SENTIR LA LIBERTAD
(Por: Alina B. López Hernández, publicado en
"La Joven Cuba")
Para Jennifer
Una joven me escribe en torno al post Orientados
y gobernados. Considera que debí ser “más dura” en los análisis, y plantea
otros elementos que, a su juicio, se deben tener en cuenta; tiene razón en la
mayoría de ellos. En una parte de la misiva dice: “personas como ud., sin miedo
y fieles al ejercicio de su libertad de expresión pueden y deben
hablar”. Esta opinión merece un análisis.
La libertad de expresión no es mi derecho,
es un derecho reconocido a todos los ciudadanos cubanos en el
proyecto de Ley Magna que se debate. Es más, la Constitución vigente admite, en
su artículo 53, “(…) la libertad de palabra y prensa (…)”. Es cierto que el
artículo 62 aclara que ellas no pueden ser ejercidas contra lo establecido en
la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado
socialista (…)”, y sabemos que muchas leyes decretadas anulan de hecho las
libertades reconocidas en ese documento rector, pues la determinación sobre qué
es ser fiel o contrario a los fines del Estado socialista es algo que se decide
en las oficinas de la burocracia política.
El Proyecto en análisis es superior a la
Constitución vigente en cuanto a los derechos que reconoce, que ahora aparecen
agrupados en el título cuatro. Se dice allí que el Estado garantiza el goce y
ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos
humanos,y que tales derechos se interpretan de conformidad con los tratados internacionales
(artículo 39). Su capítulo dos se dirige a los derechos individuales, y el tres
a los sociales, económicos y culturales. El artículo 59 explicita que el Estado
reconoce, respeta y garantiza la libertad de pensamiento, conciencia y
expresión. No protege todos esos derechos en igual medida, es verdad, pero es
un paso de avance innegable.
Me inquieta entonces que esa joven piense que
son otros quienes deban hablar de los problemas de Cuba y
no ella, que tantas observaciones tiene. La esencia del asunto
radica en que no es lo mismo ser libre que sentirse libre. Ser
libre depende más de un contexto jurídico, que garantice determinadas
prerrogativas ciudadanas, pero sentirse libre requiere de una
actitud cívica en que no se tema practicar esos derechos. Si ser libre depende
del entramado jurídico en que se desenvuelvan las personas, sentirse libre
obedecerá más a prácticas culturales que involucran a la familia, la escuela y
los medios de comunicación.
Mi generación, nacida en el primer lustro de
los sesenta, fue la primera del período denominado por la historiografía
“Revolución en el poder”. Nos correspondería coexistir, como adolescentes y
jóvenes, con la década del setenta, una etapa de gran represión a las
expresiones ideológicas, artísticas, sexuales y estéticas que no fueran
consentidas por el dogmatismo oficial, el cual se caracterizó por la
deformación y perversión del marxismo al asumir su variante soviética. Esta
versión estalinista concibió la ideología como “(…) introducción coherente de
ideas y concepciones en la conciencia de las masas”.[1] La
palabra introducción merece especial atención, pues incita a
la asociación con términos como implantación y quizás imposición;
sin embargo, el poder se alcanza también a través de la cooperación, el
asentimiento, el consenso y la motivación.
Muchos se han referido a las consecuencias de
aquel período para los cubanos, pero la principal constatación de sus terribles
secuelas se manifiesta en la imposibilidad que mantenemos, aún hoy, de
sentirnos libres. Esa actitud la hemos transmitido a nuestros hijos, y ellos a
los suyos, cuando en el seno familiar les aconsejamos “no buscarse problemas” o
no ser sinceros si ello puede afectarlos.
Se reproduce también gracias a un tipo de
educación mayoritariamente conductista y autoritaria, que se distingue por
currículos cerrados, deja poco margen a la experimentación, no toma en cuenta
los intereses individuales de los educandos y apela de modo insistente al
principio de autoridad en el terreno de la Historia y de las ideas filosóficas
y políticas. A través del lenguaje expresamos nuestras ideas y opiniones, sin
embargo, la enseñanza del Español en las escuelas cubanas, desde la enseñanza
elemental hasta la universitaria, prioriza formas comunicativas verticales,
como la descripción o la composición, casi siempre de temas orientados por el
profesor. En cambio, es poco frecuente que se cultive el ensayo, que permite
mayor libertad en el planteamiento de las ideas y fomenta la contrastación de
tesis, confiriéndole así un rol más activo a los alumnos.
Nuestros medios, por su parte, no potencian
el sentido de libertad cuando mantienen una visión restringida y excluyente que
le impide abrirse a todas las zonas de ideología, que no admite la
polémica, la contrastación de ideas y a la diversidad de pareceres, incluso
dentro de un marco de discusiones pro-socialistas. Plataformas como internet,
que pudieran democratizar el acceso a la información y contribuir al sentido de
libertad, están limitadas en Cuba para las grandes mayorías, dados sus altos
precios y la necesidad de una infraestructura que no todos poseen.
Únicamente si se analiza el tema desde todas
estas perspectivas se logrará entender cómo se pueden modelar las mentalidades
y por qué es tan difícil desterrar estados de opinión y modos de actuación,
entre ellos la percepción de no ser libres aun cuando nuestras
leyes establezcan importantes cuotas de derechos encaminados al ejercicio de la
libertad.
Debemos abandonar esa actitud temerosa,
apocada, que no permite que nos apreciemos como ciudadanos libres. Es una
condición impropia de estos tiempos pues nació en el pasado, bajo condiciones
en su mayor parte superadas. Si nos sintiéramos libres, los miembros de la
UNEAC podríamos debatir abiertamente el Proyecto de Constitución a través de
nuestra organización. Ningún precepto legal lo impide, al contrario el artículo
54 de la Constitución vigente plantea: “Los derechos de reunión, manifestación
y asociación son ejercidos por los trabajadores, manuales e intelectuales, los
campesinos, las mujeres, los estudiantes y demás sectores del pueblo trabajador,
para lo cual disponen de los medios necesarios a tales fines. Las
organizaciones de masas y sociales disponen de todas las facilidades para el
desenvolvimiento de dichas actividades en las que sus miembros gozan de la más
amplia libertad de palabra y opinión, basadas en el derecho irrestricto a la
iniciativa y a la crítica”.
Todas las constituciones del mundo no harán
de nosotros personas libres si no nos sentimos así en nuestro interior. La
ética filosófica señala que la libertad se fundamenta en la autoconciencia y la
responsabilidad moral. Por tanto, el individuo no puede remitir su propia
libertad/responsabilidad a ningún otro. Quien tenga una opinión no debe
callarla. El que lo hiciere está cometiendo un acto de castración humana y
cívica.