MIENTRAS
AVANZA LA DERECHA, NOSOTROS...
(Por:
Giordan Rodríguez Milanés, en "LA JOVEN CUBA")
Mi abuelo Wanchy olía a tinta y cobre.
Montaba en la caja de linotipos los poemas de Navarro Luna para la revista
Orto. Nunca estuvo en un cocktail ni recibió cartas credenciales. A veces bebía
una porción del alcohol de la imprenta sin haber aspirado nunca a escanciar un
vaso de vodka junto a Stalin, o a fumarse un hábano frente a Churchill.
Sus compañeros de la primera célula del Partido Comunista de Manzanillo
contaban que era un hombre de silencios trascendentes. Cuando, en vez de
versos, le pedían imprimir octavillas, sus compañeros sabían que antes de delatarlos
se dejaría matar si lo sorprendían los sicarios de Machado. Si un día
cualquiera se animaba a conversar, hacía alta política, quizás, sin saberlo.
La noche en que Lennon le pidió a los ricos
que agitaran sus joyas, él no lo sabía: nos estaba hablando de El Manifiesto
Comunista. Sin disparar un proyectil, los Beatles contribuyeron decisivamente a
derrotar el obsoleto sistema de valores sobrevivientes de las dos guerras
mundiales. Puesto que es más difícil y laborioso destrozar un prejuicio que incinerar
los tanques de Guderian, cuando Lennon promulgó aquella deliciosa tontería de
que eran más famosos que Cristo, nos daba una clase de materialismo histórico,
y enfrentaba a millones de adolescentes contra sus padres domeñados por los
créditos y la ilusión de bienestar. Aunque lo hicieran sir, nunca ni el dinero
ni el disparo a orillas del Dakota pudieron exorcizarle a Lennon el espíritu de
los soldadores de los astilleros de Liverpool. Pueda ser que me equivoque, creo
que Lennon jamás estuvo en un palacio de convenciones, ni esgrimió desde la
tribuna los argumentos de una conferencia magistral.
Zuckeberg, el gran capitalista de las redes
sociales, no podría imaginar que estaba fundando el instrumento comunicativo
que, al fin, podría servir de plataforma para la comprobación empírica de las
ideas de Paulo Freyre. Con Facebook los alumnos al fin podrían disentir de sus
maestros, cuestionarle a las autorities su sistema de valores
sin correr el riego de que los desaprobaran o los expulsaran de una organización
estudiantil patrocinada por el Estado.
Cuando los españoles dieron aquel voto de
castigo a Aznar por, entre otros chanchullos, culpar a los separatistas vascos
del atentado del 11M, la intelectualidad de izquierda del mundo dio -dimos-
loas a las redes sociales y la internet, y los sms y la transferencia de datos.
Unos cuantos años después, algunos gurús de la izquierda criolla poseída por el
poder, declaran a esas mismas redes sociales enemigas de la cultura y el
progreso. Contrarias a la decencia y las buenas normas de conducta. Territorio
libre de intelectuales amigos de la Revolución.
La culpa la tienen los chicos del equipo de
campaña de Trump por dejar en el ridículo a todos los que auguraron la derrota
del blanquito supremacista. En ridículo quedaron, incluso , nuestros analistas
de La Mesa Redonda, algunos de esos tipos con un par de doctorados y constantes
viajes a Caracas o New York. Unos cuantos de los que colman los anaqueles de
las editoriales políticas y académicas en las ferias del libro de La Habana.
Embajadores, agentes de inteligencia de alta gama, politólogos de un mundo
inexistente y comediólogos de la poética aristotélica. Nada, que no los vieron
venir.
A los ricitos de oro del equipo de campaña de
Trump no les importó la estulticia de ningún posible votante. No se detuvieron
ante si a los electores les gustaba bailar tap o regueton, se inyectaban
heroína o fumaban marihuana. No excomulgaron a los que posaban en Instagram o
nos contaban en Facebook sus cuitas insalubres. Si alguien podía o no recitar
de memoria el acta de la independencia en el inglés de Shakaspeare o en
spanglish, no era trascendente por tal de que votaran por el nuevo Hitler.
Y ganaron allí donde donde las joyas son de
bisutería, y hay candilejas y oropeles, y los eminenes y pitbules son los
beatles del momento. Y ganaron con el lenguaje incorrecto que los políticos de
cuello y corbata no saben usar, mucho menos los de guayabera. Y ganaron contra
la prensa tradicional, los medios hegemónicos y los emergentes, los cómicos
liberales de Broadway y los comics conservadores del lejano western.
Lo usan todo: memes, fakes news, falsos
positivos, citas apócrifas, desde el reguetón hasta el jazz, desde una novela
rosa hasta Juego de Tronos. Desde un youtuber misógino y payaso hasta The
Washington Post.
Los chicos de Trump se propusieron ganar, y
ganaron. Con una fórmula tan sencilla que espanta: escándalo en función de
la tontería que multiplica la suma de la descalificación y el rumor, todo
elevado a la falsa promesa. Su área bajo la curva es esa zona de la condición
humana donde el hedonismo nubla cualquier razón y el divertimento soslaya el
dicurso rancio, con una ojeada. Y ganaron justamente porque entraron en las
únicas dimensiones donde un imbécil derrota la sapiencia.
Y mientras la derecha gana, nosotros con el
acto “político-cultural” -como le llaman- que no emociona ni a
quienes lo programan, la seriedad importada de los discursos de barricadas, las
consignas con hambre creativa. Así nuestros doctores de la izquierda reniegan
de mi abuelo con olor a tinta y a cobre, que no sabía una mierda de filosofía,
pero su machismo ancestral le dictaba dejarse matar antes de delatar a un
compañero. Y de Lennon, que nunca anduvo por el Palacio de las Convenciones.
Tú, por ejemplo, para defender la Revolución en
la radio cubana necesitas un título universitario, si tienes una maestría
mejor. No importa que tu voz sea descolorida y fea, que tu entonación aburra o
desconcierte, que no tengas talento para la imaginería y la persuasión. Si has
pasado los diplomados correspondientes y portas un carnet de militante,
adelante compañera o compañero, aunque no cautives a nadie, y tu programa no lo
oigan ni los custodios en la recepción de tu propia emisora.
Y aquí estás, en la asamblea o el congreso,
ya sea porque te conceden la palabra o la tomas desde el podio. Vienes a
pedirnos que sigamos perdiendo, ahora por abandono, que demos por perdidos 800
millones de enlaces y otras tantas cuentas en las redes sociales, del mismo
tipo de aquellos que derrocaron a Aznar. Caramba, que hay cada gurú que andan
tan a nivel Dios, que ni siendo ateos uno los entiende cuando nos conminan a
dejarle ciertos asuntos a los que saben.