En el
corazón de las huelgas de Francia hay una batalla entre ricos y pobres
(Por
Adam Nossiter, en The New York Times)
PARÍS — En la sucia sede local del sindicato
un tapiz de color rojo intenso con una imagen del Che Guevara, símbolo de la
Revolución Cubana, y la frase “¡hasta la victoria siempre!” exhortaba a los
huelguistas a no rendirse. Afuera, un líder local gritaba por un megáfono en la
estación de tren de París-Lyon, “los
ricos no deben nunca olvidar: ¡siempre habrá sudor de los pobres en su
dinero!”.
La huelga de transporte contra la reforma del
sistema de pensiones propuesta por el gobierno de Francia ya es la más larga en
la historia del país. Mientras entraba en su sexta semana este 9 de enero,
miles de manifestantes volvieron a tomar las calles en toda Francia.
El debate diario es sobre quién se beneficia
y quién pierde con la reforma de las pensiones exigida por el presidente
Emmanuel Macron. Nadie parece coincidir en los detalles.
Pero, más allá de eso, existe un conflicto
mucho mayor sobre las clases sociales, los privilegios y el dinero, amplificado
por 200 años de historia francesa. Esos problemas subyacentes ayudan a mantener
un movimiento maratónico que está poniendo a prueba la paciencia de los
franceses, perjudicando su economía y que vuelve a exponer las brechas sociales
en la supuestamente reformista presidencia de Macron.
La dura retórica sobre clases sociales que se
evidenció en la estación de París-Lyon no es un accidente. El conflicto actual
tiene sus raíces, reales y aparentes, en enfrentamientos mucho más antiguos
como el derrocamiento de siglos de privilegios de las clases altas durante la
Revolución Francesa y las décadas de amargos conflictos entre el trabajo y el
capital en el siglo XIX, del cual emergió el sistema de pensiones que Macron
quiere descartar.
El lenguaje de esas viejas luchas resuena
profundamente en la actualidad, endureciendo las posiciones de ambos bandos,
especialmente en el lado sindical.
Mientras tanto, los franceses se están
cansando. Muy pocos países tienen al transporte ferroviario en el centro de su
estilo de vida como pasa en Francia. La reducción del servicio de trenes ha
aislado a las provincias de París, donde la ausencia prácticamente total del
metro ha costado millones en ventas perdidas y los trabajadores culturales en
huelga han forzado docenas de cancelaciones de obras de teatro y óperas.
El apoyo a la huelga, que era inicialmente
alto entre los franceses preocupados por sus jubilaciones, está disminuyendo.
Macron está contando con que el apoyo se reduzca aún más, aunque ha hecho
algunas concesiones —a la policía, a los bailarines de ballet en la ópera, a
los militares— mientras enfrenta disturbios en las calles y el malestar de gran
parte de la población debido a sus planes.
El presidente quiere remplazar el sistema
actual de 42 tipos de pensiones, la mayoría de ellas diseñadas para adaptarse a
profesiones individuales, con un único sistema de puntos que sea igual para
todos.
Pero son precisamente esos regímenes
individuales —ganados a pulso durante años por los diferentes grupos de trabajadores
y celosamente protegidos como derechos incorporados, no privilegios— los que
están en juego.
Macron quiere eliminarlos; los trabajadores
están exigiendo que cancele la reforma en pleno.
Detrás de las acciones ferroviarias y el
cierre del metro hay una elemental confrontación francesa, más antigua que la
revolución de 1789: privilegiados contra desposeídos, ricos contra pobres,
protegidos contra vulnerables.
Es un enfrentamiento que existe en la mente
de los huelguistas tanto como en la realidad, pero no por ello es menos real.
La percepción se ha vuelto realidad, incitada por la historia y la retórica de
los líderes de la huelga.
“Son
dos ideas de protección social, dos nociones diferentes del proyecto social,
que están en conflicto”, afirmó Philippe Martinez, secretario general de la
radical Confederación General del Trabajo (conocida por sus siglas en francés,
CGT), mientras salía de otra infructuosa reunión en la oficina del primer
ministro, justo antes de Navidad.
“Es la
elección de un tipo de sociedad lo que está en el corazón de esta reforma”, afirmó Martinez
nuevamente durante una entrevista reciente en la televisión francesa.
Ese lenguaje, calificado como excesivo por
algunos analistas, ha penetrado el pensamiento de miles de huelguistas, especialmente
en la CGT, el sindicato ferozmente anti-Macron que se encuentra en el centro de
la huelga.
Por décadas, el sindicato estuvo
estrechamente vinculado con el Partido Comunista Francés. Martinez es un
exmilitante del partido; el subdirector del sindicato que lidera el sector de
los trabajadores ferroviarios tiene un busto de Lenin en su oficina.
“Esa es
la visión de Macron: siempre está interesado en obtener beneficios”, afirmó Sebastien
Preaudat, un inspector de boletos de CGT de la estación. “Pero nosotros no
estamos aquí para hacer dinero. Estamos aquí para proporcionar un servicio al
público. Y esas personas (el gobierno de Macron) vienen del mundo de las
finanzas. Solo estamos luchando para poder decir, ‘hemos trabajado todas
nuestras vidas, y ahora tenemos el derecho a descansar’”.
Los trabajadores ferroviarios se han
convertido en el objeto de burlas por parte de la derecha francesa porque
muchos de ellos pueden retirarse a edades tan tempranas como 52 años, con una
pensión sustancial que en algunos casos es considerablemente más alta que el
promedio. Los trabajadores no ven esto como un privilegio sino como una
afirmación esencial de su condición especial dentro de la sociedad francesa.
La reforma racionalista de las pensiones de
Macron no tiene el respaldo de un movimiento sindical que no está interesado en
este tipo de igualdad. Macron busca contrarrestar el probable déficit del
sistema y su proporción menguante entre trabajadores y jubilados. Quiere
colocar a todos en las mismas condiciones, en un sistema de puntos acumulado
por los trabajadores.
“Macron
es un financiero que solo ve las cosas en términos de competencia. Nosotros
tenemos una visión colectiva”, dice Arnaud Bourge, un conductor de tren
que, junto a cientos de otros trabajadores, atendió al llamado en el patio de
la estación París-Lyon a permanecer en huelga. “Son dos visiones completamente
opuestas”.
Macron tiene un punto de vista gerencial
sobre el problema de las pensiones de Francia, que ha conseguido respaldo entre
sus simpatizantes de clase media alta, algunos intelectuales y analistas, pero
no entre los trabajadores que quieren conservar sus beneficios.
“Realmente, no son dos ‘proyectos para la
sociedad”, afirmó Dominique Andolfatto, experto sobre sindicatos de la
Universidad de Borgoña, rechazando la visión de Martinez, el líder sindical. “Hay uno que toma en cuenta ciertas
realidades económicas y sociales, y hay otro que dice ‘no vamos a tocar nada.
El barco sigue en la misma dirección, olvídate del iceberg’”.
Pero mientras la huelga continúa, los
legisladores del partido de Macron se están poniendo nerviosos.
“Estamos
presenciando el regreso de la oposición entre empleadores y trabajadores”, dijo Jean-François
Cesarini, un miembro del parlamento que apoya a Macron. Los legisladores están
particularmente preocupados por la intransigencia del gobierno en un tema
delicado con los sindicatos: el plan para incrementar la edad de jubilación de
62 a 64 años.