DEJEMOS
HABLAR AL VIENTO
(Por
Ernesto Estévez Rams)
Presuponer que la realidad ideológica es un segmento delimitado por
extremos es afirmar que la realidad es unidimensional, esa suposición no se
evita por asumir que el segmento se torna en círculo para hacer coincidir, al
antojo arbitrario, ambos extremos y fundirlos en un mismo punto. Qué poco saben
de geometría, pues parecen ignorar que en un círculo, todos los puntos son
intermedios y son extremos. Cuándo me hablan de esa visión, quiénes así la
asumen, siempre me pregunto con qué unidad miden la ubicación de las cosas en
ella. ¿Será tan arbitraria y tan variada como promotores hay de esa idea? La
realidad es unidimensional solo en la proyección de quienes, simplificándola,
les resulta fácil para asumirlas en sus presupuestos rígidos, o aquellos, que
por conveniencia práctica, gustan mostrarla en la proyección que se inventan,
para así caer convenientemente lejos de los extremos que ellos mismos
dibujaron.
No puedo menos que pensar en Marx y Engels, que batallaron para que la Liga
de los Justos se radicalizara en la Liga de los Comunistas; o en Lenin, que
buscaba que el Partido Socialdemócrata terminara siendo un partido de la
revolución socialista; o en Martí, batallando por lograr que la mayor
porción del autonomismo terminara siendo independentista; o Guiteras,
radicalizando la lucha antimachadista para volverla una lucha antimperialista y
por el socialismo, como se lee en los documentos rectores de esa organización
que se llamó La Joven Cuba. Las vanguardias revolucionarias siempre se han
radicalizado hacia los vértices de una realidad que lejos de ser
unidimensional, es más bien como como un polígono, de manera tal que en
cualquier proyección que se quiere hacer de ella, ellos orgullosamente caen en
un extremo.
Guiteras fue un antimperialista radical mal calibrado por un Partido
Socialista Popular que no supo, en su momento, distinguir entre un
pusilánime como Grau y un verdadero revolucionario radical como Antonio. Pero
Guiteras nunca confundió la dirección principal de lucha, que no era
enfrentarse al PSP, por el contrario, buscó aún en esas condiciones, la
alianza. Para Guiteras el imperialismo yanqui y sus delegados locales eran el
enemigo. A quién amenazó con fusilar por haber ido a conspirar con el enviado
yanqui fue a Batista, a nadie más. Porque Guiteras ante todo, fue un
antimperialista radical, demasiado ocupado en enfrentar a un enemigo formidable
para estar constantemente insistiendo en epítetos contra los comunistas para
luego, de recibir respuesta, correr a esconderse detrás del disfraz de víctima.
A Guiteras nunca se le ocurrió, ni en el momento más agudo de
confrontación con el PSP, decir que este y el imperialismo eran la misma cosa.
Nunca se le ocurrió equiparar al más dogmático de los militantes de esa
organización con Herbert Hoover o con Franklin Delano Roosevelt. Y no se le
ocurrió, porque Guiteras era un antimperialista radical, incapaz de rebajar la
lucha a muerte contra el enemigo principal de la nación cubana, al fanguero de
utilizar esa batalla como fachada para dirimir rencillas sectarias, o como
herramienta para posicionarse en función de apetencias personales.
Curiosamente, era la embajada del norte la que se empeñaba en el discurso de
poner a Guiteras como un vértice de extremo, alejado del cómodo centro que
ellos necesitaban en medio de aquel panorama convulso de revolución contra el
que se enfrentaban.
Los revolucionarios consecuentes que conozco de la historia, se han
radicalizado hacia un vértice, nunca han ido en busca del centro geométrico
ideológico. Para un revolucionario que merezca llamarse como tal, no vale
aquello del actor cómico Karl Valentin cuando decía, que “yo no digo esto ni lo
otro, para que luego no digan que he dicho esto o lo otro”. Marx se empeñó, no
solo en pensamiento sino en acción, porque sus descubrimientos teóricos
fueran herramientas para la transformación, y lo dijo de manera muy explícita
en una de sus frases más citadas, esa que está en su tumba. Marx asumió que el
revolucionario comunista no puede serlo solo como analista, sino necesariamente
debía ser militante. No conozco en la historia un sólo revolucionario que
califiquemos como tal, que comience militando en una organización comunista y
termine queriendo incorporarse a la maquinaria de uno de los dos partidos
sostenes estructurales e ideológicos del sistema imperial de los Estados Unidos
de América. En ese proceso, mas allá de galimatías y el verbo en función de
Gorgias, se deja de ser revolucionario. Es así y es mejor asumirlo sin
complejos, para evitar en uno, pero, más lamentable aún, que amigos, en
la lealtad de la amistad, realicen peligrosos actos de acrobacia que
terminen en dolorosas hernias tan difíciles luego de sanar.
