DARWIN
Y EL TALMUD
Conversación sobre Centro América y las
Hormigas
(Por
José Martí, La América. Nueva York, mayo de 1884)
Un paciente leedor de libros antiguos ha
hallado en el Talmud pruebas numerosas de que los escritores hebreos eran
perspicaces observadores de la naturaleza; y acaba de publicar una colección de
escritos del libro sagrado de los judíos que demuestran que ya en aquel tiempo
se tenían ideas semejantes a las que ahora pasan como novísimas, y nacidas de
Darwin.
Un escritor hebreo habla muy minuciosamente
de lo mucho que tiene que hacer el que la cresta del gallo esté entera en su
capacidad como jefe del serrallo, y diserta sobre la pérdida visible de ánimo y
vigor que se nota en las aves cuando van perdiendo aquellos ornamentos que constituyen
su hermosura: así el quetzal de ahora en la América del Centro, que es fama que
muere cuando se le quita la larga y tornasolada pluma que le hace de cola. Y
cuando lo cautivan también muere: por eso hace el quetzal gallarda figura, como
símbolo de independencia, en el escudo de Guatemala: sólo que no siempre obran
los pueblos en conformidad con lo que establecen sus escudos.
Salomón señaló a la hormiga como ejemplo de
criaturas cuerdas e industriosas; y un observador hebreo de aquellos tiempos viejos,
afirma que Salomón tuvo razón, pues la hormiga es animal que fabrica sus casas
en tres pisos y almacena sus provisiones, no en el piso más alto de la casa,
donde estarían expuestas a las lluvias, ni en el piso bajo, donde podrían
sufrir de la humedad, sino en el piso del medio, donde deposita todo lo que
puede recoger.
Ese mismo escritor se entretiene contando que
la hormiga es además muy honrada, y nunca toma lo que pertenece a sus vecinos,
cuya propiedad ayuda y respeta. También esto nos trae a la memoria a un hombre
de hermoso corazón, clarísimo pensamiento y notable cultura, de Centro América;
al que sacudió al país de su apatía conventual, y lo echó a vivir como hubiera
podido con un hijo, sin entristecerse grandemente el día en que la fortuna le
quitó el premio de su valor, previsión y atrevimiento de las manos; al
mantenedor brioso en Parlamentos y batallas, del decoro y librepensamiento
humanos, que de Thiers tuvo tanto que hubiera sido en Francia o compañero o
rival suyo, y fatigado de la pequeñez de lo común de los hombres, se sentó al
fin a ver correr la vida y murió sin entusiasmo, sin fe y sin quejas; al
caudillo civil y militar de la revolución liberal que sacó, para siempre acaso,
de las manos de la Compañía de Jesús y sus servidores laicos a su patria
Guatemala, y a Centro América tal vez: a don Miguel García Granados. Era
profundo pensador, estratégico consumado, ajedrecista notabilísimo, y tan
curioso en cosas de ciencia que había llegado a formar una teoría nueva,
fundada en muchos hechos sobre la inteligencia, dotes de administración y
gobierno y lenguaje de las hormigas. Para aquella vasta mente, servida por una
razón limpia y un corazón sencillo, nada había indigno del más atento estudio.
Entre aquellos hebreos de que hablamos hubo uno,
que se llamó Simón ben Chalafta. El “Experimentador” observó también mucho los
hábitos de las hormigas. Un periódico de ahora, hablando de él, dice que Simón
hizo, entre otros, un experimento digno de Lubbock, que los ha hecho tan
buenos:–en un día muy caluroso, puso una especie de toldo sobre un hormiguero.
Salió una hormiga, que iba como de centinela avanzada, vio la cubierta, y se
volvió a contar el caso a sus compañeras. Asomáronse todas enseguida,
visiblemente contentas de la sombra que les daba el toldo, y de cuyo recinto no
salían. Pero aquí viene lo que demuestra que la naturaleza humana no es
distinta de la de los demás seres vivos, en todos los cuales, como en el
hombre, se mezclan a los instintos más tiernos los más injustos y feroces: quitó
Simón el toldo, para ver lo que las hormigas hacían, y éstas entraron en tan
gran cólera que creyéndose engañadas por la hormiga centinela y que con un
falso informe las había racado a los rigores del sol, cayeron sobre ella y la
dejaron muerta–En cambio, Simón cuenta otros muchos sucesos en que se ve que la
hormiga gusta de contribuir y aun de sacrificarse, al bien de sus semejantes.
El lector de libros hebreos a quien nos
referíamos al comenzar estas líneas cita pasajes del Talmud que dejan creer que
ya para entonces se tenía como diferente sólo en cantidad la inteligencia del
hombre y la de los demás animales.
Pero parece que el Talmud, después de
observar mucho, había hallado que cuando se ha explicado todo lo que se ve,
todavía no se sabe todo lo que se desea, ni se explica lo que no se ve y se
siente, como no entendería la naturaleza del vapor, ni podría más que deducir
la necesidad de su existencia, aquel que conociere solamente, aunque de un modo
acabado, todas las partes de una locomotora. Así dice el Talmud, con más
prudencia de la que debe guiar a los hombres, que tienen el derecho de
investigar lo que entrevén, y de apagar la sed que les inquieta;–así dice el
Talmud:–”No procures alcanzar lo que está demasiado alto para ti, ni penetrar
lo que está fuera de tu conocimiento; ni descubrir lo que ha sido colocado más
allá del dominio de tu mente. Encamina tu pensamiento hacia aquello que puedas
llegar a conocer, y no te inquiete el deseo de llegar a conocer las cosas
escondidas.”
Pasa el positivismo como cosa nueva, sin ser
más que la repetición de una época filosófica conocida en la historia de todos
los pueblos: porque esa que hemos trascrito del Talmud no es más que la
timorata doctrina positivista, que con el sano deseo de alejar a los hombres de
construcciones mentales ociosas, está haciendo el daño de detener a la
humanidad en medio de su camino.
Se debe poner tierra primero antes de
adelantar un paso en ciencia: pero no se puede hacer calzada al cielo.
El viaje humano consiste en llegar al país
que llevamos descrito en nuestro interior, y que una voz constante nos promete.
Sin querer hemos llegado a este punto del
extracto de la noticia de un periódico.