, ni las propias firmas
multinacionales vieron con interés el participar en un experimento tan endeble,
inconsistente y de patas cortas como el de Cambiemos. Una cosa es que falten
cimientos productivos, otra es hundir dinero en una ciénaga.
La gestión que se termina no sólo no puede
hablar de cimientos construidos, sino que debería pedir perdón a la sociedad
por haber provocado un extendido y profundo sufrimiento social cuya única
contrapartida fue la generación de negocios puntuales para una minoría, y la
creación de una deuda externa que fugaron algunos, pero que pagaremos los
demás, a costa de nuestro bienestar.
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