DEUDA Y DESIGUALDAD
(Por Guillermo
Wierzba, en “EL COHETE A LA LUNA”)
Son recurrentes en nuestro país como en otras
naciones periféricas los procesos de endeudamiento, que confluyen con la
agudización de las condiciones de desigualdad social. Su frecuencia e
intensidad han dado un salto cualitativo de gran dimensión a partir de la
consolidación de la globalización y financiarización de la economía mundial.
La Argentina es un ejemplo paradigmático. Se han
producido ciclos de crecimiento desbordado de la deuda asociados a
estancamiento y retroceso del PBI, desindustrialización, caída del nivel de
empleo, retroceso de los salarios reales, reprimarización de la economía y
crecimiento del endeudamiento familiar.
Pablo Chena y Pedro Biscay compilaron una serie
de trabajos en El Imperio de las Finanzas. Deuda y Desigualdad (Miño
y Dávila, 2018), en el que se abordan distintas aristas de esa perniciosa
asociación. La globalización comercial trajo aparejada una disminución global
de los salarios y el debilitamiento del poder sindical, asociado a las
políticas de flexibilización laboral. Otra característica de la época de la
globalización es el impulso de cambios estructurales que persiguen el
achicamiento del Estado, promoviendo el descenso del gasto social. Es siempre
observado que este recorte se asocia por distintos canales con disminuciones de
la tasa salarial y el debilitamiento de las demandas sindicales para evitarlas.
La síntesis de estos conceptos, desarrollados en el texto en un artículo de
Stockhammer y Gouzoulis, es la asociación inversa entre financiarización y
distribución progresiva del ingreso.
Es habitual la exposición vulgar la presentación
de las esferas de la producción y las finanzas como escindidas. Marcó del Pont
y Todesca Bocco definen con precisión que en un patrón de valorización
financiera, la economía en su conjunto “queda sometida a la lógica del capital
financiero”. La separación sólo tiene sentido analítico pero no existencia
real. A su vez, expresan que “esta fusión entre el mundo productivo y el mundo
financiero y la dominancia del último sobre el primero sucede a escala global”.
Las consecuencias de la financiarización mundial es el acotamiento del margen
de maniobra de las políticas nacionales en los países periféricos. Las autoras
de este texto de la compilación marcan la tendencia a la primarización que surge
de la tendencia a la apreciación cambiaria (abaratamiento del dólar) que los
flujos de ingreso de capitales provocan, generando una estructura de precios
relativos que perjudica al sector industrial, en favor de sectores no
transables (los que por razones técnicas no exportan ni importan) de la
economía.
Los perjuicios de la financiarización no sólo
afectan los precios relativos de la industria, sino que también se manifiestan
en las consecuencias sobre la inversión productiva, tanto en su nivel como en
su estructura, que impactan regresivamente sobre la distribución del ingreso.
Así lo señala Bortz en su contribución al tema, agregando que el auge de
sectores como el de la explotación de recursos naturales, la construcción, las
finanzas y los bienes raíces ha llevado a desindustrializaciones prematuras y a
caídas de la participación asalariada en muchas economías. También agrega que
la financiarización incentiva una jerarquización internacional de las monedas
aumentando la posición subordinada de las economías subdesarrolladas, provocada
por la pérdida de funciones de las suyas. Chena y Buccella caracterizan que en
ese modo del capitalismo actual se pueden apreciar “las modificaciones en el
comportamiento corporativo, familiar e institucional que impone el poder
financiero a nivel global”.
La globalización financiera y comercial ha
provocado un retroceso en las condiciones para el desarrollo de los países
periféricos. La apertura y liberalización de las economías favoreció una
evolución de las economías subdesarrolladas hacia formas más subordinadas,
menos integradas social y regionalmente y más desiguales socialmente. Con un
debilitamiento de la vida social por el retroceso del poder de los trabajadores
a través de una dinámica de movilidad internacional de los capitales, mientras
las fuerzas laborales son sometidas por sus limitaciones económicas o por los
muros legales y/o reales a una situación inversa. Así, mientras determinadas
fuerzas productivas mejoran las condiciones tecnológicas de la producción y
modernizan aspectos de la vida cotidiana, las sociedades retroceden, porque se
desarticulan los lazos solidarios y las posibilidades de conflictos progresivos
que motoricen una mejor vida comunitaria.
Con monedas más débiles, polarizaciones sociales
más descarnadas, sectores económicos más extendidos dedicados a la
especulación, menor empleo, ausencia de políticas que estimulen la demanda y,
por lo tanto, aplanamiento de la estructura productiva, las economías
periféricas son inducidas a encadenamientos más dependientes de las decisiones
de los centros de poder financiero. Por otra parte la caída de la participación
salarial y el auge de los negocios financieros condujeron a un endeudamiento
creciente de las familias, incluyendo la de los sectores populares (muchos de
ellos sometidos al crédito usurario). Arias y Ruete señalan que estos problemas
de endeudamiento familiar alcanzan a la Argentina. Caracterizan al sistema de
las AFJP, que fuera sustituido por la restauración de uno de reparto, como un
proyecto consumado de financiarización de la seguridad social. Sostienen que el
sistema hoy vigente puede apalancar la demanda agregada en un modo de
acumulación liderado por el salario, en el que se amplíen las prestaciones de
carácter universal. La expansión del gasto social se asocia a mejores
distribuciones del ingreso, y a condiciones que promueven el crecimiento de la
potencialidad negociadora de los sindicatos frente a las clases propietarias.
