Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

sábado, 12 de julio de 2014



1968

Tal vez porque uno no le toco hacer Revolución, porque fue Fidel y su generación que dejando a un lado, la buena cerveza, la buena cena bajo la luna, decidieron liberar a un país, que cualquier análisis del pasado viniendo de un inteletualoide como yo, que se regocija de su suerte bajo un ron con hielo, no sea significativo mi análisis, no obstante me atrevo a escribir sobre una parte de nuestra historia, ni siquiera para mi sino para mi hija, con juventud plena, que le caerá la bola de nieve de la historia reescrita cuando sus fundadores no estén sobre la faz de la tierra.


Es increíble comprobar que Fidel y sus seguidores del Comité Central construirían el COMUNISMO al doblar del SODAINIT de Lawton. La historia y sus momentos son grandiosos y para mi releyendo algunos artículos sobre el año 1968, me da la sensación que para aquellos cuarentones con mucho huevo, el COMUNISMO como sociedad se estaba construyendo no solo en ese año en Cuba, sino a nivel Mundial

He leído algunos textos periodísticos donde intentan reescribir la historia, y se que en el futuro esa será una constante, por tanto esta bueno para las nuevas generaciones y para las no tanto como el que escribe, releer de primera mano que se dijo en un momento determinados por los protagonistas de entonces y sacar sus propias conclusiones.

En 1968 yo tenía apenas 4 años cuando las tropas del Pacto de Varsovia entraron en las calles de Praga. Por tanto mi opinión sobre tales acontecimientos está avalada por mis percepciones del Mundo cuando me toco analizarlo  y no por mis vivencias personales por obvias razones. Es muy difícil entonces valorar tales situaciones con las perspectivas del Mundo de hoy. Mucha lluvia debajo del puente. Sin embargo en este Mundo donde “…hoy resulta que es lo mismo, ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual nada es mejor…” me complace volver a las fuentes y analizar un hecho que me conmueve, no por mi situación actual sino porque me preocupa mi Patria en el futuro, y la necesidad de contar con principios sólidos que viajen en el tiempo, mas allá de nuestros fundadores de la independencia total.

Hace poco sobre un articulo que leí sobre el discurso de Fidel, conocido como “Palabras a los Intelectuales” en el blog de Iroel Sánchez “La Pupila Insomne”, escribí espontáneamente lo que me vino a la mente…”Hola, Es todo un tema el que se toca, pero la Frase “ La revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios…”, es tan ambigua como la mas famosa conocida, porque siempre deja a ALGUIEN la potestad de definir lo que es INCOREGIBLE, si hay ALGUIEN capaz de juzgar que es la LIBERTAD, entonces no estamos en presencia de ella…sin embargo rescato que hasta ese momento la Cultura era privilegio de pocos, y fue la Revolución la que realmente la hizo masiva, independientemente del poder económico del individuo, pocas veces se ha visto algo igual en la historia de la humanidad, por eso digo, eso es una cosa y la libertad de pensamiento y acción del individuo en su lecho cultural es otra cosa, las “distorsiones” que se dieron mas tarde y que de seguro se siguieron dando aunque no tan masivamente y se darán en el futuro de mantenerse la idea de Fidel, esta dado porque ALGUIEN tuvo y tendrá la potestad de definir el “dentro”, el “contra” y lo “incorregible”…Me gustaría repensar que si le vamos a poner limitaciones a la LIBERTAD esta solo, en el caso de Cuba por su legado histórico, debería ser…La Revolución solo debe renunciar a aquellos que entreguen su independencia como nación…sabiendo que aun así cercenamos la LIBERTAD de los entreguistas. No hay mas vuelta que darle hasta ahora la LIBERTAD de los seres humanos esta condicionada por el sistema en que vivimos, no hay mas LIBERTAD en Cuba que en Argentina o en Alemania y viceversa, tenemos que hacernos cargo que una parte de nuestra LIBERTAD como individuos la entregamos a los que ejercen el poder, sea en Cuba o en Japón. Donde solo “podemos” ser LIBRE verdaderamente es en nuestros pensamiento, lo demás lo entregamos”.

Pongo esta respuesta mía no por apología a mi ego personal, sino porque tiene que ver con que tenemos derecho a repensar nuestra historia, y a sacar conclusiones para el futuro. Sabiendo, y esto es muy importante para las futuras generaciones, que nuestros padres fundadores (Fidel y su generación histórica) nos dieron lo mas puro que es nuestra soberanía TOTAL, pero que en su quehacer revolucionario cometieron errores, dado las circunstancias históricas que le tocaron y que debemos ser claros y críticos para el futuro de la nación.

En 1968 Fidel y su generación pensaban que estábamos a las puertas de construir el COMUNISMO como sociedad suprema de la raza humana. Ese adelantamiento e idealismo histórico le propicio no pocos errores tácticos en el desarrollo de la nación cubana. Si uno estudia con detenimiento  todo lo acontecido después de la Crisis de Octubre, se da cuenta ( y es mi modesta apreciación de un humilde pelador de caña…) que la visita de Fidel de Abril de 1963 (no había nacido entonces, el que escribe) cambio la percepción de este de aquella sociedad y de sus objetivos para Cuba, La URSS de Nikita trataba de mitigar las pifias políticas que habían cometido con la SOBERANIA de una nación que apenas conocían y que trataban con sus misiles como habían tratado hasta entonces con “los países de Europa bajo su INFLUENCIA”. La nación cubana había sido herida como lo hicieron los norteamericanos con Calixto García en Santiago de Cuba y era necesario reparar tal agravio con todas las gentilezas habidas y por haber con el Líder indiscutible de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.

Fidel se entrego a aquellos agasajos de Abril de 1963, y de cierta manera él y su generación perdonaron los agravios de los resultados de la Crisis de los Misiles. Esto condiciono lo sucedido mas tarde en 1968 con la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia en la capital de Checoslovaquia. Fidel y su Comité Central de entonces se vio en una gran disyuntiva, avalar el hecho, PERO, dejando su posición TERCER MUNDISTA, muy clara aun hoy para la situación actual del Mundo.


