LA
ÚLTIMA VEZ
(Por Guillermo Wierzba en el blog “El Cohete
a la Luna”)
Objetivos
Cuando comenzaron las negociaciones para la
reestructuración de la deuda con los acreedores privados el Presidente Alberto
Fernández estableció tres objetivos clave:
·
No
someterse a la elaboración de un plan económico que implicase políticas de ajuste.
· Que
sea un plan sustentable, en el marco de lo planteado en el punto anterior, lo que significa no realizar un arreglo que lleve a futuras refinanciaciones por
ser incumplible, y que no altere un sendero de desarrollo de la economía
nacional.
·
Dejar
las bases construidas para que se cierren los ciclos de endeudamiento de la economía argentina.
Este tercer objetivo merece una detenida
reflexión, pues supone un cambio de época. Los ciclos de endeudamiento han sido
el rasgo característico de la época del neoliberalismo. Deuda y fuga. En ritmo
vertiginoso y catastrófico, los gobiernos que promovieron la apertura
financiera, las políticas de consolidación y ajuste fiscal y la libertad de
mercado como funcionamiento predominante de la actividad económica, provocaron el
estancamiento, la regresividad distributiva y el endeudamiento. Mientras que
aquéllos que asumieron con la vocación de disminuir la desigualdad y construir
una Argentina con producción diversificada, tuvieron que lidiar con los
compromisos externos contraídos por el bloque concentrado y financiarizado.
El giro del debate que pretenden hacer los
economistas ortodoxos, los cuales respaldaron las políticas de liberalización y
desintervención estatal, persigue enmascarar el verdadero problema que tiene el
actual gobierno nacional y popular. Maniobran la discusión respecto al origen
del endeudamiento, a su total improductividad, y sin ninguna contrapartida en
términos de algún activo que lo justifique. Esta deuda es un pasivo sin
existencia de ninguna obra, bienestar popular o ampliación del aparato
productivo. ¿Dónde están las divisas que se deben? Se fugaron. Sin embargo, el
enmascaramiento desplaza el debate sobre lo ocurrido: si el gobierno
negocia bien o mal la reestructuración del endeudamiento que dejó el
neoliberalismo de Cambiemos. Para ellos el arreglo resulta un tema excluyente,
y lo argumentan sobre la base de recomponer el acceso a los mercados
internacionales de crédito. ¿Para qué? Para volver a endeudarse y vivir otro
ciclo de apertura y fuga. Por eso desesperan en rogar al gobierno que no sea
firme frente a los acreedores, y postulan que lo único conveniente es acceder a
sus demandas.
El
Estado
Las preocupaciones del Frente de Todos pasan
por otros meridianos: cómo reconstruir una política de crecimiento autónomo,
desarrollo, construcción de igualdad. Este proyecto requiere de la intervención
del Estado, que ponga fin a la autorregulación mercantil.
La etapa histórica es diferente, pero hay una
discusión necesaria en términos del proyecto que hizo posible varias fases de
industrialización del país: la sustitución de importaciones. No para su
reiteración, sino para pensar desde esa experiencia concreta la construcción de
un proyecto económico social hacia el futuro.
María da Conceicao Tavares en su valioso
texto De la sustitución de importaciones al capitalismo financiero, describe
que durante la primera etapa de la sustitución de importaciones, la expansión
de la economía residía en tres frentes: una mayor utilización de la capacidad
instalada productiva, la producción de mercancías relativamente independientes
del sector externo y la puesta en funcionamiento de empresas que producían
bienes que previamente se importaban.
La dinámica descripta puede seguir hasta el
límite del aprovechamiento máximo de los recursos internos. Ese aprovechamiento
está condicionado a la existencia de divisas que sostengan la importación de
bienes intermedios y maquinarias que participan en la producción de los bienes
que sustituyeron a otros que antes se importaban. Dice Tavares que “la pauta de
importaciones tiende a perder toda su flexibilidad, antes que el proceso de
desarrollo haya adquirido suficiente autonomía por el lado de la
diversificación de la estructura productiva» y advierte que «el proceso podría
seguir mediante una selección rigurosa de divisas”. La autora hace una lectura
crítica del proyecto de desarrollo por sustitución de importaciones de carácter
piramidal, que comienza sustituyendo los bienes de consumo para avanzar “aguas
arriba” hasta la producción de bienes de capital. La restricción externa
sobrevendría previa e inevitablemente. Para Tavares la continuidad de una
política de sustitución requiere de una posibilidad de previsión y decisión
autónomas que sólo le son posibles al Estado, a algunos empresarios
innovadores, o a la asociación de ambos. Pero advierte que en el caso de las
inversiones de base, estas deben producirse —para evitar la restricción
externa— con cierta simultaneidad con las distintas etapas de sustitución, y
que las mismas requieren de decisiones gubernamentales, ya sea que el Estado
las emprenda en forma directa, ya sea que las delegue en el sector privado.
Estas reflexiones de la intelectual brasileña
llevan a desechar la idea de la inversión privada sin direccionamiento estatal
como posibilidad de desarrollo, y más aún, del posible rol de los movimientos
de capital financiero de corto plazo para financiarla. Privada, pública o
mixta, las mismas surgen de la dirección del Estado del proceso económico.
