¿Por qué hay que culpar a Cuba de los
fracasos de EE.UU. en Venezuela?
(Por Iroel Sánchez, publicado en su blog
"La Pupila Insomne")
Durante la Guerra Fría, el gobierno
estadounidense esgrimió la amenaza soviética para justificar su
intervencionismo en Latinoamérica, y hasta alguna lógica tenía porque, a pesar
de que las intervenciones estadounidenses al Sur de sus fronteras son muy anteriores
a la existencia de la URSS. En recursos energéticos, territorio, población y
poderío militar la Unión Soviética era un rival cuyas magnitudes facilitaban la
tarea de convertirla en el “gran enemigo de la democracia en las Américas”.
Al interior de los Estados Unidos, el mismo
pretexto sirvió para el más feroz anticomunismo que alcanzó sus cuotas más
altas en los años cincuenta del Siglo XX con las persecuciones macartistas tan
bien testimoniadas por la dramaturga Lilian Helman en su libro Scoundrel
Time.
La Unión Soviética desapareció, y desde
Estados Unidos se proclamó el fin de la historia, el añorado triunfo del
capitalismo había llegado. En América Latina, se anunció que la
Revolución cubana tenía sus horas contadas, pero no fue suficiente, hubo que
recrudecer el bloqueo económico, imponer nuevas sanciones como las establecidas
en la leyes Helms Burton y Torricelli y aun así no lograron su derrumbe. Peor
todavía, el nuevo siglo trajo la palabra socialismo de regreso en varios países
latinoamericanos y una alianza entre ellos -la ALBA- cuyo centro pasaba por el
petróleo venezolano y los servicios de salud y educación cubanos. Millones de
latinoamericanos y caribeños humildes abandonaron el analfabetismo, la ceguera
y la precariedad energética gracias a ello.
Desde que a inicios del Siglo XXI se hizo
visible la orientación socialista del gobierno bolivariano en Venezuela, los
intentos de retomar el control de los importantes recursos energéticos
venezolanos no han cesado, tanto desde Estados Unidos como desde la oligarquía
local que se le subordina. Primero, intentando derrocar el gobierno de Hugo
Chávez, incluyendo el golpe militar, y luego de su fallecimiento, con el
incremento de la guerra económica contra la continuidad de su proyecto político
encarnada por Nicolás Maduro y la unión cívico-militar que Chávez construyó. La
unión cívico militar venezolana marca la diferencia con el fracaso de otros
procesos donde golpes militares o parlamentarios alentados desde Washington han
tenido resultado exitoso. A pesar de los constantes y abiertos llamados
efectuados por figuras del gobierno estadounidense para que los militares
venezolanos derroquen el gobierno bolivariano, las sanciones de Washington a
varios de ellos y las amenazas contra quienes permanezcan leales, las Fuerzas
Armadas han continuado en una postura fiel al gobierno de Nicolás Maduro.
La búsqueda del aislamiento internacional de
Venezuela, con gobiernos latinoamericanos y europeos seguidores de Estados
Unidos reconociendo a un “presidente encargado” por Washington, tampoco ha
tenido los resultados esperados, y el intento de provocar una insurrección a
partir de la introducción de una politizada “ayuda humanitaria” y un muy
mediático concierto fronterizo, se volvió contra sus promotores al revelarse
hasta por la prensa hegemónica capitalista las mentiras que lo acompañaron.
¿Qué les ha quedado entonces en su arsenal a
quienes desde Estados Unidos insisten en el derrocamiento del gobierno
venezolano? Siguiendo la misma ruta empleada con Cuba después del fracaso de la
invasión de Bahía de Cochinos, el incremento del sabotaje abierto como ha
ocurrido con el ciberataque al sistema eléctrico que tuvo sin luz y agua a la
mayoría de los venezolanos durante cinco días, y la propaganda de guerra que
convierta en causa el efecto de las agresiones económicas norteamericanas en la
calidad de vida del pueblo norteamericano.
En esa propaganda de guerra Estados Unidos
necesita un culpable para explicar al mundo el fracaso de tantos y continuados
esfuerzos que, si bien comenzaron en su última etapa cuando Barack Obama
declaró a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional
estadounidense, han abandonado toda máscara y se han hecho absolutamente
explícitos después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Al parecer,
los halcones de la Guerra Fría como Elliot Abrams – a quien Washington ha
puesto al frente de su estrategia antivenezolana- no han encontrado idea más
original que resucitar la “injerencia comunista” que enarbolaron hace más de
treinta años para aislar a la Revolución cubana y justificar el papel de la CIA
y el State Department tras las dictaduras militares y la ola
de asesinos y torturadores que, formados en la tristemente recordada Escuela de
las Américas, asolaron la región. Se apoyan así en el discurso antisocialista
con que Donald Trump -elogioso visitante de Vietnam y amable interlocutor de
Kim Jong-Un- intenta desacreditar el ascenso de políticos exitosos que se
definen socialistas en el congreso de EE.UU., como Bernie Sanders y Alexandria
Ocasio Cortéz.
Allí es donde entran en acción los peregrinos
cuentos de la “injerencia cubana” en Venezuela, porque según la prensa
hegemónica es Cuba, y no Estados Unidos, la que tiene intereses económicos tras
su posición sobre el país suramericano, son los “más de veinte mil agentes
cubanos” los que sostienen a Maduro, aunque no se haya podido mostrar una sola
prueba de ello y la cifra coincida con la cantidad de trabajadores de la salud
que desde hace más de una década han mejorado la vida de millones de
venezolanos, muchos de los cuales nunca antes habían visto un médico. El último
aporte de esta guerra propagandística es la “investigación” sin pruebas
de The New York Times, según la cual los médicos cubanos en
Venezuela estarían haciendo lo que los “sargentos políticos” hacían en la Cuba
que Washington apoyó antes de 1959: buscar votos a cambio de servicios de
salud, práctica desterrada para siempre por la Revolución y bien conocida por
muchos de quienes en Miami llevan sesenta años tratando de derrocarla.
Cuba no es la URSS, y ni militar ni
económicamente puede significar amenaza alguna para nadie. Tampoco el gobierno
cubano es como el de Estados Unidos, que tiene un largo historial de guerras
basadas en mentiras para apoderarse de recursos energéticos en todo el planeta,
menos aún sus embajadas -como sí sucede con las estadounidenses- han estado
detrás de golpes de estado en algún país latinoamericano. Pero con esta
estrategia mentirosa Washington suministra una hoja de parra a quienes viven
igualando agresores y agredidos, bloqueados y bloqueadores, víctimas y
victimarios… el pretexto ideal para los falsos valientes que les permite
colocarse en un lado o en otro según se desarrollan los hechos. Desde
Talleyrand hasta Lenin (Gorbachov) Moreno los que comienzan diciendo “ni con
este ni con aquel”, terminan alineados ya sabemos con quiénes, esos mismos a
los que The New York Times representa tan bien: los poderosos
que no tienen el menor interés en que haya médicos para los pobres ni dinero en
otros bolsillos que no sean los suyos.