EL DESAFIO DE LOS ESCLAVOS
(Por Martín Granovsky,
publicado en PAGINA12)
Decía el hashtag que circulaba anoche en
Twitter, mientras la Corte Suprema de Brasil se aprestaba a dar luz verde para
la prisión de Luiz Inácio Lula da Silva: #LulaValeALuta. Literalmente, Lula,
vale la lucha. Era un ejercicio de la voluntad que buscaba sintonizar con el de
Lula. A los 72 años, el ex presidente se mueve con la energía de un chico.
Incluso hace fierros para soportar caravanas, actos y, como mínimo, un discurso
de 45 minutos por día. Lula tiene la determinación de Espartaco, el esclavo que
en el 73 antes de Cristo lideró en Roma una rebelión de los esclavos.
Sin voluntad ninguna política es posible.
Tampoco sin esperanza. Pero ni la decisión ni el sentimiento pueden omitir el
análisis realista de los hechos: la simple chance de que Lula pueda ir a
prisión es en sí misma una catástrofe para Brasil y para toda América Latina.
Hay diez motivos para pensar así:
1 La sentencia de la Corte por seis a
cinco convalida la verosimilitud del fallo sin pruebas del juez Sergio Moro,
confirmado en segunda instancia por un tribunal de Porto Alegre.
2 La Corte bendijo la Justicia utilizada
como arma persecutoria contra el líder popular más grande del continente.
Carmen Lúcia, la presidenta de la Corte, la que desempató el cinco a cinco, es
una figura mimada por el establishment. Si alguien quisiera comprobar la trama
del golpe bastaría con examinar sus interlocutores frecuentes: directivos del
la Red Globo (monopolio en la tevé abierta), el banco Itaú, Gol, constructora
MRV, Electrobras, Mittal Aceros. Es decir los grandes medios, las grandes
empresas y los grandes bancos, que dirigieron el golpe parlamentario de 2016
contra Dilma Rousseff utilizando como herramientas a funcionarios de la
Procuración, de la Policía Federal y del Poder Judicial.
3 Lula no es cualquier líder. Es el que
condujo a 36 millones de pobres hacia el consumo, la educación y la autoestima
en solo ocho años, desde el primer día de 2003 hasta el último día de 2010. Son
36 millones dentro de los 230 millones que viven en uno de los mayores países
del mundo.
4 Lula no es solo una leyenda. Todas las
encuestas lo dan como ganador en primera y segunda vuelta para las
presidenciales del 7 de octubre.
5 Lula no tiene relevo. Ningún dirigente
del Partido de los Trabajadores pinta con fuerza como candidato. Si la Justicia
Electoral le cierra definitivamente el camino, cosa que puede ocurrir el 15 de
agosto, el PT debe confiar en que el dedo de Lula bendiga a un postulante y lo
levante. Pero nunca será Lula.
6 El PT es un organismo colectivo pero
con la prisión de Lula perdería la fórmula mágica para octubre: este Luther
King que en 2002 contó su sueño de tres comidas por día para todos los
brasileños y ahora narra, todos los días, el sueño de recuperar los derechos
sociales que se están perdiendo con el gobierno de facto de Michel Temer.
7 Lula es el símbolo del gatillo fácil
de la Justicia. Cualquiera puede ir preso sin motivos. Hasta el tipo más
popular de una nación.
8 Para extirpar lo que significa Lula
–los sindicatos, los movimientos sociales, el Estado fuerte, la banca pública,
Petrobras– las élites están recurriendo a la violencia directa. Los nueve tiros
del killer que mató a la concejal de Río Marielle Franco no quisieron
representar un accidente. Buscaron dejar en claro que era un asesinato
profesional.
9 Sería un error poner al Ejército como
la vanguardia de las élites. La vanguardia es esa constelación de bancos,
grandes medios y funcionarios judiciales. Pero los militares avanzan como
factor de poder interno, cumpliendo el encargo de transformar en escenarios de
guerra los conflictos sociales. Clima de época: la policía bonaerense de Lanús,
que practica razzias en comedores y colectivos, es pariente directa de las
policías asesinas de Río y San Pablo.
10 Con el fallo de la Corte terminó la
primera etapa del golpe, iniciada con el derrocamiento de Dilma. Esta segunda
etapa busca estabilizar un modelo de injusticia persistente en el tiempo. Y
para eso es necesario extirpar lo que un senador brasileño llamó “la raza
maldita”, o sea el PT y sus obreros con ínfulas de gobierno.
En Brasil los esclavócratas reciclaron una
ideología de dominación basada en la esclavitud, que el país pudo dejar recién
en 1888. Tarde, muy tarde. Tal vez porque esa inercia pueda ser vencida solo en
décadas, y no en años, es que los brasileños de hoy simpatizan con Lula pero no
se comprometen en la calle por él ni por ellos. Por si algún día llegaran a
hacerlo es que los esclavistas brasileños ya no dan más vueltas. Vieron que su
único camino era jaquear a Espartaco y neutralizarlo.
En los últimos años, desde que dejó la
presidencia, Lula lee biografías. Es el género que más le gusta. ¿Habrá leído
el Espartaco del norteamericano Howard Fast? El novelista terminó su libro en
1951 pero lo había empezado a diseñar mentalmente mientras estaba en la cárcel.
Lo apresaron porque no había querido delatar a los miembros de la solidaridad
con los republicanos españoles. No consiguió editor y la publicó por su cuenta,
con dinero prestado, hasta que vendió millones de ejemplares. Es interesante la
obra. En un momento el escritor se detiene a contar cómo son las fuerzas de
Espartaco. Las describe así: “Un ejército que debe alcanzar la victoria, ya que
no hay puentes por los que pueda retroceder ni tierra en que pueda encontrar
refugio o descanso”. Una fuerza sin vuelta atrás. Lula parece consciente de que
ése es su destino y, como no es un mesiánico, ahora quiere persuadir al pueblo
brasileño de que, si vuelve atrás, le costará una enormidad recuperar una vida
digna. Otros 500 años, tal vez.
El desafío de Brasil es tan inmenso como su
tragedia.