LA EBULLICÍON
(Por Eduardo Aliverti, publicado en
PAGINA12)
Antes que difícil, sería una extravagancia
sustraerse del tema que atrapa a la sociedad argentina en estos días.
Ese verbo, atrapar, parece el más completo
para definir lo ocurrido. Liberar, podría ser también. Algunas interpretaciones
suman “tapar” (las horribles noticias de la economía, en primer término), pero
es muy discutible que por discutirse de cierta cosa desaparezcan todas las
restantes. Que se deje de sufrirlas, sobre todo.
Quedaron atrapados los medios, las redes, la
calle, las opiniones a la bartola, los abusos y acosos de personajes del
chimenterismo panelístico. Y, en igual o mayor medida, atrapados los mutismos,
las hipocresías, los engaños, las miradas al costado, las complicidades.
En muchas palabras y figuras como las
últimas, resulta involucrado lo que el tema efectivamente relegó.
Ya había pasado más o menos de largo que está
procesado el capo de Techint y que citaron a indagatoria a miembros prominentes
de la famiglia Macri, picándole muy de cerca al propio Presidente.
¿Pero cómo, se preguntan tantos? ¿No era que
el juez sólo respondía a los intereses de casa Rosada?
No, no era. Pero no por lo que la prensa
independiente (in the pendient, según la hermosa causticidad de Mario Wainfeld)
designa rápido como el símbolo de una Justicia neutral. La que el macrismo
habría garantizado para, por fin, habilitar unos tribunales impolutos.
Las versiones van desde una vendetta de
Ricardo Lorenzetti por el golpe palaciego que lo desalojó de la presidencia de
la Corte hasta, claro, que el juez de los facsímiles está imbuido de un sentido
megalómano.
Lo único comprobable, llegados los Macri a
tribunales por derivaciones de los cuadernos fotocopiados de unos originales
que se quemaron, es la preocupación y hasta el desbande en las empresas locales
contratistas de obra pública. Sigue a ello la hipótesis del campo favorable a
las empresas yanquis, antecedente de Lava Jato mediante.
Entonces, ¿al Gobierno esto se le fue o
podría írsele de cauce? La respuesta andaría por lo que resumió alguien del
mundo del derecho: creyeron que tenían a Cristina sujetada en el laboratorio y
se les desató Jurassic Park.
Algo de eso sería análogo a la conmoción de
esta semana
.
Es probable que, como ya fue señalado desde
personalidades y ámbitos diversos (ideológicamente enfrentados, incluso), el
testimonio de Thelma Fardin y la acción colectiva acompañante marquen un antes
y un después. Hubo el historial de la emocionante movilización de las mujeres,
y sobre todo de las franjas más jóvenes, cuando el debate parlamentario por la
legalización del aborto.
Al aprobarse ese proyecto en Diputados a
mediados de junio, para sorpresa generalizada y sin que después le hiciera
mella el rechazo del Senado, se dijo en este espacio que la revolución de las
hijas y las nietas –una síntesis formidable de Estela Díaz, secretaria de
Género de la CTA– tradujo en las calles lo que es fenómeno inédito en el mundo
entero.
“El manejo del asunto –decíamos también– se
le fue completamente de las manos al cualesquiera de las intenciones,
convicciones y decisiones de quienes pudieran haber pensado en un tema
‘administrable’ con relativa facilidad.”
Cabría repetir exactamente lo mismo acerca de
la proyección sociológica del caso Darthes. Habrá especialistas y estudiosos
del área que sepan expresarlo mejor, con toda seguridad, pero es dudoso que
produzcan algo novedoso respecto de lo que se entiende o interpreta bastante
rápido. Algunas líneas más abajo hay una cita acerca de eso.
Con independencia de quienes siempre están
dispuestos a revictimizar a las víctimas, a trazar polémicas sobre cuanto
afectase a los privilegios de clase y género ya sea porque gozan de ellos o
porque reproducen el discurso del opresor, lo indesmentible vuelve a ser una
mayoría que estaba resignada al silencio y a la que una minoría intensa convoca
a desobedecer.