Hay pasajes de la comparecencia de Fidel el 23 de Agosto de 1968 por la televisión cubana, que tratando de dar una justificación salomónica al asunto de la intervención de ejércitos extranjeros en la Republica Socialista de Checoslovaquia, pone a pensar a la ciudadanía cubana sobre el CONCEPTO de SOBERANIA, cuando dice…”Nosotros aceptamos la amarga necesidad que exigió el envió de esas fuerzas a Checoslovaquia, nosotros no condenamos a los países socialistas que tomaron esa decisión…”. Fidel sabe que es una decisión política y no legal y por la primera lo justifica, sin embargo a raíz de que puedo leer el “periódico del Lunes” uno sabe como termino el partido y que aun esa decisión política fue un gran error histórico. Fidel uso también ese contexto para hacer una series de reclamaciones justas, en cuanto a la posición del campo socialista y el Pacto de Varsovia en particular, de ayudar a unos si y a otros no, recuerden que en ese momento además de Cuba, estaba Vietnam y Corea del Norte, y Vietnam estaba hostigada e intervenida por los Estados Unidos, pero lo que mas hago hincapié es en la idea que Fidel instala o trata de instalar en la sociedad cubana sobre el hecho de que se puede posponer el concepto de “soberanía” por un objetivo mas abarcador, algo que me parece no solo en ese contexto sino como idea filosófica futura de la nación cubana un gran disparate (con permiso y arrogancia de mi parte), esto esta reflejado cuando Fidel expresa en aquella comparecencia que “… solo el desarrollo de la conciencia política de nuestro pueblo puede permitir la capacidad de analizar, cuando ello se puede presentar como una necesidad y cuando ello, incluso es necesario admitirlo aun cuando viole derechos, como son el derecho de la soberanía, que en este caso, a nuestro juicio, tiene que ceder ante el interés mas importante de los derechos del movimiento revolucionario mundial y de la lucha de los pueblos contra el imperialismo que a nuestro juicio, es la cuestión fundamental…” “…y nosotros debemos aprender analizar estas realidades y cuando un interés debe ceder a otro interés para no incurrir en posiciones romaticas e idealistas que no se ajustan a estas realidades…”
Muchas veces a mis compañeros de la Argentina les comento, cuantas veces estuve en una plaza horas y horas escuchando a Fidel, o cuantas veces lo escuche por televisión. Releer a Fidel debe ser un compromiso de las nuevas generaciones no solo para encontrar los errores de la época, en que aquellos fundadores de nuestra total independencia operaron, sino porque aprenderemos quienes y que debemos ser en el futuro como nación. Soy un defensor a ultranza de la Soberanía y la Independencia de Cuba, me da urticaria cuando desde el poder nos pueden conducir a entregar parte de ella, sea del color que sea, ese debe ser un principio irrenunciable de Cuba como Nación y espero que las nuevas generaciones nunca lo entreguen por más necesidades económicas que tengamos.

Hay pasajes de aquella comparecencia de Fidel del 23 de agosto de 1968 que vale la pena releer, en vista de lo que fue y ha sido la Cuba del siglo XXI, cada cual tiene derecho a pensar como desee, pero vale la pena la lectura y el analisis.

sábado, 17 de mayo de 2014

REIVINDICACION DEL 20 DE MAYO

segundacita.blogspot.com.ar
Por Fidel Vascós González

Hay fechas que constituyen un parteaguas en la vida de los pueblos y que marcan “un antes y un después". Su influencia es tal que generan encendidas polémicas entre defensores y detractores de su trascendencia. En estos casos se impone la serenidad y el análisis balanceado. Para ello deben tenerse en cuenta tanto los aspectos objetivos del hecho en su entorno concreto y en el devenir social, como los subjetivos que emanan del alma popular.

Para los cubanos, una fecha de estas características es el 20 de mayo de 1902. Ese día simboliza la desaparición del sistema colonial español que aherrojó a la isla durante 400 años y también concluyó la primera intervención militar yanqui en Cuba. Los cubanos supimos derrotar, tanto al coloniaje peninsular como a los intentos de anexión de la isla a Estados Unidos. Estas victorias no son poca cosa.

Mediante la Constitución de 1901 se estableció el Estado Nacional cubano. De esta forma Cuba se incorporó al proceso iniciado mundialmente a mediados y fines del Siglo XV, con el surgimiento de los Estados Nacionales, en Francia, Inglatera y España.

Los actos del cambio de poderes contaron con la presencia del Generalísimo Máximo Gómez, el único de los grandes jefes de la lucha por la independencia que quedaba vivo. Gómez, ante el Gobernador norteamericano Leonardo Wood, izó la enseña nacional y exclamó: "!Hemos llegado!", según recogieron los periódicos de la época. Acompañando al ulular de las sirenas en fábricas y barcos surtos en el puerto, el pueblo desbordaba masivamente las calles y avenidas de la ciudad. Similares eventos se desarrollaron a lo largo y ancho del país.

Para el pueblo cubano de aquellos tiempos, el hecho constituyó una manifestación de inmenso júbilo que mitigaba las desgarraduras sufridas durante los años de la guerra libertaria. La fecha constituye un peldaño más en la larga batalla de nuestro pueblo por alcanzar la libertad política, la independencia económica y la justicia social. Su relevancia quedó recogida en el habla popular con la frase "¡como un 20 de mayo!”, para describir algún acontecimiento de especial jolgorio y bulliciosa manifestación.

Pero el 20 de mayo también tiene un lado oscuro y de frustración. Ese día se inauguró en Cuba otra forma de dominación extranjera, distinta al colonialismo español: el neocolonialismo norteamericano. La aparente soberanía alcanzada escondía un yugo de nuevo tipo para la sufrida Nación cubana. Las relaciones de explotación neocoloniales se inauguraron en Cuba y, por ser inéditas, sólo fueron aprehendidas por las mentes preclaras del momento. La generalidad de la conciencia nacional no pudo comprender, en aquel instante, el engaño de que era objeto.

Hay que tener en cuenta que el imperialismo yanqui emergía con creciente fuerza, y su proclamado "destino manifiesto" aun no se percibía claramente como una amenaza para otros pueblos. Los patriotas cubanos de la época no pudieron superar, con su lucha, el obstáculo de estas condiciones objetivas y subjetivas. La Constitución, la bandera, el escudo y el himno proclamados, tan caros para la Nación, eran utilizados como fachada para estafar al pueblo.

En su primer artículo, la Constitución declaraba la voluntad nacional en los términos siguientes: "Artículo 1.- Pero la Enmienda Platt, impuesta por EEUU como apéndice constitucional, estableció, de facto, una República neocolonial. En su tercer punto, de ocho que contenía el texto de la Enmienda, se establecía: "III.- De esta forma, la administración norteamericana podía actuar militarmente en Cuba cuando estimara conveniente, como ocurrió en 1906 y, políticamente, como sucedió en numerosas ocasiones.

También se debe destacar que este hecho, tan negativo para la historia de Cuba, refleja, a su vez, la fuerza del espíritu independentista de los cubanos. Desde principios del Siglo XIX el gobierno norteamericano pretendía la anexión de Cuba, convirtiéndola en un estado federado más. Era la costumbre de los gobiernos del Norte ampliarse como país, adueñándose de los territorios fronterizos. En el caso de Cuba, cuando estaba ocupada por el ejército de Estados Unidos, altos funcionarios de la administración norteamericana pugnaban por la anexión. El empuje independentista de los cubanos impidió que en 1902 el imperialismo del Norte cumpliera ese objetivo.
Pero impedir la anexión fue una victoria parcial de nuestro pueblo. Ante el rechazo de los cubanos, el imperio inventó una nueva fórmula explotadora y de disfrazada dominación: el neocolonialismo.
El afán por concluir la obra independentista truncada fue un acicate que promovió posteriormente la formación antimperialista del movimiento revolucionario de Cuba. El imperialismo extendió después a todo el planeta la solución neocolonial encontrada para nuestro país. De aquí también la nefasta significación internacional de la fecha.
La plena independencia y soberanía nacionales se completaron 57 años mas tarde, el primero de enero de 1959. Fue la Revolución Cubana, encabezada por Fidel Castro, la que culminó la obra de los libertadores del Siglo XIX y suprimió las relaciones de explotación neocolonialistas. El enero victorioso recogió lo mejor de los acontecimientos históricos precedentes del pueblo cubano; entre ellos, lo positivo del 20 de mayo de 1902.

