Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

martes, 28 de febrero de 2023

LA VENDIDA ILUSIÓN DE ORIESTÍADA
(Por Ernesto Estévez Rams)

En una sociedad que pretende revolucionar la realidad hacia el comunismo, los intereses creados por grupos sociales específicos, ya sean clases o no; ya sean gremiales, profesionales, funcionales; o de jerarquías organizativas, estatales o gubernamentales, empresariales o institucionales, u otro tipo, para el caso, no pueden erigirse como freno a lo que necesita ser revolucionado, el hecho de que esa puja sea constante, habla de las carencias en alcanzar un estado participativo donde prevalezca el poder indisputable de las mayorías. Un ejemplo positivo es cómo se logró aprobar el Código de las Familias.

Algunas verdades directas del marxismo que parecen haberse olvidado, o, peor aún, desechado, deberían estar presentes siempre. Me viene por ejemplo a la mente aquello que se preguntaba Marx en la Critica al programa de Gotha: «¿Y qué es el trabajo “útil”? No puede ser más que uno: el trabajo que consigue el efecto útil propuesto». Claro está, lo que es útil en última instancia, y en primera también, tiene que estar referido a la sociedad, sus relaciones sociales y su reproducción. En una sociedad que pretende superar al capitalismo, sólo la mayoría tiene la legitimitad para proponer lo útil. Pero no lo hemos logrado. Puede ocurrir que lo “útil” sea definido al margen de lo que favorece a la sociedad en su conjunto, para reducirse, en cotos de autoridad, devenidos de poder localizado, o lo que es “util” a los que toman la decisión. Y en esa toma de decisión cotidiana pesan, muchas veces sin el balance correcto, los intereses individuales, colectivos pero locales y los de la sociedad como un todo.

¿Y cuáles son esos intereses individuales o colectivos que se manifiestan desbalanceados en una toma de decisión? Si volvemos a Marx en el prólogo de la Contribución a la crítica de la economía politica, «No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social lo que determina su conciencia». En la toma de decisión pesan sobre esta, como ella incide en la forma de reproducción material y cultural de los que deciden.

Pero no se trata de individuos malos, el fenómeno es en primer lugar colectivo. Un colectivo de trabajadores o gremial puede asumir y asume decisiones en detrimento del interés de la sociedad, si ve en ellas ventajas para la ampliación de su reproducción material y cultural aún si es consciente de que puede ser perjudicial más allá de su grupo. Mientras no vea en el horizonte que rebasa su inmediatez, un interés social que, a corto o largo plazo, le beneficie y supere la ventaja del individuo o del grupo, se decantará por lo que le es ventajoso a este.

En entornos donde no se logra la prevalecencia de los intereses mayoritarios de la sociedad, los colectivos grupales creados alrededor de intereses comunes, como forma de reproducción, al menos aceptable, de sus condiciones de vida, pueden necesitar, y llegar a alcanzar, la habilidad necesaria para convertir una política de la sociedad en su conjunto, en lema para disfrazar su propia política, aunque esta sea contraria a la primera. En ese sentido, se vuelven en actores contrarios al interés hegemómico de la sociedad socialista. La realidad demuestra que se puede ser freno mientras no se deja de acusar al que se opone a los desatinos desde la Revolución, como reaccionario.

La corrupción, en su acepción mas abarcadora, siempre es un fenómeno social que rebasa los marcos de la manzana podrida. Podemos y debemos descubrir y sancionar al corrupto, pero si no se va a las bases sociales de la corrupción, esta, como fenómeno sistémico, seguirá reproduciéndose. Para el capitalismo, la corrupción es un fenómeno intrínseco a su forma de apropiación crecientemente privado de lo que la sociedad produce socialmente, en términos materiales y culturales. Para el socialismo, a camino medio andado desde el capitalismo y hacia el comunismo, la corrupción es un peligro que no ha dejado de ser sistémico, por razones objetivas, y por tanto debe ser atajado constantemente sabiendo que de no hacerlo de manera efectiva, se reproducirá como la hierba mala. Toda corrupción hala hacia la restauración capitalista, todo combate efectivo a ella empuja hacia la sociedad del imperio social que aspiramos a crear. Luego, la batalla contra ella, es una batalla existencial, y es, por tanto, una batalla revolucionaria.

Luego, no queda otra que imponer una realidad social donde la amenaza más directa al ser social individualista sea la que resulte de no transformarse en un actor revolucionario, donde la conciencia social que induzca ese estado objetivo de la sociedad sea conciencia revolucionaria. No hay espacio para hacer un recuento de cómo la Revolución cubana navegó exitosamente en ese proceso de creación de conciencia revolucionaria por décadas, pero señalemos que lo hizo precisamente buscando los mecanismos sociales que implicaban esa conciencia revolucionaria como respuesta al ser social que la realidad objetiva en construcción imponía. Mientras la expansión de la reproducción material de la sociedad socialista era un hecho real o una promesa creible, la conciencia colectiva que se reproducía era conciencia revolucionaria, porque esta apuntaba al avance material y cultural de la sociedad.

