EL DEDO
DE ALBERTO
(Por Ricardo
Aronskind, en el blog “El COHETE A LA LUNA”)
La ofensiva que lanzó el propio Mauricio
Macri desde su estrado en el “debate” presidencial del domingo pasado no fue
espontánea, ni menos aún vinculada a la disputa electoral coyuntural.
La partitura fue escrita hace rato, pero ha
sido necesario remozarla debido al cambio dramático que introdujo Cristina
Fernández cuando anunció el lanzamiento de la candidatura presidencial de
Alberto Fernández.
La partitura sostiene que el kirchnerismo es
autoritario, antirrepublicano, peligroso para la libertad y la propiedad y
filo-chavista. Y chorro, para la gente menos ideologizada.
Poco de todo eso se ha verificado en la
realidad, pero sabemos que la comprobación empírica no tiene importancia alguna
en el discurso de la derecha.
El discurso les es útil como herramienta
política en la lucha por el poder, y si sirve, sirve.
La caracterización del peligro kirchnerista
fue trabajada durante más de una década por toda la cadena de medios de la
derecha argentina y logró cierta implantación, en base a machaque incesante y
sistemático y a la ostensible debilidad de los medios alternativos de difusión
en el contexto de una falta de estrategia contrahegemónica.
Al desplazarse Cristina de una eventual
candidatura presidencial, la gigantesca artillería montada durante infinitas
horas televisivas y kilómetros interminables de notas, tapas y editoriales,
además de febriles actividades literarias en ciertos juzgados, corrió
repentinamente peligro de obsolescencia. El tipo de ataque estaba diseñado en
función de la ex Presidente, cabeza clara de un espacio opositor nítido e
irreductible.
La elección de Alberto Fernández tuvo una
efectividad política extraordinaria, ya que permitió reunificar varios espacios
peronistas alejados, establecer puentes con público independiente, acercar a
sectores empresarios no tan ideologizados por el antikirchnerismo y rearmar una
importante mayoría electoral a partir de ser capaces de canalizar el malestar
poblacional, como se mostró en las PASO.
A pesar del vaciamiento que viene sufriendo
la idea democrática en el mundo y en nuestro país, todavía las elecciones
juegan un significativo papel en la designación de los representantes de las
mayorías. (Aun cuando existen una cantidad de mecanismos previos de selección
de partidos y candidatxs que tienden a reasegurar el orden dominante.)
Cristina, por la índole de sus convicciones y
su dignidad personal, ha concitado un rechazo rayano con el paroxismo en las
fracciones más extremistas de las clases dominantes locales y en los
principales centros de poder occidentales, que prefieren políticos y Presidentes
fiables, colonizados por la ideología de la globalización. Son esos sectores
extremistas los que han acuñado la versión del kirchnerismo chavista, los que
han alucinado milicias de La Cámpora, los que fabularon amenazas a la libertad
de prensa y peligros inminentes de expropiaciones generalizadas. Mediante el
aparato comunicacional que les pertenece, lograron implantar en sectores
sociales subordinados el peregrino “recuerdo” de que se vivió con miedo en el
período kirchnerista y que a ese “pasado negro” no se debe volver.
La irrupción de Alberto Fernández provocó
desconcierto en ese decorado de ideas al gusto de la parte más retrógrada del
poder local. Pero también generó en círculos empresariales dejados de lado por
el macrismo expectativas de un mayor acceso a las futuras autoridades
peronistas. En muchos anti-k, se multiplican las suspicacias en relación a la
articulación política Alberto-Cristina.
El domingo del primer debate presidencial se
develó cómo se reconfigura el discurso de la derecha local, no sólo para
asustar independientes en el tiempo que resta hasta los comicios, sino para
empezar a tratar con el enigma Alberto.
El índice del autoritarismo
Pongamos brevemente la campaña electoral en
su contexto económico social. El cuadro es tan calamitoso que el registro de
5,9% de inflación mensual pasa casi desapercibido y una caída de la Bolsa del
5% en un día no sorprende a nadie.
No fue producto de una guerra ni de un
cataclismo, sino de pésimas políticas aplicadas por la actual gestión. El país
aparece fuertemente endeudado, con un Estado severamente comprometido en sus
finanzas y sin ningún horizonte alentador. Es un país descerebrado, flotando en
el mar embravecido de la globalización, con un gobierno que festeja este hecho
y ofrece su territorio a los capitales del mundo que quieran depredarlo.
Si en esas condiciones objetivas cualquier
candidato/a que se llame opositor no va a manifestar su malestar, su
discrepancia, o el repudio que millones de argentinxs sienten por este cuadro
de situación, debería retirarse de la política y dedicarse a otras actividades
que no requieran capacidades mínimas para la confrontación.