Como de costumbre, el desafío que se afronta
es gigantesco. No puede ni debe ser de otra manera.
Con una valentía intelectual enorme, teniendo
en cuenta los tiempos que corren, sirve detenerse en lo advertido por la
antropóloga Rita Segato en la reciente cuarta edición del Encuentro
Latinoamericano de Feminismos, realizado en La Plata. En esto, si es por
“especialismo”, uno toca de oído pero, ¿qué es tocar de oído cuando se trata de
aspectos políticos macro?
Segato previene, en un desarrollo original
mucho más amplio y del cual se toma la crónica de Camila Alfie en la agencia de
noticias Paco Urondo, que no quiere “un feminismo del enemigo, porque la
política del enemigo es lo que construye el fascismo. Para hacer política,
tenemos que ser mayores que eso (...) Antes de ser feminista soy pluralista,
quiero un mundo sin hegemonía. Lo no negociable es el aborto y la lucha contra
los monopolios, que consideran que hay una única forma del bien, de la
justicia, de la verdad: eso es mi antagonista”.
De acuerdo o no con Segato, lo que sirve es
que complejiza una fenomenología no apta para simplotes. Y lo hace a partir de
la necesidad, inmanente, de pensar lo insurrecto desde cuál construcción
política podría aprovechárselo.
Los adelantados, vaya obviedad, son
imprescindibles.
Uno tiene de compañera profesional la
imprescindibilidad agitadórica de un orgullo que se llama Liliana Daunes, quien
tuvo, hace años y años, la audacia prácticamente solitaria de denunciar, de
citar, de inducir a la rebeldía de mujeres, géneros y transgéneros cuando lo
que hoy parece corriente, graciadió, eran abordajes y retóricas exóticas,
loquitas, tortas, troscas, chiquilinas. Salud, Daunes. Te toca una parte muy
grande de este antes y después que desde el martes sacude al país.
Hasta Macri debe decir que ahora quiere
sumarse a “la revolución de las mujeres” y presenta un Plan Nacional de
Igualdad de Oportunidades, del que innomina que tiene “35 medidas y 200
compromisos” en tanto recorta el presupuesto de los programas de políticas de
género y rechaza la aplicación de la Educación Sexual Integral.
Anuncios, lo de Macri, tan creíbles como la
pobreza cero cuando la UCA le estampa haber agregado más de dos millones de
pobres sólo en el último año. Tan veraces como los trabajadores que no pagarían
impuestos a las ganancias, como la inflación fácil de arreglar, como la
devaluación que era un mentira de la campaña del miedo.
Se verá cómo sigue, lo de la complejidad
política de la lucha feminista. Pero, por lo pronto, adherido a la suma de la
ola verde y como conjetura el colega Hernán Cocchi, el contexto de
desobediencia que esto genera no le es funcional al macrismo en su forma de
hacer política.
Ese marketing que jamás debería escaparse de
la prolijidad ciudadana; de que el enemigo son trapitos y limpiavidrios; de que
el debate democrático consiste en el panelismo televisivo; de que Franco y
Gianfranco son citados a tribunales para dibujar que la Justicia es
independiente mientras –por ahora, se reitera, hasta que los cambiemitas sean
fusibles de la línea que instrumenta La Embajada– siguen de largo los papeles
de Panamá, la causa del Correo, el blanqueo de lo fugado, los aportantes
truchos a la campaña de Cambiemos pasados del fuero penal al electoral.
Algo no le gusta al Gobierno de lo
imprevisible que salta con la denuncia de las mujeres. Por algo será que
moviliza a su ejército de trolls para remarcar que las actrices acusadoras son
unívocamente K o antimacristas. Algo no le gusta.
¿Esto es politizar y especular con los
acontecimientos?, preguntará cualquier tilingo de los que sobran.
Y, sí.
Como interpelaba la mordacidad de David Viñas
en su adaptación del principio aristotélico, el hombre es un animal político.
Y si se le saca lo de político...