OTRA
SOGA CON CEBO
Los primeros días de diciembre del 2012 viaje
con un amigo a Managua, Nicaragua, por trabajo, estuve allí poco tiempo, creo
que una semana, instalando una Planta de Nitrógeno Liquido en la empresa Alba
Genética, este proyecto de empresa se
había llevado a cabo con la ayuda de Chávez y su iniciativa del ALBA (Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América), la misma consistía en dar asesoría y apoyo
tecnológico a pequeños productores ganaderos para implantar con éxito las técnicas
de inseminación artificial en el mejoramiento de la producción ganadera, con el
nitrógeno liquido se conservaba el semen de toros valiosísimos, que Chávez había
comprado en la Argentina, en aquellos intercambios tan fructíferos que existían
entonces en nuestra América. Meses después, en Marzo del 2013, Chávez nos
dejaba.
Un día como hoy pero hace 39 años atrás, en
1979 triunfaba la Revolución Sandinista, ayer como hoy, el imperio trata de
aplastarla, y a pesar que no pocos errores se han cometido por los que la
dirigen hoy, siempre lo que vendrá será peor, porque nada hecho por este
neoliberalismo que nos asfixia en nuestra América, se hace con amor, así lo
dejaba patente el poeta,
...Ahora el águila
tiene
Su dolencia mayor
Nicaragua le duele
Pues le duele el amor...
Su dolencia mayor
Nicaragua le duele
Pues le duele el amor...
Busque aquello que había leído hace ya un
tiempo de Julio Cortázar "Nicaragua tan violentamente dulce", que
invito a leer, y oh! casualidad, en una relectura del autor de "1984", este dejo
unos apuntes, que bien valdrían la pena volver a leer con lo que está
sucediendo ahora mismo en Nicaragua y en Cuba.
APUNTES
AL MARGEN DE UNA RELECTURA DE 1984
Discurso
del idiota
Una noche, creo que en Torún, cuna de
Copérnico, el pintor Matta me vio llegar y me saludó, diciéndome: «¡Ah, aquí
está, el idiota!. »Me quedé un tanto helado, pero la explicación vino en
seguida: «Te llamo idiota como lo llamaban al príncipe Mishkin, porque a ti te ocurre
como a él, meter el dedo en la llaga con la mayor inocencia, y estás siempre
alarmando a la gente porque dices las cosas más inapropiadas en cualquier
circunstancia, y sólo algunos sé dan cuenta de que no eran de ninguna manera
inapropiadas. Tú entretanto; no entiendes nada de lo que pasa, igual que el
príncipe de Dostoievski. Tal vez aquí tampoco entiendo nada, querido Matta.
El
horror: totalidad y parcialidad
Casi desde el comienzo; la certidumbre de que
el horror tiene un límite al que sólo se llegará después de bajar un incontable
número de peldaños. El infierno de Dante Alighieri es estático, jerárquico; los
grados del horror se abarcan desde la invocación inicial, la esperanza que
queda atrás para siempre, pero se abarcan desde un narrador que sólo participa
como testigo y que al fin, lo sabemos, volverá a ver el sol y las demás
estrellas. Winston Smith, en cambio, no volverá de su inmersión en el horror, y
de alguna manera lo sabe desde el principio; cuando O'Brien se lo dice en la
última etapa, no le dice nada nuevo; Winston Smith deberá bajar uno a uno los
peldaños, y en algunos de ellos habrá como una esperanza agazapada: Julia
O'Brien, el anticuario, un destello de posible salvación que se negará a sí
mismo y mostrará su traición y su engaño, hasta obligarlo a su vez a la
traición y al autoengaño final. El horror es infinitamente más grande en 1984
porque su límite no está en sí mismo, en la progresión del mal, sino en la
inversión de la esperanza, el descubrimiento de que es también una de las fuerzas
del mal. Lo que en un famoso relato de Villiers de L'Isle Adam se condensa en
una inversión final y fulminante (La tortura por la esperanza), en el de Orwell
se da en una serie de desgarramientos; la esperanza no es posible pero sin
embargo está ahí, y la comprobación de su imposibilidad es cada vez la ocasión
del desgarramiento. El fondo del horror está en una escena final nada horrible
en sí misma, el breve reencuentro de Winston y Julia, cuando los dos saben que
se han traicionado mutuamente y sólo buscan separarse, olvidarse, seguir
traicionándose allí donde en lo más hondo de sí mismos había latido la
esperanza.