Los nuevos anexionistas de dentro y de fuera del territorio nacional, subrayan la fecha en la parte asociada a los sueños imperiales de tragarse a Cuba. En el colmo del cinismo, George W. Bush, cuando ocupaba la silla presidencial, convocaba a celebrar el 20 de mayo en los jardines de la Casa Blanca, deplegando un espectáculo contra Cuba.
Los cubanos patriotas, que son los más, de dentro y de fuera, debemos rescatar el 20 de mayo como una fecha nuestra, con sus luces y sus sombras. Los avances logrados en ese momento histórico pertenecen a los cubanos que lucharon, luchan y lucharán por la independencia y soberanía nacionales. Si rebajamos la conmemoración de la fecha, el imperio y sus secuaces la tomarán como suya.
Esta reivindicación adquiere mayor importancia en los momentos actuales, cuando el pueblo de Cuba se afinca en la historia para continuar fortaleciendo su ideología revolucionaria.

viernes, 16 de mayo de 2014

PAPEL EN BLANCO
(Buena Fe)



A nadie pido que crea todo lo que digo No soy un Oráculo, 
Soy una pieza de muchas que juntas componen Todo el espectáculo. 
Nunca aspire a que desfilen por todas las líneas De mi pensamiento. 
Ojala que te construyas en tus experiencias Y tus sentimientos. 

No compro el pan que me llevo a la boca Con esto que creo mi vergüenza, 
Amo el sinfín de saberes entrando y saliéndome De la cabeza. 
Lucho con todas mis fuerzas para que no crezca mi lado ladino. 
Canto pa que una tormenta, Vaya acompañándote por el camino. 

Hay quien tiene enemigos que derrotar, 
Puentes que levantar, 
Cuerpos que curar, 
Pues yo tengo, yo tengo el “papel en blanco”. 
Donde me invento, me borro, me vuelvo tachar 
Me compongo, desarmo y me vuelvo a armar 
Mi amuleto, mi credo, mi reto, mi asecho 
“Papel en blanco”. “Papel en blanco”. 

Nadie me hirió tan profundo que tras dos canciones No haya perdonado, 
Ya no proclamo ser nada Que haga un par de años, no haya practicado. 
Cada regalo que me ha hecho la vida, Venia dentro de un problema. 
Padecí patadas que honran, y loas que a veces queman 

La soledad me acompaña Pero entre proyectos casi nunca crece, 
Pegamento de las almas: los comunes intereses. 
Nunca le he pedido a Dios, Pues nos dio bastante, si es que me está oyendo. 
Solo le pido a la muerte Permita acabar el concierto. 

Hay quien tiene horizontes que explorar 
Tesoros que encontrar, 
Tierras que sembrar, 
Pues yo tengo, yo tengo el “papel blanco”. 
Hidra de cien cabezas con hambre total, 
Dentelladas blancas sin piedad, 
Solo para tenerme y saberme sangrando, negras letras. 

Hay quien tiene enemigos que derrotar, 
Tesoros que encontrar, 
Tierras que sembrar, 
Pues yo tengo, yo tengo el “papel blanco”. 
Donde me invento, me borro, me vuelvo tachar 
Me compongo, desarmo y me vuelvo a armar 
Mi amuleto, mi credo, mi reto, mi asecho 
“Papel en blanco”. “Papel en blanco”.

jueves, 15 de mayo de 2014

LA CULPA
(canción de Buena Fe)

No tuvo culpa quien nos inventó el dinero,
Ni el pobre chino que a la pólvora dio a luz,
Ni la oratoria encumbrada de los griegos,
Ni el carpintero de la tan famosa cruz. Ni aquella bala, de andar perdida,
Ni los gusanos en la cosecha podrida.
Huérfana culpa vuela sin dueños,
Donde se pose, nunca crecerán los sueños
Nunca crecerán los sueños.
No tiene culpa el papel por lo que aguante.
Ni el instrumento por el disonante acorde.
Ni las costuras para que se vea elegante
La recia porra que cuelga del uniforme.
Ni los escombros, de haber caído
Ni los relojes de cuanto se ha envejecido.
Si corre el llanto,
Si no resulta,
Me duele tanto,
Cuando la culpa,
Ay, la culpa, la maldita culpa,
No la tiene nadie.
Ay, la culpa, la maldita culpa,
No la tiene nadie.

¿Cómo que no la tiene nadie?

Que no es lo mismo previsores que adivinos.
Que no es igual recitación, que improvisando.
Que es preferible quien lo intenta y ha perdido.
Que quien blasfema pero nunca va intentado,
Culpa sin rostro como incentivos
Para enfermarse de rechazo irreflexivo,
Lance unos golpes (Yo lance un acorde), se hizo esta rumba
Una ilusión como linterna en la penumbra.
Quiero esa culpa de empinar los imposibles
Que mis abuelos me obsequiaron en la infancia.
Denme la culpa de estallar cuando se arrime
La cobardía con disfraz de tolerancia.
Culpa coraje, culpa valiente
Esa otra culpa es la que aplaude el inocente.
Si corre el llanto
Si no resulta,
Lo que me jode,
Lo que me insulta
...que la culpa
La maldita culpa
No la tiene nadie.

Guías de guaguancó:
Demasiao generales pa poco recluta.
Que a la muela de oro, le falta la pulpa.
Si no rasca el respeto, no pica la multa
A ese perro tan grande lo mata una pulga
Lo que grita la calle, el informe lo oculta.
Los que manchan la patria, la historia sepulta.

miércoles, 14 de mayo de 2014

LOS QUE SABEN
por jovencuba

Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)

Cuba está pasando por el que quizás sea el momento más crucial de sus últimos 50 años. Los cambios que tienen lugar en la isla están condicionados por una doble amenaza: el bloqueo estadounidense y la existencia de una burocracia terca a perder el control de la nación. En este contexto, resulta de vital importancia preguntarse: ¿quién rige los destinos del país? ¿Quién los ha escogido? ¿Cómo se toman las decisiones que afectan a nuestro pueblo? Hoy abordaremos estos y otros temas.

El 22 de febrero de 2014 el actual presidente Raúl Castro clausuraba el Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) recordando un discurso de Fidel Castro hace más de 40 años en el que afirmaba que “las decisiones fundamentales que afectan a la vida de nuestro pueblo, tienen que ser discutidas con el pueblo y esencialmente con los trabajadores…”. Me alegra que ese espíritu colectivista terminara dicho congreso, que fue calificado de “magnífico” aunque yo tenga mis reservas al respecto.

A pesar de que las palabras de Fidel transmiten un sentimiento de consenso muy necesario en estos momentos, en el contexto actual resultan insuficientes para los retos que tiene el país. Ya no basta con “discutir con el pueblo”, este tiene que participar activamente en las “decisiones fundamentales” porque la mejor apuesta que se puede hacer es a la inteligencia colectiva, no hay nada más democrático que eso.

Si varias décadas atrás apostábamos a un modelo en el que nuestros representantes decidían cuál era el camino a seguir y consultar este camino con el pueblo era suficiente, ya no es así. Ahora el camino debe decidirse en consenso por las masas y toca entonces a los funcionarios aplicar ese rumbo. Los movimientos sociales en América Latina han cambiado, se han vuelto más activos y participativos políticamente, quizás ya es hora de que el movimiento revolucionario cubano cambie con ellos.

Espero que hayamos dejado atrás esa época en que un grupo de 20 personas podía redactar un anteproyecto para nuestra Constitución sin consultarlo previamente con las masas, en que ocurría primero la acción gubernamental/partidista y se legitimaba luego con el respaldo del pueblo. Espero que hayamos superado la reciente experiencia mediante la cual otra comisión redactó los Lineamientos y luego para su modificación se “consultó” al pueblo.

