Hay que
ser uno mismo, igual recibirás las ofensas de quienes no saben que eres, porque
jamás te conocerán, por eso esta la máxima de mi abuela “que no era tuerta”, …”jamás
endulzar los oídos del otro, sino agudizar tus tímpanos...muere con la tuya,
que el pescado podrido, tiene espina”.
Viaje a la Luna
Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.
QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR
lunes, 17 de febrero de 2020
Quién es Bernie Sanders: ¿el primer
presidente de izquierda de EE.UU.?
(Por
Santiago Mayor, en EL DESTAPE)
El senador por Vermont ya había sorprendido
en 2016 dándole una dura batalla en las primarias demócratas a Hillary
Clinton. Sin embargo este año el escenario se perfila mucho más favorable
para este político de izquierda, anti-establishment y artífice de un movimiento
político y social como no se veía hace décadas en la principal potencia
mundial.
Habiendo ganado las dos primeras primarias en
Iowa y New Hampshire por el voto popular y con encuestas muy favorables para
las próximas dos en Nevada y Carolina del Sur, Bernie Sanders aparece
como el candidato más sólido de la interna demócrata para ser el rival
de Donald Trump en las elecciones de noviembre. Sin embargo, el punto
de inflexión puede darse el 3 de marzo cuando se vote en 13 Estados en
simultáneo, entre ellos Texas y California, los más poblados.
De Brooklyn a Burlington
Bernard Sanders nació en 1941
en Brooklyn, Nueva York. Su padre era un inmigrante polaco, de origen judío,
que perdió a la mayoría de su familia durante la Segunda Guerra Mundial, y su
madre una estadounidense hija de inmigrantes, también judíos.
Si bien Bernie no tuvo una infancia pobre,
sí fue austera. Estudió en escuelas públicas de Nueva York, para luego
inscribirse en la Universidad de Chicago. Allí tuvo su primer acercamiento a la
política sumándose a la Liga Socialista de la Juventud.
En 1963 participó de la histórica “Marcha
sobre Washington por el trabajo y la libertad”, encabezada por Martin
Luther King a quien Sanders definió alguna vez como “uno de los
héroes más grandes del siglo XX”. En 1964 se recibió de licenciado en
Ciencias Políticas y compró un terreno en Vermont. No obstante no se instaló
definitivamente allí hasta 1968.
La década del ‘60 lo encontró participando
del movimiento que se opuso a la guerra de Vietnam y hasta
vivió unos meses en kibutz en Israel.
Ya radicado en Burlington, la ciudad más
importante de Vermont, comenzó a militar en el Union Liberty Party,
un partido político local, progresista y anti-guerra.
Por ese entonces su perfil político era
claro. Como escribió en 2016 el editorialista estadounidense y
ganador del Pulitzer, David Moats, “sus discursos de la década
de 1970 son poco diferentes de los que pronuncia hoy”.
En una carta publicada en su campaña para
gobernador en 1976 planteaba cobrarle más impuestos a las grandes
empresas; cuestionaba la política exterior estadounidense; pedía
que el dinero gastado en las FF.AA. se destine a planes de salud,
construcción de viviendas y protección del medioambiente; y se
manifestaba a favor del aborto y los derechos de las disidencias
sexuales.
El alcalde socialista
Bernie pasó cinco años alejado de la
política, pero en 1981 decidió postularse para alcalde de Burlington. Derrotó
por apenas 10 votos a Gordon Paquette que llevaba seis
mandatos consecutivos.
Así, el mismo año que Ronald Reagan asumía
la presidencia de EE.UU., este dirigente autoproclamado socialista comenzó una
carrera política imparable. Fue reelecto tres veces (1983, 1985 y 1987)
en Burlington. Durante sus mandatos estableció un fideicomiso
comunitario para garantizar el acceso a la vivienda; logró que bajaran
las tarifas de los servicios públicos; y remodeló la costanera del lago
Champlain creando espacios públicos y comunitarios en detrimento de un mega
proyecto inmobiliario.
