LA INSUPERABLE LEVEDAD DE IR MAS ALLÁ DE LAS
CIRCUNSTANCIAS
(Por Ernesto Estévez Rams, publicado en
el blog de Iroel Sánchez "La Pupila Insomne")
El capitalismo es una especie de Rey Midas en
marcha atrás, todo lo que toca lo convierte en mercancía, pero lo hace otorgándole
esta condición como esencia, usurpando sus otros atributos. Y lo hace aun
cuando para lograr que se venda, debe esconder su objetivo único detrás de los
demás atributos. Digo de marcha atrás porque, si en el principio la
condición de mercancía derivaba de la utilidad de cierto objeto, es decir su
valor de uso, ahora lo vendible viene primero y luego, se le inventa alguna
pantomima que la haga comprable. Luego, genéricamente hablando, este anti Rey
Midas, contrario al mítico, convierte todo lo que toca en mierda y no porque no
sea capaz de crear lo útil, lo crea, pero no lo hace por utilidad. Por eso cada
vez que escucho aquellos versos de que me vienen convidar a tanta mierda no
puedo evitar pensar en que el convite es a abrazar el mito de la mercancía y
perderse en el. El mundo hecho almacén de objetos de masas.
Este afán de demiurgo de feria que troca las
cosas degradándolas no se reduce a los objetos tangibles. Los economistas dicen
que una de las características del capitalismo desarrollado es que sus
sociedades ya no se sostienen sobre la base de la producción de bienes
sino de servicios. Los objetos que los produzcan otros, lo de ellos es el
negocio de trocar todo, incluyendo los objetos, en símbolos vendibles.
México produce los teléfonos, pero Apple
vende los iphones. Brasil ensambla los automóviles pero General Motor vende
status rodantes. Por eso la primera industria del capitalismo desarrollado
contemporáneo es la industria de los símbolos. A esto habrá que añadirle el
plus de que el ejercicio del poder es esencialmente un ejercicio
simbólico. Tenemos el símbolo de la prosperidad como la capacidad de ser
consumidor desenfrenado. Tenemos el símbolo del triunfo individual como la
validez de pisotear al prójimo. Se vende la imagen de la apabullante maquinaria
de guerra como símbolo de que no hay mas remedio que agachar la cabeza. Luego,
al vender símbolos, ya sean objetos o no, se vende también determinada relación
de poder, un Longiness no es sencillamente un buen reloj, es mas que eso, es el
símbolo de que la sociedad que lo produce es superior a las incapaces de
producirlo. Por eso la insistencia en atarnos a la condición de economías extractivistas,
es decir, meras productoras de materia prima. Hay poco símbolo de adelanto en
el saco de azúcar o el barril de petróleo, y acaso, el símbolo que transmite
nos acerca mas al humanoide que recogía frutas de los arboles que al ser que
conquista el espacio.
Todo saber, aun en las mas remotas áreas de
la cultura son útiles al ejercicio del poder. Contrario a lo que a veces se
afirma, nunca antes la producción de conocimientos fue más colectiva, el
problema es, que nunca antes esa apropiación del conocimiento colectivo ha sido
mas privado. Si en el capitalismo industrial, la apropiación de lo producido se
hacía esencialmente en el plano de lo tangible: el dueño de los telares se
quedaba con el paño producido, hoy esa apropiación ocurre mucho antes, la
apropiación comienza con el conocimiento, es decir con la cultura.
Quizás sea en el terreno de la cultura
donde la apropiación de lo intangible alcanza su expresión mas acabada.
La industria de lo simbólico no es otra cosa que la industria de
mercantilización de la cultura. Y al decir cultura, me refiero ahora a
todo lo que el ser humano produce conscientemente primero como idea. La
mercantilización de la cultura es el fenómeno más distintivo de la hegemonía
capitalista actual. En el plano de la ciencia implica subvertir el origen
primario de esa actividad, como el impulso humano de saberlo todo, a una
actividad cuyo fin fundamental es contribuir a la reproducción ampliada del
propio sistema. En el terreno de lo artístico pasa otro tanto, la homogenización
embrutecedora de la maquinaria cultural globalizada no solo responde a
hacer viable como industria global, a un fenómeno esencialmente local, sino que
ademas, es necesario para garantizar la persistencia del sistema. La dominación
imperialista es en primer lugar una dominación simbólica. Que arma
terriblemente eficaz es la generadora de admiración tonta y acrítica a un
sistema artístico estructurado sobre la existencia de estrellas globales. Si la
rebeldía juvenil se resume en parecerse a Justin Bieber o imitar al cantante de
machismos y miserias espirituales como paradigma de éxitos, entonces toda
rebeldía cósmica esta de antemano derrotada. No es casualidad el vertiginoso
ritmo de los productos culturales de hoy en dia. El fenómeno de la obsolescencia
tecnológica viene acompañado de la obsolescencia simbólica. Las mercancías
culturales pierden actualidad simbólica y se le impone a la sociedad la
necesidad de sustituirlos sin haber sido agotados como discurso estético. El
resultado es una sociedad oligofrénica con una memoria de corto plazo. La
pérdida de memoria colectiva no es otra cosa que la perdida de la cultura como
esencia espiritual del ser humano para dar paso a la cosificación del sujeto
social.