En el régimen de sustitución de importaciones
no sólo resulta necesario el impulso de la demanda mediante una mejora en la
distribución del ingreso, ni tampoco alcanza combinarla con una dinámica
de crecimiento, sino que requiere de la dirección estatal que modifica los
tiempos y los escalones del proceso productivo. Esa intervención no sólo
requiere ser hecha en función de dilatar los problemas de falta de divisas, ni
tampoco solamente para impulsar las industrias más complejas productoras de
bienes de capital, sino también para garantizar una distribución del ingreso
que resuelva un significativo cierre de la brecha de desigualdad, lo que
provoca una producción de bienes de orden diferente a la de una sociedad con el
ingreso concentrado. La redistribución debe ser previa al crecimiento porque si
no el perfil productivo queda definido con carácter desajustado si la primera
se efectúa con posterioridad. Los bienes que se producen para una distribución
no son los mismos que para otra, ni cualitativa, ni cuantitativamente.
Al revés de como dicen los liberales para
justificar las políticas de austeridad, no se trata de agrandar la torta para
después distribuirla, sino lo contrario: distribuir mejor la tortita chica,
para garantizar el crecimiento. Después habrá una torta más grande. Usando el
lenguaje de la gente de a pie, como en estas épocas se acostumbra decir, para
evitar el uso del concepto de pueblo, sancionado como anacrónico por los
creyentes en el fin de la historia. La prioridad de la obsesión por el crecimiento,
como variable fundamental del estudio de la economía, no se corresponde con la
tradición clásica. Decía el economista más eminente de los fundadores de la
disciplina, David Ricardo, que “determinar las leyes que regulan esta
distribución (de rentas, beneficios y salarios) es el problema principal de la
economía política”.
Los clásicos no omitían la real discusión que
ocupa a la sociedad respecto de la economía: la disputa del ingreso. El modelo
de crecimiento depende de quién tenga la hegemonía de poder para elegir uno u
otro tipo de desenvolvimiento económico. En épocas de la financiarización, la
valorización financiera es la forma mediante la cual, con la apertura
financiera, el capital especulativo promueve las liberalizaciones para
garantizar un vertiginoso ida y vuelta de fondos que extraen rentas con
consecuencias de estancamiento económico y redistribución regresiva de ingresos
y riquezas.
Final
del juego
El valor del objetivo de establecer las
condiciones que cierren el camino a nuevos ciclos de endeudamiento es el
instituir las bases de una legalidad que evite que la Argentina vuelva a sufrir
las políticas ortodoxas de fuga-deuda-cinturón fiscal. Esa institucionalidad
tiene como insumo indispensable las otras dos condiciones que Fernández
destacó. También depende de reconstruir una política de desarrollo. Esa
política implica la recuperación de estrategias de sustitución de
importaciones, engarzadas con otros dispositivos, en los cuales el papel
estatal es más relevante.
Cuarenta años después del texto de Tavares,
las condiciones de un proyecto nacional, popular y democrático de desarrollo no
devienen sólo de su crítica, que planteaba la necesidad de la autonomía de la
inversión en la industria de base respecto de la demanda sobre la misma, que
implica la decisión estatal de organizarla. El desarrollo tecnológico, que se
da en el contexto de una gran disparidad entre el centro y la periferia,
acentuó las condiciones de dependencia de las naciones del segundo carácter.
Dependencia es otra palabra que intentó ser archivada en el anticuario cuando
hoy adquiere una vigencia dramática. Su determinación mutó desde la
posesión, por parte de los países centrales, de la industria de base —que
ocupaba ese lugar hace unas décadas— al dominio de la tecnología por esas
naciones desarrolladas. La deslocalización productiva primarizó y maquilizó la
industria de los países subdesarrollados. El capital privado concentrado no
resuelve esta situación en esos países periféricos. Su perspectiva es la
reproducción de las especializaciones que sostienen la condición dependiente.
Sus empresas articulan, en cadenas globales, las producciones nacionales en los
eslabones más atrasados tecnológicamente. A su vez, se engarzan en la
valorización financiera y las maniobras de precios de transferencia y fuga de
capitales.
Más que ayer, hoy la condición del desarrollo
tecnológico propio requiere de un complejo científico-tecnológico estatal con
un presupuesto y un programa que se plantee la transformación productiva. Ese
objetivo requiere de una participación decisiva del Estado en la decisión de lo
que se va a producir en el futuro. El desarrollo con estas características no
deviene como resultado de la autorregulación del mercado.
La apertura indiscriminada es incompatible con
estos objetivos de independencia. Los dólares resultarán indispensables para
emprender ese cometido de autonomía nacional. Una nueva gestión como la de
Macri rifaría en cuatro años el esfuerzo que se podría emprender en veinte.
De allí la necesidad de una reforma
institucional de fondo en los textos legales que evite que se produzca lo que
ocurrió entre 2015 y 2019. Cambio en el régimen financiero, modificación en la
legislación de inversiones extranjeras, régimen cambiario y de movimiento de
capitales regulado, intervención del Estado en el comercio exterior, reforma
tributaria. La pandemia ha revelado la injusticia neoliberal y tiene la
conducción efectiva del gobierno de la grave coyuntura, abriendo la posibilidad
para una organización adecuada de las transformaciones imprescindibles para
hacer realidad la postulación más drástica de Fernández para salir del default
en que dejó el gobierno UCR-PRO al país: que la presente reestructuración ponga
fin a los ciclos de endeudamiento de la Argentina contemporánea.
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