También se sumó a las marchas del
orgullo en Vermont y hasta viajó a la Nicaragua sandinista en 1985,
cuando el gobierno de Managua estaba siendo hostigado por Washington. “Use los
dólares de nuestros impuestos para dar de comer a los hambrientos y cobijar a
los vagabundos. Deje de matar a las personas inocentes en Nicaragua”, le
escribió a Reagan.
Ya por ese entonces defendía su idea de “socialismo
democrático”, emparentado con el modelo de los países nórdicos y en
contraposición al comunismo de la Unión Soviética.
El legislador independiente
En 1990, tras un intento fallido dos años
antes, Bernie se convirtió en el primer diputado independiente de EE.UU. en
cuatro décadas.
Desde la cámara baja se opuso a las
invasiones a Irak de 1991 y 2003, y también rechazó la Patriot Act,
impulsada por George W. Bush tras el atentado a las Torres Gemelas (2001), a la
que calificó de “legislación orwelliana” por violar derechos constitucionales.
Sanders denunció la crisis de la
democracia norteamericana, dominada por las grandes empresas y cada vez más
alejada de la clase trabajadora. En sus campañas rechazó el financiamiento
corporativo y se apoyó en los pequeños aportantes individuales y sindicatos.
En 2006 ganó una banca en el Senado. Para su
campaña contó con el apoyo de algunos reconocidos demócratas, entre
ellos el entonces senador Barack Obama.
Tuvo una actitud muy crítica hacia la
desregulación del sistema financiero. El mismo que, en 2008, desencadenó la
crisis internacional. Fue a partir de entonces que su figura comenzó a
cobrar notoriedad a nivel nacional y se comenzó a rumorear sobre su
posible candidatura presidencial.
Sin embargo hubo que esperar hasta 2016
cuando, consciente de la imposibilidad de ganar una elección por fuera de los
partidos tradicionales, se inscribió en el Partido Demócrata para
competir en la interna. Aunque fue derrotado por Hillary Clinton,
la experiencia de su campaña provocó un quiebre en la política de EE.UU.
Bernie, la nueva izquierda
estadounidense y la participación popular
Ante un sistema decadente, atravesado por la
crisis económica, el conservadurismo del Partido Demócrata y Clinton quedaron
desfasados para una sociedad que demandaba cambios más profundos.
La figura de Donald Trump logró capitalizar por derecha ese
descontento y en torno a Bernie Sanders se fue gestando un
movimiento por izquierda, novedoso y disruptivo.
Por eso el propio Trump dijo que prefiere no
enfrentar a Sanders. “Él tiene “verdaderos seguidores”, dijo. Y por eso
también las encuestas dan como ganador al senador de Vermont en un mano
a mano con el actual presidente.
Es que Bernie provocó que amplios sectores de
la juventud se involucraran en política. Algo que se corroboró en las
elecciones de medio término de 2018 donde una gran cantidad de candidatos y
candidatas, provenientes de estos movimientos de base, disputaron internas
contra los demócratas en distintos Estados.
El caso más famoso es el de la representante
de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, que derrotó al
histórico Joseph Crowley y accedió al Congreso. Pero también
hubo experiencias en Nevada, Missouri y Virginia Occidental, entre otras. El
documental A la conquista del Congreso (disponible en Netflix) muestra de
manera muy completa este fenómeno.
Sanders planteó desde siempre la necesidad de
que los sectores populares se involucren y participen en política. Por su lema
actual es “Not me. Us” (No yo. Nosotros). Y sus propuestas,
que pueden sonar básicas para la Argentina, son absolutamente radicales para
EE.UU.
“Para mi el socialismo democrático es expandir
Medicare, proveer oportunidades educativas para todos, reconstruir nuestra
infraestructura decrépita, es decir el gobierno sirve a las
necesidades de todo el pueblo en vez de a los donantes adinerados a las
campañas”, declaró alguna vez.
A sus 78 años Bernie no se da por vencido y
quiere hacer historia. Puede convertirse, quizás, en el primer
presidente de izquierda de la historia de los EE.UU.