No se erigen sociedades nuevas como ejercicios académicos y mucho menos,
como ejercicios de análisis político donde el acento no está en lo que se
analiza, sino en cómo se ve el analizador frente a quienes le interesa
mostrarse. No se erigen como ejercicios teóricos en primer lugar, porque las
revoluciones no esperan a alguien que las moldee en su escritorio, o más bien,
hoy en día, en su computadora. Pero además, es tan compleja la realidad, tan
llena de variables sociales interactuando, que pretender que con gruesos libros
de un lado y del otro, y la hoja en blanco al frente, se va a parir la ecuación
socialista verdadera, para ser llevada a las masas como la buena nueva, es
padecer de delirio tremendo, y una vanidad tan grande como la que puede caber
en un individuo. En cuanto te levantas de la mesa, la multitud de procesos
sociales, minúsculos, mayúsculos, cotidianos, tácticos y estratégicos hacen del
libreto documento museable. El método marxista como instrumento de cambio no es
para hacer planos, es para incorporado, usarlo a cada paso para evaluar
discursos, corregir rumbos, tantear derroteros. La realidad objetiva, esa que
en ocasiones reduccionistas se ha llamado práctica, es la única que valida
hipótesis y asienta teorías. El método lo usó Marx para analizar la
Comuna de París y el 18 Brumario, y lo usó Lenin para saber qué hacer y señalar
tesis que llevaron a la Revolución de Octubre. La Revolución cubana, Fidel no
la dibujó en un papel, las fuerzas de la revolución la fueron haciendo en un
ejercicio dialéctico formidable donde todo era corregible y corregido en
función de la realidad cambiante. Se deja de ser marxista en cuanto se ejecuta
cada acto para volverlo a ser en el próximo. Las revoluciones en el poder son
procesos complejos, de idas y venidas, de tanteos, aciertos y errores, de
impulsos y frenos. En su seno, las batallas por saber qué hacer se dirimen, no
en bucólicos atardeceres, sino en confrontaciones tremendas entre sus actores,
humanos, emocionables, apasionados. Las polémicas que esta Revolución ha
suscitado entre sus hijos son tan grandes, como aquellas antológicas de sus
primeras décadas, y sus protagonistas genuinos nunca dejaron que tales pujas se
convirtieran en traiciones nacidas de incomprensiones, frustraciones y
vanidades. Porque traiciones ha habido, y las hay, intentadas justificarse en
el discurso “del camino torcido” y la “revolución traicionada”. Desde Huber
Matos negado a apoyar una reforma agraria, hasta Jesús Díaz volando con Hermanos
al rescate, y dirigiendo una revista financiada por el brazo de la guerra
ideológica de la CIA.
En los procesos reales las inconformidades entre el qué se debe hacer,
según cada cual, el qué se hace, y el qué se hizo, es inevitable. Las tensiones
tremendas de un proceso sometido a una agresión permanente, siempre aguda,
nunca dando tregua, tiene costos que se pagan en términos individuales y
colectivos. Son distintas para el individuo puesto, por razones históricas, en
el papel de tomar decisiones diarias que afectan a muchos e incluso, implican
la naturaleza misma de la Revolución, que para quienes, sin esa presión
tremenda, tienen el derecho y el deber de también pensar críticamente y
considerar que no se actúa con el acierto o la premura necesaria. Todo proceso
de autoridad colectiva, lleva una batalla entre lo que conserva, por significar
estabilidad, y lo que innova, pensando en la transformación que avance. Esa
batalla se da no solo entre distintos actores, sino al interior de cada
revolucionario. Absolutizar uno solo de esos aspectos es ignorar,
peligrosamente, la dialéctica de los procesos sociales. Como lo es ignorar el
contexto en el que ocurre cada acto de esta obra inconclusa. No es correcto ni
paralizarse por la amenaza y realidad permanente del bloqueo, ni tener en
cuenta este como inventario que debe ser declarado, para luego no darle el peso
que tiene. Como no se pueden obviar variables geopolíticas o, como algunos
pretenden, pasar por alto lo que sucede en el imperio, a la hora de pensar
nuestras estrategias y sus implementaciones políticas concretas.
En la misma idea, no se analiza el pasado histórico como un ejercicio
aséptico donde se obvie, que esos que juzgamos tomaron decisiones en el fragor
de batallas donde les iba la vida. Y las decisiones que tomaron las hicieron,
con el corazón en el lugar correcto, y con la entereza de soportar ser
destrozados en un calabozo sin delatar al compañero o traicionar las ideas.
