Cuando mi hija se caso a su manera el pasado
Septiembre en Cuba, no hubo mucho "bailoteo" en su fiesta, la música
fue escogida meticulosamente por los novios, como todos los detalles de adornos
y otras yerbas del recinto donde se efectuó, hay que decir que siendo sendos
diseñadores nada fue casual, y a decir verdad todo fue muy sobrio pero de un
gusto exquisito. Mis oídos que vienen del palo del rock, el blues, y la nueva trova
cubana, fueron deleitados, gracias a Dios por casi los mismos gustos que compartimos
con mi hija, sin embargo también hay una música que disfruto mucho y es el son,
la guaracha, la música popular de mi época en Cuba, sobre todo si de mover el
esqueleto se trata, en su momento cuando era "joven" (allá por el
siglo pasado), me di cuenta que si de conquistar se trataba en las fiestas
juveniles, sabiendo que no había sido "bendecido" con la belleza física,
no había otro camino que "saber echar unos pasillos de casino". En el
medio del "casatorio", donde ya habíamos pasado por el "baño"
en la piscina del lugar, sonó la cadencia de un ritmo difícil de soportar sentado
en la silla, así que arranque y de un tirón me vi con mi bella hija bailando al
ritmo de una buena guaracha...como dice el viejo dicho "lo que bien se aprende
nunca se olvida".
(Bailando con la KMI)
VIGENCIA DE LA PREDICA DE
JUAN FORMELL
(Por Guille Vilar,
publicado en www.lajiribilla.cu, leído en CUBADEBATE)
La cultura de una nación está conformada por la vigencia
de hechos cuya trascendencia en el tiempo, les otorga una permanencia que
paulatinamente, define la identidad de un pueblo. Por lo tanto, dicho proceso
de acumulación, se encuentra en constante evolución determinada por las
diferentes variables que inciden en cada momento histórico. En tal sentido, hay
figuras del entorno de la música popular que quedan en el olvido, si no
lograron el acople de valores artísticos imprescindibles para alcanzar la eternidad,
independientemente de que pudieron haber provocado cierta conmoción, pero
efímeras por la carencia de un avalado talento. Otras en cambio, como el
egregio trovador Sindo Garay, un maestro en las teclas del piano como Ernesto
Lecuona o el inigualable Benny Moré y su Banda Gigante entre tantos otros,
gozan de la más profunda admiración y respeto del que se diga cubano ahora y
para siempre
(Juan Formell en compañía del
musicólogo Guillermo Vilar (el Guille). Foto: Cubadebate)
Orgullosos de contar con
semejante cota de profesionales creadores, el maestro Juan Formell cual
ancestral patriarca, nos convoca a meditar en torno al alcance de su obra
proyectada en la sociedad de nuestros días.
Dueño como nadie de la
habilidad para hacer mover los pies mientras sonreímos con la alegría por haber
nacidos en la amada Isla, esta indiscutible realidad representa de inicio, uno
de sus mayores logros.
Cada vez que aparecía un
disco de Juan Formell y Los Van Van, este se convertía en todo un acontecimiento
social, pues no solo teníamos la nueva música en los oídos sino también en
nuestras bocas ya que como pasa con las series nacionales de pelota, todos nos
tomamos el derecho de dar nuestra opinión acerca de la aclamada orquesta.
Aunque este sentido de pertenencia era reverenciado tanto por la radio como por
las fiestas en nuestras casas, esas en que nadie salía a bailar hasta que no se
hiciera escuchar algo de Los Van Van, pero el inusual vendaval emotivo
provocado por el aliento patrimonial de la orquesta, tenía lugar en los
conciertos. No importaba en qué temporada era ubicada la pieza que se estaba
tocando, ni quien era el cantante que la interpretaba.