DEUDA
ASFIXIANTE
(Por Magdalena Rua, en el https://www.elcohetealaluna.com/)
Otto Dix, grabados de la Primera Guerra Mundial
La problemática actual del endeudamiento no
puede analizarse acabadamente sin considerar los factores estructurales y las
características propias del último ciclo de toma de deuda llevado a cabo por
Cambiemos. Hace falta resaltar que el proceso de endeudamiento de los últimos
cuatro años se efectuó bajo las peores condiciones posibles. El cuantioso
volumen de la deuda pública, en un breve lapso, la denominación en moneda
extranjera de su mayor parte y los enormes vencimientos que deben afrontarse en
el corto plazo, son elementos clave que conforman el actual escenario de
insostenibilidad.
Peor aún, a dicho accionar irresponsable se
sumó el destino completamente improductivo de los fondos, que fueron dirigidos
fundamentalmente a sostener la fuga de capitales y no a infraestructura o
desarrollo. En este punto también le cabe responsabilidad al Fondo Monetario
Internacional, ya que hubo un claro incumplimiento del Convenio Constitutivo de
este organismo, que dispone la imposibilidad de utilizar los fondos prestados
para financiar la salida periódica de divisas: “Ningún país miembro podrá
utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida
considerable o continua de capital”. En este caso, los desembolsos del préstamo
(44.500 millones de dólares) fueron utilizados para financiar la fuga de
divisas de residentes y el desarme de carteras de no residentes (que entre
julio de 2018 —después del primer desembolso del FMI— y noviembre de 2019
sumaron en conjunto 55.200 millones de dólares), lo cual era previsible en un
contexto que ya se había tornado crítico, con escasez de divisas y crisis
cambiaria.
Según los datos de la Secretaría de Finanzas,
la deuda pública de la Administración Central pasó de representar el 52,6% del
PIB en 2015 al 91,6% del PIB en el tercer trimestre de 2019, lo que indica un
crecimiento del 74%. La deuda pública en moneda extranjera pasó de representar
el 36,4% del PIB en 2015 al 73,6% del PIB en septiembre de 2019, lo que
equivale a un crecimiento del 102%. Al tercer trimestre de 2019, la deuda
pública en moneda extranjera representaba el 80,3% sobre el total de la deuda
pública nacional.
En este contexto, el endeudamiento fue una de
las variables centrales que sostuvo el modelo de valorización financiera puesto
en marcha desde diciembre de 2015. Cumplió dos claros objetivos en favor del
proyecto político de Cambiemos y de los intereses de los grupos económicos
locales y del capital financiero internacional. Por un lado, disponer de la
moneda extranjera necesaria para sostener la indiscriminada fuga de capitales
que hacía posible el circuito de acumulación financiera de corto plazo, la
llamada “bicicleta financiera” facilitada por las altas tasas de interés y el
libre cambio. Por otro, asfixiar al Estado argentino para condicionar el margen
de maniobra del futuro gobierno y restringir la capacidad de desplegar una
política económica que se diferencie de las recomendaciones del centro.
Durante los cuatro años de Cambiemos, el
fenomenal endeudamiento del sector público en moneda extranjera, de
aproximadamente 100.000 millones de dólares [1],se destinó a proveer la divisa necesaria
para financiar la fuga de capitales de residentes, los intereses de la deuda y
la remisión de utilidades y dividendos, entre otros rubros deficitarios del
Balance Cambiario. El déficit por la formación de activos externos de
residentes fue de 88.223 millones de dólares (la fuga de capitales, es decir,
estrictamente las salidas del circuito financiero formal fueron de 79.480
millones), los pagos de intereses de deuda resultaron en 40.711 millones de
dólares, y la remisión de utilidades y dividendos, de 7.415 millones de
dólares, desde diciembre de 2015 hasta diciembre de 2019, según los datos del
Balance Cambiario del BCRA.