La democracia y el Socialismo nos han enseñado a estas alturas, que la participación popular debe ser desde el inicio hasta el final tanto en un proceso constituyente como legislativo. El hecho de que los cubanos aprobemos los Lineamientos significa que aún apoyamos el proyecto socialista nacional, pero sin lugar a dudas la forma en que se toman las decisiones puede mejorar bastante.

No solo se trata de cómo se hacen las cosas sino también de quién las hace. Para desmarcarnos tanto del populismo politiquero del período capitalista como del personalismo dañino del estalinismo, creamos una imagen de sobriedad en nuestros políticos que ha convertido su vida privada en tabú. El problema es que luego fuimos trasladando esta lógica a la práctica política y actualmente sabemos muy poco tanto de quiénes son nuestros representantes electos como cuáles son las agendas que promueven.

Sería ingenuo creer que no existan corrientes de pensamiento diversas en el aparato político cubano (enmarcadas dentro del propio socialismo), que no hay cenas nocturnas entre grupos y no se habla de cuestiones esenciales en lugares informales. Hasta ahora no tenemos forma de saber quiénes componen cada una o cuáles son sus propuestas porque hemos invisibilizado la gestión de nuestros funcionarios. ¿Cómo evitar el escenario en que un grupo de políticos escrupulosos nos empuje al capitalismo si no tenemos manera de conocer su accionar con rapidez?

En cada proceso legislativo, cuando me toca votar por una biografía emparedada sin conocer realmente a la persona ni sus valores o ideas, me preocupo bastante. Me preocupa que nuestras sesiones de la Asamblea Nacional donde supuestamente el pueblo tiene las puertas abiertas, sean editadas a la hora de ser exhibidas en la televisión nacional, en vez de ser transmitidas en vivo como es derecho y obligación de hacerlo.

Me preocupa que el pueblo cubano conoce a Fidel y Raúl pero hay toda una horneada de nuevos altos dirigentes que no solo ignoramos sus valores sino que no tenemos idea de si su proyecto de país coincide con el nuestro. ¿Cuántos espacios existen en Cuba para que los funcionarios políticos rindan cuenta de las responsabilidades que el pueblo ha depositado en ellos? ¿Cómo podemos saber si lo están haciendo bien o no? ¿Cómo podemos apoyar aquello que no conocemos? ¿Estamos creando consenso o ignoramos que la unidad nacional heredada se va desgastando sin que hagamos nada al respecto?

Me preocupan muchas cosas sobre “los que saben”, una de ellas es que buena parte de las figuras públicas en Cuba, tengan su descendencia viviendo fuera de Cuba, incluso mucho antes que existiera la nueva Ley Migratoria. El derecho a escoger lugar de residencia es completamente respetable, pero en el caso de personas que conforman el jet set del país, es cuanto menos síntoma de que algo no está bien. Ya lo decía el personaje de Memorias del Subdesarrollo, el proyecto cubano es sin duda “una dignidad muy cara”, pero duele ver cómo a otros en los que hemos depositado nuestro futuro, los sacrificios les salen tan baratos.

Una vez escuché a un amigo referirse a nuestros decisores como “los que saben”, la frase me llamó la atención porque siempre he creído que quien sabe realmente lo que mejor nos conviene, es el pueblo. Recuerdo cómo Chávez le llamaba “el soberano” al pueblo y se subordinaba a él, incluso perdió una elección una vez y lo aceptó con ese espíritu democrático que tan incómodo lo volvió a los ojos de la derecha.

Los funcionarios son solamente los encargados de aplicar la voluntad popular, una responsabilidad que está caracterizada por someterse constantemente al escrutinio público y ser efímera si su gestión no es exitosa, en estos momentos en Cuba nos cuesta aplicar estos dos últimos rasgos.

Recientemente se elaboró y aprobó en Cuba una nueva ley de inversión extranjera, según declara un funcionario responsable de la misma, en la redacción participaron : “personas que puedan aportar a la discusión”. Dado que el 99% de la población cubana no participó en la misma, ¿eso significa que no tuvieran nada que aportar en su redacción? Esto parece ser un detalle pero no lo es, representa una señal de cuán ajenas nos son aún palabras tales como horizontalidad y participación.

En Cuba el que sabe es el pueblo, él tiene que decidir su destino y la Revolución tiene que darle herramientas para ello, de lo contrario veremos cómo se multiplican las contradicciones y nuestro proyecto nacional sucumbirá igual que ocurrió con todos los modelos socialistas occidentales nacidos en el siglo XX. No creo que exagere, Cuba está pasando por su momento más crucial en los últimos 50 años.

martes, 13 de mayo de 2014

LA HISTORIA POP

by eduardodelllano.wordpress.com

Sería por el noventa y tres que vi en un mural cederista un texto que se autoproclamaba Información Histórica. Según él, zanjoneros eran el grupo de cubanos HP que pactan parcial o abiertamente con el enemigo, y la Protesta de Baraguá fue el momento en que Maceo y otros patriotas coj… demostraron no tener absolutamente ningún miedo al imperialismo. Así, sin contexto histórico, sin ponerle nombre al enemigo: coge tu pienso ideológico y dale a integrar una Brigada de Respuesta Rápida. Bueno, convengamos en que si ese era el aristócrata de los carteles en que se manipula la historia a conveniencia, el Granma y la Mesa Redonda a menudo evidencian idéntico abolengo. La Historia es una puta patriótica.

Pero no son sólo nuestros esforzados medios de comunicación los que fabrican Historia pop según lo exija el momento, ejem, histórico. Si hay algo en mi correo electrónico que detesto más que esos PDF con fotos de paisajes naturales y frases engañosamente profundas que hablan de la paz del espíritu, son ciertos artículos que en cuatro párrafos pretenden dinamitar tu saber sobre determinado hecho pasado o presente para ofrecerte uno nuevo y a la moda.

Hace poco me llegó uno de esos textos de Historia pop que clama contra la -según el autor- injusta manía global de hablar mal de los americanos. Y pone ejemplos como este:

Cuando en Inglaterra, durante una gran conferencia, el Arzobispo de Canterbury le preguntó a Colin Powell si los planes de USA hacia Irak no eran otra cosa que más construcción de "el imperio" por parte de George Bush, este le respondió lo siguiente:

-"Con el transcurrir de los años, los Estados Unidos han enviado a muchos de sus mejores jóvenes, hombres y mujeres hacia el peligro, para luchar por la causa de la libertad más allá de nuestras fronteras. Las únicas tierras que hemos pedido a cambio han sido apenas las necesarias para sepultar a aquellos que no regresaron".

Se hizo un gran silencio en el recinto...

¿Estados Unidos envía soldados allende sus fronteras para luchar por la causa de la libertad? No me jodan. Desde luego, yo no me habría quedado callado como el Arzobispo. Por cada ocasión en que los americanos en verdad abrazaron una causa justa –la lucha, bastante tardía por cierto, contra la Alemania hitleriana durante la IIGM– tienen en su haber una decena de agresiones genocidas, apoyo a dictaduras convenientes y pasividades cómplices.

Que los gobiernos reformulen la Historia a capricho… bueno, para eso están. Ahora bien, que cualquier hijo de vecino se crea historiador… Internet ha puesto la cultura y los archivos desclasificados al alcance de (casi) todos, qué bien, opinar es saludable, pero no basta tener acceso a la información: hay que saber leerla.

