EL
CALOR DE LA FOGATA
(Por:
Yassel A. Padrón Kunakbaeva, publicado en "La Joven Cuba")
Una fogata crepita suavemente e ilumina la
noche. A su alrededor, un grupo de jóvenes se dedica a disfrutar de la vida, de
la música y de la mutua compañía. No se puede decir con seguridad si pertenecen
a algún destacamento de apoyo a la agricultura, si son estudiantes de acampada
o de si se trata simplemente de una excursión organizada por un grupo de
amigos. La guitarra se deja arrastrar hacia claras melodías, una risa
cristalina atraviesa el espacio. Una mirada seductora, clandestina. Por todos
lados, hasta donde alcanza la vista, naturaleza cubana en estado bruto.
Grillos.
Un grupo de jóvenes, cargados de defectos y
virtudes del tamaño del sol, viven su vida a mil años luz del poder de las
grandes corporaciones, de las bolsas de valores y otros espectros. Por eso se
dedican a disfrutar de esa libertad de canción bajo la lluvia, esa que sus
antepasados ganaron con el filo del machete y el plomo de las balas. El monte,
templo silencioso del mambí y del miliciano, los envuelve de mil maneras
distintas. Pasa la noche como un alegre y misterioso canto.
Una escena similar a esta seguramente forma
parte de la vida de la mayoría de los cubanos nacidos después del triunfo de la
Revolución, incluso de mi generación. Ella es en sí misma un imaginario y un
trozo de la cultura del socialismo cubano, junto a muchos otros. Ha sido en
momentos así en los que, para muchas personas, se han forjado las bases
sentimentales de su confianza en el proyecto revolucionario cubano. El tiempo
va pasando, uno se llena de discursos racionales, de “razones”, de conflictos,
pero un día debe volver al lugar lejano, aquel en el que nació la experiencia
más genuina.
La crítica está bien. Hace falta la fría
mordida de la razón sobre la realidad. Criticamos porque es nuestro derecho y
porque creemos que de ese modo también estamos aportando al desarrollo de la
sociedad. Sin embargo, de vez en cuando es necesario también recordar aquello
que es nuestro orgullo. Es necesario también que el mundo sepa por qué
mantenemos la frente en alto. Porque si no, corremos el riesgo de que la
crítica sin medida ennegrezca nuestro corazón.
La Revolución Cubana es una maravilla de la
historia. Es una maravilla sorprendente que este pueblo de filibusteros,
cimarrones y contrabandistas diese a luz uno de los procesos emancipatorios más
radicales de todos los tiempos. Y más maravilloso es que el sistema nacido de
ese proceso siga existiendo tras sesenta años de enfrentamiento al imperio
norteamericano.
Hoy, cuando hemos visto caer o entrar en el
caos a otros procesos revolucionarios, cuando incluso países aliados como
Venezuela y Nicaragua enfrentan crisis internas, podemos- sin dejarnos
arrastrar hasta el chovinismo- sentirnos orgullosos de la solidez de nuestro
sistema social. Es cierto que se trata de la misma solidez que podría
encontrarse en un viejo soldado de cien batallas, lleno de cicatrices. Es
cierto que hemos llegado hasta aquí por caminos ora rectos, ora torcidos. Pero
nadie puede negar la victoria que significa que en Cuba puedan desarrollarse
sin obstáculos el curso escolar y las campañas de vacunación.
Existe cierta grandeza en que, después de
tantas décadas de acusaciones de autocracia, dirigidas a la Dirección de la
Revolución, el actual Presidente sea un hombre que una vez fue un joven del
centro del país, que oía a los Beatles y recorría Santa Clara en bicicleta. Un
joven que nunca pensó en ser presidente de un país. También es loable que ese
hombre sea capaz de decir algo como esto, y dejar al desnudo el gigantesco
problema de la desconfianza:
“Yo creo que el bloqueo afecta mucho,
porque fíjate, cada vez que tú vas a analizar una relación o un aspecto de la
vida económica y social del país y empiezas a tratar de deslindar cuáles son
las trabas, muchas de las trabas están directamente asociadas al bloqueo; pero
otras trabas, que son las subjetivas, las que pueden ser de la conducta, de la
manera de actuación, muchas veces han estado condicionadas por la desconfianza
que crea el bloqueo y por esa insistencia en que el bloqueo te obliga a actuar
como defendiéndote constantemente y analizando mucho qué paso vas a dar, para
que no te puedan destruir.”
Sobre todo, existe grandeza en el hecho de
que en Cuba siga existiendo un sistema político que reivindica las ideas más
proscritas de este planeta. Aquí se ha sabido unir en una sola luz al fuego del
Prometeo de Tréveris y a la estrella “que ilumina y mata” de Martí. Aquí tienen
su sitio el Che, con su adarga de despiadado amor, y Fidel, el gigante barbado
y justiciero. De este cúmulo de ideas humanistas ha nacido la praxis que ha
llevado a tantos cubanos a tantos lugares del mundo con una misión
internacionalista. De ese fondo ha venido, también, la sabiduría que nos ha
ayudado a rectificar, aunque sea tarde, tantos errores.
Alguien tiene que decir todo esto. ¿Y si no
somos nosotros los revolucionarios, quien lo hará?
El tiempo ha pasado inclemente, y hemos
descuidado un poco la fogata. Ciertamente, es imposible mantener un fuego alto
y vivo todo el tiempo. Sin embargo, cuando movemos un poco los leños y
soplamos, entonces vemos que surgen las llamas de la Revolución. Es el calor
que sentimos en nuestros cuerpos lo que nos da la confianza en que queda
todavía mucho camino por andar.