CLAVES
PARA PENSAR LO QUE VIENE (y para no perder la oportunidad de construir)
(Por Ana
Castellani, en “EL DESTAPE”)
Los resultados de las elecciones generales
del último domingo confirman que en nuestro país aún sigue vigente un
régimen particular de dominación política en el que dos bloques sociales
de configuración diversa, que propician modelos socioeconómicos y culturales
prácticamente opuestos, pugnan por convertirse en el actor central de un
régimen estable y duradero. Un tipo de régimen de hegemonía escindida en
el que dos proyectos de país, que hoy se expresan en el Frente de Todos y
Juntos por el Cambio, disputan “la conducción moral de la sociedad”.
Estos dos proyectos se fueron configurando desde 2008 en torno al clivaje
kirchnerismo/antikirchnerismo, condensando ahí ideas, creencias, valores y
prácticas que recuperan tradiciones e identidades políticas previas, pero que
fueron resignificadas a partir del llamado “conflicto con el campo”, delineando
dos núcleos identitarios nuevos y distintivos.
Veamos cuáles son las características de cada
uno de estos proyectos y los rasgos sociodemográficos de sus núcleos duros de
adhesión:
En el caso del núcleo duro del actual
oficialismo sabemos que está compuesto mayoritariamente por varones,
mayores de 55 años, con estudios superiores, ubicados en niveles de ingreso
medio-medio alto y alto de la pirámide social, residentes en CABA, zona norte
del AMBA y zona central del país.
En términos identitarios se trata de un
conglomerado heterogéneo donde conviven antiperonistas, liberales, radicales,
socialistas, peronistas pero que tienen un denominador común: son profundamente
antikirchneristas, con una valoración muy negativa de esos gobiernos y de sus dirigentes.
En especial, de Cristina Fernández.
Este grupo detenta una doble distinción,
moral y social. En términos morales se ufana de su superioridad ética e impugna
a su adversario desde lo moral por considerarlo deshonesto (“no banco
corruptos”, “se robaron un PBI”); y en términos sociales, defiende la
desigualdad y el principio meritocrático de organización social (“no somos
todos iguales”, “nos merecemos distintas cosas”).
El perfil sociodemográfico del otro núcleo es
distinto; en su mayoría se trata de mujeres, jóvenes, con estudios básicos,
pertenecientes a sectores medios bajos y bajos, residentes en Conurbano,
Patagonia y NEA.
En términos identitarios vienen de tradición
peronista y del centro izquierda. Creen en la solidaridad como principio de organización
social, la igualdad como horizonte, la acción colectiva como herramienta de
lucha social, reivindican la política como mecanismo de transformación, la
defensa de la soberanía, y el rol activo del Estado en la economía. Valoran la
experiencia de gobierno kirchnerista, con mayor o menor nivel de crítica, y
tienen un compromiso militante fuerte.
Ahora bien, además de estos núcleos
duros más definidos, existen “periferias blandas” que están integradas por
votantes fluctuantes, más desafectados de la política, sin identificaciones
partidarias sólidas, que reivindican su independencia para decidir en cada
coyuntura a quién votar según un conjunto de razones que no derivan de una
afinidad política definida sino de motivaciones instrumentales, valorativas y/o
emocionales propias del momento. Opciones que se definen ante cada escenario
electoral.
Vale aclarar que a pesar de definirse
como apartidarios y de no involucrarse en la política, estos ciudadanos tienen
un conjunto de ideas firmes sobre lo político, el país, la sociedad, los grupos
que la integran, sus relaciones, etc. O sea tienen tanta ideología como
cualquiera aunque no la reconozcan de manera explícita o consciente. En
términos sociodemográficos sabemos que se trata mayoritariamente de mujeres,
jóvenes, con estudios básicos, de sectores medios, medios bajos y bajos,
residentes en zonas urbanas.
Realizan una clara distinción social entre el
que trabaja y el que no. Entre el decente y el delincuente. Tienen expectativas
típicas de sectores medios aunque objetivamente no lo sean: quiere ascender,
estar mejor, creen que puede hacerlo a través del esfuerzo personal pero
también necesitan “un Estado que los cuide”.
