Greta Van Fleet y una rotunda
apuesta por el hard rock de los setentas
(Por Gabriel Hernando, LA NACION)
Puede ser
obstinación, capricho, la intención de desarrollar una carrera en base a lo
escuchado, aprendido e incorporado a lo largo de los años o, simplemente, el
deseo de hacer lo que en verdad siente y le gusta. Lo cierto es que,
indiferente a una escena musical dominada por el trap, el hip hop y los beats
electrónicos, Greta Van Fleet no sólo apuesta fuerte y reivindica al
hard rock de los setentas, ese que combina riffs poderosos con sentimiento
bluesero, sino que va logrando destacarse y llamando la atención de cada vez
más público en medio de un panorama que parece transitar por otros carriles.
Auténtica rara avis
dentro de este presente musical, y cargando sobre sí las opiniones cruzadas de
la crítica especializada y las siempre odiosas, aunque no menos ciertas,
comparaciones con Led Zeppelin, la joven banda oriunda de Frankenmuth, un
pequeño pueblo de Michigan, pasó con la frente bien alta por la edición 2019
del Lollapalooza Argentina para,
un día después, adueñarse del teatro Gran Rex con un sideshow tan contundente
como exclusivo y que tuvo en Rocco Posca a un adecuado aperitivo.
El demoledor comienzo
con "When the curtain falls", "Black smoke rising" y
"Highway tune" (a esta altura todo un clásico) dio cuenta que, como
sucedió algunos años atrás con The Strokes, The White Stripes y The Black Keys,
a Greta Van Fleet también le seduce mucho eso de volver a colocar las guitarras
en un primerísimo primer plano frente a un público que, con gritos, aplausos y
agotando las localidades de la sala de la avenida Corrientes, demostró estar en
idéntica sintonía.
Desgranando una lista
de temas que recorrió gran parte de sus dos Eps, Black Smoke Rising y From The
Fires (ambos de 2017), y de su auspicioso álbum debut, Anthem of the Peaceful
Army (2018), el cuarteto estadounidense se mostró como un muy aplicado alumno
de la escuela del rock más tradicional, aminorando por momentos la marcha a
través de pasajes de blues, mid tempos y baladas muy logradas, como en
"Flower power" y "You're the one", y en donde los teclados
y la guitarra acústica tomaron un mayor protagonismo. Sin embargo, y a
diferencia de, por citar un ejemplo, Jack White, un ilustre graduado de esos
mismos claustros pero que suele darle una vuelta de tuerca más personal y
contemporánea a sus creaciones, los integrantes de GVF aún parecen estar muy
apegados a una sonoridad, una imagen (chalecos, capas plateadas, pañuelos al
cuello) y a ciertos clichés de neto corte vintage. Y ahí es cuando los riffs de
guitarra del endemoniado Jake Kiszka junto a la monolítica y precisa base
conformada por Sam Kiszka (bajo y teclados) y Danny Wagner (batería) desnudan
la inocultable influencia de Led Zeppelin, rasgo que se potencia
considerablemente en la performance de Josh Kiszka, un gran vocalista de rock,
sin dudas, pero cuyos fraseos y certeros agudos van muy en la línea de Robert
Plant.
Independientemente de
estos evidentes puntos de contacto con la leyenda zeppeliana y de otros
elementos deudores de unos primigenios Aerosmith y de los recordados The Black
Crowes, no sería del todo justo apuntar con un dedo acusador y desacreditar
desde el vamos a una banda que todavía atraviesa sus primeras experiencias en
el plano profesional y con una formación cuyo promedio de edad ronda apenas los
veinte años. Más bien debería considerarse esta instancia primaria de
influencias tan marcadas como algo natural, comprensible y como la escala
obligada previa de cualquier agrupación que intenta dar el salto hacia las
grandes ligas. También es verdad que estos jóvenes (en especial el guitarrista)
se aprendieron de memoria todas y cada una de las lecciones del manual del
rockero promedio, con sus archiremanidos yeites y poses típicas. De todos
modos, vale señalar también que, tanto en él como en el resto de sus compañeros,
se evidencian horas y horas de ensayo y dotes de buenos instrumentistas que
desembocaron en un concierto enérgico, frenético, que no dio respiro y que tuvo
en Josh Kiszka a un frontman entusiasta y que, por su su cabello ensortijado y
su estatura, resultó ser algo así como una síntesis perfecta entre Kevin DuBrow
(el malogrado vocalista de Quiet Riot) y Marc Bolan en su faceta de duende
poseído por el rock respectivamente.
Sólo el tiempo, junto
a sus próximos trabajos discográficos, se encargará de confirmar si Greta Van
Fleet posee la espalda suficiente y los atributos necesarios para finalmente
lograr construir una identidad musical propia o si sólo se trata de un mero
ejercicio de estilo. Por el momento, temas como "Edge of darkness", "Watching
over" y "Safari song", que cerraron el show entre atronadores
riffs, intensas nubes de humo artificial y el apoyo total del público, denotan
que los chicos rockean con creces y saben por dónde quieren escribir su
historia.