Por eso es que la defensa de la cultura como
hecho trascendente, trasciende. Y digo trascender en el sentido de que no se
trata de capricho de hacer trinchera por donde quiera, sino de que las trincheras
hechas de cultura son trincheras de ideas y ya sabemos lo que dijo Martí, y
Fidel nos recordaba constantemente, sobre la resistencia de las trincheras de
ideas sobre otras, en apariencia engañosa, mas efectivas.
Recuerdo haber leído alguna vez, quizás
escuchado, a Silvio decir que una canción no cambiaba al mundo, que eso era una
exageración de los poetas, pero acaso podemos mencionar algo que por si solo
cambie al mundo? Los poetas hacen, entre muchas otras cosas, dos acciones
respecto al tiempo, o bien nos configuran el pasado como persistencia en el
presente, o bien nos prefiguran el futuro como utopía y al hacerlo, la vuelven
alcanzable: objeto de metas.
Cuando Silvio dice que el se muere como
vivió, nos recuerda el pasado, lo vivido, como historia que impone un de cursar
determinado hacia el futuro: el pasado obliga a ese futuro. Pero, he aquí lo
mágico de los grandes poetas, cuando todos coreamos la canción, el símbolo que
el poeta logro darnos es que no se trata de su vivencia como individuo sino
que, en sus versos se resume, la vivencia de un colectivo mas grande, acaso un
pueblo, acaso mas, no me atrevo a ponerle limites. Y no hay nada mas
antimercancía, ya lo decíamos, que un símbolo al que no se le puede pronosticar
fecha de caducidad. Porque lo que se apropia colectivamente y no perece, difícilmente
puede ser convertido en mercancía. Símbolos como esos son de por sí subversivos
y el que los produce un peligro tremendo al sistema de miserias espirituales.
Cuando el poeta fabula en torno a tres
hermanos donde cada uno yerra en su derrotero, nos pone a pensar hasta darnos
de bruces que el error era andar por separado y la solución sencilla, andar
unidos. Pero la fábula trasciende la anécdota en si para hacer metáfora del
hecho pasado como experiencia para el accionar futuro. Fábulas como esa
son imposibles de tornar mercancía y por ello, remiten a la sabiduría
ancestrales de los pueblos para tornarse en subversivas y quien las expone, es
un peligro aniquilador al sistema de trasiego de mediocridades.
Frente a la pretendida maquinaria absoluta de
trocarlo todo en mercancía, nosotros, los pueblos sumergidos, no tenemos otra
que enfrentarlos con nuestros poetas, esos símbolos imperecederos que creen que
una canción no cambia el mundo y sin embargo, le cantan a las eras mientras
estas paren corazones, haciendo parte de las matronas que traen al mundo nuevos
decursares camino a la justicia absoluta.
Hay muchas muertes, la peor es la que viene
por desencanto. Si penan los pueblos sin héroes, más penan los pueblos
que dejan morir a sus poetas.
Es tan corta la vida y tan larga la historia,
que nos desesperamos por ver pasar en el tiempo que nos ha sido dado, la
historia toda de la humanidad. Eso no ocurre, lo que si ocurre es que los
poetas, si son grandes, nos las resumen en el espacio de una canción y así
condensada, como si la hubiéramos vivido, nos hacen sabios.
Un individuo no puede conquistar toda la
justicia. Podrá ser justo, digamos, con los pobres de la tierra pero tal vez
desprecie al homosexual, no lo entienda; puede darse el caso que sufra ver que
se humille al de otra raza y sea a la vez indulgente a enclaustrar mujeres
en conventos de adoctrinadas desde niñas y mutiladas de tomar otros destinos.
Le indigne la misoginia y simultáneamente, decida tolerar machismos inherentes
a buena parte de las culturas originarias. No es culpa de el, es un problema de
volumen, toda la justicia no cabe en un solo ser humano. Ni en el mas grande,
el que más abarca. La justicia toda no es cosa de individuos. Cuando lo
intentan terminan levantados del caballo por un tiro y caen de espaldas
mirando el cielo: revientan.
Es hermoso el gesto y sirve como símbolo
redentor. Pero el símbolo no lo hereda nadie en particular, lo descubren muchos
que también lo intentan también revientan. Y así, en olas sucesivas hasta
que reventamos todos. Por eso, toda la justicia es al final como una gran
explosión sideral: el reventar de una supernova esparciendo polvo de estrella
por todo el universo. Ese mismo polvo que acumulado en algún lugar cósmico
vuelve a fundar otro planeta llamado tierra donde otros seres humanos se preguntaran
cómo conquistar toda la justicia y otros poetas canten sobre el material
de que están hechos todos los hombres.
Frente a la apuesta por la insoportable levedad
del ser, ese intento de trocarnos a nosotros mismos en mercancías con
obsolescencia programada, el poeta nos contrapone setenta y dos poesías que son
un canto a la insuperable levedad de ser capaces de proyectarnos mas allá
de las circunstancias y eso, es cambiar el mundo, con el embrujo de una
canción.