Hace 37 años, un 6 de febrero de 1983 mi abuela empezó a ver mejor, desde entonces nos cuida como lo hizo siempre solo que ahora desde las alturas...mi pequeño homenaje a quien fundo una Nación en Lawton desde cero.
Mi abuela —que no era tuerta— me decía:
«Las mujeres cuestan demasiado trabajo o no
valen la pena. ¡Puebla tu sueño con las que te gusten y serán tuyas mientras
descansas!
»No te limpies los dientes, por lo menos, con
los sexos usados. Rehúye, dentro de lo posible, las enfermedades venéreas, pero
si alguna vez necesitas optar entre un premio a la virtud y la sífilis, no
trepides un solo instante: ¡El mercurio es mucho menos pesado que la
abstinencia!
»Cuando unas nalgas te sonrían, no se lo
confíes ni a los gatos. Recuerda que nunca encontrarás un sitio mejor donde
meter la lengua que tu propio bolsillo, y que vale más un sexo en la mano que
cien volando».
Pero a mi abuela le gustaba contradecirse, y
después de pedirme que le buscase los anteojos que tenía sobre la frente,
agregaba con voz de daguerrotipo:
«La vida —te lo digo por experiencia— es un
largo embrutecimiento. Ya ves en el estado y en el estilo en que se encuentra
tu pobre abuela. ¡Si no fuese por la esperanza de ver un poco mejor después de muerta!...
»La costumbre nos teje, diariamente, una
telaraña en las pupilas. Poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario,
y aunque los mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de
llamarlos arcángeles. Cuando una tía nos lleva de visita, saludamos a todo el
mundo, pero tenemos vergüenza de estrecharle la mano al señor gato, y más
tarde, al sentir deseos de viajar, tomamos un boleto en una agencia de vapores,
en vez de metamorfosear una silla en transatlántico.
»Por eso —aunque me creas completamente
chocha— nunca me cansaré de repetirte que no debes renunciar ni a tu derecho de
renunciar. El dolor de muelas, las estadísticas municipales, la utilización del
aserrín, de la viruta y otros desperdicios, pueden proporcionarnos una satisfacción
insospechada. Abre los brazos y no te niegues al clarinete, ni a las faltas de
ortografía. Confecciónate una nueva
virginidad cada cinco minutos y escucha estos consejos como si te los diera una
moldura, pues aunque la experiencia sea una enfermedad que ofrece tan poco
peligro de contagio, no debes exponerte a que te influencie ni tan siquiera tu
propia sombra.
»¡La imitación ha prostituido hasta a los
alfileres de corbata!»
(Por OLIVERIO
GIRONDO, en "Espantapájaros", 1932)