¿Cómo no va a levantar la voz, enojarse,
esgrimir argumentos y señalar responsabilidades un candidato opositor? La
acusación de intolerancia, autoritarismo y otros epítetos por parte de Macri y
el coro a su servicio, es sólo la bandera de largada de una campaña que se
podría titular: “Alberto es tan confrontativo, peligroso y extremista como
Cristina, hasta que no nos demuestre lo contrario”.
Hay que decir que todas las democracias
occidentales en los últimos 40 años han hecho un culto de la moderación… de los
izquierdistas. Una vez realizadas las reformas neoliberales en todos los
escenarios políticos, se desató una campaña educativa para que todos los que
formaron parte de cualquier sistema político partidario se comportaran
“moderadamente”, respetando las reglas e instituciones destinadas a preservar
el orden neoliberal.
El culto del político anodino, que no dice
nada porque no se anima o porque ya no sabe qué podría decir, se transformó en
una cultura política a reproducir e imitar, sinónimo de conducta cívica
correcta.
Esta fue la tendencia global, que ahora se
está destruyendo porque el líder de la principal potencia mundial la está
demoliendo en base a tweets e improperios.
Pero en el caso argentino tenemos un matiz
adicional: se pide respeto y moderación republicana frente a un modelo
económico y social ruinoso para la mayoría de lxs argentinxs, pero además
económicamente inviable. Según el enfoque que difunden los principales medios,
no habría razón alguna para indignarse, ni por el tremendo fracaso económico,
ni por el desastre social, por el pisoteo de la justicia y la existencia de
presos políticos o por los mega-negociados gubernamentales.
Ni levantar la voz, ni levantar el dedo, que
no es para tanto. Como diría el Querido Rey: “Tu te callas”.
Lo
importante es la inhibición
El mensaje es: los únicos que tienen derecho
a la indignación son quienes consideran que sus rentas, sus propiedades o sus
dólares, así como las vías para poder extraerlos del país, están amenazados.
Fuera de eso lo que corresponde es la moderación republicana.
Para nuestros políticos, especialmente para
los que asumirán el 10 de diciembre, el mensaje es: habrá tolerancia cero a
cualquier cosa que suene a discurso destemplado, a política pública “agresiva”
o que desafine con la melodía conservadora dominante. Habrá que mantener y
respetar los “logros” de la gestión macrista en cuanto a nuevas rentas
generadas desde el Estado, a la nueva distribución del ingreso. A partir de
eso, que los peronistas vean cómo se las arreglan para contener las
expectativas sociales.
Se recicla el discurso de la furia
anticristinista y se lo redirecciona como amenaza hacia Alberto. En principio,
la meta del establishment sería alfonsinizarlo: un político con
buenas intenciones y que comienza con mucha adhesión popular, al que se le
aclara muy bien cuáles son los límites que debe respetar, y al que se va
despojando sucesivamente de instrumentos de control económico, hasta que el
desgaste político y la incitación mediática hagan lo suyo.
Cuando se le ocurra reducir alguna renta,
eliminar algún privilegio, recortar algún abuso, regular algún mercado
importante o volver algún precio a la racionalidad, se lo atacará como chavista
y títere de la extremista de Cristina. En cambio se lo acompañaría si decidiera
desprenderse de la Yegua y emprender el brillante y luminoso camino que ya está
recorriendo Lenin Moreno en Ecuador, que ha logrado descender al 5% de adhesión
pública pero recibe gran cariño de la elite ecuatoriana y sus medios de
difusión.
Todos piden, nadie pone
Salvo una parte de los votantes de Cambiemos
–un fenómeno sociológico aparte—, todos saben cómo terminan las elecciones del
próximo domingo. Y de hecho se están realizando preparativos en ese sentido.
Desde el espacio del Frente de Todos se
insiste con la necesidad de un pacto social, de un acuerdo real y sostenible
con los principales actores económicos y gremiales para garantizar la
viabilidad económica y política del gobierno de Alberto Fernández en el difícil
tramo inicial.
El escenario es sumamente complejo. Un punto
central a despejar es cómo se resolverá el manejo de los impagables compromisos
externos que deja el macrismo.
Al mismo tiempo se requiere relanzar la
producción y poner un énfasis mayor que en el gobierno de Cristina en las
posibilidades exportadoras de todas las actividades locales.
La delicadísima situación presupuestaria
obligará a un muy preciso manejo de recursos y gastos: no habrá margen fiscal
para rescates masivos y menos a empresarios prebendarios.