Para salir de la dinámica propia del régimen
de hegemonía escindida, que no permite estabilizar un proyecto viable de
país, necesitamos encontrar ciertas demandas transversales a los dos proyectos
que puedan ser recuperadas y resignificadas desde el campo nacional y popular.
De esta forma se podrá correr el clivaje kirchnerismo/antikirchnerismo que
galvaniza al núcleo duro de la futura oposición, permitiendo avanzar en un
proceso de legitimación mucho más amplio que otorgue perdurabilidad a la
orientación de las políticas públicas del futuro oficialismo. Sólo así se podrá
iniciar un sendero de desarrollo inclusivo y sostenido. Para eso es importante
entender algunas cosas: ni todos los votantes de Macri son “gorilas
cipayos”, ni todos los votantes de Fernández están convencidos de que “la
patria es el otro”. Es más complejo. Y a pesar de las heterogeneidades,
hay algunas ideas y prácticas comunes que pueden ser recuperadas para tender
los puentes necesarios.
El desafío del Frente de Todos como gobierno
y como construcción política es enorme. Tanto a nivel de las dirigencias como
de los militantes y adherentes. Básicamente podemos resumirla en cuatro puntos:
1. Sostener la unidad del espacio. Es
una condición indispensable para poder crecer acumulando densidad política. La
fragmentación derivada de la defensa de intereses particulares de corto plazo y
de “la pureza ideológica” sólo favorecen el debilitamiento del proyecto. Esa
unidad no implica unanimidad de ideas, ni consenso completo, ni dominio de una
fracción sobre otra. Sencillamente reconoce la importancia crucial de cada una
de las partes para sostener la unidad. Unidad necesaria para la continuidad y
el fortalecimiento del proyecto de gobierno.
2. Gobernar de una forma innovadora. La
eficiencia, la transparencia, la integridad, la coordinación estratégica y la
articulación política tienen que ser los ejes rectores del nuevo equipo de
gobierno. Tenemos la oportunidad histórica de hacer un gobierno distinto, no
sólo en el contenido de las políticas públicas sino en la forma de implementarlas.
Donde el cuidado de los recursos públicos sea el principio rector de cada
acción gubernamental porque son necesarios para desarrollar el país. Donde se
pueda comunicar a toda la ciudadanía cada una de las decisiones que se toman de
forma clara y precisa. Donde la idoneidad profesional y moral sea la marca
distintiva de aquellos que sean convocados para gestionar, formando equipos
capaces de trabajar coordinadamente, teniendo en claro que la función pública
es, antes que nada, servicio.
3. Desafiar el sentido común de manera
efectiva. Esta tarea constante es clave para lograr mayores grados de
legitimidad social. Poner a la dirigencia y a la militancia en modo persuasivo
permanente para tensionar las ideas más naturalizadas y arraigadas en la ciudadanía.
Partiendo desde la escucha para poder llegar a la resignificación que permita
construir nuevos sentidos comunes. Dejando atrás definitivamente los discursos
de odio. Con serenidad y humildad, sin caer en la soberbia o la descalificación
del otro. Siempre buscando la empatía. No se convence a nadie desde la
subestimación o el agravio. Y eso no implica perder firmeza en las
convicciones. Es el tono que debería primar en los discursos públicos de los
dirigentes pero sobre todo el que tiene que estar presente en cada barrio,
club, lugar de trabajo, etc. “Estamos al lado del otro, no estamos arriba de
nadie”.
4. Mantener una conducta ejemplar. Predicar
con el ejemplo siempre. Si valoramos la unidad y creemos en la justicia social
es necesario actuar con humildad, autocrítica y austeridad. Con propios y
ajenos. Hay demandas que atraviesan horizontalmente a la ciudadanía. La
honestidad de las dirigencias es una de ellas. Recuperar el valor de la
palabra, cuidar los recursos y bienes públicos, ponernos al servicio del otro
es crucial para dar señales claras de la dirección elegida. Para evitar
procesos de desafección política que pueden llegar a habilitar salidas
antisistema con el discurso de “todos son lo mismo”.
El Frente de Todos es una construcción política
nueva. Incluye y recupera la experiencia kirchnerista pero a la vez, la excede.
Y eso hay que demostrarlo en cada gesto, en cada palabra y en cada política del
próximo gobierno. Porque la oportunidad de “volver mejores” se abre ahora y no
hay que desperdiciarla.