¿QUE LLEVA A LOS EMPRESARIOS A
SUICIDARSE?
(Por Claudio Scaletta, PAGINA12)
Por estos días trascendió que algunos cientos
de los principales empresarios argentinos se reunieron en un grupo de Whatsapp
para coordinar acciones en defensa “del capitalismo”. También que Mauricio
Macri le hizo llegar al grupo un audio de congratulación y aliento que
entusiasmó sobremanera a los participantes. El mensaje de Macri se entiende en
tanto el enfoque de estos empresarios se encuentra absolutamente en línea con
el discurso gubernamental de acusar a sus adversarios de “no querer una
sociedad capitalista”, como si el peronismo contrincante alguna vez hubiese
sido algo distinto al capitalismo, discurso que llegó al nivel absurdo de
acusar a uno de los líderes opositores de “comunista”, un comunista que además
ya fue ministro de Economía, no socializó los medios de producción y no dejó de
pagar deuda alguna, para decirlo de manera esquemática. Sin embargo, lo que en
realidad sorprendió fueron los nombres de muchos de los integrantes del grupo
de Whatsapp, ya que se trata de representantes de ramas industriales y de la
actividad económica arrasadas por el actual modelo, ramas a las que además les
irá mucho peor si se produjese un escenario de continuidad.
En el debate político suele reprenderse a los
trabajadores, incluidos los sectores medios, por votar en contra de sus
intereses objetivos. No se hace lo mismo con los capitalistas, quienes suelen
mostrar el mismo comportamiento electoral incluso con un grado mucho mayor de
ideologización. Dicho de otra manera, “la política” suele hablarles a los más
pobres sobre la necesidad de tener conciencia clara en la defensa de sus
intereses objetivos, pero no hace lo mismo con los empresarios, quienes por su
poder relativo tienen una mayor capacidad de acción en la determinación del
rumbo económico. Aparece aquí un claro déficit de la clase política, que ejerce
cierto paternalismo discursivo con los trabajadores, pero que a los empresarios
les dice lo que quieren escuchar. En esta línea se inscribe el giro político
del presente hacia una “gran moderación”.
Resta entonces la tarea política vacante,
pendiente, de educar a los empresarios. La tarea es indispensable porque,
aunque la afirmación parezca extraña, la clase empresarial local representa el
principal escollo para poner en marcha un verdadero proceso de desarrollo
capitalista. La capacidad de algunos empresarios para organizar una porción de
una rama de la producción de ninguna manera resulta extensiva a la organización
del conjunto de la producción, capacidad que corresponde a la macroeconomía del
desarrollo. El interés individual de corto plazo, la preocupación de la clase
empresaria, es diferente al interés general de largo plazo, la preocupación de
la clase política.
La pregunta entonces es por qué los
capitalistas locales son un escollo para el desarrollo capitalista. Quizá sea
ocioso repetirlo, pero lo primero que debe decirse es que el análisis económico
excluye de sus herramental la intencionalidad de los actores. No existen, por
ejemplo, empresarios malos y trabajadores buenos, o empresarios inmaculados y
trabajadores delincuentes y mafiosos. Lo que existe es una lógica económica en
el comportamiento de cada actor y esa lógica tiene, como punto de partida,
componentes muy básicos: los empresarios quieren sostener o incrementar sus
ganancias y los trabajadores su salario.
Luego, esta lógica es universal, es decir
opera en todos los países del planeta. Los capitalistas argentinos no siguen
una lógica distinta a la de los de cualquier otro país. No son mejores ni
peores, son empresarios que quieren sostener o incrementar las ganancias y en
ese camino se adaptan a las reglas del entorno, que son las organizadas por el
Estado. Esta universalidad excluye las explicaciones particularistas, por
ejemplo la que atribuye la fuga de capitales a la “reticencia inversora”. La
universalidad es también un requisito epistemológico. Si la economía es una
ciencia sus leyes son universales, no hay unas leyes para los “reticentes”
capitalistas argentinos y otras, por ejemplo, para los “austeros” capitalistas
japoneses. Lo que funciona en todo tiempo y lugar es la lógica del capital. Y
en esta lógica la economía política clásica advirtió una relación
contradictoria entre el capital y el trabajo, entre la ganancia y el salario.
Sin meterse en cuestiones teóricas
intrincadas, la relación entre el capital y el trabajo es absolutamente
contradictoria en la foto, en el reparto del excedente la ganancia solo puede
aumentar en detrimento del salario y viceversa, pero no necesariamente en la
película. Si la economía crece, salarios y ganancias pueden ambos aumentar. Es
la famosa relación ganar-ganar que dio origen al mito de las burguesías
nacionales bajo los llamados estados benefactores o de bienestar. La primera
conclusión es que sin perder su lógica de capitalistas, la búsqueda de ganancias,
los capitalistas de un determinado país pueden tener intereses coincidentes con
los trabajadores en el crecimiento de los mercados nacionales. Esta película es
la respuesta “policlasista” al clasismo duro de la foto de la lucha de clases.
En el capitalismo global la relación
ganar-ganar funcionó bastante bien durante la llamada “época de oro”, las tres
décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero la virtual armonía de
clases se cortó con el fin de los estados benefactores y el surgimiento, a
mediados de los ’70, del capitalismo neoliberal. Lo que se observa desde
entonces es un estancamiento del ingreso de los trabajadores y una
concentración del excedente generado en la clase de los empresarios y dentro de
ellos en la cúspide de la pirámide, en el 1 por ciento más rico de la población
(e incluso en el tope del 0,1). Los números que ilustran estos procesos, por
ejemplo en Estados Unidos, pueden encontrarse en textos como El capital en el
siglo XXI de Thomas Piketty. No están en discusión, son las tendencias del
capitalismo.
Descendiendo a la aldea, la pregunta que
surge es por qué los empresarios beneficiados por el modelo de la
industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) de la posguerra fueron los
mismos que la frenaron a partir de mediados de los ‘70 y hoy trabajan para
abolir ramas industriales completas. La respuesta simple –la compleja demanda
mucho más que un artículo– tiene dos partes. La primera es local, una vez que
los nuevos industriales surgidos con la ISI se hicieron fuertes y monopolizaron
sus mercados gracias a la protección y los subsidios estatales decidieron que
ya era tiempo de retirar la escalera. La segunda responde a la globalización de
la producción y a la división internacional del trabajo que de ella resulta, ya
que parte del gran empresariado local representa a firmas que sólo son
subsidiarias de multinacionales. Lo admirable, en todo caso, es que una pequeña
porción de los empresarios haya logrado convencer a la mayoría de su clase de
que sus intereses particulares son los mismos que los del conjunto. El grueso
de los capitalistas locales debería advertir que el tipo de capitalismo
promovido por el macrismo no los incluye
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