La Historia es una ciencia, y de la misma manera que a usted, si es un profano en química, no se le ocurriría meterse en un laboratorio para comer mierda con probetas y reactivos, tampoco debería darle por entresacar gotas de conocimiento en Internet o documentales manipulados y pretender convertirlas en verdad científica.

(13 de mayo 2014)

domingo, 11 de mayo de 2014

Este Lunes 12 de Mayo termina La edición 40 de la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, por razones personales, que hacen postergar estas otras delicias de la vida, como oler ese aroma a papel nuevo, muy distante de los inodoros unos y ceros de nuestras tablet y smartphone, no pude asistir a ella. Sin embargo he leído sobre sus novedades, el hecho de estar invitado Padura para presentar su última novela "El viaje más largo", han despertado en mi un interés mayor,  también porque he leído muchas cosas de él que me han hecho cercano a su literatura, por otra el hecho de que la nostalgia tan utilizada por el escrito,  es el pan mio de cada día,  y por último el escritor "...que amaba a los perros" ha sido el "Subject" de intercambios mensajeros con un amigo entrañable de la Habana amante como yo de la lectura.

He leído y escuchado algunas entrevistas de Padura para la televisión y algunos diarios,  ha sido reconfortable escuchar halagos, cortesías y presentaciones atractivas para con un compatriota contemporáneo, sin embargo en aras de llegar a un público mayor y vender más libros (bueno para los autores y también para las editoriales), a veces, las personalidades se sientan antes periodistas que no buscan difundir la obra personal del escritor,  sino "utilizarlos" para afianzar una política editorial de esos medios preponderantes a favor de estereotipos políticos contra un país o contra una situación propia nacional. 

En la Argentina de hoy hay un debate político nacional sobre si el artista y su obra en si, tiene que tener detras una militancia politica, Padura dejo su parecer basado en la situación e historia recién de Cuba, muy distinta por demás de la situación e historia de la Argentina, tal vez, lo que no sabe Padura (quiero pensar en nombre de alguien que no me autorizo a ello) es que sus dichos, que uno puede compartir o no, son aplicados para apoyar una posición política de un medio hegemonico dentro de un ambiente nacional ajeno a la realidad inspiradora de esos convencimientos...Me pareció interesante y oportuno el artículo que leí en el Blog de Silvio sobre este tema y aquí lo dejo como mi propia reflexión...no lo hubiera dicho yo mejor.

SÁBADO, 10 DE MAYO DE 2014

PADURA, LA LITERATURA, EL COMPROMISO

por Guillermo Rodríguez Rivera

Cuando impugné el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León debió recibirlo antes que él,  creía –y creo– que la cuentística del Chino representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra historia misma.

Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos, algún conflicto personal con el novelista.

Conocí a Padura en las aulas de la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión  del común amigo Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de Padura, en Mantilla.

Ocurre que soy poeta, ensayista y, como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar  la gran poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes poetas del español, en el siglo XX.

En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”.

Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.

En el complejo entorno del mundo actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica, a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que él no necesitaba.

El periodista del rotativo bonaerense ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino –Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–, deben ser textuales, fieles, exactas.

A la inversa de lo que se deduce de las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo)  “jugar con la política desde el arte”.

En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas” y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los grandes volcanes chilenos:

                            venid a ver la sangre por las calles,

decía. Eran los tiempos de la Guerra Civil  española.

El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó  “Guernica”, se pintó después que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén?

Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas.

Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello.

Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”.

En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor.

En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica”  de Cuba.

Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora, tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo que no ha conseguido vencer.

El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo, cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el “destriunfo” de la Revolución.

América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República Dominicana por los marines,  o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla. Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton.

El punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida, pero si lentamente.

Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la novela con páginas que no le hacen bien.  Únicamente le reprocho el personaje de Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa con él.  La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos)  lo caracteriza velozmente:       
             
              un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran
                escritor pero a quien el sistema hizo a un
                lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta.

Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada representativo de la realidad cubana.

Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris (1971—1976) que Leonardo Padura  no pudo vivir, porque era casi un niño entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores recuperaron su lugar en la cultura del país.

El Instituto Cubano de Radio y Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio.

Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la realidad de su cultura.

Publicado por Silvio en 6:36 p. m.

viernes, 2 de mayo de 2014

"Tu Carta"

Llega escrita el 22
que paso
porque todo llega
después de un tiempo

Un ron de tu esfuerzo
abierto con un chorrito pa'los Santos
y para las almas
del viejo Mundo
allá en Alcalá

De niño soñé
con escribir una canción
pero gracias que esta la BUENA FE
porque la culpa
no la tiene nadie
por ti y por mi
porque nos une lo desconocido
entonces sintonizo el DIAL
son la una en Buenos Aires
y tu todavía no duermes
entonces te sueño despierto
agobiado
que no recuerdo bien
cuando te dormías en mis brazos
vaya padre con sabor a poco

Mis alas lloviznadas
por el tiempo y mis bravuras
pero llega tu Carta
la del 22 que paso
porque todo llega
después de un tiempo...

(Pintura de Alexander Laktionov, "CARTA DESDE EL FRENTE", 1947)

domingo, 27 de abril de 2014

POESIA  Y ACUARELA de JOSE LUIS FARIÑAS sacado de LA PUPILA INSOMNE de IROEL SANCHEZ

RUMBO

Encuéntrame alma,
estoy en el silencio arrodillado,
en el ruido de pie como la luna,
sin latitud ni frentes, sin espejos,
armado de tinieblas,
como el tiempo y el dagame
junto a los paños de la grieta,
bajo tu voz de aquella tarde
pasando en tus visiones rápidas,
en tu ya no creer en mis ausencias.
Te estoy esperando, alma,
reconóceme, condúceme a ti;
pero mejor no vengas,
no sea que no haya fondo en mí
ni superficie fiel que te ennoblezca.
Acaso no había claves en la higuera
ni sonidos ya que me despierten,
pero no renuncies, no te olvides, alma,
no dejes para después la próxima noche:
ve y encuéntrame.

jueves, 24 de abril de 2014

UN AMIGO DESDE LA HABANA ME ENVIÓ ESTE ARTÍCULO PUBLICADO EN CUBADEBATE...García Márquez con esa pluma maravillosa me regresa a ese Mundo donde yo todavia no había nacido, pero su genialidad radica en que su descripción me la hace sentir como vivida...Gracias I.P.

¿Cómo se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?

Por: Gabriel García Márquez

Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482,560 automóviles, 343,300 refrigeradores, 549,700 receptores de radio, 303,500 televisores, 352,900 planchas eléctricas, 286,400 ventiladores, 41,800 lavadoras automáticas, 3,500,000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso, que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos.
 
Al parecer, había de pasar un cierto tiempo antes de que la mayoría de los cubanos se dieran cuenta de lo que significaban en su vida aquellos números mortales. Desde el punto de vista de la producción, Cuba se encontró de pronto con que no era un país distinto sino una península comercial de los Estados Unidos. Además de que la industria del azúcar y el tabaco dependían por completo de los consorcios yanquis, todo lo que se consumía en la isla era fabricado por los Estados Unidos, ya fuera en su propio territorio o en el territorio mismo de Cuba.
 
