COMO ESPERANDO ABRIL
(Por: Harold Cárdenas Lema,
publicado en "La Joven Cuba")
Cuba tendrá un nuevo
presidente el mes próximo y quien sea, tendrá el peso de medio siglo de luchas
nacionales sobre sus hombros. Dentro y fuera de la isla todos marcan el
calendario con las más disímiles expectativas, muchas no serán cumplidas. Para
algunos, esta es la oportunidad de rematar el socialismo cubano, otros no
quisieran dar este paso incierto y los demás lo ven como una necesidad de la
Revolución para ser mejor de lo que es. Todos esperando abril.
Se verán frustrados el mes
próximo los que añoran un regreso al pasado, pero el relevo generacional
tampoco es garantía de que se camine al futuro. Mientras sigan existiendo los
que ven en la inercia dogmática una garantía del poder revolucionario, más
cerca está el socialismo cubano del fin. Un hombre no puede cambiar esto, ni
siquiera un buen equipo, por eso necesita instituciones dinámicas que lo
acompañen a operar cambios profundos, y debe estar en condiciones de hacerlo.
El nuevo presidente no
dirigirá el Partido que rige constitucionalmente el país, tampoco tiene por qué
asumir ambas funciones a la vez, posiblemente ni siquiera sea estratégico. La
mezcla de las responsabilidades de Partido con las de gobierno es precisamente
uno de las asignaturas pendientes por resolver. También ayuda a descentralizar
más la gestión política, a pesar de que la desinformación sobre su
funcionamiento interno propicia una imagen de verticalidad, dentro del Buró
Político existen dinámicas colectivas en la toma de decisiones que deben
extenderse a instituciones que no operan así.
Nuestra fascinación criolla
con los líderes nos tiene emocionados con el mes de abril; mientras las
dinámicas que dañan al partido y gobierno permanecen incólumes, el trauma del
fin soviético sigue provocando temor a cambios significativos y el contexto de
acoso externo arrecia. Concentrados en los factores externos que afectan al
país, seguimos posponiendo los internos hasta un día de paz que nunca vendrá.
Esto no significa que no se haya avanzado, pero analicen si los logros superan
los nuevos desafíos.
Hay que rescatar la campaña
por el cambio de mentalidad y volverla a poner en la agenda pública, antes que
el dogma le gane. Recuperar la sensación de vivir en un país que cambia, como
se planteó Raúl desde el inicio de su gestión. Cuidar el equilibrio entre las
fuerzas que componen la Revolución, evitar confundir la unidad nacional con
homogeneidad, porque tenemos historia de sectores políticos imponiendo sus
preferencias y estilos sobre otros, si tienen dudas pregúntenle a Aníbal
Escalante.
En la pos-guerra fría, el
bloqueo que aplica Estados Unidos sobre Cuba agrava la situación interna.
Contribuye no solo a ralentizar la actualización del modelo económico del país,
sino que favorece la agenda de sectores que han hecho resistencia al proceso de
cambios comenzado por Raúl. El próximo presidente debe prestar particular
atención a la política exterior de Trump, que vuelve a apostar por aumentar la
presión interna, usar a la población cubana de rehén y obligarlos a operar un
cambio de régimen en el país.
Quien sea nominado por la
Asamblea Nacional el mes próximo, tendrá que lidiar con el fuego estadounidense
por un lado y del otro las presiones de sectores en la izquierda con tendencia
histórica a la esquizofrenia y las cacerías de brujas. Súmese a esto los planes
de subversión y la difícil coyuntura económica, quien ocupe la presidencia no
lo tiene fácil.
El relevo político es
sensible y llegamos a él con más de un tabú sobre el tema. En el 2018 todavía
existen los que piensan que un elogio a las nuevas generaciones y sus
dirigentes significa una crítica velada a los anteriores, idea que ha hecho
mucho daño. El verdadero problema no es generacional sino de mentalidad. Entre
los más jóvenes de nada vale promover dirigentes noveles que no representen a
la juventud y que esta no se identifique con ellos, tampoco es efectivo asignar
responsabilidades políticas o administrativas a personas de menor edad con una
mentalidad conservadora.
Así llegamos a una política
de cuadros con dinámicas que promueven la disciplina y la retórica como valor
fundamental, que no ha sido efectiva para los intereses de las organizaciones
políticas del país, pero parece tener vida propia. Sería valioso una evaluación
en estas estructuras sobre los estereotipos y paradigmas que promueve esta
política de cuadros y un análisis sobre qué formas de comportamiento político
tienen más posibilidades de ser premiadas.
La Generación del Centenario
se probó en un contexto armado que permitía actos de heroísmo y liderazgos
individuales que han trascendido hasta hoy. El contexto de las siguientes
generaciones ha sido más discreto en ese sentido, el heroísmo del sacrificio
cotidiano es menos propenso a reflejarse en los libros de historia o construir
leyendas personales. Y aunque estas generaciones no son menos valiosas o
históricas que su antecesora (las jerarquizaciones nunca son buenas) todo nuevo
liderazgo necesita fuentes de legitimidad que vayan más allá de nombramientos y
votos.