Obviamente, el horror en 1984 es una figura
que sólo alcanza su sentido fuera del libro, en la realidad histórica que lo
contiene parcial y no totalmente. Un sentido figurado: el mundo podría llegar a
ser como el de 1984, puesto que ya lo es en algunas de sus facetas. Por eso
Orwell puede saltar del realismo a la alegoría, a la figura total, no cree, ni
tampoco busca que el lector crea que el mundo va a llegar a ser el de 1984,
pero al proyectar ficticiamente el horror a sus últimas consecuencias, nos
sitúa frente a nuestra responsabilidad, y esa responsabilidad supone la
esperanza; es ésta quien hace entrar en acción a la responsabilidad que lleva a
la lucha para impedir que 1984 pueda cumplirse en cualquier otro año del siglo.
Y es mi esperanza la que escribe estas líneas en un momento en que muchos
fragmentos y esbozos del mundo de 1984 se manifiestan inequívocamente en
nuestra realidad. Ahora bien, el mundo orwelliano es el Mal que ya ha
triunfado; el nuestro (ese en el que creemos y por el cual luchamos) contiene
el Mal en el seno del Bien; y si ésta es también una figura, podemos ya pasar
de nuestro lado y hablar de reacción dentro de la revolución; terreno crítico
si lo hay, y precisamente por eso terreno de la máxima responsabilidad del
escritor comprometido con la causa de los pueblos. (Y no sólo de él, por
supuesto, pero aquí me sitúo en mi terreno específico, sin pretender entrar en
el de los ideólogos y los politólogos.)
Los
grados de la crítica
Me muevo en el contexto de los procesos
liberadores de Cuba y de Nicaragua, que conozco de cerca; si critico, lo hago
por esos procesos y no contra ellos; aquí sé instala la diferencia con la
crítica que los rechaza desde su base; aunque no siempre lo reconozca
explícitamente. Esa base es casi siempre escamoteada; prácticamente no se niega
nunca al socialismo como ideología válida; mientras qué se denuncian y atacan
vehementemente los frecuentes errores de su práctica. A la cabeza (y a la vez
en el fondo cuando sé trata de Cuba) está la noción de la URSS vista como un
régimen execrable; Stalin borra la imagen de Lenin, y Lenin la de Marx. Esa
crítica no acepta el socialismo como ideología viable, y no lo acepta por las
mismas razones que el capitalismo enuncia desembozadamente; así como éste
supone un elitismo económico dominante e imperialista, esa crítica intelectual
supone un elitismo «espiritual» que se alía automática y necesariamente al económico.
Pero eso, claro, no se dice nunca. El miedo signa ésa crítica: el miedo de
perder un status milenario.
Cuando no se tiene en cuenta esta opción
básica, ese tipo de crítica puede convencer a muchos, y de hecho los convence,
máxime cuando se hace con inteligencia y con el beneficio del prestigio que da
una importante obra literaria paralela; ¿cómo echar en saco roto las críticas
de un Octavio Paz, de un Mario Vargas Llosa? Personalmente comparto muchos de
sus reparos, con la diferencia de que en mi caso lo hago para defender una idea
del futuro que ellos sólo parecen imaginar como un presente, mejorado, sin
aceptar que hay que cambiarlo de raíz. Estoy de acuerdo con ellos en su punto
de vista sobre problemas tales como el de Polonia o Afganistán, sobre los
atropellos a la dignidad y a los derechos humanos que se repiten ominosamente
en muchos regímenes socialistas (quiero decir, en muchos regímenes que a cada
reiteración de esos atropellos se alejan del socialismo en vez de afirmarlo);
estoy de acuerdo en que ningún argumento ideológico justifica poner el todo
sobre las partes, la noción global de pueblo sobre la de individuo (pero en la
medida en que la noción de individuo no escamotee la de pueblo, como es el caso
en ese tipo de crítica siempre egocéntrica, que extrapola a los Sakharov o a
los Padilla al conjunto de sus compatriotas y los convierte a todos en víctimas
por lo menos potenciales.) Hace rato que me reprochan no sumarme
explícitamente a este tipo de denuncias; bueno, ahí tienen la denuncia, pero no
les va a servir para gran cosa; porque mi crítica se abre y se cierra en cada
caso concreto sin proyectarse a procesos sociales de una infinita complejidad y
que de ninguna manera quedan invalidados, como se pretende, por errores e
injusticias condenables pero circunstanciales, aborrecibles pero superables.