La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de 20 pisos de vidrio del Malecón. Cuba importaba de los Estados Unidos casi 30 mil artículos útiles e inútiles para la vida cotidiana. Inclusive los mejores clientes de aquel mercado de ilusiones eran los mismos turistas que llegaban en el Ferry boat de West Palm Beach y por el Sea Train de Nueva Orléans, pues también ellos preferían comprar sin impuestos los artículos importados de su propia tierra. Las papayas criollas, que fueron descubiertas en Cuba por Cristóbal Colón desde su primer viaje, se vendían en las tiendas refrigeradas con la etiqueta amarilla de los cultivadores de las Bahamas. Los huevos artificiales que las amas de casa despreciaban por su yema lánguida y su sabor de farmacia tenían impreso en la cáscara el sello de fábrica de los granjeros de Carolina del Norte, pero algunos bodegueros avispados los lavaban con disolvente y los embadurnaban de caca de gallina para venderlos más caros como si fueran criollos. No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos. Las pocas fábricas de artículos fáciles que habían sido instaladas en Cuba para servirse de la mano de obra barata estaban amontonadas con maquinaria de segunda mano que ya había pasado de moda en su país de origen. Los técnicos mejor calificados eran norteamericanos, y la mayoría de los escasos técnicos cubanos cedieron a las ofertas luminosas de sus patrones extranjeros y se fueron con ellos para los Estados Unidos. Tampoco había depósitos de repuestos, pues la industria ilusoria de Cuba reposaba sobre la base de que sus repuestos estaban sólo a 90 millas, y bastaba con una llamada telefónica para que la pieza más difícil llegara en el próximo avión sin gravámenes ni demoras de aduana.
 
A pesar de semejante estado de dependencia, los habitantes de las ciudades continuaban gastando sin medida cuando ya el bloqueo era una realidad brutal. Inclusive muchos cubanos que estaban dispuestos a morir por la Revolución, y algunos sin duda que de veras murieron por ella, seguían consumiendo con un alborozo infantil. Más aún: las pioneras medidas de la Revolución habían aumentado de inmediato el poder de compra de las clases más pobres, y estas no tenían entonces otra noción de felicidad que el placer simple de consumir. Muchos sueños aplazados durante media vida y aun durante vidas enteras se realizaban de pronto. Sólo que las cosas que se agotaban en el mercado no eran repuestas de inmediato, y algunas no serían repuestas en muchos años, de modo que los almacenes deslumbrantes del mes anterior se quedaban sin remedio en los puros huesos.
 
Cuba fue por aquellos años iniciales el reino de la improvisación y el desorden. A falta de una nueva moral –que aún habrá de tardar mucho tiempo para formarse en la conciencia de la población– el machismo Caribe había encontrado una razón de ser en aquel estado general de emergencia.
 
El sentimiento nacional estaba tan alborotado con aquel ventarrón incontenible de novedad y autonomía, y al mismo tiempo las amenazas de la reacción herida eran tan verdaderas e inminentes, que mucha gente confundía una cosa con la otra y parecía pensar que hasta la escasez de leche podía resolverse a tiros. La impresión de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros, tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre.
 
En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país había cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible. Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra. Grandes cruces rojas dentro de círculos blancos habían sido pintadas en los techos de los hospitales para ponerlos a salvo de bombardeos previsibles. También en las escuelas, los templos y los asilos de ancianos se habían puesto señales similares. En los aeropuertos civiles de Santiago y Camagüey había cañones antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial disimulados con lonas de camiones de carga, y las costas estaban patrulladas por lanchas rápidas que habían sido de recreo y entonces estaban destinadas a impedir desembarcos. Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones mandados desde Miami, ruinas de fábricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles de la revolución. En el aeropuerto de La Habana donde era evidente que se hacían esfuerzos para que no se notara el ambiente de guerra, había un letrero gigantesco de un extremo a otro de la cornisa principal: “Cuba, territorio libre de América”. En lugar de los soldados barbudos de antes, la vigilancia estaba a cargo de milicianos muy jóvenes con uniforme verde olivo, entre ellos algunas mujeres, y sus armas eran todavía las de los viejos arsenales de la dictadura. Hasta entonces no había otras. El primer armamento moderno que logró comprar la Revolución a pesar de las presiones contrarias de los Estados Unidos había llegado de Bélgica el 4 de marzo anterior, a bordo del barco francés Le Coubre, y este voló en el muelle de La Habana con 700 toneladas de armas y municiones en las bodegas por causa de una explosión provocada. El atentado produjo además 75 muertos y 200 heridos entre los obreros del puerto pero no fue reivindicado por nadie, y el gobierno cubano lo atribuyo a la CIA. Fue en el entierro de las víctimas cuando Fidel Castro proclamó la consigna que habría de convertirse en la divisa máxima de la nueva Cuba: “Patria o Muerte”. Yo la había visto por primera vez en las calles de Santiago, la había visto pintada a brocha gorda sobre los enormes carteles de propaganda de empresas de aviación y pastas dentífricas norteamericanas en la carretera polvorienta del aeropuerto de Camagüey, y la volví a encontrar repetida sin tregua en cartoncitos improvisados en las vitrinas de las tiendas para turistas del aeropuerto de La Habana, en las antesalas y los mostradores, y pintada con albayalde en los espejos de la peluquería y con carmín de labios en los cristales de los taxis. Se había conseguido tal grado de saturación social, que no había ni un lugar ni un instante en que no estuviera escrita aquella consigna de rabia, desde las pailas de los trapiches hasta el calce de los documentos oficiales, y la prensa, la radio, y la televisión la repitieron sin piedad durante días enteros y meses interminables, hasta que se incorporó a la propia esencia de la vida cubana.
 
En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creador de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor. La ciudad seguía siendo un santuario de placer, con máquinas de lotería hasta en las farmacias y automóviles de aluminio demasiado grandes para las esquinas coloniales, pero el aspecto y la conducta de la gente estaba cambiando de un modo brutal. Todos los sedimentos del subsuelo social habían salido a flote, y una erupción de lava humana, densa y humeante, se esparcía sin control por los vericuetos de la ciudad liberada, y contaminaba de un vértigo multitudinario hasta sus últimos resquicios. Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en la silla de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubes exclusivos de Siboney.
 
El cancerbero rubio del hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el día convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado. Un chévere legítimo del Luyanó, retinto, y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar, y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó abochornado y trémulo.
 
-¡Coño! –Suspiró– ¡Olía a flores!
 
Eran tropiezos frecuentes. Y comprensibles, porque el poder de compra de la población urbana y rural había aumentado de un modo considerable en un año. Las tarifas de la electricidad, del teléfono, del transporte y de los servicios públicos en general, habían sufrido reducciones drásticas, y se organizaban excursiones especiales del campo a la ciudad y de la ciudad al campo que en muchos casos eran gratuitos. Por otra parte, el desempleo se estaba reduciendo a grandes pasos, los sueldos subían, y la Reforma Urbana había aliviado la angustia mensual de los alquileres, y la educación y los útiles escolares no costaban nada. Las 20 leguas de harina de marfil de las playas de Varadero, que antes tenían un solo dueño y cuyo disfrute estaba reservado a los ricos demasiado ricos, fueron abiertas sin condiciones para todo el mundo, inclusive para los mismos ricos. Los cubanos, como la gente del Caribe en general, habían creído desde siempre que el dinero sólo servía para gastárselo, y por primera vez en la historia de su país lo estaban comprobando en la práctica.
 
Creo que muy pocos éramos conscientes de la manera sigilosa pero irreparable en que la escasez se nos iba metiendo en la vida.
 