El burocratismo genera especialistas en formas, absolutizando como lo útil lo que pretenden que emane de los procedimientos o regulaciones, en detrimento de especialistas en maximizar lo útil, como aquello que contribuye directa o indirectamente a la reproducción material y cultural ampliada de la sociedad, en definitiva lo que el propio Marx definía como tal.

El burocratismo, en su acepción mas abarcadora, siempre es un fenómeno social que rebasa los marcos de la manzana podrida. Toda forma injustificada de burocracia hala hacia la restauración capitalista, todo combate efectivo contra ella empuja hacia la sociedad que aspiramos a crear. Luego, la batalla contra ella, es una batalla existencial, y en consecuencia, una batalla revolucionaria.

Vender como lo “útil” a instancias superiores la idea que germina de lo conveniente para los que la proponen, es una perversa forma de arte que ha sido refinada a niveles excelsos en no pocos espacios de la sociedad. Quizás el antídoto técnico contra la enfermedad se halla en las formas de proceder de las ciencias exactas, donde toda proposición ha de tener su oponencia, y su revisión por pares. Mas aún, toda propuesta es sometida al escrutinio público permanente y de esa exposición termina siendo legitimada o descartada por su valor intrínseco y no por la maña del autor. Pero erraríamos si creemos que la solución al problema se reduce a lo técnico, siempre hay formas de pasar gato por liebre.

La falta de transparencia en el ejercicio (público) de gobernar, ya sea a nivel de estado, económico, institucional, organizacional, o administrativo, no es esencialmente un problema de cultura, tanto como no lo es el ejercicio no demócratico de la burguesía en el capitalismo. La falta de transparencia es un mecanismo de protección de los que ejercen esa función de decidir o con capacidad importante en influir en las decisiones, cuando son conscientes que en ese ejercicio no están haciendo prevalecer lo útil como lo que define la mayoría de la sociedad. Por tanto, la opacidad tiene raíces objetivas y debe abordarse en sus causas, que es decir, más allá de un llamado a la conciencia.

Hay otra perversidad en monopolizar la condición de experto en los fórum creados para el debate público y desde allí denostar como forma de anular la oposición a las ideas propias. Una práctica que viene acompañada de “haz lo que digo pero no lo que hago”. Hay censuras explícitas que no resultan de seguir «orientaciones», sino del interés propio del individuo o el colectivo al que se le ha dado la facultad de decidir sobre lo que es de interés público.

Todo combate a la prevalencia de los intereses grupales sobre los de la sociedad como un todo, solo lo lograremos, por un lado, con la mayor participación colectiva posible en cada toma de decisión cotidiana, y por otro, en la mayor absolutización posible de la transparencia, para que cada paso en una toma de decisión quede expuesta al escrutinio público.

Hay que destrozar los mecanismos objetivos que protegen la reproducción de toda forma de amparo al egoísmo individual o colectivo. Tenemos que asumir como premisa del accionar revolucionario, que lo que es errado para la sociedad como un todo debe ser cambiado, no importa cuánto aparentemente afecte a un colectivo en particular, el que sea.

Cada vez que veo presentar una popuesta como santo grial o piedra filosofal, dada como perfecta mientras precisamente se proclama su imperfección como truco retórico, me recuerdo de Oriestíada. La imagen del lago y de la ciudad de Kastoria de noche, siempre me la presentan paradisíaca. Pero yo nunca he estado allí, en las márgenes del lago. Mi visión de ella es lo que me cuentan otros que tampoco la han visto pero la narran como reflejo de sus propias aspiraciones. Cuando digo que existe la posibilidad de que sea de otra manera, me acusan de retrógrado, de freno. ¿Acaso yo me niego a que lleguemos al lugar idílico? Pero educado como suspicaz, me pregunto, incómodo, quiénes serán los dueños del todo en aquel lugar que no puede haber escapado de la lógica hegemónica. Confieso que por difícil que sea, prefiero el árido ejercicio de construir el futuro propio, que el engaño de pensar que podemos acceder al que otros nos ofrecen como destino perfecto.

 

MAQUILLANDO EL CADÁVER DEL CAPITALISMO
(Por Luis Britto García)



Ya nadie habla de capitalismo. Capitalismo implica capital, que posee otro y tú no tienes. Capitalista es dueño, patrono, tipo que impone hacer lo que a él le da la gana. Ahora se habla del mercado. Mercado suena impersonal, como el destino o las leyes naturales. Quien dice mercado casi dice supermercado, tan abarrotado de bienes que casi olvidamos que hay que pagar la factura. Capital es la mano que aprieta. Mercado es la mano invisible que, como Dios, se ocupa de hacer el bien aunque el resultado sea que todo anda mal.

Si para venderse el capitalismo tiene que cambiarse el nombre, significa que no está dispuesto a cambiar nada, excepto nombres. Ya anotó Adolfo Bioy Casares en su Diccionario del argentino exquisito que todas las indignidades  del capitalismo han sido rebautizadas con las palabras más dignas del idioma. Ya los precios no suben, se liberan. Los intereses no se alzan, se sinceran. Al trabajador no se lo despide, se flexibiliza su relación de trabajo.  Apoteosis de la confiscación por el capitalismo del prestigio de lo que se le opone es banalizar la revolución como argumento de venta: hay revolución en la moda,  en los desodorantes, en las toallas sanitarias, en el papel higiénico. Revolución en todo, mientras no haya revolución en nada.