Chena y Buccella prueban que la financiarización
del capital se acelera en las instancias en que la restricción externa se
acentúa y las políticas de liberalización financiera profundizan la
inestabilidad macroeconómica que desencadena la crisis, mientras advierten que
la regulación de los flujos comerciales y financieros históricamente
ralentizaron y morigeraron el pasaje a las fases del ciclo financiero en que la
economía se vuelve vulnerable. La Argentina es un ejemplo típico a la hora de
citar ejemplos de estos comportamientos.
En países como la Argentina, la construcción de
una economía más fuerte, independiente, justa y desarrollada en el mundo actual
con hegemonía del capitalismo de la financiarización, requiere de políticas que
vayan en sentido contrario a las promovidas por ese paradigma. La regulación
cambiaria con tipos de cambio diferenciales, como rige actualmente en nuestro
país, constituye un dispositivo necesario en pos de los objetivos planteados,
ya que evita la fuga de capitales siempre facilitada por las medidas de
liberalización financiera. También resultan imprescindibles las intervenciones
del Banco Central en la orientación del crédito y las tasas de interés de los
préstamos. Estas políticas son de raíz distinta y opuesta a la promovida por
los axiomas de la “antirrepresión” financiera afines al neoliberalismo, que
suponen la adhesión a los principios de absoluta independencia de los bancos
centrales, con el objetivo de restar el instrumento de la política monetaria a
las herramientas de política económica con que cuentan los gobernantes que
define el pueblo. En el mismo sentido —con un criterio de pensamiento único— se
establecen metodologías para la construcción de la solvencia de los sistemas
financieros, basándose en el criterio que supone que la fortaleza de las partes
deviene en la solidez del sistema, ignorando que la fragilidad financiera de
origen sistémico es una característica fundamental en las estructuras
financieras, agravada hoy por la financiarización, sin que ninguna entidad —por
más solvente que sea— resulte inmune a sufrir el impacto destructivo de esa
fragilidad. La comprensión de esta cuestión, esencial para la estabilidad
financiera, es abordada por varios artículos del libro comentado.
Los sistemas financieros privilegian, con las
regulaciones que impulsa el neoliberalismo, el crecimiento del financiamiento a
los sectores que ya tienen acceso al mismo, es decir promueven la concentración
del crédito. Sin embargo, se ha popularizado la idea de la “inclusión
financiera”. En general sectores de la población con dificultades de acceso a
bienes de consumo masivo, recurren al financiamiento para adquirirlos, pues sus
ingresos presentes son insuficientes para hacerlo. En la restringida atención
del sistema financiero regulado se los atiende a tasas con un plus que refleja
la dificultad de acceso de esos sectores sociales al crédito, mientras que
finanzas informales les proporcionan un tratamiento aún más oneroso. Gago y
Roig denominan a esta forma de “inclusión financiera” como explotación
financiera.
El viscoso concepto de financiarización que
caracteriza el capitalismo actual global es precisado por Chena y Biscay en la
introducción del texto. Esa categoría, dicen, “sintetiza un cambio de paradigma
en el comportamiento de las grandes corporaciones no financieras, que
sustituyeron sus tradicionales metas de crecimiento en ventas y participación
de mercado, acompañado de incrementos en las plantas de personal y gastos de
innovación, por la maximización del valor de cotización de sus acciones en el
mercado financiero, a través de la distribución de dividendos y la
reestructuración empresarial basada en tercerizaciones, achicamiento de
personal y recortes de costos operativos… (Así) lo que se pregonaba como el
inicio de un ciclo de crecimiento liderado por las finanzas terminó por
consolidar, desde la dinámica de un endeudamiento insostenible, un imperio
financiero que ahogó a los sistemas productivos”, profundizando la dependencia
de las naciones periféricas, mediante un mecanismo que Harvey denominó como de
“acumulación por desposesión” repensando al definido por Marx en otra época del
análisis del capitalismo como “proceso de acumulación originaria”.
Las reflexiones y comentarios expresados y
expuestos en este artículo resultan ilustrativas de la insostenibilidad de la
deuda en divisas en la que el país fue sumergido por el gobierno de Cambiemos
(que en su última etapa compartió la construcción de sus lineamientos
económicos con el FMI), y pretende proporcionar argumentos que sostengan las
extensiones de plazo, la reducción de tasas de interés y quitas que permitan
afrontarla sin destruir las posibilidades de desarrollo de la Nación, sino por
el contrario que sean estas las que construyan su posibilidad de pago. Pero que
resulte una posibilidad de pago que descarte políticas de ajuste y, que por el
contrario, se base en un país con una distribución del ingreso estructuralmente
menos polarizada y que sea promotora de la igualdad social.
Estas premisas no son sustentables sin pensar en
recobrar el objetivo de la Unidad Latinoamericana, en el marco de un proceso
que aspire a construir un proyecto independiente del neoliberalismo
globalizador, con un tamaño de mercado que potencie las condiciones de escala
para el desarrollo. En el plano nacional supone un paradigma social que
destituya la falsa noción del homo economicus que el
capitalismo de la financiarización supone esencia de la condición humana,
reestableciendo la idea-objetivo de una sociedad de cooperación con un proyecto
nacional autónomo y autodefinido, que no debe doblegarse a la idea de un país
que resulta definido por condiciones externas. El proyecto y el programa
deberán contar, entonces, con la construcción de organización política y social
que tenga la densidad para resistir las continuas presiones que desde los
centros del poder de la financiarización ejercerán para evitar su despliegue.
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