Sin duda esto no sucede de manera aislada en
la Argentina. El proceso de financierización global ha profundizado la
condición de dependencia de las economías periféricas en el sistema económico
mundial. La nueva forma que adopta la dependencia externa en América Latina es
de carácter financiero. Como sabemos, para los países periféricos no es posible
endeudarse en los mercados internacionales en su propia moneda, por lo cual la
escasez de divisas resulta una problemática recurrente para sus economías. Por
ello, los superávits comerciales son considerados como una fuente genuina y
sustentable de financiamiento, mientras que el endeudamiento externo solo
prolonga artificialmente el período de crecimiento si no es utilizado para
financiar el proceso de desarrollo. Esto último fue lo que sucedió durante el
gobierno de Mauricio Macri, cuando los fondos se despilfarraron para financiar
la fuga de capitales, comprometiendo ingresos futuros a cambio de privilegios
para los sectores concentrados.
Si se observa la evolución del endeudamiento
externo de América Latina, se advierte que este fenómeno reproduce aún más las
relaciones de dependencia de la región. América Latina, según datos de la base
de datos de CEPAL[2], ha pasado de un stock de deuda externa
total de 220.000 millones de dólares en 1980 a alrededor de 2,07 billones de
dólares en 2018, lo que representa un verdadero obstáculo para el desarrollo de
estas economías. Si consideramos el producto bruto interno que genera la región
latinoamericana, el stock de la deuda externa total prácticamente se mantuvo en
los mismos niveles desde 1990 hasta la actualidad, representando 37,5 puntos
del PIB en 1990 y 37 puntos en 2018. Esto demuestra que América Latina no ha
podido reducir su nivel de endeudamiento externo en las últimas décadas, lo que
denota el rasgo estructural de este fenómeno.
La deuda externa condiciona la independencia
política y económica de estos países, además de obstaculizar el desarrollo de
sus economías. La restricción de la balanza de pagos se ve agudizada por los
problemas en el sector externo asociados a su dependencia financiera. El
sobreendeudamiento de sus economías presiona con importantes salidas de moneda
extranjera por pagos de intereses y de capital, sumado al déficit de divisas
que provoca la fuga de capitales de residentes.
En este escenario, la deuda externa y la fuga
de capitales presentan una relación estrecha. En la Argentina, ambas variables
manifiestan un vínculo simbiótico en el marco de regímenes de acumulación
basados en la valorización financiera, aunque no ocurre lo propio cuando la
economía pivotea en torno a la economía real como eje ordenador de los procesos
económicos. En el marco de la valorización financiera (sea del período
1976-2001 o del que puso en marcha el gobierno de Cambiemos), se ha recurrido
sucesivamente a instrumentos de deuda y a préstamos del exterior para financiar
la salida de divisas. En este sentido, se advierte una fuerte conexión y
retroalimentación entre ambas variables. La fuga de capitales impulsa al
endeudamiento, puesto que precisa de los recursos que la financien, a la vez
que el acceso al endeudamiento externo es posible en el marco de una política
de desregulación financiera y cambiaria que, al mismo tiempo, facilita la
posterior fuga de los recursos al exterior.
Desde 1970 es posible distinguir diferentes
ciclos de entradas de flujos financieros desde los países desarrollados hacia
los países de América Latina que proveyeron abundantes recursos durante su auge
pero que, al retirarse de sus economías, generaron graves crisis y onerosas
deudas.[3] En términos generales, desde 2007, a
partir de la política de expansión cuantitativa aplicada por los países
centrales, hubo un mayor ingreso de flujos financieros especulativos en América
Latina, lo cual tuvo su expresión en la Argentina a partir de la asunción del
gobierno de Cambiemos en diciembre de 2015, que propició el retorno del régimen
de valorización financiera.
Así, es posible advertir que los problemas
del sector externo están asociados a la vulnerabilidad de estos países frente a
los ciclos de abundancia y escasez de liquidez internacional, lo cual se
relaciona con el grado de apertura financiera y la capacidad de regulación de
los flujos de capitales. Las crisis de la deuda denotan los altos niveles de
dependencia financiera de los países periféricos. En este sentido, resulta
imprescindible avanzar en normativas nacionales que establezcan límites al
nivel de endeudamiento externo y en la creación de un marco regulatorio
internacional que apoye una gestión sostenible de la deuda de estos países, así
como esquemas de reestructuración como herramientas de prevención y solución de
las crisis.
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