“Estados Unidos Primero” o la declinación
relativa de su economía en el balance mundial de las grandes potencias.
(Por Luis René Fernández Tabío,
publicado en el blog "La Pupila Insomne" de Iroel Sanchez)
La economía de Estados Unidos se encuentra en
el noveno año de expansión desde la Gran crisis financiera y económica 2007 –
2009, (la más importante del capitalismo desde la trascendente crisis de 1929
al 33).
¿Las políticas de Trump permitirán
colocar a “Estados Unidos Primero”? ¿Recuperará su liderazgo mundial?
En la actualidad los índices de desempleo han
descendido lentamente hasta lo que se considera como pleno empleo – por debajo
de 5%. El PIB crece y a primera vista la realidad económica es positiva.
De ello parece no haber duda, pero tampoco queda claro el significado de
ese nivel de desempeño económico en la fase madura del ciclo, cuando en
cualquier momento puede estallar la próxima recesión y crisis
financiera. Desde Carlos Marx a la fecha, no se conoce capitalismo
sin crisis económica, y obviamente Estados Unidos no es una excepción.
Lo que no puede afirmarse es que la
relativamente favorable coyuntura económica sea resultado de las políticas
anunciadas y parcialmente ejecutadas por la administración de Donald
Trump. Es cierto que sus políticas son técnicamente expansivas
(incrementó de los gastos en el presupuesto del gobierno y reducción de
impuestos), lo que supone impulsar el crecimiento económico, pero existen
muchos otros factores y el resultado final está determinado por las condiciones
históricas concretas por las que atraviesa ese país y en particular por la
acumulación de contradicciones y desequilibrios propios de ese
sistema. Su lema de “Estados Unidos Primero” se articula en erráticas
propuestas de murallas fronterizas, salidas y renegociaciones de acuerdos de
libre comercio; unido a nuevas medidas proteccionistas – o amenaza de
aplicarlas para mejorar su posición negociadora en el plano bilateral, reformas
tributarias que favorecen a los ricos, enormes incrementos en los gastos
federales, incluyendo en primer lugar los militares; pero ninguna de estas
ideas devolverá por sí solas a la economía de Estados Unidos la pujanza y
la competitividad que tenía durante la década de 1950. Es un problema
complejo de carácter estructural propio del sistema capitalista e imperialista.
La apropiación de la riqueza por un grupo cada vez más pequeño, el llamado 1%
durante las protestas de Ocupa Wall Street, están en el fondo del problema, para
expresarlo de modo sencillo. Las crecientes desigualdades en la
distribución de los ingresos y la riqueza, y el estrechamiento de las capas
medias, que desafía el propio sueño estadounidense, no son solubles con tales
discursos y decisiones económicas.
¿Existe relación entre el comportamiento
actual de la economía y esas políticas económicas?
El gobierno de Trump no puede atribuirse el
comportamiento de los macroindicadores económicos en 2017 y 2018. Si ello fuera
cierto habría que responsabilizar a George W. Bush de la crisis precedente, que
alcanzó su momento de mayor gravedad precisamente durante al año electoral de
2008. La administración de Barack Obama sería responsable de los
descomunales déficit fiscales y la enorme deuda generada por los salvamentos
federales a la banca privada, y los obstáculos posteriores que encontró la
recuperación. En todo caso hay que considerar el retardo entre el lapso
de tiempo en que se anuncia y se aplican las políticas y su efecto real. Aunque
esto es así, en el plano de las percepciones, tan importantes en política, se
considera que el Presidente es acreedor por el estado de la economía en su
gobierno, y Trump aprovecha todo esto con sus habilidades mediáticas, hasta la
distorsión y la mentira como instrumento político.
¿Las promesas económicas de Trump de
aumentar el empleo manufacturero y reducir el déficit comercial son
realizables?
Como se ha afirmado, los problemas actuales
de la economía de Estados Unidos no son coyunturales, sino de carácter
estructural, se deben a contradicciones que se han venido acumulando a lo largo
de los años debido a transformaciones profundas en su aparato productivo y de
servicio, correspondiente a la fase madura del capitalismo y a la introducción
de nuevas tecnologías, que se remontan por lo menos a las primeras
manifestaciones de la declinación relativa de su poder económico desde los años
70 del pasado siglo, cuando por ejemplo, rompió el compromiso del sistema
monetario de Bretton Woods y el dólar cesó su convertibilidad en oro.
