¡HORA
DE DESPERTAR!
(Por Eric Nepomuceno, en PAGINA12)
El capitán Jair Bolsonaro cumplió el pasado
domingo 55 días como presidente. Desde la noche en que se anunció formalmente
su elección, el 28 de octubre, pasaron 17 domingos. Pero sobran indicios de que
no se ha dado cuenta de nada, y por eso permanece como en campaña: destilando
odio, distribuyendo acusaciones a diestra y a siniestra, comunicándose a través
de Twitter, ignorando conceptos básicos de la liturgia propia del cargo que
ocupa o debería ocupar. Lo que se siente es la necesidad urgente de que alguien
con voz suficientemente fuerte lo despierte de sus delirios alucinados.
De los días desde su estreno, lo que resultó
es un gobierno que está a punto de empezar una segunda etapa sin haber vivido
la primera. Suena a absurdo, pero así andan las cosas en este país cada vez más
a la deriva.
A lo largo de los días desde su llegada al
sillón presidencial, lo que Brasil asistió, perplejo, ha sido un desfile de
ridiculeces de parte de ministros bizarros, la revelación de casos de
malversación de fondos públicos por el partido de Bolsonaro, además de la
avalancha de denuncias involucrando a uno de los hijos presidenciales a grupos
de exterminio y a una milagrosa multiplicación patrimonial.
También hubo la defenestración de un
ministro, el de la Secretaría General de la Presidencia, y ahora el cerco se
cierra sobre otro, el de Turismo, que enfrenta una sonora sinfonía de pruebas
señalando cómo manipuló presupuesto público en las elecciones del pasado
octubre.
Con la sucesión de denuncias similares, el
discurso moralizante de Bolsonaro se hizo trizas. Se consolidó la imagen de que
el clan familiar inventó una nueva forma de gobernar. Si antes hubo democracia
y hasta cleptocracia (basta con recordar a los cleptómanos de Michel Temer),
enfrentamos ahora el riesgo de vivir bajo una inédita ‘familiocracia’, el
régimen del papá presidente y sus tres hijos trogloditas.
Desde el estreno, lo que hubo de concreto ha
sido el envío al Congreso de una enmienda constitucional para modificar el
sistema de jubilaciones, a cargo del “superministro” de Economía, Paulo Guedes,
conocido especulador del mercado financiero y ex integrante del equipo
económico de Pinochet. Es el pilar central del gobierno. Si fracasa, será su
muerte prematura.
La otra medida fue el proyecto de ley destinado
al combate a la criminalidad y al incremento de la seguridad pública, de
autoría del “superministro” de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, que
en sus tiempos de verdugo bajo el manto de juez condenó sin prueba alguna,
basado en “convicciones”, al ex presidente Lula da Silva por corrupción.
La victoria de Bolsonaro se debe a la
imposibilidad de Lula disputar las elecciones. Moro fue esencial para elegir a
su ahora jefe. Su proyecto asegura impunidad a policiales que en determinadas
circunstancias - estar bajo ‘fuerte emoción’ o ‘justificable sensación de
miedo’, por ejemplo - ejecuten ciudadanos a sangre fría. Cuando se recuerda que
la policía brasileña es de las que más mata en el mundo, lo que pretende Moro
abrirá puertas para que tales desmandes alcancen el Olimpo de la impunidad.
Todo eso sirvió para crear en Brasil un clima
que es una mescolanza de inquietud, preocupación, expectativas desinfladas (de
parte de la sacrosanta entidad llamada ‘mercado’), indignación y miedo. Al fin
y al cabo, lo que existe es un evidente desequilibrado sentado en el sillón
presidencial. ¿Quién logrará hacerlo despertar a la realidad?
La tensa situación creada por el cerco a la
Venezuela de Nicolás Maduro, encabezado por Donald Trump y acatada con
entusiasmo por Bolsonaro, podrá postergar la respuesta por algunos días. Vale
recordar que antes de mantener la esdrújula idea de insistir en el envío de
“ayuda humanitaria” - arroz norteamericano, leche en polvo y medicinas
brasileñas - pese a la obvia imposibilidad de cruzar una frontera cerrada por
el mandatario venezolano, Bolsonaro consultó los generales que lo rodean. Los
tres más poderosos –Augusto Heleno, que ocupa el Gabinete de Seguridad
Institucional y es verdadero líder del bloque uniformado, entre ellos– se mostraron
contrarios a la idea. Pero el capitán no se inmutó.
Tan pronto termine el conflicto en Venezuela,
e independiente del resultado, les tocará a ellos, los generales, articularse
para tutelar al capitán inepto y principalmente presionar al trío de perros
rabiosos –los hijos presidenciales– para que se callen para siempre. Ya son 50
militares –casi todos generales del Ejército– distribuidos entre el primer y el
segundo escalón del gobierno. Algunos académicos llaman la atención a este
punto: no se trata de un gobierno militar, si no de militares invitados a
participar de un gobierno.
No importa: sería, en última instancia,
consecuencia de la absoluta falta de cuadros políticos o técnicos mínimamente
calificados alrededor de un presidente igualmente sin calificación alguna. La
gran cuestión, en todo caso, persiste: ¿quién logrará despertar Bolsonaro para
que empiece a gobernar o se vaya de una vez?