SIN LUGAR
PARA DÉBILES
(Por Ernesto
Tenembaum)
El jueves, pasado el mediodía, una
manifestación realmente inédita recorría las calles céntricas de la ciudad de
Buenos Aires. Estaba conformada por algunos miles de familiares de niños con
discapacidad que reclamaban por los subsidios directos o indirectos que dejaron
de percibir como parte del plan antiinflacionario del Gobierno. Al pasar frente
a la sede de la Agencia Nacional de Discapacidad, de a poco, los empleados –los
que quedan de ellos- se acercaron a las ventanas del edificio: las cámaras
pudieron captar el momento en que varios rompieron en llanto.
Los testimonios de los afectados eran
desgarradores. En ese contexto, se viralizó una declaración de Marlene Spesce,
la mamá de Ian Mouche, un niño del espectro autista que ha participado de
varias notas televisivas antes de este conflicto. Marlene y Ian contaron en su
momento que Diego Spagnuolo, el titular de la Agencia Nacional de Discapacidad,
les había dicho que “si una familia tiene un niño discapacitado, el problema no
es del Estado sino de esa familia”. “¿Por qué yo tengo que pagar peaje y vos
no?”, les habría preguntado el funcionario. Consultado por Esteban Trebucq,
Spagnuolo negó esa anécdota. Cuando, luego, Paulino Rodríguez le preguntó a
Marlene y a Ian, este se puso tan nervioso que no pudo terminar la nota.
Naturalmente, ratificaron su versión de los hechos.
El conflicto entre el Gobierno y las familias
de chicos con discapacidad es apenas un capítulo más en la saga de conflictos
que enfrenta en estos días al equipo del presidente Javier Milei con sectores
muy sensibles y desprotegidos de la sociedad. Esta misma semana, el centro del
debate público fue ocupado por los médicos y médicas, enfermeros y enfermeras,
residentes, anestesistas y personal administrativo del Hospital Garrahan, el
prestigioso centro de salud infantil que se ocupa, por ejemplo, de la atención
del 40 por ciento de los niños argentinos con cáncer. El funcionamiento del
hospital ha sido tan virtuoso que parte de sus ingresos proviene de las
derivaciones que recibe de las empresas de medicina prepagas más caras.
Los testimonios de médicos que se encargan de
la terapia intensiva o de residentes que trabajan en el sector de neonatología
eran tan impactantes como los de Ian y su mamá. Personas que dedican su vida a
que los niños puedan seguir su vida pese a haber nacido prematuros, o a salvar
la vida de los hijos de otros, lloraban en cámara mientras argumentaban que la
política oficial no les dejaba otra opción que abandonar el Garrahan, del cual
ya se fueron cien profesionales de alto nivel: los primeros que se van de estas
estructuras son los más capaces porque rápidamente son absorbidos por otras
entidades.
El debate público, por momentos, desdibujó las
fronteras ideológicas habituales. El periodista Antonio Laje explicó: “A ver si
entendemos algo. El Garrahan tiene 250 médicos. Sumale enfermeros, técnicos
radiólogos. Es un hospital modelo, no de la Argentina, sino de toda la región.
Vos no podés tener gente preparada, que estudió ocho años, o a un residente que
trabajó cuatro años más, vos no podés pagarles 800 mil pesos. Vos no podés
pagarle a un médico que está empezando su residencia en el Garrahan 600 mil
pesos. No resiste ninguna lógica. Hace cuatro años también ganaban mal. Pero
hoy, si encima durante todo el año no tuvieron aumento, quedaste
recontradesfasado”. El diputado de centro derecha, Nicolás Massot, explicaba
por su parte que los problemas del Garrahan se podrían solucionar con el dinero
que el gobierno central destina a la Secretaría de Inteligencia del Estado.
El presidente Javier Milei reaccionó en dos
tiempos frente a este clima. El viernes por la mañana concedió una entrevista
en la que dijo que el conflicto del Garrahan estaba “politizado”, que el
hospital estaba “lleno de ñoquis”, depositados allí por “psicópatas
kirchneristas”. Luego razonó en X de esta forma: “REFLEXION SEMANAL. Si todo el
debate público actual gira en torno a mis modos, las peleas en X del @GordoDan
y Dalma Maradona sobre la visión de Dieguito Fernando y las empanadas de sapo
de Ricardito, a la luz del quilombo que heredamos, todo esto indica que vamos
muy bien. TMAP”. TMAP es la sigla compuesta por las iniciales de la expresión
“Todo Marcha de Acuerdo al Plan”, un lugar común de las huestes libertarias.
Milei también explicó: “Cuando uno va contra los curros lo acusan de
insensible” y difundió mensajes que definían como “opereta” a la protesta de
los médicos y médicas del Garrahan. Curros, opereta, ñoquis, psicópatas
kirchneristas.
El Gobierno informó, por su parte, que dos
tercios de la planta del hospital estaba integrada por personal no médico:
burócratas, ñoquis, kirchneristas. No ofreció ningún documento que respaldara
esos números. Era apenas algo que alguien decía. Los trabajadores en huelga
desmintieron que fuera así: según ellos la proporción es exactamente la
inversa. En cualquier caso, aún si los datos oficiales fueran ciertos, ese
argumento no explica por qué el problema no se resolvió durante el año y medio
que lleva la gestión oficial, ni tampoco por qué los residentes ganan 780 mil
pesos y no les aumentaron durante el último año. Sin esos salarios, no se
hubiera producido este conflicto ni la fuga constante de profesionales del
Garrahan.