La distribución de las industrias y sectores económicos se han venido
trasfigurando, de la industria manufacturera del automóvil y el acero original,
a una en que la automatización y la robótica demanda menos empleo, aunque
mejor retribuido y de mayor nivel de preparación, y por otra parte se ha
incrementado la significación del sector bancario y financiero como parte de la
esfera de los servicios en la estructura del PIB. Los avances tecnológicos y
los progresos en la informática y las comunicaciones, han permitido a las
transnacionales desplazar la producción industrial manufacturera a otros
países. La globalización, o el tipo de internacionalización más reciente del
capital, fue estimulada también por el consenso sobre las políticas
neoliberales, que incentivó las cadenas globales de producción, servicio y
valor. La globalización en estos términos aumentó las
desigualdades, sirvió y enriqueció aún más a la cúspide económica del
capitalismo en Estados Unidos (el 1%), no a sus pobres y capas medias (el 99%).
Se ha desplazado parte de las producciones
industriales fuera de Estados Unidos, en busca de pagar salarios inferiores,
como han sido los casos de México y China. En otros la distribución
productiva obedece a especialización productiva y tecnológica. Es cierto que se
han generado importantes déficit comerciales de Estados Unidos con estos
países, pero ello no es un fenómeno nuevo y no explica los flujos de
inversiones de capital, ni la repatriación de utilidades, ni las ventas de sus
corporaciones transnacionales. En definitiva, la mayoría abrumadora de
ese comercio es intra-firma, aunque aparezca como déficit comercial de Estados
Unidos y superávit chino. Pero ello no modifica la realidad de que un iPhone se
diseña por Apple en Estados Unidos, se ensamble físicamente en China y se venda
en todo el mundo, en la Unión Europea y en los propios Estados Unidos con
enormes ganancias para la importante empresa norteamericana.
Los problemas reales del empleo y su calidad
son más complejos y profundos que lo presentado en el discurso nacionalista y
populista de Trump. La participación en la fuerza de trabajo de la
población económicamente activa se mantiene a niveles muy bajos respecto a
etapas precedentes, y la estructura y calidad del empleo también se ha deteriorado
gradualmente para la mayoría de los trabajadores. Los cambios en la economía de
Estados Unidos, el ascenso del sector de los servicios en general y dentro de
este la economía financiera y sobre todo especulativa, no resulta de políticas
de los demócratas o republicanos, sino de modificaciones en la economía interna
y sus vinculaciones con la economía mundial. El déficit comercial es una
expresión de ello, pero no su causa. Un análisis más completo supone
tener en cuenta los movimientos de los flujos de capital, las inversiones
directas y las especulativas de corto plazo.
La idea de recuperar la importancia del
empleo en las manufacturas, que se tenía en décadas anteriores es equivalente a
pretender que la economía estadounidense se retrotrajera al pasado, dependiera
del sector agropecuario y la minería como fuente de energía y empleo; y la
demanda de trabajo en esos sectores recuperara los niveles de participación
como fuente de trabajo e ingreso que tuvo en el siglo XIX o a principios del
XX, cuando el poderío de Estados Unidos venía en ascenso hasta alcanzar la
cúspide mundial a finales de la Segunda Guerra Mundial.
Las mismas críticas que utilizó Trump contra
Obama en este aspecto – respecto a que la estadística sobre desempleo oculta a
los que ni siquiera buscan empleo– mantienen total vigencia, pero son
silenciadas por la propaganda oficial. El aumento de las desigualdades
aumenta, es un problema crónico, no circunstancial y no es previsible se
reduzca en los próximos años.
Para al menos palearlos, requeriría el tipo
de políticas sociales progresivas, redistributivas, que no aparecen ni en la
sombra de las propuestas del nacionalismo conservador trumpista, de matriz
ideológica jacksoniana, que responde a sus intereses como parte del capital
financiero de ese país y más cerca del segmento de grandes corporaciones industriales
— como las del acero—cuya producción y consumo de encuentra mayoritariamente en
el enorme mercado interno de Estados Unidos, porque desde hace años han perdido
competitividad.
Aunque se aprecien diferencias entre
segmentos de la clase dominante estadounidense, no debe perderse la perspectiva
de que todos los grupos de la oligarquía financiera norteamericana están
representados y dominan el sistema político bipartidista y su democracia. Cabe
preguntarse por qué una figura como Bernie Sanders, autoproclamado socialista —
aunque fuera una versión muy suave y alejada de ese ideal de sociedad—
fue sacado del juego político en las elecciones del 2016 por el liderazgo
demócrata, porque en realidad excedía lo tolerable por el sistema.
De todos modos, no debe caber dudas sobre la
existencia de una ruptura entre este segmento menos transnacional y el
que había dominado hasta ahora las tendencias políticas favorable a lo que se
ha denominado la globalización neoliberal, —con particular énfasis desde la década
de 1980– que la administración de Trump no las niega de plano, pero las quiere
remodelar para mayores beneficios de ese sector más enraizado en lo interno de
la oligarquía financiera estadounidense. Obsérvese que Trump insiste en la
des-regulación financiera y eliminar los escollos a la expansión
capitalista que pudiera representar la preservación del medio ambiente, al
rechazar los acuerdos de Paris en este campo.
