LA ROTACIÓN DE LOS CARGOS
(Por:
Mario Valdés Navia, publicado en "La Joven Cuba",
https://jovencuba.com/2018/09/20/rotacion-cargos/)
Entre los temas que más se discuten del
proyecto constitucional está el relacionado con la duración del mandato de los
diferentes cargos del Estado. La cuestión no es lo que se pierda al quitar a un
cuadro en el momento en que mejor lo hace porque se le acabó el período. Más
importante es lo que se gane al adoptar el principio de rotación de la mayor
cantidad posible de ciudadanos (as) por los puestos, si se tiene en cuenta lo
que ha significado la eternización de los cargos en los gobiernos de vocación
socialista.
El hecho de que la estatización crearía
condiciones excepcionales para el empoderamiento de la burocracia siempre ha
preocupado a los pensadores progresistas y revolucionarios verdaderos. El
genial Albert Einstein, tan afín a las ideas socialistas, se preguntaba
angustiado en Monthly Review:
(…) una
economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede
estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del
socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente
difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del
poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa
y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo
asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia? (…)
Acertó el pueblo soviético cuando designó a
la dirigencia burocrática con el término de Nomenklatura, ya que la
inscripción de un individuo en sus listas lo convertía en un ser especial,
separado de los trabajadores simples y vinculado de por vida a las tareas
estatales y partidistas más diversas, con todo lo que eso significaba en cuanto
a prebendas y privilegios.
El modo de actuación de la burocracia
socialista abusa del secreteo y la compartimentación, mientras
aborrece la transparencia y la rendición de cuentas al público. Ella habita en
un tejido propio, como una red social cerrada que se torna un agujero
negro para los extraños, cuestión propia de su espíritu de casta. Y
nada más ajeno a esa costumbre que la rotación de sus miembros porque tuvieran
que abandonar sus cargos periódicamente y retornar al trabajo en la producción
y los servicios.
Para desempoderar a la burocracia doméstica
no bastará con campañas, consignas y golpes de pecho, menos con la creación de
un Buró de Lucha contra el Burocratismo. Habrá que realizar una
profunda revolución cultural que movilice poderosos instrumentos sociales,
entre los que figure la preparación extensiva de la ciudadanía para participar
activamente en la política y la administración públicas. Esto hará posible
incluir en el habitus socialista el ejercicio rotativo de los
cargos públicos como deber transitorio y luego el regreso honorable al trabajo
anterior.
Unido a ello será precisa la adopción de
recursos jurídicos que hagan prevalecer la transparencia sobre el secretismo;
la implantación de métodos de control obrero que pongan coto a la impunidad
burocrática, y la aplicación de prácticas de gobernanza más democráticas,
basadas en la participación real y efectiva de los trabajadores en su autogobierno
y menos en la representación formal.
A esto podrá añadirse el incremento del uso
del voto secreto para la toma de decisiones y la elección de los cargos en los
diferentes niveles; así como la información pública de los ingresos y el
patrimonio de todas las autoridades y sus familias.
Estas medidas establecerían una nueva
relación de la dirigencia con el pueblo, donde aquella no podría ser vista más
como un estamento lejano y por encima del resto de la ciudadanía; ni este como
una audiencia complaciente, sino como una colectividad diversa, crítica y
dinámica.
De esta forma nos iríamos liberando de la
esclavitud que representa la división social del trabajo –como soñaban Marx y
Engels-, y los burócratas transitorios no llegarían a aislarse del pueblo. Así
saldríamos del retruécano constante en que vivimos, donde los burócratas, lejos
de exigirle permanentemente al pueblo lealtad y disciplina, se las deban, como
servidores que son de la masa trabajadora que los mantiene.