JOSÉ
MARTÍ, LA “SUPREMACÍA CUÁNTICA” Y UN SOCIALISMO COMPETENTE
(Por: Luis A. Montero Cabrera, en
CUBADEBATE)
El siglo XX nació con una revolución del
conocimiento científico. Lo que se suponía inmutable por filósofos, teólogos y
brujos acerca de la materia no lo era. Antes se creía que la luz era una cosa y
las piedras otra. La luz es impalpable, solo detectable con nuestros ojos, y
las piedras las podemos tocar y pesar, para comparar sus cantidades de masa con
respecto a la gravedad de la tierra. La ciencia nos demostró que la masa
puede comportarse como la luz y que la luz tiene masa, pero de tamaño muchísimo
menor que el de nuestros propios cuerpos humanos.
Una cosa es como vemos el universo con
nuestros sentidos y desde nuestras individualidades y otra como es realmente.
No somos sus dueños, solo parte de él. Habitamos nuestras propias escalas de
espacio y tiempo en este grandioso escenario. Martí se asombraba de las
similitudes y diferencias en los procesos naturales y sociales en 1884 y
escribía: “Universo es palabra admirable, suma de toda filosofía: lo uno
en lo diverso, lo diverso en Io uno”.[1]
El razonamiento matemático fue el que nos
permitió entender el asunto. Esa ciencia que había nacido y crecido contando
estrellas y ovejas, se convirtió en nuestra principal herramienta lógica.
Permite pensar más allá de nuestra limitada habitación en el cosmos para
comprender mucho de lo que no está directamente al alcance de nuestros
sentidos.
Un éxito particular se tuvo con la llamada Mecánica
Cuántica. Nació sin intención alguna de resultados económicos y gracias al
Álgebra y a la Estadística que se habían desarrollado antes y tampoco habían
creado valor material notable. Los que las desarrollaron no trabajaban para
aplicaciones inmediatas, sino por lo más característico y singular del
género humano: la sabiduría. La Mecánica Cuántica se usó entonces para
comprender, modelar y calcular fenómenos físicos originados en las dimensiones
atómicas. Tuvo un éxito extraordinario gracias a que con ella pudo predecirse
de forma muy precisa algunas magnitudes de esas escalas que antes solo podían
medirse con extraños experimentos.
Dentro de las herramientas algébricas que se
usan en la Mecánica Cuántica está la “combinación lineal”. Se trata del nombre
matemático de una suerte de suma donde varios términos independientes
contribuyen de alguna forma a un valor resultante. El peso de cada una de sus
contribuciones en la combinación lineal está dado por ciertos “coeficientes”,
que multiplican a tales términos de referencia[2]. Es como si intentáramos describir la
biología de cada uno de nosotros como una suma de términos basada en la
biología de cada uno de nuestros tatarabuelos. De esa forma, nuestro ADN sería
aproximadamente el resultado de la combinación lineal de los 16 tatarabuelos
que todo ser humano tiene. La diferencia entre hermanos vendría dada por la
forma (o el “coeficiente”) con que cada uno de esos ADN tatarabuelos participa
en la suma. Tenemos el mismo árbol genealógico de ADN que una hermana de padre
y madre. Nos diferenciamos de ella porque los “coeficientes” que aportan cada
uno de los ancestros no tiene que ser igual: una tatarabuela española pudo
influir más en la hermana y un tatarabuelo africano más en su hermano.
La mayor parte de los éxitos recientes en las
aplicaciones de la Mecánica Cuántica se deben precisamente a la
combinación lineal. El estado o la forma en que se encuentra un sistema en un
momento dado siempre se puede representar así en términos de otros estados
asociados.
En una muy reciente noticia, y aparte del
tufo sensacionalista que tiene este término, el consorcio de “Google”
anunció que ha logrado la “supremacía cuántica”. Resulta que construyeron e
hicieron funcionar una de las llamadas “computadoras cuánticas” con más
capacidad que su competidora de la “IBM”. Expresaron las posibles combinaciones
de los estados activos o no, cambiantes, de un sistema de objetos en un tiempo
ínfimo en comparación a como lo haría una computadora clásica. Se logra gracias
a que trabajan combinando todos los posibles estados casi simultáneamente. Usan
intensivamente la lógica del Álgebra y la Mecánica Cuántica.
Es en este punto en el que nuestras
necesidades de “destrabar”, como suele expresar nuestro presidente, las formas
socialistas de producción pueden encontrar una referencia útil siguiendo el
ideario martiano de que el universo es único y también diverso. El
socialismo y el capitalismo están en el mismo universo. Se diferencian
esencialmente por la forma de propiedad y consecuentemente por la utilidad
final de la plusvalía. Este es el valor que los trabajadores crean y que no va
directamente sus bolsillos como salario. En el capitalismo es para unos
pocos dueños y en el socialismo es para todos. La competencia con IBM y otras
muchas organizaciones llevó a Google a producir ese resultado científico en una
carrera sin freno por la innovación y el progreso. El proceso competitivo e
innovador que lo impulsa es parte del mismo universo común al capitalismo y al
socialismo, donde es la forma de propiedad y no los métodos de gestión son los
que dan la diversidad.
Siguiendo patrones de intentos socialistas
dolorosamente fracasados, nuestro muchas veces “trabado” sistema económico es
hoy ajeno a la competencia entre las entidades que son de todo el pueblo. Nos
privamos así de un motor que bien administrado podría hacer que se maximicen la
innovación, el progreso y la eficiencia en la gestión. Experimentar con la
competencia podría propulsarnos sin trabas gracias a la diversidad, en este
universo que Martí nos ayudó a entender. Podemos hacer un ejercicio mental con
nuestras realidades diarias y seguramente se nos ocurrirán muchos escenarios
económicos y sociales donde la diversidad y la competencia podrían transformar
y “destrabarlo” todo. ¿No es de revolucionarios experimentar con la competencia
para cambiar esto que debe ser cambiado?
Notas:
[1] José Martí,
crítica del libro “MANUAL DEL VEGUERO VENEZOLANO” por el Sr. Lino López Méndez,
aparecida en La América, Nueva York, en enero de 1884.
[2] Esto nada tiene
que ver con un dispositivo burocrático que tenemos en nuestra administración
pública que se denomina igualmente como “términos de referencia”, pero que solo
sirve en este caso para complicar y “trabar” a los científicos cubanos la
gestión de sus proyectos internacionales.
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