Pero lo notable son las declaraciones que
hacen quienes han sido los impulsores y sostenedores de la gestión macrista,
los mismos que deberán ser los participantes necesarios del pacto social, que
de ser exitoso debería desembocar en una nueva etapa de crecimiento sostenible
de la economía nacional y de recomposición del golpeado tejido social.
Por ahora, los empresarios se aprestan a
contribuir al próximo gobierno con nuevas demandas.
La Unión Industrial reclamó recientemente la
reducción de una serie de impuestos que afectan a la actividad, en nombre de la
competitividad externa. Parece llegada la hora de que el Estado Nacional
abandone su rol de dador bobo y comience a exigir compromisos concretos y
verificables, a cambio de concesiones a cualquier sector.
Claudio Cesario, de la Asociación de Bancos
Argentinos (ABA), se mostró esperanzado que la renegociación de la deuda se
haga respetando al máximo los compromisos fabricados por el macrismo: «No creo
que sea necesario una reestructuración de la deuda externa agresiva en términos
de quita de capital e intereses». Es notable lo distorsionado que está el
debate público en Argentina. Todo actor de la escena nacional debería bregar,
aunque sea formalmente, por el mayor alivio financiero posible para el Estado y
nuestra población. Sin embargo, aquí se expresa públicamente la solidaridad con
la sensible piel de los acreedores externos.
En tanto, ABA emitió un documento reclamando
un “fuerte compromiso con el equilibrio fiscal” del próximo gobierno. No se
está refiriendo a ser más eficiente en términos recaudatorios, sino en ser más
estricto que el macrismo en recortar el gasto público… en un contexto de
derrumbe económico. El resultado de la simpática recomendación de ABA sería
sumir en la impotencia al próximo gobierno y llevarlo a defraudar las enormes
expectativas existentes de alivio social.
A su vez, ABA, el Foro de Convergencia
Empresaria, el Club Político Argentino y el Instituto para el Desarrollo
Empresarial Argentino (IDEA) reclamaron garantizar la estabilidad de los
funcionarios en 12 organismos públicos, entre ellos el Banco Central, la AFIP,
el ANSES… Es decir, se reunieron varios de los más importantes apoyos
empresariales y políticos de la actual gestión (calamitosa) a reclamar la
continuidad de los funcionarios designados por… la gestión calamitosa. Entre
los funcionarios de los cuales se solicita su permanencia aparece,
increíblemente, la militante macrista Laura Alonso, especializada en no
investigar la corrupción y perseguir al kirchnerismo.
Según Ámbito Financiero, esta iniciativa fue
elaborada luego de las PASO debido a que “el temor y la casi certeza de que el
Frente de Todos gane las elecciones por un amplio margen aceleró la
preocupación empresarial por garantizar la profesionalidad de algunos
organismos clave”.
Ahora llaman profesionalidad a la ocupación
del Estado por los CEOs y sus empleados, con los resultados que están a la
vista.
Prolegómenos
El comportamiento de los actores, sus
declaraciones y exigencias —previsibles, por otra parte—, obligan a tener muy
claras las prioridades y el árbol de decisiones en el próximo gobierno.
Ha fracasado un sector social, el más
poderoso económicamente del país, que impulsó un programa económico que trajo
estas consecuencias. Ahora pretende no sólo desconocer su paternidad sobre el
macrismo, su grave responsabilidad social, sino ir asentando en principio una
tutela sobre el gobierno entrante, para reducir al mínimo su capacidad de
acción.
Es cierto que socialmente aún no se ha
visualizado con claridad la estrecha relación entre el poder económico
concentrado y el gobierno de Cambiemos, pero tampoco se debe actuar como si
estuviera vigente la versión de la realidad acuñada en el punto cúlmine de la
hegemonía macrista, incluidos sus anatemas, sus denuestos y sus grandes hits
publicitarios.
La crisis es una ocasión para la disputa de
conceptos y de sentidos políticos.
La agitación del fantasma del autoritarismo,
valor que no le preocupa en absoluto al aparato comunicacional de la derecha,
apunta a inhibir políticamente a la futura gestión peronista.
La confusión que se pretende instalar debe
ser decididamente rechazada y refutada.
Autoritarios son los que pretenden, con o sin
votos, imponer sus criterios a la sociedad.
El próximo gobierno popular no podrá cumplir
sus objetivos si no despliega, desde el primer día, una lectura diferente del
país y de sus prioridades, y si no demuestra que está dispuesto a ejercer, con
toda convicción, la legítima autoridad política que le va a conferir la mayoría
nacional.