Mientras pasaba todo esto, cientos de
científicos marchaban caracterizados como El Eternauta, el director nacional
del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria detallaba la manera en que,
con argumentos falsos, el Gobierno lo destruía de a poco. Y las fuerzas de
seguridad lanzaban gases, como cada miércoles, contra la pequeña marcha de
jubilados que reclama un aumento a sus magros ingresos. Un trabajador de la empresa
láctea Verónica quebró en llanto en una radio porque él y sus 700 compañeros
dejaron de cobrar y nadie se hacía cargo de su intemperie.
Todas esas imágenes pueden ser enmarcadas de
maneras diversas. Un crítico del gobierno podría afirmar, con todo derecho, que
son consecuencia de una política oficial insensible que avanza sin tener
reparos prácticamente frente a ninguna situación: desatender a niños con
discapacidad o con enfermedades oncológicas parece realmente una enormidad.
Pero un votante libertario podría defender lo que hace el Gobierno como un
cumplimiento casi literal de las promesas de campaña. Milei está llevando a
cabo un programa que nunca ocultó y fue respaldado por la mayoría de la
sociedad. El entonces candidato expresó con claridad que no creía en la salud
pública, que en todo caso el sistema actual debería ser reemplazado por uno de
vouchers. Ese día en que gritaba “¡afuera!” cuando un periodista le mencionaba
organismos del Estado, incluyó al Ministerio de Salud y al Conicet. ¿O no dijo
que amaba ser “el topo del Estado”, el que lo destruye desde adentro? El apoyo
a las familias de chicos con discapacidad, ¿no es un elemento más de la
justicia social que el mismo presidente aborrece?
La necesidad de tener cuentas fiscales
ordenadas no asoma como un argumento sólido cuando se trata de problemas que se
resuelven con muy poco dinero, y cuando se observan las prioridades generales
del Gobierno. Las denuncias de corrupción que suelen acompañar cada aplicación
del plan motosierra no han logrado convencer a casi ningún juez de su solidez,
y la mayoría de las veces ni siquiera se producen. Si la motivación no consiste
en cuidar el gasto, ni tampoco en cortar “curros”, tal vez haya otra cosa.
En un costado de la discusión hay una
convicción presidencial muy sólida, donde el Hospital Garrahan o la asistencia
a personas con discapacidad son elementos incómodos. Por momentos se disimula,
se justifica con técnicas discursivas o con datos parciales, pero está ahí,
cada vez que Milei habla. Para él, el rol del Estado debe ser tan mínimo como
sea posible: en todo caso será la sociedad, si es que le interesa, la que deba
financiar los problemas de los débiles. Lo ha dicho cientos de veces. Tal vez
por eso, ante el desafío de los trabajadores y trabajadoras del Garrahan, el
Presidente no expresa solidaridad sino que contraataca.
En una sociedad con tradición rebelde como la
Argentina, tiene su lógica que haya protestas ante los efectos de la mirada
libertaria sobre la vida real. Las hay y las habrá. Pero la novedad, la enorme
novedad, es que el Gobierno y sus seguidores pueden avanzar, porque esas
imágenes no dañan su proyecto de acumulación de poder. De hecho, hace solo dos
semanas esas ideas fueron potenciadas por el impactante triunfo que tuvo en la
ciudad de Buenos Aires y, desde entonces, Milei no deja de recibir buenas
noticias. Mientras los familiares de chicos con discapacidad protestan,
recupera algunos puntos de imagen y crece su poder político al sumar dirigentes
de la provincia de Buenos Aires –intendentes, concejales, punteros, diputados—
que hasta hace unos minutos pertenecían al PRO.
La fortaleza de Milei se podría explicar por
una confluencia de factores superpuestos: su evidente carisma, esa capacidad
para perforar la pantalla de los celulares; el control relativo, pero control
al fin, de los precios de la economía; la falta de alternativas políticas
reales, y el recuerdo de los gobiernos anteriores. Todo eso juega un rol, pero
tal vez esté ocurriendo algo más. La elección del sorpresivo Milei reflejó un
fuerte cambio en la escala de valores de un sector importante de la población.
La continuidad del apoyo tal vez exprese que esa nueva cosmovisión ha llegado
para quedarse, aunque incluya la convivencia cotidiana con situaciones humanas
que solían percibirse como muy dramáticas, la construcción de una sociedad
donde los más débiles son abandonados a su suerte, o a la suerte que les depare
la macro.
No es la primera vez que una sociedad decide
que no hay lugar para débiles; tampoco la Argentina es el único país del mundo
donde esto ocurre.
Todo esto seguramente sea coronado por un
triunfo en las elecciones de octubre, con lo cual el Gobierno se sentirá
legitimado para avanzar con el criterio que ha aplicado con los niños con
discapacidad o con el Garrahan. Y lo estará. Así que Ian Mouche, su mamá, y tantas
otras personas deberán buscar caminos alternativos a los que la Argentina les
ofrecía hasta hace muy poco.
Se trata de un radical cambio de régimen.
Y esto, cómo decirlo, recién empieza.