Se estaba bailando al pie de
una orquesta culminante, estelar que no permitía quedarnos sentados. Decidirse
a echar un pasillo con el indetenible desbordamiento de música agradecida,
significa aceptar una invitación para compartir el hechizo de que mientras
mueves el cuerpo bajo el influjo de un singular grado de euforia, a la vez te
abriga la certeza de ser parte indisoluble de esa idiosincrasia que revela el
universo de la nacionalidad, espontáneos sentimientos que nacen del profundo
amor por todo lo que implican esas cuatro letras sagradas que nombran a nuestro
país. Estar conscientes del poder de semejante estado de ánimo, es reconocernos
al mismo nivel de intransigencia del trovador que clama por el mayor sacrificio
en defensa ante aquellos que pretendan dañarnos.
Bailar o sencillamente
disponernos a escuchar un disco de Los Van Van durante la etapa en que estuvo
Juan Formell, encerraba una multitud de valores éticos, culturales y
espirituales que contribuían a hacernos sentir como que dicha orquesta siempre
ha estado entre nosotros, inequívoca vivencia por el grado de cohesión social
alcanzado en torno a la misma.
Sin haber concebido su obra
para que esta sea valorada entre los patrones apropiados de manifestaciones
artísticas de exquisita factura como es el caso del ballet, no obstante,
Formell logró impregnarnos de la garantía que implica recibir su música desde
las excelencias correspondientes a una obra de arte de altura, pero para nada
ajena a la nobleza de su basamento popular.
Al analizar los textos de sus composiciones o las
aportadas por Cesar Pupi Pedroso al repertorio de Los Van Van, a pesar de
saberse como la orquesta que durante más tiempo se ha mantenido en la cima de
la música bailable, el maestro nunca se permitió la concesión de recrear letras
de un carácter francamente grosero en torno al enfoque del tratamiento de la
mujer en sus canciones como un modo rápido de ganar cuestionable popularidad.
Una cosa es sonreír ante la picardía de determinada pieza, condimentada por el
sabor de nuestro gracejo criollo y otra es tener que apagar la radio o
abandonar el concierto por la insolencia desplegada en la obra de
determinados intérpretes del momento actual.
(Pupy y Formell. Foto: Rafael Lam)
Es que cuando se es previsor
de la responsabilidad social de la obra que cada cual propone como lo ha sido
Juan Formell, esto se debe a que, entre otros argumentos, dicha personalidad
está signada por una humildad proverbial que lo lleva a renegar de la arrogancia
en todas sus manifestaciones. Es a partir de este rasgo que lo caracteriza como
persona, que humildemente Formell converge como uno más junto a otras
relevantes personalidades, en el compromiso por contribuir con el desarrollo
espiritual de la sociedad cubana. Mientras los hay que, por obtener dinero
fácil, se permiten caer en la trampa de la banalización de la música por la
imposición de modas propias de la sociedad de consumo desarrollada, el maestro
jamás desestimó el valor de la tradición cultural heredada, referente decisivo
en lo relativo a su capacidad para aglutinar al cubano en torno a la orquesta.
Quienes se crean que a
partir de la superficialidad que los lleva a incursionar en el universo de la
creación artística, van a enturbiar el profundo pozo de la musicalidad del
pueblo, les decimos que no subestimen la capacidad de este para reconocer
aquello donde predomina la precariedad de un proyecto determinado a diferencia
de lo que verdaderamente constituye en sí mismo, un sólido pilar de nuestra
identidad como nación. Tal es el caso de Juan Formell quien a partir del
relevante proceder como director de Los Van Van durante tanto tiempo, su legado
ha permitido a la orquesta estar en plena capacidad para continuar
enriqueciendo la música de auténtica raíz popular.
Cuando se habla del
megaconcierto del próximo 9 de diciembre en los terrenos de la Ciudad
Deportiva, es mucho más que apropiarnos del lenguaje de moda para intentar
exaltar a cualquier entidad que se presente. Es que no cabe otra palabra para
anunciar el impacto que significa la reunión de dos leyendas vivas de la música
popular bailable como las Orquesta Revé y Formell y Los Van Van. Estamos
seguros que la explosión de entusiasmo al bailar con la energía desprendida de
la música de ambas agrupaciones, esta será tan fuerte que llegará hasta los
maestros Juan Formell y Elio Revé, orgullosos del camino conservado por sus
dignos herederos.