Todo sistema elogia sus principios constitutivos. La primera verruga que desaparece del lifting capitalista es el capitalista mismo. En una época se hacían lenguas los medios de comunicación sobre los grandes agiotistas: Morgan, Carnegie, Vanderbilt, Rockefeller, Getty. No tardaron los maquilladores de imagen en darse cuenta de lo nefasto que resulta comunicarle a los habitantes del mundo que pertenecen a unas decenas de vejetes avinagrados escondidos en búnkers impenetrables. Los amos del mundo son invisibles. Su máscara es el secreto. Sus esclavos no necesitan conocerlos para servirles. Ahora lo que hay son fundaciones. La culpa de lo que está mal recae sobre los políticos. Los amos del mundo figuran reducidos a símbolos corporativos, que aparentan multiplicarse y dividirse para no pagar impuestos y burlar las leyes antimonopolio. El sistema sin nombre avanza hacia la tiranía sin rostro.

Dejemos el juego de las apariencias, que se acentúa a medida que las realidades se deterioran. Vayamos a los hechos. Demostraron  Marx y Engels que el capital tiende a concentrarse en un número cada vez menor de manos. Se fundamenta el capitalismo en un principio que no existe, el de la libre competencia. En realidad, los grandes capitales destruyen o devoran a los pequeños. Según estimación del Credit Suisse Research Institute, el 1% de la población posee hoy más propiedad que la mitad de los habitantes del planeta; el 10% más rico posee el 88% de la propiedad del mundo (https: //globalpolicywatch.org). Nunca tanta miseria produjo tanta riqueza para tan pocos. Puede que todo el planeta termine perteneciendo a una sola persona. A menos que antes, como profetizó Marx, los expropiados expropien a los expropiadores.

John Maynard Keynes advirtió en 1936 en The General Theory of Employmen, Interest and Money que, para evitar la instauración de Gobiernos socialistas en Europa, eran indispensables medidas intervencionistas del Estado para vencer las crisis capitalistas, tales como  incrementos redistributivos del gasto público para activar el empleo, expandir el consumo y revitalizar la economía. En aras de esta confesión de que el capitalismo no funciona,  se hicieron concesiones a los trabajadores y se publicitó la creación de un “estado del bienestar” en algunos países europeos. Era como un socialismo sin socialismo. El maquillaje duró hasta que la desintegración de la Unión Soviética lo hizo innecesario. Muerto el perro, se acabó la rabia. Gobiernos neoliberales privatizaron empresas públicas, realizaron despidos masivos, aniquilaron sindicatos y retiraron a los trabajadores todas sus conquistas, que ya no parecían necesarias para evitar revoluciones. En lugar del socialismo sin socialismo, mostró su rostro feroz el capitalismo con capitalismo.

En 1930, el mismo John Maynard Keynes había profetizado en una conferencia que para el 2030 la automatización resolvería íntegramente el problema de la producción de bienes, pero crearía un desempleo inmanejable. En otras palabras, se resolvería la producción, mas no su distribución. En efecto, hoy en día se producen alimentos de sobra para toda la humanidad, y, sin embargo 944 millones de personas sufren desnutrición (Programa Mundial de Alimentos). Para 2020, la tasa de desempleo fue de 9.4%, con 187.7 millones de desempleados, más 165 millones de subempleados, más 119 millones que dejaron de buscar empleo (Portafolio.co). El capitalismo no puede proporcionar alimento ni empleo a los trabajadores que explota. Y en pocas décadas la automatización de la cuarta revolución industrial sustituirá con máquinas a todos los trabajadores no creativos.

Es el momento para un nuevo maquillaje; la panacea de la renta básica universal, cantidad que sería entregada a todo habitante para que satisfaga sus necesidades básicas, trabaje o no trabaje. La apoyan Bill Gates, Mark Zuckenberg, Jeff Bezos, Elon Musk, el papa Francisco y la mafia del World Economic Forum. Suena lógica, necesaria e inevitable, pero es de nuevo el socialismo sin socialismo. Si los dueños del mundo otorgan una  subvención, la retirarán en cuanto los trabajadores  dejen de ser una amenaza, así como les arrebataron el estado de bienestar. Solo la propiedad social de los medios de producción garantiza la distribución social del producto.

El capitalismo, en fin, surge y se mantiene gracias a una colosal destrucción y dilapidación de los recursos naturales, en particular de la energía fósil, la cual se agotará en pocas décadas. Ahora pretende presentarse como ecologista, recetando energías alternativas sin explicar cómo las habilitará sin recurrir a los hidrocarburos. Y su tasa de beneficios desciende progresiva e inexorablemente. No tiene el capital solución para ninguna de estas contradicciones. Su solución corresponde al género humano, que deberá resolverlas o acompañar al capital a su última morada. Pero no enterrarse con él.