Toda la diferencia está entre negar el socialismo como camino político viable,
y defenderlo porque se lo critica, porque en cada caso concreto se denuncian
errores y sus aberraciones.
Y ya
que estamos...
Rimbaud lo dijo para siempre: Hay que cambiar
la vida. Tanto él como Marx comprendieron que si la vida seguía por el cauce
que hasta el siglo XX buscó trazarle ese Pantocrátor que también se llama
Historia de Occidente, el destino del hombre era 1984. Ocurre entonces que el
socialismo nace para destruir al Pantocrátor en la imagen del Zar, como Fidel
Castro lo destruye en la de Batista y los sandinistas en la de Somoza. La
noción del hombre nuevo surge inevitablemente; entonces, claro, empiezan los
problemas en este ajedrez humano, demasiado humano.
Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse
el hombre nuevo? ¿Quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que
rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el
de querer crear un tipo de revolucionario permanente, considerado a priori como
bueno, abnegado, etc. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entraña
la negación de todas las ambivalencias libidinales, de las pulsiones
irracionales; en última instancia se traduce en cosas tales como la condena del
temperamento homosexual, del individualismo intelectual cuando se expresa en
actitudes críticas o en actividades aparentemente desvinculadas del esfuerzo
revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso
considerado como un resabio reaccionario.
En Cuba hace rato que las tentativas
parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo han cedido a una
visión más abierta que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde
el intelectual hasta él lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad cómo deberá
ser el hombre nuevo, pero en cambio los cubanos parecen saber cuál es la cuota
de hombre viejo que no se le puede quitar sin mutilarlo irremisiblemente. Una
experiencia de veinte años empieza a dar resultados positivos en este campo
fundamental; pero, por supuesto, la impenitente crítica antisocialista insiste
en denunciar el primer esquema ya superado como si fuera permanente; le basta
un caso aislado, un poeta en la prisión, un científico perseguido, para
decretar el gulag total.
El viraje negativo de la imagen exterior de
Cuba sé dio, es sabido, como consecuencia del llamado «caso Padilla», a
comienzo de los años setenta, qué en su momento condensó la visión errónea
nacida del esquema ilusorio, y que se tradujo en medidas coercitivas que
humillaban en vez de transformar, buscando un valor catártico y hasta ejemplar
en cosas tales como la autocrítica pública, sin conseguir otra cosa que un
estado de temor permanente, un pregusto de todo lo que en su última instancia
desemboca en el terror de 1984. Esto lo saben de sobra los cubanos, y aquellos
que hoy lo niegan se cuentan seguramente entre quienes estuvieron más
atemorizados y más callados en aquel momento.
