¿LA
GALLINA O EL HUEVO?
(Por: Mario Valdés Navia, publicado en la
"JOVEN CUBA")
Cuando escucho al secretario de la Central de
Trabajadores de Cuba (CTC) decir que no se implementará una reforma salarial
hasta que los obreros sean capaces de crear mayor cantidad de riqueza, recuerdo
a Marx cuando alertó: “la manera cómo se presentan las cosas no es la manera
como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”.
Hace tres años escribí bastante al respecto,
pero muy poco ha cambiado desde entonces.[1] La
complejidad del problema amerita responder a dos preguntas:
¿Cómo es que el Estado-comerciante considera
justo subir los precios de bienes y servicios, antes subsidiados, para
recuperar los costos y obtener elevadas ganancias donde antes obtenía pérdidas
por gratuidades indebidas, mientras posterga indefinidamente el
derecho de los trabajadores a cobrar un salario acorde al incremento del costo
de la vida?
Si no se trabaja más y mejor porque el
Estado-empleador no paga salarios estimulantes, y este dice que no lo hace
porque se dispararían los precios de las mercancías en una creciente espiral
inflacionaria, estamos entonces ante una aporía sin solución en los marcos
socialistas, al estilo de: ¿quién fue primero: la gallina, o el huevo?
Esa justificación patronal –en Cuba, también
sindical− para no subir los salarios es tan vieja como el capitalismo. Marx
demostró en El Capital que es falsa. El patrón no le adelanta
dinero al obrero para que produzca, sino que es el obrero el que vende a crédito
su fuerza de trabajo para cobrar después que el capitalista haya vendido el
producto y recuperado la parte correspondiente al salario.
En las condiciones de la transición
socialista no es honesto referirse a la fuerza de trabajo de los trabajadores si
no es para considerarla como una mercancía que se compra y se vende en el
mercado de trabajo a partir de la Ley del Valor. Los criterios para determinar
su precio (salario) deben ser: el costo de la canasta básica; la cantidad y
calidad del trabajo que aporte cada uno al producto final y la demanda efectiva
de ella en las diferentes ramas de la economía.
Tampoco puede concebirse al salario mínimo
como equivalente solo al valor de la canasta básica, porque somos personas del
siglo XXI, no bueyes. Marx hablaba del mínimo físico “regulado por una ley
natural”, pero añadía que el valor real de la fuerza de trabajo “no solo
depende de las necesidades físicas, sino también de las necesidades sociales
históricamente desarrolladas, que se convierten en una segunda naturaleza”.[2]
En la práctica económica mundial existe
consenso en cuanto a los requisitos del añorado salario justo: estar de acuerdo
con la clase de trabajo que se realiza; ser suficiente para cubrir las
necesidades fisiológicas y psicológicas de los trabajadores y sus familias
(comida, ropa, vivienda, educación, ocio, etc.); estar unido al rendimiento en
el trabajo; ser similar a los de otras empresas de la misma localidad para los
mismos trabajos; y estar ligados al resultado económico de la empresa, así como
participar de sus beneficios.
A tenor con ello, la política salarial
también debe compensar los aumentos del nivel de vida de manera
equitativa, de tal forma que, en la misma medida que los costos van subiendo a
lo largo del tiempo, también se eleven los salarios de los trabajadores.
Por lo general, estas acciones se basan en
una subida de sueldo anual teniendo en cuenta el costo de la vida, a partir de
la subida del índice de precios al consumidor. De modo tal, el trabajador no se
sentirá desamparado al percibir que, haciendo el mismo trabajo, cada vez tiene
acceso a menos bienes y servicios ya que todo es más caro.
No aceptar estas verdades elementales en la
teoría y la praxis económica conllevó a que el salario se convirtiera en una
caricatura y no cumpliera con su función elemental de estimulación. Esto
potenció un rosario de calamidades económico-sociales, tales como: baja
productividad e intensidad del trabajo; crecimiento de la pobreza absoluta y
relativa; hurto y malversación de los bienes estatales; doble moral;
disminución de la tasa de natalidad por debajo del nivel de reproducción de la
población; migración interna de profesionales altamente calificados hacia ocupaciones
de menor complejidad en ramas con más posibilidades de realización económica,
como el turismo y el TCP.
La desmotivación salarial actúa como una
fuerza centrífuga que provoca la llamada emigración económica,
verdadera diáspora de trabajadores cubanos, sobre todo jóvenes y técnicos de
alto nivel, que se van a cualquier lugar del mundo ─haya o no Ley de Ajuste
Cubano─ en pos de salarios más justos.
La aplicación de una reforma salarial sería
inútil sin el estímulo al mercado interno, que debería ser el escenario natural
para la realización de las mercancías pero que hoy está tan vilipendiado que
los empresarios piensan primero en exportar que en abastecer a su propio
pueblo.
El Estado comerciante debe acabar de resolver
el problema del abastecimiento al mercado interno, o dejar que otros lo hagan.
Para ello tendría que gastar más en importar bienes de consumo y fomentar la
producción nacional. Mas, lo primero sería aplicar precios acordes a la demanda
efectiva, no a los caprichos de una absurda política comercial, más interesada
en expoliar a los consumidores ocasionales que en vender grandes volúmenes de
bienes y servicios que hagan crecer la economía.
[1]“Rousseau, Marx y
Braudel en la actualización económica cubana” (Mención de Honor en el concurso
de ensayos Temas 2015). Temas No. 87-88, julio-diciembre,
pp.119-128.