Aún después del desembarco en Playa Girón los casinos continuaban abiertos, y algunas putitas sin turistas rondaban por los contornos en espera de que un afortunado casual de la ruleta les salvara la noche. Era evidente que a medida que las condiciones cambiaban, aquellas golondrinas solitarias se iban volviendo lúgubres y cada vez más baratas. Pero de todos modos las noches de La Habana y de Guantánamo seguían siendo largas e insomnes, y la música de las fiestas de alquiler se prolongaba hasta el alba. Esos rezagos de la vida vieja mantenían una ilusión de normalidad y abundancia que ni las explosiones nocturnas, ni los rumores constantes de agresiones infames, ni la inminencia real de la guerra conseguían extinguir, pero que desde hacía mucho tiempo habían dejado de ser verdad. A veces no había carne en los restaurantes después de la media noche, pero no nos importaba, porque tal vez había pollo.
 
A veces no había plátano, pero no nos importaba porque tal vez había boniato. Los músicos de los clubes vecinos y los chulos impávidos que esperaban las cosechas de la noche frente a un vaso de cerveza, parecían tan distraídos como nosotros ante la erosión incontenible de la vida cotidiana.
 
En el centro comercial habían aparecido las primeras colas y un mercado negro incipiente pero muy activo empezaba a controlar los artículos.
 
Yo tomé conciencia del bloqueo de una manera brutal, pero a la vez un poco lírica, como había tomado conciencia de casi todo en la vida. Después de una noche de trabajo en la oficina de Prensa Latina me fui solo y medio entorpecido en busca de algo para comer. Estaba amaneciendo. El mar tenía un humor tranquilo y una brecha anaranjada lo separaba del cielo en el horizonte. Caminé por el centro de la avenida desierta, contra el viento de salitre del malecón, buscando algún lugar abierto para comer bajo las arcadas de piedras carcomidas y rezumantes de la ciudad vieja. Por fin encontré una fonda con la cortina metálica cerrada pero sin candado, y traté de levantarla para entrar, porque dentro había luz y un hombre estaba lustrando los vasos en el mostrador. Apenas lo había intentado cuando sentí a mis espaldas el ruido inconfundible de un fusil al ser montado, y una voz de mujer muy dulce pero resuelta.
 
–Quieto compañero –dijo– Levanta las manos. Era una aparición en la bruma del amanecer. Tenía un semblante muy bello, con el pelo amarrado en la nuca como una cola de caballo, y la camisa de miliciana ensopada por el viento del mar. Estaba asustada sin duda, pero tenía los tacones separados y bien establecidos en la tierra, y agarraba el fusil como un soldado.
 
–Tengo hambre –dije.
 
Tal vez lo dije con demasiada convicción, porque sólo entonces comprendió que yo no había tratado de entrar a la fonda a la fuerza, y su desconfianza se convirtió en lástima.
 
–Es muy tarde –dijo.
 
–Al contrario –le repliqué–: el problema es que es demasiado temprano. Lo que quiero es desayunar.
 
Entonces hizo señas hacia adentro por el cristal, y convenció al hombre de que me sirviera algo aunque faltaban dos horas para abrir. Pedí huevos fritos con jamón, café con leche y pan con mantequilla, y un jugo fresco de cualquier fruta. El hombre me dijo con una precisión sospechosa que no había huevos ni jamón desde hacía una semana ni leche desde hacía tres días, y que lo único que podía servirme era una taza de café negro y pan sin mantequilla, y si acaso un poco de macarrones recalentados de la noche anterior. Sorprendido le pregunté qué estaba pasando con las cosas de comer, y mi sorpresa era tan inocente que entonces fue él quien se sintió sorprendido.
 
–No pasa nada –me dijo–. Nada más que a este país se lo llevó el carajo.
 
No era enemigo de la Revolución como lo imaginé al principio. Al contrario era el último de una familia de 11 personas que se habían fugado en bloque para Miami. Había decidido quedarse, y en efecto se quedó para siempre, pero su oficio le permitía descifrar el porvenir con elementos más reales que los de un periodista trasnochado. Pensaba que antes de tres meses tendría que cerrar la fonda por falta de comida, pero no le importaba mucho porque ya tenía planes muy bien definidos para su futuro personal.
 
Fue un pronóstico certero. El 12 de marzo de 1962, cuando ya habían transcurrido 322 días desde el principio del bloqueo, se impuso el razonamiento drástico de las cosas de comer. Se asignó a cada adulto una ración mensual de tres libras de carne, una de pollo, seis de arroz, dos de manteca, una y media de frijoles, cuatro onzas de mantequilla y cinco huevos. Era una ración calculada para que cada cubano consumiera una cuota normal de calorías diarias. Había raciones especiales para los niños, según la edad, y todos los menores de 14 años tenían derecho a un litro diario de leche. Más tarde empezaron a faltar los clavos, los detergentes, los focos, y otros muchos artículos de urgencia doméstica, y el problema de las autoridades no era reglamentarlos sino conseguirlos. Lo más admirable era comprobar hasta qué punto aquella escasez impuesta por el enemigo iba acendrando la moral social. El mismo año en que se estableció el racionamiento ocurrió la llamada Crisis de Octubre, que el historiador inglés Hugh Thomas ha calificado como la más grave de la historia de la humanidad, y la inmensa mayoría del pueblo cubano se mantuvo en estado de alerta durante un mes, inmóviles en sus sitios de combate hasta que el peligro pareció conjurado, y dispuestos a enfrentarse a la bomba atómica con escopetas. En medio de aquella movilización masiva que hubiera bastado para desquiciar a cualquier economía bien asentada, la producción industrial alcanzó cifras insólitas, se terminó el ausentismo en las fábricas y se sortearon obstáculos que en circunstancias menos dramáticas hubieran sido fatales. Una telefonista de Nueva York le dijo en esa ocasión a una colega cubana que en los Estados Unidos estaban muy preocupados por lo que pudiera ocurrir.
 
–En cambio aquí estamos muy tranquilos –replicó la cubana–. Al fin y al cabo, la bomba atómica no duele.
 