Hay dos caminos para
alcanzar legitimidad en Cuba. El primero se basa en resultados de trabajo y
liderazgo sobre la base del ejemplo personal, por esta vía Lázaro Expósito ha
llegado a ser el dirigente más popular en el oriente del país. También se puede
obtener mediante métodos transparentes de gestión y políticas sociales de
vanguardia, así Miguel Díaz Canel fue el dirigente más popular en el centro del
país.
Pero el terreno más fértil
en Cuba para obtener legitimidad es la comunicación política y la ideología.
Los diez años de gobierno de Raúl pueden mostrar victorias concretas contra la
adversidad, pero la subestimación del papel que juega la comunicación en el
consenso nacional minimizó mucho el efecto positivo de estas victorias en el
espíritu nacional. En lo personal no me gustan las comparaciones (y a la
dirigencia del país tampoco) pero no puedo omitir que la ausencia de una
proyección pública, ante un pueblo acostumbrado al liderazgo carismático de
Fidel por medio siglo, dejó un vacío que como el presidente no ocupaba, nadie
más podía llenar según la lógica de disciplina militante.
La ideología, la
construcción de símbolos y la política pública en general, son deudas en la
dirigencia del país. Hago énfasis en la falta de proyección pública porque es
un fenómeno que se ha trasladado a todas las esferas y el relevo generacional
deberá enfrentar. En tiempos en que deberíamos visibilizar a los dirigentes de
todos los niveles, solo los vemos cuando resulta conveniente. Van a los actos,
inauguran obras, pero hay ministros en Cuba que pasan más de un año sin
comparecer ante la prensa para hablar de su gestión, y luego queremos resolver
los problemas con notas informativas impersonales.
La otra fuente de
legitimidad interna es menos feliz. Puede ser al ajustarse a dinámicas de
partido y gobierno que promueven la inercia, pactar con sectores conservadores
que definen el marco de lo políticamente correcto, mostrar mano dura con la
crítica dentro de sus filas y dar una imagen de “confiable” que nunca es a
través de propuestas revolucionarias sino lo contrario. En épocas de trinchera
quien cava más rápido es más promovido, quien más acusa a otros de brujería
queda exento de dudas, no siempre ocurre así pero es una posibilidad. No me
extenderé en este tema con la esperanza de que dichas prácticas comiencen a
quedar en el pasado, pero es una esperanza cauta.
Algunos se entretienen en
asignar bandos y nombres contrapuestos dentro del Partido y el gobierno cubano,
ejercicio inútil. Fuera del país se hace buscando la posibilidad de fracturar
la unidad política de la Revolución y quizás enemistar a unos líderes contra
otros, los revolucionarios cubanos buscan identificar diferencias para apoyar a
los más progresistas sobre otros con ideas y formas caducas, pero el manto que
invisibiliza buena parte de la gestión pública y partidista del país lo hace
difícil para ambas fuerzas. Es un ejercicio fútil, el clima político actual y
la emblemática disciplina en estas instituciones provoca espejismos fáciles,
nadie lo hace a su manera hasta que asume determinada responsabilidad, la
gestión de Raúl es una experiencia reciente.
El mundo mira a Miguel Díaz
Canel como el más posible candidato a asumir la presidencia, mientras el
Partido y gobierno cubano no hacen nada por desmentir dicha suposición. Nikolai
Sergeyevich Leonov, biógrafo y amigo de Raúl, lo señala como la figura que
centra la atención de los politólogos. También quedan frescas en nuestra
memoria las palabras de elogio que el propio Raúl le dedicara al inicio de su
último mandato en 2013.
Raúl Castro sobre la
elección de Miguel Díaz Canel a Primer Vicepresidente en Febrero 2013: “reviste
particular trascendencia histórica porque representa un paso definitorio en la
configuración de la dirección futura del país”
Podríamos argumentar que
Díaz Canel ha pagado militantemente un precio en popularidad los últimos cinco
años, quizás teniendo condiciones para hacer más pero inmovilizado por el peso
de un cargo al que no ha sobrevivido ningún político de su generación. Bajo la
lupa de la prensa internacional y los ataques de una oposición que lo describe
como el peor mandatario posible, mientras abrazan a Donald Trump. Aún así, sus
éxitos en Villa Clara son la referencia más cercana de cómo lidera Díaz Canel
cuando tiene libertad para aplicar su programa de gobierno. Pero la apología no
es saludable ni es lo que necesita un dirigente cubano.
Lo que necesitará el nuevo
presidente, quien sea electo el mes próximo, es que las demás generaciones le
den el margen que tuvo Raúl para llevar a cabo su gestión, sin que esto
signifique un cheque en blanco. Que sea una continuidad y ruptura a la vez.
Continuidad de lo mejor alcanzado en medio siglo de luchas con instituciones
que debemos proteger, y ruptura con los errores de modelos socialistas del
siglo XX que cayeron por el peso de sus limitaciones. Que además de prósperos y
sostenibles, seamos una democracia socialista. Con esa esperanza estamos
esperando abril.