Si para algo sirvió en definitiva el caso
Padilla, fue para separar el trigo de la paja fuera de Cuba, pues la crítica se
escindió en las dos vertientes de que se habla más arriba. Mi crítica, por más
solidaria que fuese, me valió siete años de silencio y de ausencia, pero era una
crítica que acaso, ayudó a franquear el paso del esquema ilusorio a otro en el
que la necesidad de renovación no ignorara las pulsiones que hacen de un hombre
lo que verdaderamente es. En cambio la crítica antisocialista se aferró a todas
las extrapolaciones y generalizaciones que su retórica era capaz de inventar, y
desde entonces hasta hoy, quince años después, sigue anclada en la denuncia
permanente de algo transitorio; su periódica reiteración responde mecánicamente
a la misma técnica: denunciar un atropello verdadero o no (Arenas, Valladares,
etc.) y lanzar desde ahí la monótona escalada a la totalidad de lo cubano,
porque esa totalidad es el socialismo en marcha, y de lo que se trata es de
acabar con él. Esa crítica no me duele por sí misma sino porque opera en terreno
favorable, con el sostén y el apoyo tácitos de los norteamericanos del
establishment y de los intereses capitalistas mundiales. Los cubanos
han contribuido no poco a favorecerla, aunque les sorprenda oírlo; demasiado
solos en su isla, nunca comprendieron toda la importancia de estar
auténticamente presentes en el exterior a través de su red diplomática y otros
medios de información. La famosa carta de los intelectuales franceses a Fidel
Castro, cuando el caso Padilla, fue una carta paternalista e imperdonable por
su insolencia, pero puedo afirmar con todas las pruebas necesarias que esa
carta no hubiera sido enviada si el primer pedido de información sobre los
hechos —que firmé con muchos otros— hubiera tenido una respuesta en un plazo razonable.
Es penoso comprobar, en Francia, por lo menos, que los episodios que se dan como
negativos y qué la crítica explota a fondo y diariamente, son aquellos que sé
marcan más en la memoria colectiva, puesto que hay poca información sobre el
prodigioso avance socioeconómico, cultural y científico de Cuba no sólo con
respecto a su propio pasado sino frente al conjunto de los países
latinoamericanos, la mayoría de ellos más ricos y poderosos que esa pequeña
isla pero incapaces de operar el paso decisivo de la dependencia a la toma de
posesión de su verdadera y escamoteada identidad nacional que reemplazan por un
patriotismo vocinglero del que el fútbol y las islas Malvinas dan el mejor
ejemplo.
En ese sentido la crítica antisocialista ha
marcado puntos y los seguirá marcando si Cuba no proyecta mejor su verdadera
imagen. A veces creo soñar cuando algún francés me interroga sobre el caso
Padilla; si le explico que eso es analógicamente como si me preguntara sobre
los dinosaurios, se asombra un poco pues lo sigue viendo como algo actual y
operante. Nicaragua, en cambio (es verdad que su revolución tiene la frescura
de la infancia) ha logrado crear una imagen cada vez más amplia y completa en
Europa, pese al diluvio de falsedades provenientes de Washington. ¿Pero no me
estoy alejando demasiado de 1984?
Los
muchos caminos del buen camino
No, y por una razón muy simple: la necesidad
y el deber de luchar contra todos los brotes de Arimán en las tierras de Ormuz.
El horror de 1984 sólo podrá evitarse si, paradójicamente, se combate contra
sus gérmenes y sus latencias, dentro del campo mismo de Ormuz, dentro de un
proceso socialista que es el polo opuesto del mundo imaginado por George
Orwell.
Hay dos críticas igualmente necesarias: la
que hagamos del Moloch norteamericano, como exponente imperial de la dominación
capitalista, y la que hagamos del socialismo cuando creemos que yerra el
camino. Y de esta última se trata aquí como se ha visto, en la medida en que
toca directamente a Cuba y a Nicaragua. Hay que volver, pues, a la cuestión del
hombre nuevo que preocupa a estas dos jóvenes revoluciones...
¿Pueden modificarse las estructuras
antropológicas tradicionales, en las que sigue dominando el machismo no sólo
tropical sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso
muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a
constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente
masculino. Pienso que la educación en ambos países puede ser la cuña que rompa
ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se
diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio. El hecho
incontestable de la homosexualidad como una de las facetas del calidoscopio
humano es, a diferencia del machismo, un componente que nadie ha explicado
bien, genética o socialmente, pero que no puede ser ignorado y mucho menos
entendido como negativo; sus proyecciones sociales vienen de la reacción del
animal acorralado, de las máscaras que buscan ocultarlo a los cazadores, y eso frente
al hecho comprobable de que toda asimilación coherente al cuerpo social puede
acabar con ese ghetto como lo muestran países más avanzados en ese terreno. La
definición del homosexual como un enfermo, que se formuló alguna vez en Cuba es
una aberración y una ingenuidad simultáneas. Un comandante nicaragüense me dijo
alguna vez que había que radiar a los homosexuales de los servicios públicos de
alto nivel, porque su condición los volvía fáciles presas de la extorsión por
parte de la «inteligencia» del enemigo. Le hice notar que tal cosa sólo podía
ocurrir si esos funcionarios se veían obligados a mentir sobre su temperamento
sexual y a ocultarlo; y que era falso, aunque cómodo, sostener como algunos
críticos que se creen revolucionarios, que los movimientos gay en diversas
partes del mundo sólo prueban la podredumbre del régimen capitalista. Siempre
hubo y siempre habrá homosexuales, y su reconocimiento es la única manera de
superar el problema; sin contar que —y esto enfurecerá a algunos—, a menos machismo
menos homosexualidad; el equilibrio social derivado del equilibrio sexual
amenguará automáticamente la agresividad que exacerba y compartimenta hoy la
pulsión erótica.