El país producía entonces suficientes zapatos para que cada habitante de Cuba pudiera comprar un par al año, de modo que la distribución se canalizó a través de los colegios y los centros de trabajo. Sólo en agosto de 1963, cuando ya casi todos los almacenes estaban cerrados porque no había materialmente nada que vender, se reglamentó la distribución de la ropa. Empezaron por raciones de nueve artículos, entre ellos los pantalones de hombre, la ropa interior para ambos sexos y ciertos géneros textiles, pero antes de un año tuvieron que aumentarlos a 15. Aquella Navidad fue la primera de la Revolución que se celebró sin cochinito y turrones, y en que los juguetes fueron racionados. Sin embargo, y gracias precisamente al racionamiento, fue también la primera Navidad en la historia de Cuba en que todos los niños sin ninguna distinción tuvieron por lo menos un juguete. A pesar de la intensa ayuda soviética y de la ayuda de China Popular que no era menos generosa en aquel tiempo, y a pesar de la asistencia de numerosos técnicos socialistas y de la América Latina, el bloqueo era entonces una realidad ineludible que había de contaminar hasta las grietas más recónditas de la vida cotidiana y a apresurar los nuevos rumbos irreversibles de la historia de Cuba. Las comunicaciones con el resto del mundo se habían reducido al mínimo esencial. Los cinco vuelos diarios a Miami y los dos semanales de Cubana de Aviación a Nueva York fueron interrumpidos desde la Crisis de Octubre. Las pocas líneas de América Latina que tenías vuelos a Cuba los fueron cancelando a medida que sus países interrumpían las relaciones diplomáticas y comerciales, y sólo quedo un vuelo semanal desde México que durante muchos años sirvió de cordón umbilical con el resto de América, aunque también como canal de infiltración de los servicios de subversión y espionaje de los Estados Unidos. Cubana de Aviación, con su flota reducida a los épicos Bristol Britannia que eran los únicos cuyo mantenimiento podían asegurar mediante acuerdos especiales con los fabricantes ingleses, sostuvo un vuelo casi acrobático a través de la ruta polar hasta Praga. Una carta de Caracas, a menos de mil kilómetros de la costa cubana, tenía que darle la vuelta a medio mundo para llegar a La Habana. La comunicación telefónica con el resto del mundo tenía que hacerse por Miami o Nueva York, bajo el control de los servicios secretos de los Estados Unidos, mediante un prehistórico cable submarino que fue roto en una ocasión por un barco cubano que salió de la bahía de La Habana arrastrando el ancla que había olvidado levar. La única fuente de energía eran los 5 millones de toneladas de petróleo que los tanqueros soviéticos transportaban cada año desde los puertos del Báltico, a 14 mil kilómetros de distancia, y con una frecuencia de un barco cada 53 horas. El Oxford, un buque de la CIA equipado con toda clase de elementos de espionaje, patrulló las aguas territoriales cubanas durante varios años para vigilar que ningún país capitalista, salvo los muy pocos que se atrevieron, contrariara la voluntad de los Estados Unidos. Era además una provocación calculada a la vista de todo el mundo. Desde el malecón de La Habana o desde los barrios altos de Santiago se veía de noche la silueta luminosa de aquella nave de provocación anclada en aguas territoriales. Tal vez muy pocos cubanos recordaban que del otro lado del mar Caribe, tres siglos antes, los habitantes de Cartagena de Indias habían padecido un drama similar.
 
Las 120 mejores naves de la armada inglesa, al mando del almirante Vernon, habían sitiado la ciudad con 30 mil combatientes selectos, muchos de ellos reclutados en las colonias americanas que más tarde serían los Estados Unidos. Un hermano de George Washington, el futuro libertador de esas colonias, estaba en el estado mayor de las tropas de asalto. Cartagena de Indias, que era famosa en el mundo de entonces por sus fortificaciones militares y la espantosa cantidad de ratas de sus albañales, resistió el asedio con una ferocidad invencible, a pesar de que sus habitantes terminaron por alimentarse con lo que podían, desde las cortezas de los árboles hasta el cuero de los taburetes. Al cabo de varios meses, aniquilados por la bravura de guerra de los sitiados, y destruidos por la fiebre amarilla, la disentería y el calor, los ingleses se retiraron en derrota. Los habitantes de la ciudad, en cambio, estaban completos y saludables, pero se habían comido hasta la última rata.
 
Muchos cubanos, por supuesto, conocían este drama. Pero su raro sentido histórico les impedía pensar que pudiera repetirse. Nadie hubiera podido imaginar, en el incierto Año Nuevo de 1964, que aún faltaban los tiempos peores de aquel bloqueo férreo y desalmado, y que había de llegarse a los extremos de que se acabara hasta el agua de beber en muchos hogares y en casi todos los establecimientos públicos.
Publicado en Proceso No. 0090- 01. 24 de julio de 1978.

miércoles, 23 de abril de 2014

OJOS NEGROS
(REINA MARIA RODRIGUEZ)

I

No era mi padre con sus anchos pantalones de hilo blanco.
Era Marcelo Mastroianni
con su pelo negro todavía, una mota echada hacia atrás,
a lo Elvis.
Sonrisa de labios finos, encima, las tiesas pestañas,
su coquetería.
Uno espera una total entrega suya
y el personaje, luego, nos defrauda,
porque no se va de nuevo en busca
de aquella mujer rusa
(antes la había buscado en San Petersburgo,
¡tan lejos!
habría levantado cada piedra por ella).

Ahora, navega como camarero
despojado del pasado y su fe.
Entonces, descubrí, que no era mi padre
—él hubiera llegado hasta el final por la mujer rusa.
Él, “que todo lo aguantaba por amor”, decía.

Los gitanos siguieron cantando y bailando con sus carros
sobre la estepa húmeda:
“¡Espérenme! ¡Espérenme!”
fue su grito final de personaje.
Pero ellos no se detuvieron
(ni ella tampoco).

Solo el amor regresa, vuelve, al mismo barco
que navega hacia América
donde ella se oculta con su velo y la niebla
del pasado
y él le sirve otra copa de champang
que comparten en la proa.

Mi padre, finalmente, lo deja todo
—también su vida— y aún joven,
recupera bajo el agua
su pasión.

II

Pero el agua era un bote pequeño.
Un bote (sin camarotes) tambaleante,
con música vulgar de bares al fondo, en Cojímar
donde remábamos a pesar de la profunda corriente del río
que, al unísono, sobre las gotas,
arrastraba fango
sin percatarnos, de la mordedura de la morena verde
escondida en la roca

mi padre y yo.
Él subía su voz tan fuerte entonces
y me abrazaba
cuando el agua temblaba más de lo debido.
Desde el fondo, los peces envidiaban la canción
que entonábamos
a sabiendas
“de que el deseo es lo desconocido
y sobre lo desconocido no podíamos tener
ninguna pretensión” ni confianza.

III

Luego, varados junto al cayito
entrábamos al mar que tenía una línea perceptible
entre la limpieza y la suciedad del río
tan marcada en el límite como una ilusión
de que todo lo haríamos juntos en la vida
a pesar de aquel color cambiado,
de aquella época de tránsito
(como siempre fueron las épocas vacías).

Pero, en su proceso, la vida nos separó
dejándolo para un domingo, en marzo,
de personaje en la película que lo recuerda
como actor italiano
padre de hija sin padre ni hermano,
de amigos que se fueron también con la resaca
contra el vaivén de un barco pequeño
donde llevo años bajo una sombrilla
protegiendo todavía a mi hija
para dejarla allí, al descubierto,
a la intemperie también,
en el desamparo de un país que es un bote, una isla,
donde todos parten sin regreso
como en la película.

IV

Después, no sabía qué hacer con la nostalgia del mar
(palabra blanda, sutil)
incapaz de colaborar con la realidad
que enmarca como cuadro triste, todo esto
con lo que uno se parapeta y se desprende
de alguien
sin ser paisaje ni contemplación
entre líneas opacas, barcos sonámbulos,
memorias
que no quieren morir como esos peces
frágiles y fríos a sus pies.

V

La piedra tenía cara de oso polar por un lado
y parecía un jabón por el otro.
La encontramos en Santa Fe
a la entrada del verano
mi padre, mi hermano y yo.
Fue el último día que nos bañamos juntos
en aquella playa rocosa.
Veo aún a mi padre con las olas en las rodillas
tan contento diciéndonos: “siempre vengan aquí
cuando yo no esté”.

Esa tarde recogimos la piedra que fue su lápida.
El jabón se deshizo en pequeñas partículas
esmeriladas
por la constancia del uso
y el oso fue de pronto un animal extraño,
irreconocible
y pacífico.

¡Jamás volvimos a Santa Fe!