Respeto para un PSP que pudo errar, pero nunca erró en dejar de ser del bando
de los campesinos, los obreros, los humildes de la tierra. Y nunca dejó de
soñar y trabajar por conquistar el cielo desde la tierra. En función de esa
aspiración a la redención humana, llegada la hora de los hornos, pusieron el
cuerpo a las balas asesinas, lo mismo en una fábrica de tabaco, que el andén de
la estación de trenes de Manzanillo. Y ese partido, como explicara
Torres-Cuevas, es probablemente el único en la historia de los partidos
comunistas, que llegado el momento histórico, le entregó las llaves de la
organización a uno que no había sido militante de sus filas, pero que supieron
reconocer como líder indiscutible de la Revolución cubana. Basta ya de juzgar
la historia con códigos oportunistas en el hoy, para aliviar escozores personales.
Como organización y como ese individuo colectivo, esos comunistas fueron,
hermosamente imperfectos, como lo fueron Mella, Marinello, Carlos Rafael, Blas,
Lázaro, Jeśus. Como lo fue ese Agramonte de su tiempo que se llamó Villena. Así
de bello fue quien tuvo siempre la pupila insomne, un fundador, como dijera
Fernando Martínez Heredia, del comunismo cubano.
Trump es un misógino, constructor de muros, encarcelador de niños
inmigrantes, racista, xenófobo, instigador de asesinos, ejecutor de crímenes.
Hay otro, deleznable justificación de un ser humano, instigador del terrorismo,
un despreciable halagador de asesinos que se alegra que nuestras embajadas sean
ametralladas y seamos rendidos por hambre. No sé que se pretende, pero sospecho
que no es limpio y virtuoso, equiparar con esas alimañas, a periodistas,
actores y sujetos de lo Revolución y de lo revolucionario que estoy por ver,
comparados con esos monstruos, cuáles son sus pecados capitales. Y
no se trata de un desliz en un texto, se trata del eje mismo de artículos de
opinión que gustan de presentar nuestra realidad reducida a una caricatura
unidimensional donde aparecen, disfrazados de víctimas después de la
sistemática ofensa, como los adalides de equidistanciamientos asépticos que no
son más que fraudes.
No conozco un solo revolucionario cubano hoy que no considere la necesidad
de cambiar y seguir avanzando. No conozco un solo revolucionario cubano que no
coincida en la necesidad de liberar las fuerzas productivas, hacer al país
próspero y mantener la justicia social. Se puede diferir en alcances y
propuestas del cómo y el cuándo, pero no conozco a nadie contrario a lo que
este país decidió en ejercicio democrático.
Prefiero a seres de carne y huesos de ayer y de hoy, falibles en su
batallar, pero con el corazón en el lado correcto. Esos que jamás flaquearon ni
flaquean, en sus empeños. Esos que se jugaron la vida como agentes de la patria
en las filas del enemigo, o combatientes en África. Esos que le cantaron y le
cantan a la patria no solo versos que la enaltecen, sino que la hacen mirarse
hacia dentro luchando para que no se corrompa. Los prefiero en ese espacio
donde no caben esos otros que van dosificando desencantos con fines
desarticuladores. Los prefiero a los que Martí combatió por querer reescribir
la heroica historia de la Guerra Grande en clave de derrota. Los prefiero a los
que pretenden ser distinguidos Chefs del engaño, y van dotando al comensal,
plato a plato, y en el transcurso de muchas comidas, sus amasijos de carne con
madera para provocar una indigestión que vomite el parto de una
era.
En esta Revolución de tantas dimensiones, caben todas las voces que por
ella dan no solo el intelecto, sino el arte y la propia vida, y caben también
aquellos que honestos, se levantan a diario sin empeño en asesinarla. Voces que
pueden divergir en sus proyecciones, pero nunca buscan romper el poliedro.
Puede tensionarse cada vértice buscando su propio peso, pero no se puede, bajo
ninguna circunstancia romper el polígono. La forma de ese cuerpo puede cambiar
continuamente pero de lo que estoy seguro, es que los sietemesinos que
cambiaron Revolución por espejitos donde mirarse, no son su centro, ellos
mismos son culpables de su destierro. Que no nos vengan con cuentos de camino.
No olvidemos que la patria es ara y no pedestal. Los revolucionarios podemos
gritarnos en nuestras pasiones, podemos molestarnos, ofendernos, incluso
causarnos heridas en nuestras imperfecciones, pero en cuanto dejemos hablar al
viento, el grito de unidad es lo único que se interpone entre nosotros y ese
imperio que tanto Guiteras como Villena identificaron como el enemigo principal
de la nación cubana. Esa nación de la que aspiraban fuera socialista e
independiente sin renunciar a que fuera próspera, con todos y para el bien de
todos.