Cosa que también debe decirse del sadismo
como latencia en las zonas irracionales y a veces todopoderosas, del ser
humano. Esa latencia no me parece desarraigable, es una de las oscuras fuerzas
que junto con la fuerza libidinal mueven muchas conductas. ¿Vamos a postular al
hombre nuevo como integralmente bueno? No, por supuesto, pero en cambio su
novedad estará en todo lo que le dé el socialismo para que las latencias
sádicas se sublimen lo más posible, así como según ciertos psicoanalistas todo
cirujano esconde sin saberlo a un sádico que ama la vista de la sangre. Frente
al culto del sadismo a través de los media del enemigo, que tantas veces
consigue hacer de un niño un pequeño asesino que espera su hora, la orientación
ética y política del socialismo es el mejor y más legítimo cuadro de vida para
que las pulsiones sádicas se sublimen o incluso sean controladas por una
decisión racional y no por el miedo al castigo que es (y que no es, dicho sea
de paso) el único freno que el pánico capitalista posee para disminuir las olas
de “violencia y los crímenes sexuales entre otras” manifestaciones de nuestra
cuota sádica. Cuota que seguirá latente también en él hombre nuevo, pero
inflexionada lo más positivamente posible; digamos, emblemáticamente a más
cirujanos menos violadores de niños. Todo esto es chapucero y apenas esbozado,
pero estábamos hablando de 1984, si me acuerdo bien, y en 1984 el sadismo es
aunque Orwell no lo dice nunca, la razón de ser de Big Brother y su aparato
total y totalitario de poder. Allí Arimán ha liquidado hasta el último resto de
Ormuz. El socialismo no podrá liquidar jamás enteramente a Arimán, pero puede y
debe neutralizarlo; esperar y hasta postular la creación de un hombre nuevo en
el que las pulsiones profundas sé hayan extinguido, es una ingenuidad en la que
en el fondo, nadie cree.
El
idiota se despide
Termino estos apuntes en momentos en que
Arimán Reagan empuja imperiosamente a sus títeres externos e internos para que
destruyan la revolución sandinista en Nicaragua y continúen combatiendo a las
fuerzas populares de El Salvador. 1984 acaba de entrar en su simultaneidad
literaria y temporal; las cosas no serán así en el mundo este año, pero sólo lo
que está ocurriendo en América Central basta para mostrar uno de los peldaños
por los cuales el horror orwelliano sigue descendiendo en su monstruosa
voluntad de entropía.
Polonia, Guatemala, Afganistán son otros
peldaños; el lector conoce muchos más en África y en Asia.. La escalera parece
infinita pero no lo es; en lo más profundo de la noche está su término, y el
descenso puede verse acelerado en cualquier momento; la guerra nuclear, la
bomba neutrónica, el arrasamiento de inmensas zonas del planeta pueden
convertir el descenso paulatino en una caída vertical qué sólo habrá de
detenerse ante la imagen final de Big Brother. Frente a esta perspectiva, sólo
creo en el socialismo como posibilidad humana; pero ese socialismo debe ser un
fénix permanente, dejarse atrás a sí mismo en un proceso de renovación y de
invención constantes; y eso sólo puede lograrse a través de su propia crítica,
de la que estos apuntes son vagos y mínimos fragmentos.