Además, las medidas proteccionistas
anunciadas en muchos casos han sido sobre todo retóricas, zigzagueantes, pero
incluso a ese nivel se producen afectaciones para Estados Unidos por la
desconfianza, y falta de credibilidad que genera el presidente
estadounidense. Como se observa en la llamada guerra comercial con
China, todo parece indicar que no puede imponer condiciones a una potencia en
ascenso con una estructura económica y política muy sólida en un marco de
relaciones caracterizadas por la interdependencia. A la postre se impone
una variante negociada.
La teoría económica establece claramente
que no se pueden corregir los desequilibrios comerciales por la vía de nuevo
proteccionismo y rechazo o renegociación de acuerdos de libre comercio, sin
modificaciones profundas en su propia economía, en sus balances internos, en la
tecnología aplicada y la productividad del trabajo, lo que requiere enormes
inversiones. El déficit comercial es resultado de un desbalance entre el
ahorro y la inversión a nivel macroeconómico. El aumento del déficit
federal y la deuda, cosa que nadie discute a partir de la propuesta de
presupuesto y la reforma de impuestos de Trump, debe incrementar el déficit
comercial. Por último, el proteccionismo y la salida o renegociación de
acuerdos de libre comercio puede afectar y beneficiar a empresas especificas
que son protegidas por tales políticas, y reducir el déficit con un país
determinado, pero se incrementará con otros mediante la desviación del
comercio, — habrá ganadores y perdedores— sin que existan beneficios para la
economía estadounidense en su conjunto, y mucho menos para la mayoría de su
pueblo que seguirá siendo el perdedor neto.
Aunque el grueso de las proyecciones
económicas de las instituciones financieras internacionales, el Fondo Monetario
Internacional (FMI), o publicaciones prestigiosas de ese corte como The
Economist, presentan un escenario de continuidad de la expansión, y hacen caso
omiso de estas realidades, cabe esperar más tarde o más temprano el estallido
de una nueva crisis económica financiera en cualquier momento, probablemente
antes de 2020, año de las elecciones presidenciales y ello sería un
acontecimiento relevante para toda la economía mundial, no solamente para
Estados Unidos, pero en tal caso tendría efectos en las elecciones
presidenciales pautadas para ese año.
Ello se debe a la agudización de las
contradicciones de la que es portadora la nueva política, y porque
inevitablemente la crisis es el proceso de corrección de esos desbalances en el
capitalismo, con independencia de quien ocupe la Casa Blanca, Donald Trump,
James Carter, Ronald Reagan, George W. Bush o Barack Obama.
La política fiscal, caracterizada por un
incremento de los gastos en general y en el sector militar, y la reducción
regresiva de los impuestos, implican un aumento en el desequilibrio fiscal y un
ascenso considerable de la deuda pública a niveles insostenibles.
La Reserva federal (Fed), que cumple la función de banco central y ejerce la
política monetaria, está paulatinamente aumentando las tasas de interés.
Ello debe fortalecer el dólar y modificar los tipos de cambios con sus socios
comerciales. Este efecto, es bien conocido y como regla aumenta el
déficit comercial, abarata las importaciones de Estados Unidos del resto del
mundo, al tiempo que debe disminuir las exportaciones estadounidenses porque se
hacen más caras y menos competitivas.
En resumen, la política comercial
proteccionista de Trump, junto a la política fiscal expansiva, no solamente
crea problemas de eficiencia y competitividad a sectores de la economía de ese
país, perjudica a sus consumidores, al encarecer algunos importantes productos
como los automóviles y aumentar el costo de las construcciones – que demandan
gran cantidad de acero y aluminio–, sino que aumentará el déficit comercial,
sin incrementar el empleo manufacturero total a escala nacional.
La política económica de Trump, aunque tenga
apoyo en intereses políticos y económicos internos específicos, frustrados con
los cambios ocurridos en las últimas décadas en el campo de la economía, no
deja de ser una expresión nostálgica de un pasado en la correlación de
fuerzas económicas que no regresará. El balance internacional de fuerzas
tampoco depende exclusivamente de lo que haga o deje de hacer Estados Unidos,
otros agentes actúan y ganan terreno en el plano mundial, China, India, Irán,
Rusia, y ello sucederá de un modo u otro en el largo plazo, con
independencia de las políticas de corto aliento de los presidentes
estadounidenses, incluido el Sr. Trump, sin que haya podido modificar la
declinación del liderazgo, ni mucho menos la hegemonía de Estados Unidos.